CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 27 de abril de 2019).- Homilía pronunciada hoy por S.E. el Cardenal Giovanni Angelo Becciu,
Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, durante la Santa Misa de beatificación, de los "Mártires de la Rioja", el Obispo
Enrique Angelelli, los Sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville y
el laico Wenceslao Pedernera
Homilía de S.E. el cardenal Giovanni Angelo Becciu
"Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos”.
Queridos hermanos y hermanas,
La invitación que la Liturgia nos renueva constantemente en este
tiempo de Pascua, encuentra hoy en nosotros, reunidos en el solemne rito
de la beatificación de cuatro mártires, una respuesta particularmente
pronta y alegre. Nos alegramos y nos regocijamos en el Señor por el don
de los nuevos Beatos. Son hombres que han dado valientemente su
testimonio de Cristo, mereciendo ser propuestos por la Iglesia a la
admiración e imitación de todos los fieles. Cada uno de ellos puede
repetir las palabras del libro de la Apocalipsis, proclamadas en la
primera lectura: “Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro
Dios y la soberanía de su Mesías” (Ap 12,10): el poder de Cristo
resucitado, que, a lo largo de los siglos, por medio de su Espíritu,
continúa viviendo y actuando en los creyentes, para impulsarlos hacia la
plena realización del mensaje evangélico.
Conscientes de esto, los nuevos Beatos siempre contaron con la ayuda
de Dios, incluso cuando tuvieron que “sufrir por la justicia” (1Pe
3,14), de modo que siempre estaban dispuestos a defenderse delante de
cualquiera que les pidiese razón de la esperanza que ellos tenían (cfr 1Pe
3,15). Se ofrecieron a Dios y al prójimo en un heroico testimonio
cristiano, que tuvo su culmen en el martirio. Hoy a la Iglesia se
complace en reconocer que Enrique Ángel Angelelli, Obispo de La Rioja,
Carlos de Dios Murias, franciscano conventual, Gabriel Longueville,
sacerdote misionero fidei donum, y el catequista Wenceslao
Pedernera, padre de familia, fueron insultados y perseguidos a causa de
Jesús y de la justicia evangélica (cfr Mt 5, 10-11), y han alcanzado una
“gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).
“¡Felices ustedes!” (Mt 5,11; 1Pe 3,13). ¿Cómo
podríamos no escuchar dirigida a nuestros cuatro Beatos esta sugestiva
manifestación de alabanza? Ellos fueron testigos fieles del Evangelio y
se mantuvieron firmes en su amor a Cristo y a su Iglesia a costa de
sufrimientos y del sacrificio extremo de la vida. Fueron asesinados en
1976 [mil novecientos setenta y seis], durante el período de la
dictadura militar, marcado por un clima político y social incandescente,
que también tenía claros rasgos de persecución religiosa. El régimen
dictatorial, vigente desde hacía pocos meses en Argentina, consideraba
sospechosa cualquier forma de defensa de la justicia social. Los cuatro
Beatos desarrollaban una acción pastoral abierta a los nuevos desafíos
pastorales; atenta a la promoción de los estratos más débiles, a la
defensa de su dignidad y a la formación de las conciencias, en el marco
de la Doctrina Social de la Iglesia. Todo esto, para intentar ofrecer
soluciones a los múltiples problemas sociales.
Se trataba de una obra de formación en la fe, de un fuerte compromiso
religioso y social, anclado en el Evangelio, en favor de los más pobres
y explotados, y realizado a la luz de la novedad del Concilio Ecuménico
Vaticano II, en el fuerte deseo de implementar las enseñanzas
conciliares. Podríamos definirlos, en cierto sentido, como “mártires de
los decretos conciliares”.
