jueves, 9 de mayo de 2013

FRANCISCO: Regina Coeli (Abril 28, 21, 14, 7 y 1° de 2013)

PAPA FRANCISCO
 
REGINA COELI
 
Plaza de San Pedro V Domingo de Pascua,  
Abril 28 de 2013


Antes de concluir esta celebración, quisiera confiar a la Virgen a los confirmados y a todos vosotros. La Virgen María nos enseña el significado de vivir en el Espíritu Santo y qué significa acoger la novedad de Dios en nuestra vida. Ella concibió a Jesús por obra del Espíritu, y cada cristiano, cada uno de nosotros, está llamado a acoger la Palabra de Dios, a acoger a Jesús dentro de sí y llevarlo luego a todos. María invocó al Espíritu con los Apóstoles en el Cenáculo: también nosotros, cada vez que nos reunimos en oración estamos sostenidos por la presencia espiritual de la Madre de Jesús, para recibir el don del Espíritu y tener la fuerza de testimoniar a Jesús resucitado. Esto lo digo de manera especial a vosotros, que habéis recibido la Confirmación: Que María os ayude a estar atentos a lo que el Señor os pide, y a vivir y caminar siempre según el Espíritu Santo.


Quisiera extender mi saludo afectuoso a todos los peregrinos presentes, venidos de tantos países. Saludo en particular a los muchachos que se preparan para la Confirmación, al numeroso grupo guiado por las Hermanas de la Caridad, a los fieles de algunas parroquias polacas y a los de Bisignano, así como a la Katholische akademische Verbindung Capitolina.


En este momento, un momento especial, deseo elevar una oración por las numerosas víctimas que causó el trágico derrumbe de una fábrica en Bangladesh. Expreso mi solidaridad y profunda cercanía a las familias que lloran a sus seres queridos y dirijo desde lo profundo del corazón un fuerte llamamiento a fin de que se tutele siempre la dignidad y la seguridad del trabajador.


Ahora, en la luz pascual, fruto del Espíritu, nos dirigimos juntos a la Madre del Señor.

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PAPA FRANCISCO

REGINA COELI

Plaza de San Pedro
IV Domingo de Pascua
Abril 21 de 2013


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El cuarto domingo del tiempo de Pascua se caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor, que se lee cada año. El pasaje de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.
Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este entendimiento profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen del pastor con sus ovejas: Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen. Es bellísima esta parábola. El misterio de la voz es sugestivo: pensemos que desde el seno de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de Jesús es única. Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida, un camino que supera también el abismo de la muerte.


Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi Padre, que me las ha dado…» (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza… y Jesús es todo esto en plenitud. Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, especialmente las llamadas a una especial consagración. A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirle, pero tal vez sucede que no nos damos cuenta de que es Él, precisamente como le sucedió al joven Samuel. Hay muchos jóvenes hoy, aquí en la plaza. Sois muchos vosotros, ¿no? Se ve… Eso. Sois muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Quisiera preguntaros: ¿habéis sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de un deseo, una inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No os oigo. Eso... ¿Habéis tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario jugarse la juventud por los grandes ideales. Vosotros, ¿pensáis en esto? ¿Estáis de acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntaselo! Detrás y antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, está siempre la oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una comunidad… He aquí porqué Jesús dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies —es decir, a Dios Padre— para que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38). Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que es la «Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta mañana. E invoquemos la intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que dijeron «sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes esta mañana… Es bonito esto. Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María dijo «sí», toda su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que le llevaba en su seno. Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar por el camino de la vida. Gracias.


Muchas gracias por el saludo, pero saludad también a Jesús. Gritad «Jesús», fuerte… Recemos todos juntos a la Virgen.


Después del Regina Coeli


Sigo con atención los hechos que están sucediendo en Venezuela. Los acompaño con viva preocupación, con intensa oración y con la esperanza de que se busquen y se encuentren caminos justos y pacíficos para superar el momento de grave dificultad que está atravesando el país. Invito al querido pueblo venezolano, de modo particular a los responsables institucionales y políticos, a rechazar con firmeza todo tipo de violencia y a entablar un diálogo basado en la verdad, en el mutuo reconocimiento, en la búsqueda del bien común y en el amor por la nación. Pido a los creyentes que recen y trabajen por la reconciliación y la paz. Unámonos en oración llena de esperanza por Venezuela, poniéndola en manos de Nuestra Señora de Coromoto.

