CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 28 de febrero de 2019).- Discurso que S.E. Mons. Paul Richard Gallagher, Secretario para las
Relaciones con los Estados, ha pronunciado esta tarde en la Pontificia
Universidad Lateranense, con motivo de la apertura del Seminario de
estudios titulado "Formar a los trabajadores de la paz", organizado por
la Pontificia Universidad Lateranense y la Cátedra Gaudium et Spes del Pontificio Instituto Teológico "Juan Pablo II" para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia:
Discurso de S.E. Mons. Paul Richard Gallagher
Agradezco la invitación que se me ha dirigido y me complace
especialmente poder compartir este momento de la vida académica que
atañe a la Universidad de Letrán con su nuevo curso de Ciencias de la
Paz y al Instituto Teológico Juan Pablo II para la Ciencias del
Matrimonio y de la Familia con su Cátedra Gaudium et Spes. No es
una combinación casual: la paz se construye desde abajo, a través de
procesos educativos y de formación que comienzan dentro de ese núcleo
básico de la sociedad que es la familia.
Formar a los operadores de paz es sin duda un gran desafío,
especialmente en un ambiente universitario como este, que favoreciendo
la formación básica y la especialización científica, debe inspirar su
acción en la doctrina de la Iglesia y el Magisterio. Una tarea que no es
fácil, pero es importante sobre todo porque la Universidad sigue siendo
“lugar simbólico de ese humanismo integral que continuamente necesita
ser renovado y enriquecido, para que pueda producir una renovación
cultural valiente como exige el momento presente”, como indicaba el Papa
Francisco al instituir el ciclo de estudios en Ciencias de la Paz (Carta al Gran Canciller de la Universidad Pontificia Lateranense, 12 de noviembre de 2018, 2).
Y he aquí la idea de la Universidad como lugar que, en la promoción del
saber y en la autonomía y coherencia propias de las diferentes
disciplinas, siempre tiene en cuenta las expectativas y esperanzas de la
vida de las personas y de los pueblos, así como de los creyentes y del
pueblo de Dios. Y he aquí la paz, vista no solo como la aspiración de
cada persona y como bien supremo en la visión de la fe, sino también
como disciplina de estudio y cultura, capaz de tomar de las diversas
ciencias y conocimientos la savia necesaria con la cual deben
alimentarse los operadores de paz.
El que os habla se confronta todos los días con contextos en los que el
término paz es recurrente; de hecho, es el punto principal en la agenda
de las relaciones internacionales. Pero a menudo debemos constatar que
la paz se limita a garantizar un alto el fuego precario o a
proteger a la población civil, -y este ya es un gran resultado-,
olvidando que "para hacer la paz" se necesita una contribución compleja y
dinámica. Una auténtica cultura de paz no puede limitarse solamente a
los problemas relacionados con el uso de la fuerza o a las obligaciones
impuestas a los Estados en materia de desarme o lucha contra el
terrorismo, sino que exige el esfuerzo para prevenir las causas que
pueden desencadenar divisiones, conflictos y guerras. He aquí la
necesidad de tener operadores de paz, -ya sean estadistas,
diplomáticos, funcionarios internacionales, soldados, sacerdotes y
ministros de culto, hombres y mujeres de buena voluntad-, capaces de
acudir no solo a la dimensión de la política o a la actividad
diplomática sino también a esa dimensión de la ética, a la conciencia
moral, a la experiencia religiosa, dando ideas, significados y, sobre
todo, testimonios que son muy necesarios en las relaciones
internacionales. La búsqueda de la paz requiere volver a las bases
fundamentales de las relaciones humanas y, por lo tanto, recuperar los
fundamentos tanto del orden interno de las naciones como del
internacional, como lo indica repetidamente el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes.
2. Esto significa que una paz verdadera se construye mediante
decisiones fundadas en principios éticos, conductas morales coherentes y
actitudes capaces de reconocer al hombre como el origen y el fin de
cada acción.
