Sobre
la soledad habló del dominio que ejercía Adán sobre las demás criaturas
demostrando su ''indiscutible e incomparable superioridad, pero aun así
se sentía solo, porque -no encontraba ninguno como él que lo ayudase"-.
El Papa recordó a los muchos hombres afligidos por este drama.
''Ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios
hijos; los viudos y viudas; tantos hombres y mujeres dejados por su
propia esposa y por su propio marido; tantas personas que de hecho se
sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; los emigrantes y los
refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y tantos jóvenes
víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura
del descarte''.
''Hoy
se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas
casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de
hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para
vivir lo que se ha logrado... Hoy vivimos en cierto sentido la misma
experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad y
vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en
llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en
la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena y en la mala
suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más
objeto de burla y considerado como algo anticuado''.
De
este amor entre el hombre y la mujer recordó cómo Dios se entristeció
al ver la soledad de Adán y creó a alguien como él que le ayudase.
''Nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que
le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse
solo. Muestran también que Dios no ha creado el ser humano para vivir en
la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir
su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la
extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y
para ver su amor fecundo en los hijos. Este es el sueño de Dios para su
criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y
mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación reciproca''.
''Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre'', dijo el Papa al
mencionar el tema de la familia. ''Es una exhortación a los creyentes a
superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un
mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado autentico de la
pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios. De hecho, sólo a la
luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será
comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque
ad mortem''.
Destacó
también que ''para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente,
sino un sueño sin el cual su criatura estará destinada a la soledad. En
efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano.
Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza
este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por
todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo.
Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico;
corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total''.
''En
este contexto social y matrimonial bastante difícil -continuó-, la
Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad a su Maestro como
voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las
numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual
se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida,
de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo
conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de
amar en serio''.
Vivir
su misión, ''en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las
opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad
de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor
fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal. Y vivir
su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los
demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber
de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y
de la misericordia; de ser -hospital de campo-, con las puertas abiertas
para acoge a quien llama pidiendo ayuda y apoyo''.
Antes
de concluir, FRANCISCO recordó las palabras de San Juan Pablo II cuando
afirmó que ''el error y el mal deben ser condenados y combatidos
constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser
comprendido y amado''. ''Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar
al hombre de nuestro tiempo. Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y
acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a
sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera:
El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no
se avergüenza de llamarlos hermanos.
Con
este espíritu, - finalizó- le pedimos al Señor que nos acompañe en el
Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la
Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo''.