Daejeon, COREA DEL SUR (Agencia Fides, 23/06/2021) - Lazzaro You Heung-sik, de 69 años, ha sido
nombrado por el Papa Francisco Prefecto de la Congregación para el
Clero. Es el primer obispo coreano presente en la Curia Romana. Tras
ser ordenado sacerdote de la diócesis de Daejeon se convirtió en
coadjutor de la misma diócesis en 2003 y dos años después asumió la
responsabilidad plena. El nuevo prefecto ha sido jefe del Comité de Paz
de la Conferencia Episcopal de Corea y ha visitado Corea del Norte en
cuatro ocasiones. Teniendo siempre en su corazón bien presente una
oración y la esperanza de paz y reconciliación en la península coreana,
Lazzaro You Heung-sik ha concedido la siguiente entrevista a la Agencia
Fides.
Excelencia, ¿cómo ha recibido el nombramiento como Prefecto de la Congregación para el Clero?
Mi nombramiento ha sido algo realmente inesperado. Cuando el Papa me
comunicó su voluntad, estando en oración y reflexión, humanamente sentí
cierta incapacidad para asumir una tarea tan importante. Sin embargo,
mientras continuaba absorto en la oración, percibí que poco a poco en mi
corazón crecía la voz de que el amor y la misericordia de Dios son
ciertamente mayores que mi imperfección. Me acordé sobre todo de San
Andrés Kim Taegon y de tantos otros mártires coreanos, que dijeron
siempre “sí” a la voluntad de Dios y de la Iglesia sin dudarlo, amando a
Dios y al prójimo hasta el final. Por eso, pidiendo su intercesión, he
dicho con alegría mi “sí” a Dios a través del Santo Padre. Desde ese
momento, hasta la publicación, he entregado, confiando en el infinito
amor del Señor, todo lo que he logrado como sacerdote y obispo a la
misericordia de Dios; agradeciendo al Señor “todo lo sucedido en la
relación entre Él y yo”.
También el tiempo de los ejercicios espirituales centrados en “saber
dejarse llevar”, me ayudó a darme cuenta, a la luz de la fe, de cuanto
me estaba pidiendo el Señor, y creo que ese abandono a la voluntad de
Dios y seguirle allá donde nos llame, es el modus vivendi imprescindible
para los discípulos de Cristo. Durante esos ejercicios experimenté en
la gracia de Dios que su misericordia es mucho más grande que mi
debilidad. Ahora estoy tratando de grabar en mi corazón las palabras de
Cristo: “Nadie que haya puesto la mano en el arado y luego se vuelva
atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9,62), con el fin de prepararme
para la nueva misión a la que la Iglesia me ha llamado.
La Iglesia universal necesita sacerdotes y “sacerdotes santos”: ¿cuáles
serán los criterios con los que desarrollará su labor en la Santa Sede?
Estudié en Roma y conozco la situación de los sacerdotes en Corea y
también en Asia en general. Pero para conocer mejor la situación de los
sacerdotes que prestan su servicio en el mundo, intentaré, de manera
especial, hacer todo lo posible para escuchar con paciencia y respeto
sus voces, acogiendo sus angustias y deseos. Estoy de acuerdo con el
pensamiento de muchos fieles que dicen: “Sin la renovación de los
sacerdotes, no puede haber renovación de la Iglesia”. Los sacerdotes
santos renuevan la Iglesia y muestran su rostro más bello. Como todos
sabemos bien, es muy importante formar sacerdotes que sepan inclinarse
ante el sufrimiento humano de tantos hermanos, que estén dispuestos a
lavarse los pies unos a otros y que vivan el amor fraterno como el del
Buen Samaritano, tal y como subrayó el Santo Padre en su maravillosa
Carta Encíclica “Hermanos Todos”. Estos buenos sacerdotes no surgen de
la nada: de ahí la necesidad de seguir un camino serio de formación
permanente, que les ayude a vivir con serenidad su ministerio pastoral, a
afrontar con valentía los retos del mundo y, sobre todo, a redescubrir
el precioso valor del amor fraterno que pueden experimentar con sus
hermanos. Para mí también es una vocación vivir el amor fraterno entre
los sacerdotes, formando con ellos una familia sacerdotal. El celibato
sacerdotal, que todos hemos aceptado como un don del Padre, no nos
obliga a vivir nuestro ministerio como huérfanos, sino que nos sabemos
felizmente incluidos en una gran familia, la familia sacerdotal, donde
podemos experimentar la amistad y la comunión. Las palabras que el Papa
Francisco dirige a menudo a los sacerdotes y seminaristas, que escucho
con mucho gusto, me han renovado y edificado siempre, recordándome que
mi principal tarea para ser un “buen Pastor” es hacer todo lo posible
para esforzarme en vivir mi ministerio santamente, en comunión con todos
los demás. De hecho, creo que es un aspecto importante poder dar a los
futuros sacerdotes la posibilidad de vivir una experiencia formativa
junto a los religiosos y religiosas y también con los fieles laicos. La
Iglesia es una familia, por lo tanto, en nuestro camino hacia una
perspectiva sinodal, tal posibilidad garantizará ciertamente futuros
sacerdotes maduros y, por qué no, también santos.
