San Salvador, EL SALVADOR (Agencia Fides, 18/03/2021) - La hermana Ita Ford y la hermana Maura
Clarke, de las dominicas de Maryknoll, la hermana Dorothy Kazel, de las
ursulinas, y la voluntaria laica Jean Donovan son las cuatro misioneras
norteamericanas que fueron asesinadas el 2 de diciembre de 1980 en El
Salvador, en plena guerra civil, en medio del clima de violencia que
tomo como objetivo a la Iglesia y a sus representantes. Unos meses
antes, el 24 de marzo de 1980, el arzobispo de San Salvador, Óscar
Romero, que había llamado a las dos hermanas de Maryknoll a trabajar en
su diócesis, había sido asesinado.
En el 40 aniversario de la muerte de las cuatro misioneras, el Papa
Francisco las recordó con estas palabras: “fueron secuestradas, violadas
y asesinadas por un grupo de paramilitares. Prestaban su servicio a El
Salvador en el contexto de la guerra civil. Con empeño evangélico y
corriendo grandes riesgos llevaban comida y medicinas a los desplazados y
ayudaban a las familias más pobres. Estas mujeres vivieron su fe con
gran generosidad. Son un ejemplo para todos para convertirse en fieles
discípulos misioneros”. (Audiencia general del 2 de diciembre de 2020).
La han. Ita Ford nació en Brooklyn, Nueva York, el 23 de abril de 1940.
Su vida misionera, antes de responder a la invitación de Monseñor Romero
de ir a San Salvador, la había pasado en Chile, donde asistía a los
necesitados obligados a vivir en medio de grandes penurias, privaciones y
persecuciones por el régimen. La Hermana Maura Clarke nació el 13 de
enero de 1931 en Queens, Nueva York. Antes de llegar a El Salvador, pasó
buena parte de su vida misionera en Nicaragua, siempre al lado de los
pobres. Las dos misioneras de Maryknoll, que llegaron a El Salvador con
pocos meses de diferencia, trabajaron siempre codo con codo hasta su
muerte.
La hna. Dorothy Kazel de las ursulinas, nació en Cleveland, Ohio, el 30
de junio de 1939. Después de enseñar durante unos años en Cleveland,
realizó su labor misionera en Arizona. En 1974, tras finalizar sus
estudios, decidió unirse al grupo misionero diocesano que trabajaba en
El Salvador. Allí se dedicó a la formación de catequistas, a los
programas de preparación para los sacramentos y también a la
distribución de alimentos y a la asistencia a las víctimas de la guerra
civil, proporcionándoles alimentos y medicinas.
Jean Donovan, misionera laica de la familia Maryknoll, la más joven de
las cuatro, nació el 10 de abril de 1953 en Westport, Connecticut, y
tras su tiempo de formación, llegó a El Salvador en julio de 1979, en un
momento de gran tensión. Fue nombrada coordinadora de Cáritas diocesana
y trabajó junto a la hermana Dorothy en la distribución de alimentos a
los desplazados y a los pobres, así como en programas de educación
familiar y de asistencia. Todos los domingos asistía a la misa en la
catedral celebrada por Monseñor Romero, por quien sentía una gran
estima.
El relato de su asesinato lo hizo un misionero canadiense, Gregory
Chisholm, que por casualidad se encontraba allí. El 27 de noviembre de
1980, ocho meses después del martirio de Monseñor Romero, cinco altos
dirigentes del Frente Democrático Revolucionario fueron secuestrados y
asesinados en El Salvador. Una delegación de la Iglesia Ecuménica,
compuesta por canadienses y estadounidenses, viajó a El Salvador para
asistir a los funerales. Entre ellos estaba el padre Chisholm, que llegó
en la tarde del 2 de diciembre al aeropuerto de la capital. Allí
conoció a la hermana Dorothy y a Jean, que esperaban el regreso de la
hermana Ita y la hermana Maura de Managua. En el tramo de carretera que
lleva del aeropuerto a la ciudad, el autobús que transportaba a la
delegación ecuménica fue detenido por las fuerzas de seguridad
nacionales. Poco después, en el mismo lugar, las fuerzas de seguridad
también detuvieron el vehículo en el que viajaban los cuatro misioneras,
que fueron golpeadas, violadas y asesinadas. Sus cuerpos fueron
descubiertos más tarde con una bala en la cabeza, enterradas en una
fosa. Unos años más tarde, cuatro antiguos miembros de la Guardia
Nacional fueron condenados por el asesinato, y uno de ellos pidió
perdón.
El Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), Mons.
Miguel Cabrejos Vidarte, Arzobispo de Trujillo, en el 40º aniversario de
su martirio, en un mensaje dirigido a todas las Conferencias
Episcopales de América Latina y el Caribe, escribió: “Queremos unirnos
al pueblo salvadoreño resaltando el relevante servicio que las Hermanas
Misioneras Mártires realizaron a favor de los más pobres, marginados y
vulnerables, con una entrega total y desinteresada en defensa de la vida
de las víctimas del conflicto armado, que tanto sufrimiento causó y que
enlutó a familias enteras de la querida patria de San Arnulfo Romero,
especialmente a los refugiados y desplazados... queremos recordar el
gran legado de ardiente compromiso cristiano que estas misioneras
dejaron, especialmente a las generaciones más jóvenes, ofreciendo sus
vidas”.