jueves, 4 de febrero de 2016

FRANCISCO: Ángelus de enero 2016 (31, 24, 17, 10, 6, 3 y 1°)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
ENERO 2016


Plaza de San Pedro
Domingo 31 de enero de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El relato evangélico de hoy nos conduce de nuevo, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y lo conocían todos. Él, que hacía poco tiempo que había salido para comenzar su vida pública, vuelve ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4 ,21). Los conciudadanos de Jesús, en un primer momento sorprendidos y admirados, comienzan después a poner cara larga, a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué este que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí los prodigios y milagros que ha realizado en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: «Ningún profeta es aceptado en su pueblo» (v. 24) y recuerda a los grandes profetas del pasado, Elías y Eliseo, que realizaron milagros a favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. Llegados a este punto, los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, expulsan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo desde un precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, «se abrió paso entre ellos y seguía su camino» (v. 30). Su hora todavía no había llegado.


Este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto —todos nosotros estamos expuestos— y de la cual es necesario tomar decididamente distancia. ¿Y cuál es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a «negociar» con Dios buscando el propio interés. En cambio en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa por cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana puede constituirse en motivo de exclusión —¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!— del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es el de no tener privilegios. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos.


«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21). El «hoy», proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos levantar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos.


Volvamos a la sinagoga. Ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba María, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá debajo de la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, luego amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo.


 Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy se celebra la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, a pesar de estar en regresión, desafortunadamente todavía afecta a las personas más pobres y marginadas. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas, que han quedado inválidos después de esta enfermedad. A ellos les aseguramos nuestra oración y aseguramos nuestro apoyo a quienes les asisten. Buenos laicos, buenas hermanas y buenos sacerdotes.


Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos llegados desde diferentes parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y los grupos. En particular, saludo a los estudiantes de Cuenca y a los de Torreagüera (España). Saludo a los fieles de Taranto, Montesilvano, Macerata, Ercolano y Fasano.


Y ahora saludo a los chicos y chicas de la Acción Católica de la diócesis de Roma. Ahora entiendo porque había tanto ruido en la plaza. Queridos chicos, también este año, acompañados por el Cardenal Vicario y por vuestros Asistentes, habéis venido muchos al final de vuestra «Caravana de la Paz».


Este año vuestro testimonio de paz, animado por la fe en Jesús, será todavía más alegre y consciente, porque está enriquecido por el gesto que acabáis de hacer, al pasar por la Puerta Santa. ¡Os animo a ser instrumentos de paz y de misericordia entre vuestros compañeros! Escuchemos ahora el mensaje que vuestros amigos, que están aquí junto a mí, nos van a leer.


[Tras el mensaje, leído por Martina, el Pontífice retomó la palabra.]


Y ahora los chicos en la plaza lanzarán los globos, símbolo de la paz.
 
 
A todos os deseo un feliz domingo y buen almuerzo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!


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Plaza de San Pedro
Domingo 24 de enero de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En el evangelio de hoy el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente la actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con la potencia del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras, es una palabra que tiene autoridad, porque ordena incluso a los espíritus impuros, y estos le obedecen (cf. Mc 1, 27). Jesús es diferente de los maestros de su tiempo: por ejemplo Jesús no abrió una escuela dedicada al estudio de la Ley, sino que sale para predicar y enseñar por todas partes: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre moviéndose. Jesús también es distinto de Juan el Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras que Jesús anuncia su perdón de Padre.


Y ahora imaginémonos que también nosotros entramos en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta aproximadamente sus 30 años. Lo que allí sucede es un hecho importante que delinea la misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el pergamino del profeta Isaías, el pasaje donde está escrito: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de expectativa por parte de todos, dice, para sorpresa general: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21).


Evangelizar a los pobres: esta es la misión de Jesús, como Él dice; esta es también la misión de la Iglesia y de cada bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar el Evangelio con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, es más, privilegiando a los más lejanos, a quienes sufren, a los enfermos y a los descartados por la sociedad.


Preguntémonos: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa, antes que nada, acercarlos, tener la alegría de servirles, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el evangelio de Dios, es Él la misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios que vino entre nosotros se dirige de manera preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.


