MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA JORNADA
«AGUA, AGRICULTURA Y ALIMENTACIÓN: CONSTRUYAMOS EL MAÑANA»
A LOS PARTICIPANTES EN LA JORNADA
«AGUA, AGRICULTURA Y ALIMENTACIÓN: CONSTRUYAMOS EL MAÑANA»
[Universidad Politécnica de Madrid, 13 de diciembre de 2018]
Agradezco que me hayan invitado a dirigirles unas palabras al inicio de la Jornada «Agua, agricultura y alimentación. Construyamos el mañana», organizada por diversas instituciones académicas, sociales y eclesiales, con la participación de los Organismos de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura con sede en Roma.
La temática que les ha congregado me ha hecho recordar al salmista, que reconoce, agradecido, que «el Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su cosecha» (Sal 85,13). En otro momento, el profeta Isaías compara la palabra de Dios con el agua de lluvia que empapa la tierra, haciéndola germinar «para que dé semilla al que siembra y pan al que come» (55,10). La lluvia, la cosecha, el alimento. La sabiduría bíblica veía un estrecho vínculo entre estos elementos y los interpretaba desde la óptica del agradecimiento, nunca desde la voracidad o la explotación. La fe y la experiencia de las personas creyentes les lleva a este reconocimiento, que se transforma para nosotros en una acuciante llamada a la responsabilidad, a no quedar atrapados en cálculos mezquinos que impidan ayudar a los menos favorecidos, a quienes se ven privados de lo más básico. A este respecto, el subtítulo que han querido dar a sus reflexiones es inspirador, ya que en el vocablo “construir” se encierra un sentido de positividad, la aportación de un beneficio, la apertura al otro, la reciprocidad y la colaboración. Estas claves no han de olvidarse, pues el mañana que todos queremos únicamente podrá ser el resultado de una cooperación leal, solidaria y generosa.
En efecto, los retos de la humanidad en la hora presente revisten tal complejidad que exigen la suma de ideas, la unidad de esfuerzos, la complementariedad de perspectivas, a la vez que la renuncia al egoísmo excluyente y al protagonismo pernicioso. De esta manera se tomarán decisiones acertadas y se pondrán unas bases sólidas para edificar una sociedad justa e inclusiva, donde nadie quede atrás. Una sociedad que sitúe a la persona humana y sus derechos fundamentales en el centro, sin dejarse arrastrar por intereses cuestionables que solo enriquecen a unos pocos, lamentablemente siempre a los mismos. Será esta también la vía para procurar que las generaciones venideras encuentren un mundo armónico y sin rencillas, con los recursos necesarios para disfrutar de una vida digna y en plenitud.
Aunque la tierra tiene recursos para todos, tanto en cantidad como en calidad, una multitud ingente de personas padece hambre y es cruelmente fustigada por la pobreza. Para erradicar estas lacras, bastaría eliminar injusticias e inequidades y poner en su lugar políticas previsoras y de largo alcance, medidas eficaces y coordinadas, de modo que a nadie falte el pan cotidiano ni carezca de aquellos medios que son precisos para existir. Entre ellos, el agua es primordial y, sin embargo, por desgracia, no todos tienen acceso a ella, por lo que es perentorio que se distribuya mejor y se gestione de forma sostenible y racional. Como también es ineludible el cuidado y protección del medio ambiente, custodiando su belleza, preservando la copiosa variedad de los ecosistemas, cultivando los campos con esmero, sin avidez, sin ocasionarles daños irreversibles.
A la tierra hay que tratarla con ternura, para no causarle heridas, para no arruinar la obra que salió de las manos del Creador. Cuando esto no se lleva a cabo, la tierra deja de ser fuente de vida para la familia humana. Y esto es lo que ocurre en no pocas regiones de nuestro planeta, donde el agua está contaminada, se acumulan las basuras, la deforestación avanza, el aire está viciado y el suelo acidificado. Todo ello genera un cúmulo nocivo de males y miserias, que también encontramos cuando los alimentos se desperdician y no se comparten; por eso es imprescindible educar a los niños y a los jóvenes a nutrirse sanamente, no simplemente a comer. El nutrirse correctamente comporta conocer el valor de los alimentos, desengancharse del consumismo frenético y compulsivo y hacer de la mesa un lugar de encuentro y fraternidad, y no solo el espacio para la ostentación, el despilfarro o las veleidades.
Pido a Dios Padre que todos los que participan en esa importante Jornada salgan de ella con una renovada voluntad de hacer de la tierra la casa común que a todos nos acoge, un hogar de puertas abiertas, un ámbito de comunión y beneficiosa convivencia. De esta forma, el porvenir estará colmado de luz y podrá ser encarado por todos con confianza e ilusión, como fruto granado de un presente sereno y rico en semillas de virtud y esperanza.
Les deseo todo lo mejor para sus trabajos, les imparto complacido la bendición apostólica y les pido, por favor, que recen por mí.
Vaticano, 13 de diciembre de 2018.
FRANCISCO
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