El
Papa habló del miedo que sintió el profeta Elías ante el cálculo humano
y cómo lo empujó a buscar refugio, y rememoró la vigilia de hace un año
cuando ''en esta misma plaza, invocábamos al Espíritu Santo pidiéndole
que los Padres sinodales -al poner atención en el tema de la familia-
supieran escuchar y confrontarse teniendo fija la mirada en Jesús,
Palabra última del Padre y criterio de interpretación de la realidad''.
''Esta noche -continuó- nuestra oración no puede ser diferente. Pues,
como recordaba el Metropolita Ignacio IV Hazim, sin el Espíritu Santo,
Dios resulta lejano, Cristo permanece en el pasado, la Iglesia se
convierte en una simple organización, la autoridad se transforma en
dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación y el actuar de
los cristianos en una moral de esclavos''.
De
esta manera, el Pontífice animó a rezar ''para que el Sínodo que se abre
mañana sepa reorientar la experiencia conyugal y familiar hacia una
imagen plena del hombre; que sepa reconocer, valorizar y proponer todo
lo bello, bueno y santo que hay en ella; abrazar las situaciones de
vulnerabilidad que la ponen a prueba: la pobreza, la guerra, la
enfermedad, el luto, las relaciones laceradas y deshilachadas de las que
brotan dificultades, resentimientos y rupturas; que recuerde a estas
familias y a todas las familias, que el Evangelio sigue siendo la buena
noticia desde la que se puede siempre comenzar de nuevo. Que los Padres
sepan sacar del tesoro de la tradición viva palabras de consuelo y
orientaciones esperanzadoras para las familias, que están llamadas en
este tiempo a construir el futuro de la comunidad eclesial y de la
ciudad del hombre''.
''Cada
familia es siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la
oscuridad del mundo -destacó-. La andadura misma de Jesús entre los
hombres toma forma en el seno de una familia, en la cual permaneció
treinta años. Una familia como tantas otras, asentada en una aldea
insignificante de la periferia del Imperio''.
Asimismo
tomó como ejemplo al beato Charles de Foucauld , que ''entendió que no
se crece en el amor de Dios evitando la servidumbre de las relaciones
humanas, porque amando a los otros es como se aprende a amar a Dios;
inclinándose al prójimo es como nos elevamos hacia Dios. A través de la
cercanía fraterna y solidaria a los más pobres y abandonados entendió
que, a fin de cuentas, son precisamente ellos los que nos evangelizan,
ayudándonos a crecer en humanidad''.
FRANCISCO
alentó a los fieles a que entrasen en el misterio de la Familia para
poder entenderla. ''La familia es lugar de santidad evangélica, llevada a
cabo en las condiciones más ordinarias. En ella se respira la memoria
de las generaciones y se ahondan las raíces que permiten ir más lejos.
Es el lugar de discernimiento, donde se nos educa para descubrir el plan
de Dios para nuestra vida y saber acogerlo con confianza. La familia es
lugar de gratuidad, de presencia discreta, fraterna, solidaria, que nos
enseña a salir de nosotros mismos para acoger al otro, para perdonar y
sentirse perdonados''.
Antes
de finalizar pidió a todos que regresaran a Nazaret para que el Sínodo
''más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la
disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su
valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la
puedan caracterizar'' porque ''en la Galilea de los gentiles de nuestro
tiempo encontraremos de nuevo la consistencia de una Iglesia que es
madre, capaz de engendrar la vida y atenta a comunicar continuamente la
vida, a acompañar con dedicación, ternura y fuerza moral. Porque si no
somos capaces de unir la compasión a la justicia, terminamos siendo
seres inútilmente severos y profundamente injustos''.
''Una
Iglesia que es familia sabe presentarse con la proximidad y el amor de
un padre...Y una Iglesia sobre todo de hijos, que se reconocen hermanos,
nunca llega a considerar al otro sólo como un peso, un problema, un
coste, una preocupación o un riesgo: el otro es esencialmente un don,
que sigue siéndolo aunque recorra caminos diferentes... La Iglesia es
una casa abierta, lejos de grandezas exteriores, acogedora en el estilo
sobrio de sus miembros... Esta Iglesia puede verdaderamente iluminar la
noche del hombre, indicarle con credibilidad la meta y compartir su
camino, sencillamente porque ella es la primera que vive la experiencia
de ser incesantemente renovada en el corazón misericordioso del Padre''.