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Un pensamiento se dirige también a cuantos han sido golpeados por el terremoto que ha afectado una zona del suroeste de China continental. Rezamos por las víctimas y por quienes sufren a causa del violento seísmo.


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Hoy por la tarde, en Sondrio, se proclamará beato a don Nicolò Rusca, sacerdote valtellinese que vivió entre los siglos XVI y XVII. Durante mucho tiempo fue párroco ejemplar en Sondrio y le asesinaron en las luchas político-religiosas que atormentaron Europa en aquella época. Alabemos al Señor por su testimonio.
Saludo con afecto a todos los peregrinos, llegados de diversos países: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, los confirmandos, las escuelas. Saludo en particular a los numerosos muchachos de la diócesis de Venecia, acompañados por el patriarca; y recordad vosotros, muchachos y muchachas: la vida es necesario ponerla en juego por los grandes ideales. Saludo a los catequistas de la diócesis de Gubbio encabezados por su obispo; la comunidad del seminario de Lecce con los monaguillos de la diócesis; la representación del Club de Leones de Italia. En esta «Jornada mundial de oración por las vocaciones», que nació hace cincuenta años por una feliz intuición del Papa Pablo VI, invito a todos a una especial oración a fin de que el Señor envíe numerosos obreros a su mies. San Aníbal María Di Francia, apóstol de la oración por las vocaciones, nos recuerda este importante compromiso. A todos deseo un feliz domingo.


¡Feliz domingo y buen almuerzo!

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PAPA FRANCISCO

REGINA COELI

Plaza de San Pedro
III Domingo de Pascua
Abril 14 de 2013


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Quisiera detenerme brevemente en la página de los Hechos de los Apóstoles que se lee en la Liturgia de este tercer Domingo de Pascua. Este texto relata que la primera predicación de los Apóstoles en Jerusalén llenó la ciudad de la noticia de que Jesús había verdaderamente resucitado, según las Escrituras, y era el Mesías anunciado por los Profetas. Los sumos sacerdotes y los jefes de la ciudad intentaron reprimir el nacimiento de la comunidad de los creyentes en Cristo e hicieron encarcelar a los Apóstoles, ordenándoles que no enseñaran más en su nombre. Pero Pedro y los otros Once respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús... lo ha exaltado con su diestra, haciéndole jefe y salvador... 
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo» (Hch 5, 29-32). Entonces hicieron flagelar a los Apóstoles y les ordenaron nuevamente que no hablaran más en el nombre de Jesús. Y ellos se marcharon, así dice la Escritura, «contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de 
Jesús» (v. 41).


Me pregunto: ¿dónde encontraban los primeros discípulos la fuerza para dar este testimonio? No sólo: ¿de dónde les venía la alegría y la valentía del anuncio, a pesar de los obstáculos y las violencias? No olvidemos que los Apóstoles eran personas sencillas, no eran escribas, doctores de la Ley, ni pertenecían a la clase sacerdotal. ¿Cómo pudieron, con sus limitaciones y combatidos por las autoridades, llenar Jerusalén con su enseñanza? (cf.Hch 5, 28). Está claro que sólo pueden explicar este hecho la presencia del Señor Resucitado con ellos y la acción del Espíritu Santo. 


El Señor que estaba con ellos y el Espíritu que les impulsaba a la predicación explica este hecho extraordinario. Su fe se basaba en una experiencia tan fuerte y personal de Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada ni de nadie, e incluso veían las persecuciones como un motivo de honor que les permitía seguir las huellas de Jesús y asemejarse a Él, dando testimonio con la vida.


Esta historia de la primera comunidad cristiana nos dice algo muy importante, válida para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y la fuerza de la verdad.