Desafortunadamente, conseguimos manifestar estos
comportamientos solo después de conflictos dolorosos, contraposiciones
sangrientas, divisiones fratricidas dentro de la misma nación. En
cambio, deberían ser fundamentos firmes y estructurados de la vida de
los pueblos y entre los Estados, una parte esencial de las opciones y de
los instrumentos políticos, legales e institucionales, que tenemos a
nuestra disposición pero que no utilizamos de acuerdo con la lógica de
la paz. Un ejemplo concreto nos lo da la evolución del derecho
internacional registrada en la actividad de larga data de la
Organización de las Naciones Unidas y el complejo sistema de
instituciones con ella vinculadas. La vigencia del modelo ONU ha
producido mucho en términos de regulación, aplicación e
institucionalización de la prohibición de usar la fuerza para resolver
cualquier conflicto entre estados o para crear situaciones de hecho[1],
pero al mismo tiempo es testigo de continuas violaciones de la paz.
Probablemente porque a la legislación existente, aunque deseada y
aceptada por los gobiernos, no ha seguido su compartición coherente
por parte de los pueblos, los grupos y las personas.
El Magisterio del Papa Francisco nos ha acostumbrado a la convicción de que la cultura de paz
es ante todo la antítesis del recurso a la guerra, entendida en sus
modalidades más amplias y variadas en relación con el uso de la fuerza y
de los posibles escenarios que se derivan del uso de armas. Una
indicación que no solo es profética, dado que en el contexto
internacional, el recurso a las armas sigue siendo, desafortunadamente,
un hecho concreto en la convivencia mundial. Y he aquí, que reglamentar
el uso de la fuerza se convierte en otra contribución que puede expresar
una cultura de paz, quizás influyendo en la acción de las
instituciones de la comunidad internacional que, aun habiendo sido
construidas con ese objetivo, no consiguen grabarlo en la conducta de
los Estados. Estos últimos, de hecho, al recurrir a la guerra, muestran
la falta de voluntad de aceptar los principios de la convivencia
internacional, así como de dialogar y respetar las normas vigentes.
Pero, ¿cómo puede una cultura de paz contribuir a revertir esta orientación?
Una cultura de paz puede favorecer, pues, que las partes de un
conflicto se comporten de acuerdo con las normas de derecho
internacional vigente al igual que lo hagan dentro de un país las
fuerzas que se contrastan en los llamados conflictos internos,
absteniéndose de cometer crímenes o actos que tienen como objetivo la
población civil o los heridos y prisioneros de guerra. Una indicación
que puede convertirse en un llamamiento a 70 años de los Convenios de
Ginebra sobre el derecho internacional humanitario que en los últimos
tiempos adolecen de desuso o de abierta violación. Hay muchos que
identifican en una debilidad de estos instrumentos el hecho de que las
guerras son cada vez más sangrientas y sin ninguna referencia al
espíritu que representan los Convenios de 1949: inter arma caritas.
Pero junto a las violaciones cada vez más masivas de las disposiciones
de las convenciones, especialmente las que sustraen a la población
civil indefensa y desorientada de los horrores de la lucha, también
existe la actitud de muchos países que rechazan totalmente las mismas
convenciones en nombre de una libertad de elección a pesar de tener la
responsabilidad de los territorios y de las poblaciones que allí
residen. Una tendencia, -esta última-, que llega incluso a no respetar
el principio fundamental de buena fe, una circunstancia con grandes
efectos negativos tanto en los conflictos en curso como en la llamada
"política de paz". De hecho, parece que ha reemplazado los compromisos y
obligaciones previstos para la solución pacífica de conflictos con
simples exhortaciones o directivas expresadas en las sedes
multilaterales.
3. Hoy, la amenaza a la paz está representada no solo por los
conflictos bélicos tradicionales, tanto nacionales como internacionales,
sino también por otras situaciones. En efecto, disminuye la voluntad de
los Estados de otorgar una capacidad concreta de respuesta a las
instituciones multilaterales, cuyas decisiones siguen siendo solo las
pautas a las cuales no siguen acciones concretas. Esta es una manera de
hacer que crezca un clima de desconfianza y de contraposición en la vida
internacional, mientras que se necesitaría un impulso renovado de la
acción común, que es la única manera de enfrentar las graves amenazas
contra la paz. Pienso, por citar algunas, en la actividad terrorista,
las crisis económicas y los peligros relacionados con la falta de
respeto por la casa común y de la Creación, que ya se han convertido en
elementos de desestabilización de la vida nacional e internacional,
dejando un largo rastro de miedo, de desconfianza y de falta de respeto
mutuo entre los países.