Probablemente en el tiempo de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Podemos preguntarnos: hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, ¿somos fieles al programa de Cristo? La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, ¿es la prioridad? Atención: no se trata sólo de dar asistencia social, menos aún de hacer actividad política, Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales, de acuerdo a la lógica del amor. Los pobres, de hecho, están en el centro del Evangelio.


Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y para cada comunidad cristiana poder dar testimonio concreto de la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Saludo con cariño a todos vosotros, provenientes de diversas parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y familias.


En particular, saludo a los estudiantes de Zafra y a los fieles de Cervelló (son españoles); a los participantes en el congreso promovido por la «Comunidad mundial para la meditación cristiana»; y a los grupos de fieles llegados de la Arquidiócesis de Bari-Bitonto, de Tarcento, Marostica, Prato, Abbiategrasso y Pero-Cerchiate.


A todos os deseo un buen domingo y por favor, ¡no os olvidéis de rezar por mí! Buen almuerzo y ¡hasta la vista!
 
 
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Plaza de San Pedro
Domingo 17 de enero de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo presenta el evento prodigioso sucedido en Caná, un pueblo de Galilea, durante la fiesta de una boda en la que también participaron María y Jesús, con sus primeros discípulos (cf. Jn 2, 1-11). La Madre dice al Hijo que falta vino y Jesús, después de responder que todavía no ha llegado su hora, sin embargo acoge su petición y da a los novios el mejor vino de toda la fiesta. El evangelista subraya que «este fue el primero de los signos que Jesús realizó; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él» (v. 11).


Los milagros, por tanto, son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen la finalidad de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro realizado en Caná, podemos ver un acto de benevolencia por parte de Jesús hacia los novios, un signo de la bendición de Dios sobre el matrimonio. El amor entre el hombre y la mujer es por tanto una buen manera para vivir el Evangelio, es decir, para dirigirse con alegría por el camino de la santidad.


Pero el milagro de Caná no tiene que ver sólo con los esposos. Cada persona humana está llamada a encontrar al Señor en su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como en toda auténtica experiencia de amor. El relato de las bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no se presenta a nosotros como un juez preparado para condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes; se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, Hijo del Padre: se presenta como Aquel que responde a las esperanzas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.


Entonces podemos preguntarnos: ¿verdaderamente conozco de este modo al Señor? ¿Lo siento cercano a mí, a mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la amplitud de ese amor esponsal que Él me manifiesta cada día a todos, a cada ser humano? Se trata de darse cuenta que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no estamos solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes ánforas de piedra que Jesús hace rellena de agua para convertirlas en vino (v. 7) son signo del paso de la antigua a la nueva alianza: en vez del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de forma sacramental en la Eucaristía y de modo cruento en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que derivan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.


Que la Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios por nosotros. Así podremos enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, e ir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, convirtiéndonos así en sus testigos en el mundo.



Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy se celebra la Jornada mundial del emigrante y del refugiado que, en el contexto del Año santo de la Misericordia, se celebra también como Jubileo de los inmigrantes. Me complace, por lo tanto, saludar con gran afecto a las comunidades étnicas aquí presentes, a todos vosotros, procedentes de varias regiones de Italia, especialmente del Lazio. Queridos inmigrantes y refugiados, cada uno de vosotros lleva consigo una historia, una cultura, valores preciosos; y a menudo lamentablemente también experiencias de miseria, de opresión y de miedo. Vuestra presencia aquí en esta plaza es signo de esperanza en Dios. No dejéis que os roben la esperanza y la alegría de vivir, que surgen de la experiencia de la divina misericordia, también gracias a las personas que os acogen y os ayudan. Que el paso de la Puerta Santa y la misa que dentro de poco viviréis, os llenen el corazón de paz. En esta misa, yo quisiera dar las gracias —también vosotros, dad las gracias conmigo— a los detenidos de la cárcel de Opera, por el regalo de las hostias realizadas por ellos mismos y que se utilizarán en esta celebración. Les saludamos con un aplauso desde aquí, todos juntos...


Saludo con afecto a todos vosotros, peregrinos venidos de Italia y de otros países: en particular a la asociación cultural Napredak, de Sarajevo; los estudiantes españoles de Badajoz y Palma de Mallorca; y los jóvenes de Osteria Grande (Bolonia).


