Irondale, ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA (Agencia Fides, 30/04/2019) – “La gente no necesita religiosos que sean
como uno de ellos, al igual que los niños no necesitan padres que sean
sus amigos o compañeros. Necesitan religiosos que los guíen hasta el
cielo”. Así lo sostiene la hermana Miriam del Cordero de Dios, fundadora
de las Hijas de María, Madre de la Esperanza de Israel, explicando la
importancia que las comunidades consagradas en América otorgan a su
hábito para ofrecer testimonio cristiano de misión y evangelización.
En declaraciones a la Agencia Fides, la hermana Miriam comenta que
quería reanudar el uso del hábito hasta los pies algo que le llamó la
atención cuando era una joven judía que no conocía la fe católica. “La
gente se acerca a menudo preguntándome: ¿eres monja? ¡Pensé que ya no
había! Y me piden oraciones. El hábito trae esperanza a la sociedad y al
mundo”, concluye. Sor Marie Andre, abadesa del monasterio de Nuestra
Señora de la Soledad en Tonopah (Arizona), -según explica a la revista
estadounidense “National Catholic Register”- explica que “amamos
nuestros hábitos. Aunque no lo parezca son prácticos para nuestra vida
contemplativa, incluso en el desierto. Estamos cubiertas de pies a
cabeza como la mayoría de las personas que viven en tierras áridas y muy
calurosas”.
Según el hermano Glenn Sudano, sacerdote y cofundador de los frailes
franciscanos de la Renovación, la prenda recuerda la identidad de un
fraile capuchino y los votos de pobreza, castidad y obediencia,
representados por los tres nudos del cinturón que une su túnica gris.
“Nos vestimos así todos los días”, explica. “Si me encontraras en el
metro, en un avión o en casa, siempre me verías así”. "La reacción al
hábito es positiva aunque algunos jóvenes no saben quiénes somos.
Viajamos a menudo, y la gente nos respeta. Llevamos nuestro hábito con
una sonrisa”, concluye.
La hermana Clare Matthias, superiora general de las Hermanas
Franciscanas de la Renovación, también destaca que la forma típica de
vestir a las religiosas las hace fácilmente identificables y, por lo
tanto, “dice a las personas que estamos aquí para ayudarlas”. “No puedo
caminar por la calle sin que alguien me detenga porque quiere hablar
conmigo”, señala. “La gente habla con nosotros inmediatamente y
comparten sus vidas y nos piden oraciones”. “En Nueva York ahora somos
parte del panorama social pero cuando salimos de la ciudad, la gente se
sorprende al vernos con el hábito. Una sorpresa que a menudo se
convierte en curiosidad y, por lo tanto, una razón para dar testimonio
de la propia fe”.