Este es texto de la Homilía del Santo Padre:
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Lunes, 31 de diciembre de 2018
Lunes, 31 de diciembre de 2018
La primera expresión que nos relata es «plenitud del tiempo». Esa asume una resonancia particular en estas horas finales de un año solar, en el cual ahora sentimos más la necesidad de algo que llene de significado el paso del tiempo. Cualquier cosa o, mejor, alguien. Y este “alguien” ha venido, Dios lo ha mandado: es «su Hijo», Jesús. Hemos celebrado hace poco su nacimiento: nació de una mujer, la Virgen María; y nació bajo la Ley, un niño judío, sujeto a la Ley del Señor. ¿Pero como es posible? ¿Como puede ser esto el signo de la «plenitud del tiempo»? Cierto, por el momento es casi invisible e insignificante, pero dentro de poco más de trenta años, aquel Jesús desarará una fuerza inaudita, que perdura y perdurará para toda la hisstoria: la fuerza del Amor Es el amor que da plenitud a todo, incluso al tiempo; y Jesús es el “concentrado” de todo el amor de Dios en un ser humano.
San Pablo dice claramente por qué el Hijo de Dios nació en el tiempo, cual es la misión que el Padre le encomendó para cumplir: ha nacido «para redimir». Esta es la segunda palabra: redimir, es decir salir de una dondición de esclavitud y restituir la libertar, a la dignidad y a la libertad propia de hijos. La esclavitud que el apóstol tiene en mente es aquella de la «Ley», entendida como conjunto de preceptos a observar, una Ley que por cierto educa al hombre, es pedagógica, pero no lo libera de su condición de pecador, por así decir lo “clava” a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertà del hijo.
Dios ha mandado al mundo a su Hijo Unigénito para erradicar del corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y así restituirle su dignidad. Del corazón humano de heco – como enseña Jesús en el Evangelio (cfr Mc 7,21-23) – surgen todas las intenciones malvadas, las iniquidades que corrompen la vida y las relaciones.
Y aquí debemos detenernos, detenernos a refleccionar con dolor y arrepentimiento porque, incluso durante este año que acerca al fin, muchos hombres y mujeres han vivido en condiciones de esclavitud, indignos de las personas humanas.
También en nuestra ciudad de Roma hay hermanos y hermanas que, por diversos motivos, se encuenran en este estado. Pienso, en particular, en cuantos viven sin hogar. Son más de diez mil. En invierno su situación es particularmente dura. Son todos hijos e hijas de Dios, pero diferentes formas de esclavitud, a veces muy completas, los han llevado a vivir al límite de la dignidad humana. También Jesús nació en una condición similar, pero no por casualidad, o por un incidente: quisó nacer así, para manifestar el amor de Dios por los pequeños y los pobres, y así arrojar en el mundo la semilla del Reino de Dios, Reino de justicia, de amor y de paz, donde nadie es esclavo, sino todos son hermanos, hijos del único Padre.
La Iglesia que está en Roma no quiere ser indiferente a la esclavitud de nuestro tiempo, o simplemente observarlos y asistirlos, sino que quiere estar dentro de esta realidad, cercana a estas personas y a estas situaciones. Cercanía, materna.
Esta forma de la maternidad de la Iglesia me gusta animarla mientras celebramos la divina maternidad de la Virgene María. Contemplando est misterio, nosotros reconocemos que Dios ha «nacido de mujer» para que podamos recibir la plenitud de nuestra humanidad, «la adopción de hijos». Desde su descenso hemos dido aliviados. Desiamo stati risollevati. De su pequeñez ha venido nuestra grandeza. De su fragilidad, nuestra fuerza. De que se hizo siervo, nuestra libertad.
¿Que nombre dar a todo esto, si no Amore? Amor del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo, a quien esta noche la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y de agradecmiento.
(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx)
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