Bangui, REPÚBLICA CENTROAFRICANA (Agencia Fides, 18/12/2018) - “República Centroafricana parece parece
envuelta en una red de interferencias extranjeras, promesas incumplidas
de la comunidad internacional e incapacidad del gobierno nacional”,
escribe Fides el padre Federico Trinchero, un misionero carmelita que
trabaja en el Carmelo de Bangui. “El elemento confesional solo hace que
el cóctel sea aún más mortal”, subraya el misionero al recordar la
masacre el 15 de noviembre en Alindao, en un campamento de desplazados
cerca de la catedral.
“La masacre ocurrió frente a la indiferencia del contingente de la ONU
que tiene el mandato de proteger a los civiles”, denuncia el padre
Federico. “Entre las víctimas, -además de mujeres, niños y ancianos-,
también hay dos sacerdotes: el padre Célestin y el padre Blaise. El
valor del joven obispo de Alindao, monseñor Cyr-Nestor Yapaupa, ha
impedido que el balance sea aún mayor. En lugar de acoger a quienes
querían refugiarse dentro de la catedral, les pidió que huyeran a la
sabana. Si los cristianos no le hubieran obedecido, el número de muertos
habría sido aún mayor. El obispo y algunos sacerdotes han decidido
quedarse”, subraya el padre Federico.
“Unos días después de los hechos, participamos en una reunión de
sacerdotes en Bangui. El padre Donald estaba presente, recién llegado de
Alindao. Nacido en Bangui y sacerdote desde hace poco más de un mes,
había pasado unos días de preparación para su ordenación en el Carmelo,
escuchando atentamente varias conferencias”, escribe el misionero.
“Donald fue enviado por un tiempo para ayudar en la diócesis de Alindao.
No ha tenido tiempo de aprender a ser sacerdote pero ya ha visto a dos
de ellos morir ante sus ojos”.
“Los estudiantes no son solo estudiantes para mí. Son los futuros
sacerdotes de República Centroafricana”, insiste el padre Federico. “Han
sido testigos de la guerra y ahora están en el Seminario de Bangui
porque quieren hacer lo mismo que Célestin y Blaise. Ya como sacerdotes
volverán a las diócesis de donde vinieron. Les suelo preguntar si
todavía quieren continuar el viaje emprendido y si son conscientes de la
misión de alto riesgo que les espera. Odilon, a sus veinte años,
responde por todos: “Tengo miedo, mon père. Mucho miedo pero no cambio
de opinión. Todavía quiero ser sacerdote. Me gustaría decirle a Donald
que yo también tengo miedo pero que, al mismo tiempo, quiero seguir
haciendo lo que hago”.
“En este 2018 en el que cinco sacerdotes y docenas de cristianos han
sido asesinados durante las celebraciones o cerca de sus parroquias,
vemos a una Iglesia que aún es joven y frágil, pero que no huye del
enemigo y cuyos pastores tampoco lo hacen porque no son mercenarios”,
concluye el padre Federico.