Fueron asesinados debido a su diligente actividad de promoción de la
justicia cristiana. De hecho, en aquella época, el compromiso en favor
de una justicia social y de la promoción de la dignidad de la persona
humana se vio obstaculizado con todas las fuerzas de las autoridades
civiles. Oficialmente, el poder político se profesaba respetuoso,
incluso defensor, de la religión cristiana, e intentaba
instrumentalizarla, pretendiendo una actitud servil por parte del clero y
pasiva por parte de los fieles, invitados por la fuerza a externalizar
su fe solo en manifestaciones litúrgicas y de culto. Pero los nuevos
Beatos se esforzaron por trabajar en favor de una fe que también
incidiese en la vida; de modo que el Evangelio se convirtiese en
fermento en la sociedad de una nueva humanidad fundada en la justicia,
la solidaridad y la igualdad.
El Beato Enrique Ángel Angelelli fue un pastor valiente y celoso que,
nada más llegar a La Rioja, empezó a trabajar con gran celo para
socorrer a una población muy pobre y víctima de injusticias. La clave de
su servicio episcopal reside en la acción social en favor de los más
necesitados y explotados, así como en valorar la piedad popular como un
antídoto contra la opresión. Icono del buen pastor, fue un enamorado de
Cristo y del prójimo, dispuesto a dar su vida por los hermanos. Los
sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville fueron capaces de
individuar y responder a los desafíos concretos de la evangelización
siendo cercanos a las franjas más desfavorecidas de la población. El
primero, religioso franciscano, se distinguió por su espíritu de oración
y un auténtico desapego de los bienes materiales; el segundo, por ser
hombre de la Eucaristía. Wenceslao Pedernera, catequista y miembro
activo del movimiento católico rural, se dedicó apasionadamente a una
generosa actividad social alimentada por la fe. Humilde y caritativo con
todos.
Estos cuatro Beatos son modelos de vida cristiana. El ejemplo del
Obispo enseña a los pastores de hoy a ejercer el ministerio con ardiente
caridad, siendo fuertes en la fe ante las dificultades. Los dos
sacerdotes exhortan a los presbíteros de hoy a ser asiduos en la oración
y a hallar, en el encuentro con Jesús y en el amor por Él, la fuerza
para no escatimar nunca en el ministerio sacerdotal: no entrar en
componendas con la fe, permanecer fieles a toda costa a la misión,
dispuestos a abrazar la cruz. El padre de familia enseña a los laicos a
distinguirse por la transparencia de la fe, dejándose guiar por ella en
las decisiones más importantes de la vida.
Vivieron y murieron por amor. El significado de los Mártires hoy
reside en el hecho de que su testimonio anula la pretensión de vivir de
forma egoísta o de construir un modelo de sociedad cerrada y sin
referencia a los valores morales y espirituales. Los Mártires nos
exhortan, tanto a nosotros como a las generaciones futuras, a abrir el
corazón a Dios y a los hermanos, a ser heraldos de paz, a trabajar por
la justicia, a ser testigos de solidaridad, a pesar de las
incomprensiones, las pruebas y los cansancios. Los cuatro Mártires de
esta diócesis, a quienes hoy contemplamos en su beatitud, nos recuerdan
que “es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de
Dios, que haciendo el mal” (1 Pe 3,17), como nos ha recordado el apóstol Pedro en la segunda lectura.
Los admiramos por su valentía. Les agradecemos su fidelidad en
circunstancias difíciles, una fidelidad que es más que un ejemplo: es un
legado para esta diócesis y para todo el pueblo argentino y una
responsabilidad que debe vivirse en todas las épocas. El ejemplo y la
oración de estos cuatro Beatos nos ayuden a ser cada vez más hombres de
fe, testigos del Evangelio, constructores de comunidad, promotores de
una Iglesia comprometida en testimoniar el Evangelio en todos los
ámbitos de la sociedad, levantando puentes y derribando los muros de la
indiferencia. Confiamos a su intercesión esta ciudad y toda la nación:
sus esperanzas y sus alegrías, sus necesidades y dificultades. Que todos
puedan alegrarse del honor ofrecido a estos testigos de la fe. Dios los
sostuvo en los sufrimientos, les ofreció el consuelo y la corona de la
victoria. Que el Señor sostenga, con la fuerza del Espíritu Santo, a
quienes hoy trabajan en favor del auténtico progreso y de la
construcción de la civilización del amor.
Beato Enrique Ángel Angelelli y tres compañeros mártires, ¡rogad por nosotros!.