¿Qué significa ser el primer obispo coreano al frente de un Dicasterio
de la Curia Romana? ¿Qué contribución concreta podrá aportar?
Creo que es la llamada de todos los obispos, sucesores de los Apóstoles,
a asumir la responsabilidad directa de la Diócesis, por un lado, y de
la Iglesia Universal, por otro. El Santo Padre, reconociendo que los
santos mártires coreanos vivieron una vida coherente con su fe, es
decir, evangelizaron viviendo el amor fraterno, de manera concreta y
ejemplar, como hijo de esta tierra bendita, fecundada por su sangre, me
ha llamado a colaborar estrechamente, para difundir su testimonio de fe
heroica en el mundo de hoy.
Soy consciente de que es una tarea ardua y una gran responsabilidad
asistir al Santo Padre en este Dicasterio especial, que desea ofrecer
atención y cuidados especiales a los sacerdotes, diáconos y seminaristas
del mundo. Confiando en la ayuda del Espíritu Santo y en profunda
comunión con el Papa Francisco, siento un profundo deseo de amarlos,
servirlos y animarlos; por ello, haré todo lo posible por vivir como un
discípulo del Señor, iluminado sobre todo por la lógica del Evangelio,
que me impulsa a ser hermano y amigo de los sacerdotes. Me ha animado
mucho el mensaje de buenos deseos que me ha enviado estos días un amigo
obispo: “Lázaro, felicidades por tu nombramiento como Prefecto de la
Congregación para el Clero. Sólo quiero recordarte que si habrá un
sacerdote triste, tú serás responsable”. Mi esperanza es que todos los
sacerdotes vivan con alegría, sirviendo con celo al Pueblo de Dios,
especialmente a los marginados y a los pobres.
¿Cree y espera que sea posible una visita del Papa a Corea del Norte? ¿Cree que puede aportar su contribución en ese sentido?
En el mes de octubre de 2018, cuando el presidente de la República de
Corea, Moon Jae-in, fue recibido en audiencia por el Papa Francisco, le
transmitió una invitación de Kim Jong-un, líder de la República Popular
Democrática de Corea, para un posible viaje apostólico a esa nación. El
Papa respondió entonces que estaba dispuesto a visitar Corea del Norte,
en el momento en que recibiera una invitación formal de las autoridades
de Pyongyang. En aquellos días participaba en el Sínodo de los Obispos
sobre el tema de los jóvenes y, cuando conocí la noticia de la
disposición del Santo Padre, me sentí verdaderamente conmovido. Desde
entonces rezo constantemente para que la visita del Papa a Corea del
Norte tenga lugar. Casi diez millones de coreanos viven en una
separación forzosa a causa de la división entre el Sur y el Norte.
El enfrentamiento que existe en la península de Corea es uno de los mayores sufrimientos de la humanidad en la actualidad. Cabe destacar que la llamada “Zona Desmilitarizada” (DMZ) entre el Sur y el Norte es irónicamente la zona más militarizada del mundo. Estoy convencido de que una eventual visita a Pyongyang podría ser un punto de giro, que nos permitiría a los coreanos dialogar y entendernos mejor, empezando por las cosas pequeñas y terminando por las grandes, y quizás llegar a la reunificación del Sur y el Norte. En concreto, la mediación del Santo Padre podría ser una ocasión propicia para poner fin al conflicto, fruto de la desconfianza mutua entre las dos partes de la Península que dura ya demasiadas décadas.
Por mi parte, rezo e intento hacer lo que puedo, con la esperanza de que
se abra al menos un pequeño rayo de esperanza para el entendimiento
mutuo, superando la actual situación de tensión y oposición. Humanamente
parece haber pocas esperanzas, pero como Dios es todopoderoso, rezando,
trato de acoger todo lo que pueda ser útil para promover la paz. Al
asumir mi nueva misión en la Iglesia, si puedo dar mi apoyo al
restablecimiento de la paz en la Península de Corea, lo haré con gusto.