Ahora os invito a todos a dirigir a Dios una oración por las víctimas de los atentados ocurridos en los días pasados en Indonesia y Burkina Faso. Que el Señor los acoja en su casa, y sostenga el compromiso de la comunidad internacional para construir la paz. Rezamos a la Virgen: Dios te Salve María,...


Os deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
 

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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Domingo 10 de enero de 2016


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En este domingo después de la Epifanía celebramos el Bautismo de Jesús, y hacemos memoria grata de nuestro Bautismo. En este contexto, esta mañana he bautizado a 26 recién nacidos: ¡recemos por ellos!


El Evangelio nos presenta a Jesús, en las aguas del río Jordán, en el centro de una maravillosa revelación divina. Escribe san Lucas: «Cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (Lc 3, 21-22). De este modo Jesús es consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador. En este evento —testificado por los cuatro Evangelios— tuvo lugar el pasaje del bautismo de Juan Bautista, basado en el símbolo del agua, al Bautismo de Jesús «en el Espíritu Santo y fuego». De hecho, el Espíritu Santo en el Bautismo cristiano es el artífice principal: es Él quien quema y destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina; es Él quien nos libera del dominio de las tinieblas, es decir, del pecado y nos traslada al reino de la luz, es decir, del amor, de la verdad y de la paz: este es el reino de la luz. ¡Pensemos a qué dignidad nos eleva el Bautismo! «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1), exclama el apóstol Juan. Tal estupenda realidad de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús, el Siervo obediente, y reproducir en nosotros mismos sus rasgos, es decir: es decir, mansedumbre, humildad y ternura. Sin embargo, esto no es fácil, especialmente si entorno a nosotros hay mucha intolerancia, soberbia, dureza. ¡Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible! El Espíritu Santo, recibido por primera vez el día de nuestro Bautismo, nos abre el corazón a la Verdad, a toda la Verdad. El Espíritu empuja nuestra vida hacia el camino laborioso pero feliz de la caridad y de la solidaridad hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre. No olvidemos que el Espíritu Santo es una presencia viva y vivificante en quien lo acoge, reza con nosotros y nos llena de alegría espiritual.


Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, pensemos en el día de nuestro Bautismo. Todos nosotros hemos sido bautizados, agradezcamos este don. Y os hago una pregunta: ¿Quién de vosotros conoce la fecha de su Bautismo? Seguramente no todos. Por eso, os invito a ir a buscar la fecha preguntando por ejemplo a vuestros padres, a vuestros abuelos, a vuestros padrinos, o yendo a la parroquia. Es muy importante conocerla porque es una fecha para festejar: es la fecha de nuestro renacimiento como hijos de Dios. Por eso, los deberes para esta semana: ir a buscar la fecha de mi Bautismo. Festejar este día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús, con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos. Que la Virgen María, primera discípula de su Hijo Jesús, nos ayude a vivir con alegría y fervor apostólico nuestro Bautismo, acogiendo cada día el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos llegados desde Italia y desde diferentes países. Saludo en particular a los estudiantes del Instituto bachiller Diego Sánchez de Talavera La Real, España; al Coro Alpino Martinengo con sus familiares; al grupo de adolescentes de San Bernardo en Lodi.


Como decía, en esta fiesta del Bautismo de Jesús, según la tradición he bautizado a numerosos niños. Ahora querría hacer llegar una especial bendición a todos los niños que han sido bautizados recientemente, pero también a los jóvenes y adultos que han recibido hace poco los Sacramentos de la iniciación cristiana o que se están preparando. ¡La gracia de Cristo les acompañe siempre! Os deseo a todos un feliz domingo. No os olvidéis de la tarea en casa: buscar la fecha de mi Bautismo. Y por favor, no os olvidéis también de rezar por mí.¡Buen almuerzo y hasta pronto!


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SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Miércoles 6 de enero de 2016


 Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
 

En el Evangelio de hoy, el relato de los Magos, venidos de oriente a Belén para adorar al Mesías, confiere a la fiesta de la Epifanía un alcance de universalidad. Y este es el alcance de la Iglesia, la cual desea que todos los pueblos de la tierra puedan encontrar a Jesús, y tener la experiencia de su amor misericordioso. Y este el deseo de la Iglesia: de encontrar la misericordia de Jesús, su amor.
 

