Rabat, MARRUECOS (Agencia Fides, 29/03/2019) - La Iglesia que dará la bienvenida al sucesor de Pedro “comparte el rasgo
de su buena espiritualidad con la del buen samaritano, San Francisco de
Asís y Carlos de Foucauld”. Así lo explica el salesiano Cristóbal López
Romero, arzobispo católico de Rabat, destacando las características de
una estructura eclesial “no autorreferencial, una Iglesia que no trabaja
para sí misma, sino al servicio del Reino de Dios”.
Lo primero que el arzobispo Cristóbal sugiere es que se preste atención a
la caridad gratuita y operante: “En las estructuras de salud pública
marroquí hay 27 empleos reservados para las monjas católicas. Una vez un
funcionario me dijo que esta presencia de las hermanas es parte del
patrimonio inmaterial de Marruecos, y no podemos perderla, porque su
contribución da un plus de vocación al trabajo en materia sanitaria.
Utilizó la misma palabra “vocación” para sugerir los efectos de ese
trabajo silencioso que cambia la realidad cotidiana de muchas personas”.
El trabajo de la Iglesia en Marruecos también se expresa en el trabajo
diario de las 15 escuelas católicas, donde 800 profesores musulmanes
contribuyen a la formación de 12.000 estudiantes, todos de familias
musulmanas. “Desafortunadamente nuestras escuelas no tienen subvención
pública, y esto nos hace difícil poder trabajar para estudiantes de las
familias más pobres. El nivel que ofrecemos en nuestras escuelas es
valorado por todos. Y el trabajo conjunto de cristianos y musulmanes en
el campo de la educación, la salud, la promoción social, a favor de la
emancipación de las mujeres y la abolición del trabajo infantil,
representa una forma concreta de realizar un diálogo interreligioso y de
caminar en el tiempo hacia el Reino de Dios que se revela a los
pequeños”, dice el obispo.
“En Marruecos la Iglesia vive un tiempo de paz y opera libremente.
Caritas, en las diócesis de Rabat y Tánger, sostiene el proyecto Kantara
(que significa “Puente”) para migrantes necesitados (enfermos, menores,
personas con problemas de salud mental y mujeres embarazadas). Cada
año, al menos 20.000 migrantes del África subsahariana pasan por Europa y
reciben asistencia de Cáritas Marruecos. Su estancia temporal puede
durar semanas, meses, años, dependiendo del caso. Y también hay alguien
que se instala para siempre en el país que, a priori, consideraban de
tránsito. Cáritas de Rabat tiene casi un centenar de empleados, cuyo
trabajo es muy apreciado por las autoridades, tanto que el gobierno ha
pedido al personal de Caritas que contribuya a la formación de
funcionarios estatales involucrados en el campo de las emergencias
sociales”, explica el obispo salesiano. También a través de Caritas la
Iglesia de Marruecos se viste con las ropas “del buen samaritano, que
cuida al hombre herido sin siquiera saber su nombre, sin preguntarle por
qué está en esa condición”, añade.
La llegada a Marruecos de muchos estudiantes de los países del África
subsahariana ha puesto también a prueba a Iglesia a nivel pastoral. El
curso para prepararse para el bautismo dura tres años, y en el verano
hay campamentos para grupos de 30 a 40 jóvenes que desean profundizar su
pertenencia a la Iglesia también a nivel teológico y litúrgico. “El
trabajo pastoral dirigido a jóvenes de otros países africanos se lleva a
cabo sin problemas. Muchos ya son cristianos, o quieren convertirse. No
hay detrás ningún proselitismo”, destaca el arzobispo Cristóbal López.
Después de la experiencia colonial, incluso los eventos históricos
llevaron a la comunidad católica marroquí a preferir lo que el arzobispo
salesiano define como la “espiritualidad de la encarnación”, siguiendo
el ejemplo de los años vividos por Cristo antes de su vida pública:
“nosotros también vivimos la encarnación como Iglesia entre el pueblo
marroquí. Seguimos los pasos de San Francisco de Asís, quien invitó a
sus seguidores a confesar a Cristo en primer lugar con el testimonio de
la vida, y si es necesario, incluso con palabras. También seguimos la
estela del beato Charles de Foucauld. Pienso en las pequeñas comunidades
de religiosos que viven solos en aldeas y barrios en medio de
musulmanes, sin otros cristianos, y que son apreciados por todos. Esta
es nuestra tradición, que no debemos perder, y que podemos ofrecer como
regalo a la Iglesia universal, también con respecto a las relaciones con
nuestros hermanos musulmanes”. El obispo se expresa así con
la confianza de que con esta discreta presencia la Iglesia se manifiesta
“como una señal, sacramento e instrumento del Reino de Dios. No como
una realidad autorreferencial, sino como un medio” . Lo hace también con
la mirada puesta en la naturaleza íntima del trabajo apostólico que se
abre a la comunión con otros cristianos (como lo atestigua el instituto
de teología ecuménica nacido de la colaboración entre católicos y
evangélicos).