Rezando juntos el Regina Caeli, pidamos la ayuda de María santísima a fin de que la Iglesia en todo el mundo anuncie con franqueza y valentía la Resurrección del Señor y dé de ella un testimonio válido con gestos de amor fraterno. El amor fraterno es el testimonio más cercano que podemos dar de que Jesús vive entre nosotros, que Jesús ha resucitado. Oremos de modo particular por los cristianos que sufren persecución; en este tiempo son muchos los cristianos que sufren persecución, muchos, muchos, en tantos países: recemos por ellos, con amor, desde nuestro corazón. Que sientan la presencia viva y confortante del Señor Resucitado.



Después del Regina Coeli


Ayer, en Venecia, ha sido proclamado beato don Luca Passi, sacerdote bergamasco del siglo XIX, fundador de la Obra laical Santa Dorotea y del instituto de las Hermanas Maestras de Santa Dorotea. ¡Damos gracias a 
Dios por el testimonio de este beato!.


Hoy en Italia se celebra la Jornada para la Universidad católica del Sacro Cuore, sobre el tema «Las nuevas generaciones más allá de la crisis». Este Ateneo, nacido de la mente y del corazón del padre Agostino Gemelli y con un gran apoyo popular, ha preparado a miles y miles de jóvenes para ser ciudadanos competentes y responsables, constructores del bien común. Invito a sostener siempre este Ateneo, para que siga ofreciendo a las nuevas generaciones una óptima formación, para afrontar los desafíos del tiempo presente.


Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes, provenientes de tantos países. A las familias, los grupos parroquiales, los movimientos, los jóvenes. Saludo en particular a la peregrinación de la diócesis de Siena-Colle Val d’Elsa-Montalcino, con el arzobispo monseñor Buoncristiani. Un pensamiento especial también para los muchachos y las muchachas que se están preparando para la Confirmación.


A todos vosotros, feliz domingo y buen almuerzo.

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PAPA FRANCISCO

REGINA COELI

Plaza de San Pedro
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia
Abril  7de 2013


¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Buenos días!


En este domingo que concluye la Octava de Pascua renuevo a todos la felicitación pascual con las palabras mismas de Jesús Resucitado: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20, 19.21.26). No es un saludo ni una sencilla felicitación: es un don; más aún, el don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y los infiernos. Da la paz, como había prometido: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo» (Jn 14, 27). Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es justamente así: la verdadera paz, la paz profunda, viene de tener experiencia de la misericordia de Dios. Hoy es el domingo de la Divina Misericordia, por voluntad del beato Juan Pablo II, que cerró los ojos a este mundo precisamente en las vísperas de esta celebración.


El Evangelio de Juan nos refiere que Jesús se apareció dos veces a los Apóstoles, encerrados en el Cenáculo: la primera, la tarde misma de la Resurrección, y en aquella ocasión no estaba Tomás, quien dijo: si no veo y no toco, no creo. La segunda vez, ocho días después, estaba también Tomás. Y Jesús se dirigió precisamente a él, le invitó a mirar las heridas, a tocarlas; y Tomás exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). 


Entonces Jesús dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (v. 29). ¿Y quiénes eran los que habían creído sin ver? Otros discípulos, otros hombres y mujeres de Jerusalén que, aún no habiendo encontrado a Jesús Resucitado, creyeron por el testimonio de los Apóstoles y de las mujeres. Esta es una palabra muy importante sobre la fe; podemos llamarla la bienaventuranza de la fe. 


Bienaventurados los que no han visto y han creído: ¡ésta es la bienaventuranza de la fe! En todo tiempo y en todo lugar son bienaventurados aquellos que, a través de la Palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de Dios encarnado, la Misericordia encarnada. ¡Y esto vale para cada uno de nosotros!.