El Cristo apenas nació, no sabe todavía hablar, y todas las gentes – representadas por los Magos – podemos ya encontrarlo, reconocerlo, adorarlo. Dicen los Magos: «Habíamos visto brillar su estrella y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,2). Herodes ha escuchado esto apenas que los Magos llegaron a Jerusalén. Estos Magos eran hombres prestigiosos, de regiones lejanas y culturas diversas, y se habían encaminado hacia la tierra de Israel para adorar al rey que había nacido. La Iglesia desde siempre ha visto en ellos la imagen de la entera humanidad, y con la celebración de hoy, de la fiesta de la Epifanía vuele casi a acercar respetuosamente a cada hombre y a cada mujer de este mundo al NIño que ha nacido para la salvación de todos.
 

En la noche de Navidad Jesús se ha manifestado a los pastores, hombres humildes y despreciados - algunos dicen que bandidos -; fueron ellos los primeros en llevar un poco de calor en aquella fría gruta de Belén. Ahora junto a ellos los Magos de tierra lejanas, también son atraídos misteriosamente por aquel Niño. Los pastores y los Magos son muy diversos entre ellos; pero una cosa los une: el cielo. Los pastores de Belén fueron rápido a ver a Jesús no porque fueran particularmente buenos, sino porque velaban de noche y, alzando los ojos al cielo, vieron un signo, escucharon su mensaje y lo siguieron. Como también los Magos: escrutando los cielos, vieron una nueva estrella, la interpretaron como un signo y se pusieron en camino, desde lejos. Los Pastores y los Magos nos enseñar que para encontrar a Jesús es necesario saber alzar la mirada al cielo, no estar replegados sobre sí mismos, sobre el propio egoísmo, sino tener el corazón y la mente abiertas al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende, saber acoger sus mensajes, y responder con prontitud y generosidad.
 

Los Magos, dice el Evangelio, «al ver la estrella, se llenaron de una alegría grandísima» (Mt 2,10). También para nosotros es una gran consolación al ver la estrella, o sea en el sentirnos guiados y no abandonados a nuestro destino. Y la estrella es el Evangelio, la Palabra del Señor, como dice el salmo: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz sobre mi camino» (119,105). Esta luz nos guía hacia Cristo. ¡Sin la escucha del Evangelio, no es posible encontrarlo! Los Magos, en efecto, siguiendo la estrella llegaron finalmente al lugar donde se encontraba Jesús. Y allí «vieron al Niño con María su madre, se prostraron y lo adoraron» (Mt 2,11). La experiencia de los Magos nos exhorta a no conformarnos con la mediocridad, a no “vivir el día”, sino a buscar el sentido de las cosas, a escrutar con pasión el gran misterio de la vida. Y no enseña a no escandalizarnos de la pequeñez y de la pobreza, sino a reconocer la majestad en la humanidad, y saber arrodillarnos frente a ella.
 

La Virgen María, que acogió a los Magos en Belén, nos ayude a alzar la mirada sobre nosotros mismos, a dejarnos guiar de la estrella del Evangelio para encontrar a Jesús, y a saber inferiorizarnos para adorarlo. Así podremos portar a los oros un rayo de su luz, y compartir con ellos la alegría del camino.




Después del Ángelus


 
Queridos hermanos y hermanas,
 

Hoy expresamos nuestra cercanía espiritual a los hermanos y hermanas del Oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de los cuales celebran mañana el Nacimiento del Señor. A ellos llegue nuestro deseo de paz y de bien. ¡También un aplauso como saludo!
Recordemos también que la Epifanía es la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. Es la fiesta de los niños que, con sus oraciones y sus sacrificios, ayudan a sus coetáneos más necesitados haciéndose misioneros y testigos de fraternidad y de solidaridad. 
 

Dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, peregrinos, familias, grupos parroquiales y asociaciones, provenientes de Italia y de diversos Países. En particular saludo a los fieles de Acerra, Modena y Terlizzi; a la Escuela de arte sacra de Florencia; a los jóvenes del Campo internacional del Club Leones.
 

Un saludo especial a cuantos dan vida a la procesión histórico-folclórica, dedicado este año al territorio de Valle dell’Amaseno. Deseo recordar también a la procesión de los Magos que se lleva a cabo en numerosas ciudades de Polonia con una gran participación de familias y asociaciones; como también el pesebre viviente realizado en Campidoglio por la UNITALSI y por los Frailes Menores involucrando a las personas con discapacidad.
 

