Innovador brillante y creativo en la visión de la escuela, en la concepción del maestro y en los métodos de enseñanza, estaba persuadido de que la educación es un derecho de todos, incluidos los pobres. Así, para dedicarse a la educación de la clase social más baja dio vida a una comunidad de laicos para llevar a cabo su ideal, “convencido –subrayó el Santo Padre- de que la Iglesia no puede permanecer ajena a las contradicciones sociales de los tiempos con los que está llamada a confrontarse” . Y esta convicción le llevó a establecer una experiencia original de vida consagrada a través de la presencia de educadores religiosos que, sin ser sacerdotes, interpretasen de una manera nueva el papel de “monjes laicos”, sumergiéndose totalmente en la realidad de su tiempo y contribuyendo así al progreso de la sociedad civil.
Con su nueva concepción de la figura del maestro, nacida de la intuición de que la enseñanza no puede ser solo un trabajo, sino una misión, San Juan Bautista de La Salle “se rodeó de personas adecuadas para una escuela popular, inspiradas por el cristianismo y dedicó toda su energía a la formación de aquellos que tenían que ejercer un servicio al mismo tiempo eclesial y social” defendiendo siempre la “dignidad del maestro”.
Emprendió también reformas audaces en la enseñanza para responder a las necesidades de su época. Reemplazó el latín, lengua habitual de la enseñanza, con el francés, creó grupos homogéneos de aprendizaje, fundó las escuelas dominicales para adultos, y pensionados para la enseñanza a los jóvenes delincuentes y a los reclusos. “Soñaba – dijo el Pontífice - con una escuela abierta a todos, por lo que no dudó en enfrentar las necesidades educativas extremas, introduciendo un método de rehabilitación a través de la escuela y el trabajo”.
El Papa instó a los herederos de la misión de San Juan Bautista de La Salle a “profundizar e imitar su pasión por los últimos y los rechazados” y a ser "los protagonistas de una “cultura de la resurrección” exhortándoles a salir en búsqueda de aquellos que se encuentran en los modernos sepulcros del desamparo, de la degradación, del malestar y de la pobreza para ofrecerles una nueva esperanza de vida”.
“Las formas del anuncio del Evangelio –concluyó FRANCISCO- deben adaptarse a las situaciones concretas de los diferentes contextos, pero esto también implica un esfuerzo de fidelidad a los orígenes, para que el estilo apostólico propio de vuestra familia religiosa pueda seguir respondiendo a las expectativas de las personas. Sé que este es el compromiso que os impulsa y os exhorto a caminar con valor en esta dirección”.