A los Apóstoles Jesús dio, junto a su paz, el Espíritu Santo para que pudieran difundir en el mundo el perdón de los pecados, ese perdón que sólo Dios puede dar y que costó la Sangre del Hijo (cf. Jn 20, 21-23). La Iglesia ha sido enviada por Cristo Resucitado a trasmitir a los hombres la remisión de los pecados, y así hacer crecer el Reino del amor, sembrar la paz en los corazones, a fin de que se afirme también en las relaciones, en las sociedades, en las instituciones. Y el Espíritu de Cristo Resucitado expulsa el temor del corazón de los Apóstoles y les impulsa a salir del Cenáculo para llevar el Evangelio. ¡Tengamos también nosotros más valor para testimoniar la fe en el Cristo Resucitado! ¡No debemos temer ser cristianos y vivir como cristianos! Debemos tener esta valentía de ir y anunciar a Cristo Resucitado, porque Él es nuestra paz, Él ha hecho la paz con su amor, con su perdón, con su sangre, con su misericordia.


Queridos amigos, esta tarde celebraré la Eucaristía en la basílica de San Juan de Letrán, que es la Catedral del Obispo de Roma. Roguemos juntos a la Virgen María para que nos ayude, a obispo y pueblo, a caminar en la fe y en la caridad, confiados siempre en la misericordia del Señor: Él siempre nos espera, nos ama, nos ha perdonado con su sangre y nos perdona cada vez que acudimos a Él a pedir el perdón. ¡Confiemos en su misericordia!.


Después del Regina Coeli


Dirijo un cordial saludo a los peregrinos que han participado en la santa misa presidida por el cardenal vicario de Roma en la iglesia de Santo Spirito in Sassia, centro de devoción a la Divina Misericordia. Queridos hermanos y hermanas, ¡sed mensajeros y testigos de la misericordia de Dios!.


Me alegra también saludar a los numerosos miembros de movimientos y asociaciones presentes en este momento de oración, en particular a las comunidades neocatecumenales de Roma, que inician hoy una misión especial en las plazas de la Ciudad. Invito a todos a llevar la Buena Nueva en todo ambiente de vida, «con dulzura y respeto» (1 P 3, 16). Id a las plazas y anunciad a Jesucristo, Nuestro Salvador.

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PAPA FRANCISCO

REGINA CÆLI

Plaza de San Pedro
Lunes del Ángel 
Abril 1° de 2013


Queridos hermanos y hermanas:


¡Buenos días y feliz Pascua a todos vosotros! Os agradezco por haber venido también hoy tan numerosos, para compartir la alegría de la Pascua, misterio central de nuestra fe. Que la fuerza de la Resurrección de Cristo llegue a cada persona —especialmente a quien sufre— y a todas las situaciones más necesitadas de confianza y de esperanza.
Cristo ha vencido el mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a nosotros, a los hombres de cada época, acoger esta victoria en nuestra vida y en las realidades concretas de la historia y de la sociedad. Por ello me parece importante poner de relieve lo que hoy pedimos a Dios en la liturgia: «Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron» (Oración Colecta del Lunes de la Octava de Pascua).


Es verdad. Sí; el Bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a Cristo, tienen que llegar a ser vida, es decir, traducirse en actitudes, comportamientos, gestos, opciones. La gracia contenida en los Sacramentos pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto pasa a través del corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo se afirme en mi vida, que se ensanche su acción benéfica. ¡Este es el poder de la gracia! Sin la gracia no podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos hacer nada! Y con la gracia del Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la misericordia de Dios, de la bella misericordia de Dios.


Expresar en la vida el sacramento que hemos recibido: he aquí, queridos hermanos y hermanas, nuestro compromiso cotidiano, pero diría también nuestra alegría cotidiana. La alegría de sentirse instrumentos de la gracia de Cristo, como sarmientos de la vid que es Él mismo, animados por la savia de su Espíritu.


Recemos juntos, en el nombre del Señor muerto y resucitado, y por intercesión de María santísima, para que el Misterio pascual actúe profundamente en nosotros y en este tiempo nuestro, para que el odio deje espacio al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría.


Después del Regina Caeli


Saludo con gran afecto a todos vosotros, queridos peregrinos provenientes de los diversos continentes para participar en este encuentro de oración.


A cada uno os deseo que paséis con serenidad este Lunes del Ángel, en el cual resuena con fuerza el anuncio gozoso de la Pascua: ¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua a todos!


¡Feliz Pascua a todos y buen almuerzo!.



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