A todos deseo una buena fiesta. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y Adiós!
 

(Traducción del original italiano: )


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Plaza de San Pedro
Domingo, 3 de enero de 2016



Queridos hermanos y hermanas ¡buen domingo!

 
La liturgia de hoy, segundo domingo después de la Navidad, nos presente el Prólogo del Evangelio de San Juan, en el cual viene proclamado que «el Verbo – o sea la Palabra creadora de Dios – se hizo carne y vino a habitar entre nosotros» (Jn 1,14). Esa Palabra, que vive en el cielo, es decir en la dimensión de Dios, ha venido a la tierra para que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con la mano el amor del Padre. El Verbo de Dios es su mismo Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad (cfr Jn 1,14), es el mismo Jesús.

 
El Evangelista no esconde la dramaticidad de la encarnación del Hijo de Dios, subrayando que al don de amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres. La Palabra es la luz, sin embargo los hombres han preferido las tinieblas; la Palabra viene entre los suyos, pero ellos no la han acogido  (cfr vv. 9-10). Han cerrado la puerta en la cara del Hijo de Dios. Es el misterio del mal que acecha también nuestra vida y que por parte nuestra vigilancia y atención para que no prevalezca. El Libro del Génesis dice una bella frase que nos hace comprender esto: dice que el mal está “agazapado frente a nuestra puerta” (cfr 4,7). Au de nosotros si lo dejamos entrar; sería el ahora el que cerraría nuestra puerta a quien quiera. En cambio estamos llamados a abrir de par en par la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para convertirnos así en sus hijos.


En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del Evangelio de Juan; hoy no es propuesto una vez más. Es la invitación de la santa Madre Iglesia a acoger esta  Palabra de salvación, este misterio de luz. Si lo acogemos, si acogemos a Jesús, creceremos en el conocimiento y en el amor del Señor, aprenderemos a ser misericordiosos como Él. Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos que el Evangelio sea siempre más carne en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo, y encarnarlo en a vida cotidiana es el mejor modo para conocer a Jesús y llegarlos a los otros. Esta es la vocación y la alegría de todo bautizado: indicar y donar a los otros a Jesús; pero para hacer esto debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Es Él quien nos defiende del mal, del diablo, que siempre está agazapado frente a nuestra puerta, frente a nuestro corazón, y quiere entrar.

 
Con un renovado impulso de abandono filial, nosotors nos encomendamos una vez más a María: su dulce imagen de madre de Jesús y madre nuestra la contemplamos en estos días en el pesebre.

 
Después del Ángelus

 
Queridos hermanos y hermanas,

 
Dirijo un cordial saludo a ustedes, fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de otros Países. Saludo a las familias, a las asociaciones, a los diversos grupos parroquiales, en particular a aquel de Monzambano, a los confirmados de Bonate Sotto y los jóvenes de Maleo.

 
En este primer domingo del año renuevo a todos los deseos de paz y de bien en el Señor. ¡En los momentos felices y en aquellos tristes, confiemos en Él, que es nuestra misericordia y nuestra esperanza! Recuerdo también el compromiso que hemos asumido el primer día del año, Jornada de la Paz: “Vence la indiferencia y conquista la paz”; con la gracia de Dios, podremos ponerlo en práctica. Y recuerdo también aquel consejo que tantas veces les he dado: todos los días leer un párrafo del Evangelio, un pasaje del Evangelio, para conocer mejor a Jesús, para abrir de par en par nuestro corazón a Jesús, y así podemos hacerlo conocer mejor a los otros. Llevar un pequeño Evangelio en la bolsa, en la cartera: nos hará bien. No se olviden: cada día leamos un pasaje del Evangelio.

 
Les deseo buen domingo y buen almuerzo. Y, por favor, por favor, no se olviden, de rezar por mí. Adiós.

(Traducción del original italiano: )


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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
  XLIX JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ


Plaza de San Pedro
Viernes, 1° de enero de 2016



¡Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!   

Al inicio del año es bello intercambiarse las felicitaciones. Renovamos así, los unos para los otros, el deseo que aquello que nos espera sea un poco mejor. Es, en fondo, un signo de la esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida. Pero sabemos que con el año nuevo no cambiará todo, y que tantos problemas de ayer permanecerán también mañana. Ahora quisiera dirigir un deseo sostenido de una esperanza real, que traigo de la Liturgia de hoy.

