CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 25 de junio de 2021).- El Papa FRANCISCO ha recibido esta mañana en Audiencia a los Representantes de la Federación Luterana Mundial.
Texto del discurso que el Santo Padre dirigió a los presentes durante el encuentro:
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS REPRESENTANTES DE LA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL
Viernes, 25 de junio de 2021
Queridos hermanos y hermanas:
«Gracia y paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Rm 1,7). Con estas palabras que el apóstol Pablo dirigió a los cristianos que se encontraban en Roma, deseo daros la bienvenida y saludaros, representantes de la Federación Luterana Mundial; en particular al presidente, el arzobispo Musa, a quien agradezco sus palabras, y al secretario general, el Rvdo. Martin Junge. Recuerdo con mucho agrado mi visita a Lund —¿se acuerda?—, la ciudad donde se fundó vuestra Federación. En esa inolvidable etapa ecuménica experimentamos la fuerza evangélica de la reconciliación, atestiguando que «a través del diálogo y el testimonio compartido ya no somos extraños» (Declaración conjunta, 31 de octubre de 2016). Ya no somos extraños, sino hermanos.
Queridos hermanos y hermanas, en el camino del conflicto a la comunión, en el día de la conmemoración de la Confessio Augustana habéis venido a Roma para que crezca la unidad entre nosotros. Os doy las gracias por ello y expreso mi esperanza de que una reflexión común sobre la Confessio Augustana, en vista del 500 aniversario de su lectura el 25 de junio de 2030, beneficie nuestro camino ecuménico. He dicho “en camino del conflicto a la comunión” y este camino se recorre solamente en crisis: la crisis nos ayuda a madurar lo que buscamos. Del conflicto que hemos vivido durante siglos y siglos, a la comunión que queremos, y para hacerlo entramos en crisis. Una crisis que es una bendición del Señor. En su momento, la Confessio Augustana representó un intento de evitar la amenaza de una ruptura en la cristiandad occidental; pensada originalmente como un documento de reconciliación intracatólica, adquirió solo más tarde el carácter de un texto confesional luterano. Ya en 1980, con motivo de su 450 aniversario, luteranos y católicos afirmaron: «Lo que hemos reconocido en la Confessio Augustana como una fe común puede ayudarnos a confesar esta fe juntos de una manera nueva también en nuestro tiempo» (Declaración conjunta "Todos bajo un mismo Cristo", nº 27). Confesar juntos lo que nos une en la fe. Me vienen a la mente las palabras del apóstol Pablo cuando escribió: «Un solo cuerpo... un solo bautismo. Un solo Dios» (Ef 4, 4.5-6).
Un solo Dios. En el primer artículo, la Confessio Augustana profesa la fe en el Dios uno y trino, refiriéndose específicamente al Concilio de Nicea. El credo de Nicea es una expresión de fe vinculante no sólo para los católicos y los luteranos, sino también para nuestros hermanos ortodoxos y para muchas otras comunidades cristianas. Es un tesoro común: esforcémonos para que el 1700 aniversario de ese gran Concilio, que se cumplirá en 2025, dé un nuevo impulso al camino ecuménico, que es un don de Dios y para nosotros un camino irreversible.
Un solo bautismo. Queridos hermanos y hermanas, todo lo que la gracia de Dios nos da la alegría de experimentar y compartir —la creciente superación de las divisiones, la progresiva curación de la memoria, la colaboración reconciliada y fraterna entre nosotros— encuentra su fundamento precisamente en el «único bautismo para la remisión de los pecados» (Credo niceno-constantinopolitano). El santo bautismo es el don divino original, que está en la base de todos nuestros esfuerzos religiosos y de todo compromiso para lograr la plena unidad. Sí, porque el ecumenismo no es un ejercicio de diplomacia eclesial, sino un camino de gracia. No se apoya en mediaciones y acuerdos humanos, sino en la gracia de Dios, que purifica la memoria y el corazón, supera las rigideces y orienta hacia una comunión renovada: no hacia acuerdos a la baja o sincretismos conciliadores, sino hacia una unidad reconciliada en sus diferencias. A la luz de esto, quisiera animar a todos los que están comprometidos en el diálogo católico-luterano a proseguir con confianza en la oración incesante, en el ejercicio de la caridad compartida y en la pasión por la búsqueda de una mayor unidad entre los diversos miembros del Cuerpo de Cristo.
Un solo cuerpo. A este respecto, la Regla de Taizé contiene una hermosa exhortación: «Tened pasión por la unidad del Cuerpo de Cristo». La pasión por la unidad madura a través del sufrimiento que sentimos ante las heridas que hemos infligido al Cuerpo de Cristo. Cuando sentimos dolor por la división de los cristianos, nos acercamos a lo que experimentó Jesús, que seguía viendo a sus discípulos desunidos, sus vestiduras rasgadas (cf. Jn 19,23). Hoy me habéis regalado una patena y un cáliz que vienen, precisamente, de los talleres de Taizé. Os agradezco estos regalos, que evocan nuestra participación en la Pasión del Señor. De hecho, también nosotros vivimos una suerte de pasión, en su doble significado: por un lado, el sufrimiento, porque todavía no es posible reunirse en torno a un mismo altar, a un mismo cáliz; por otro, el ardor en el servicio a la causa de la unidad, por la que el Señor oró y ofreció su vida.
Prosigamos, pues, con pasión nuestro camino del conflicto a la comunión por el camino de la crisis. La próxima etapa consistirá en comprender los estrechos vínculos entre la Iglesia, el ministerio y la Eucaristía. Será importante mirar con humildad espiritual y teológica las circunstancias que condujeron a las divisiones, confiando en que si bien es imposible deshacer los tristes acontecimientos del pasado, es posible releerlos dentro de una historia reconciliada. Vuestra Asamblea General de 2023 podría ser un paso importante para purificar la memoria y potenciar los numerosos tesoros espirituales que el Señor ha puesto a disposición de todos a lo largo de los siglos.
Queridos hermanos y hermanas, el camino que va del conflicto a la comunión por el camino de la crisis no es fácil, pero no estamos solos: Cristo nos acompaña. Que el Señor crucificado y resucitado nos bendiga a todos, y en particular a usted, querido Reverendo Junge, querido amigo Martin que el 31 de octubre terminará su servicio como Secretario General. Os agradezco de todo corazón una vez más vuestra visita y os invito a rezar juntos, cada uno en su propia lengua, el Padre Nuestro por el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos. Y la forma de hacerla, se la dejamos al Espíritu Santo que es creativo, muy creativo y también es poeta.
Recemos el Padre Nuestro. “Padre Nuestro…”.
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