Retorna, creo, la necesidad de una visión justa y factible de la paz,
interpretada en el contexto global de nuestro mundo y en la realidad
multicultural de nuestras sociedades, superando esa visión de paz
expresada por la ausencia de guerra y de acciones militares para obtener
y mantener con tantas dificultades el silencio de las armas. Solo una cultura de paz
puede garantizar a cada persona " el derecho a disfrutar de la paz de
tal manera que se promuevan y protejan todos los derechos humanos y se
alcance plenamente el desarrollo.", como afirma el art. 1 de la Declaración sobre el derecho de los pueblos a la paz
adoptada por las Naciones Unidas en 2016, confiando su aplicación a las
"instituciones internacionales y nacionales de educación para la paz".
Esto significa invertir en los procesos educativos, favoreciendo una
idea de interconexión de los diferentes ámbitos del saber y las
conexiones con todas las libertades que son propias del espíritu humano,
incluida la libertad de religión en sus diversas articulaciones. En las
experiencias de las negociaciones, de hecho, es interesante observar lo
numerosas que son las perspectivas que se confrontan, pero a menudo
las diversas pretensiones carecen de un fundamento antropológico, ético y
cultural. Así, se hace realidad el riesgo de estructurar los procesos
de paz en torno a la contingencia del momento y tal vez a la fuerza de
los vencedores, haciéndonos olvidar que es necesario promover las
legítimas aspiraciones de los pueblos, la protección de los derechos
humanos, el respeto por los resultados electorales, las formas de
justicia transicional y una solidaridad renovada que sostenga formas de
cooperación concreta para el desarrollo.
Por eso, ya no se puede aplazar la tarea de formar a los operadores de
paz si se deben garantizar las condiciones necesarias de estabilidad,
colaboración y cohesión social para la convivencia interna e
internacional, superando el conflicto abierto entre los intereses de los
individuos y el interés general. Y esto para permitir el reconocimiento
de la condición de cada persona en su país y de cada pueblo en la
comunidad de naciones. Solo de esta manera será posible tener en cuenta
tanto los derechos legítimos de cada Estado como las aspiraciones de
cada persona, pueblo y comunidad.
Estas breves reflexiones que quería compartir con vosotros nos
muestran cuánto sea necesario involucrar a todos en las situaciones y
cuestiones que afectan o interesan la vida de nuestros Estados, como la
de la comunidad internacional y, no en último lugar la de la Iglesia
que actúa, como indica el Papa. Francisco, también " través de la acción
que la Santa Sede lleva a cabo en la comunidad internacional y en sus
instituciones actuando con los instrumentos de la diplomacia para
superar los conflictos con medios pacíficos y la mediación, la promoción
y el respeto de los derechos humanos fundamentales, el desarrollo
integral de pueblos y países. "(Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad Lateranense,
cit., 1). Para esta acción, hay que resaltar la importancia cada vez
más grande de la formación, no solo por el aumento o el cambio de las
cuestiones que se deben enfrentar, de las posiciones expresadas y de
las acciones consecuentes que emprender, sino también para dar las
respuestas esperadas, y a menudo reclamadas por las partes en
conflicto.
Formación, este es el camino concreto, pero no exento de dificultades, para construir una cultura de paz
sabiendo que su construcción debe llevarse a cabo en contextos
complejos y altamente dinámicos en los que el ansia de la justicia a
menudo se ve limitada por intereses particulares o momentáneos.
Exactamente lo contrario de lo que el Papa Francisco indicaba en su
encuentro con el Cuerpo Diplomático en la Santa Sede el 7 de enero: "
fortalecer los lazos de amistad que nos unen y trabajar por la
construcción de la paz a la que aspira el mundo. ".[2]
Estoy agradecido por la atención que me habéis prestado.
[1]
La referencia es en particular al principio contenido en el art. 2.3,
de la Carta de las Naciones Unidas como obligación general: “Los
Miembros de la Organización arreglarán sus controversias internacionales
por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la
paz y la seguridad internacionales ni la justicia”.
[2] Ibid 91