Son las palabras con las cuales el Señor mismo pide bendecir su pueblo: «El Señor haga resplandecer para ti su rostro […]. El Señor dirija a ti su rostro» (Nm 6,25-26). También yo les deseo esto: que el Señor ponga su mirada sobre vosotros y que puedan alegrarse, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más brillante que el sol, resplandece sobre vosotros y ¡no se oculta nunca! Descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida. Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar del inicio con nosotros para renovarnos. ¡Porque el Señor tiene una paciencia con nosotros! No se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros caemos. Pero el Señor no promete cambios mágicos, Él no usa la vara mágica. Ama cambiar la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con delicadeza, como la lluvia en la tierra, para llevar fruto. Y siempre nos espera y nos mira con ternura. Cada mañana, al despertar, podemos decir: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”. Bella oración, que es una realidad.

La bendición bíblica continúa así: «[El Señor] te conceda paz» (v. 26). Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz, con el tema: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, debe ser cultivada por nosotros. No sólo, debe ser también “conquistada”. Esto implica una verdadera y propia lucha, un combate espiritual que tiene lugar en nuestro corazón. Porque enemiga de la paz no es sólo la guerra, sino también la indiferencia, que hace pensar sólo a sí mismos y crea barreras, sospechas, miedos y cerrazones. Y estas cosas son enemigas de la paz. Tenemos, gracias a Dios, tantas informaciones; pero a veces estamos tan sumergidos de noticias que nos distraemos de la realidad, del hermano y de la hermana que necesitan de nosotros. Comencemos en este año a abrir el corazón, despertando la atención hacia el prójimo, a quien esté más cercano. Este es el camino para la conquista de la paz.

Nos ayude en esto la reina de la Paz, la Madre de Dios, de quien hoy celebramos la solemnidad. Ella «custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Las esperanzas y las preocupaciones, la gratitud y los problemas: todo aquello que acontecía en la vida se transformaba, en el corazón de María, oración, diálogo con Dios. Y Ella hace así también por nosotros: custodiar las alegrías y desata los nudos de nuestra vida, llevándolos al Señor.

Pidamos a la Madre el año nuevo, para que crezcan la paz y la misericordia.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Deseo agradecer al Presidente de la República Italiana por las felicitaciones que me ha dirigido ayer por la tarde en su Mensaje de fin de año, y que devuelvo de corazón.

Expreso reconocimiento por las múltiples iniciativas de oración y de acción por la paz organizadas en cada parte del mundo en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz de hoy. Pienso, en particular, a la Marcha nacional que se ha llevado ayer por la tarde en Molfetta, promovida por la CEI, Caritas, Pax Christi y Acción Católica; es bello saber que tantas personas, sobre todo jóvenes han elegido este modo para vivir la noche de año nuevo. Saludo con afecto a los participantes en la manifestación “Paz en todas las tierras” promovida en Roma y en muchos Países por la Comunidad de San Egidio. Queridos amigos, les animo a llevar hacia adelante vuestro compromiso a favor de la reconciliación y de la concordia. Y saludo a las familias del Movimiento del Amor Familiar, que han velado esta noche en la Plaza de San Pedro, rezando por la paz y la unidad en las familias del mundo entero. Gracias a todos por estas bellas iniciativas y por vuestra oración.

Dirijo un saludo cordial a todos vosotros, queridos peregrinos aquí presentes. Un pensamiento especial va a los “Cantores de la Estrella” – Sternsinger-, niños y jóvenes que en Alemania y Austria llevan a las casas la bendición de Jesús y recolectan donaciones para sus coetáneos pobres. Saludo a los amigos y a los voluntarios de la Fraterna Domus, el Oratorio de Stezzano y a los fieles de Taranto.

A todos deseo un año de paz en la gracia del Señor, rico de misericordia y con la protección materna de María, la Santa Madre de Dios. Y no se olviden por la mañana, cuando se despierten, recuerden esa parte de la bendición de Dios: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí” Todos: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”, ¡otra vez! “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”.


Buen año, buen almuerzo, y no se olviden de rezar por mí. ¡Adiós!


(Traducción del original italiano: )



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