Una vez en Blaj fue recibido por Su Beatitud el Cardenal Lucian Mureşan, Arzobispo Mayor de Făgăras şi Alba Iulia, por el Alcalde, el Presidente de la Región y el Prefecto. Luego, el Santo Padre se trasladó en papamóvil al Campo de la Libertad para la Liturgia Divina con la beatificación de siete Obispos greco-católicos mártires: S.E. Mons. Iuliu Hossu, S.E. Mons. Vasile Aftenie, S.E. Mons. Ioan Bălan, S.E. Mons. Valeriu Traian Frenţiu, S.E. Mons. Ioan Suciu, S.E. Mons. Tit Liviu Chinezu y S.E. Mons. Alexandru Rusu.
A las 11.10, hora local (10.10 hora de Roma), el Papa presidió la Divina Liturgia en presencia de unos 60,000 fieles y peregrinos. Otras 20,000 personas siguieron la celebración eucarística a través de pantallas gigantes instaladas en varias plazas de Blaj. Entre las autoridades estaban presentes el Presidente de Rumania, Sr. Klaus Werner Iohannis, la Primera Ministra, Sra. Viorica Dăncilă, algunos Miembros del gobierno rumano y el Alcalde de la ciudad.
Después de la oración de bendición y consagración del icono de los nuevos beatos, Su Beatitud el Cardenal Lucian Mureşan, dirigió unas palabras de agradecimiento al Santo Padre.
Durante la celebración eucarística, después de la proclamación del Evangelio, el Papa pronunció homilía. Antes del rezo del Regina Coeli, Su Beatitud el Cardenal Lucian Mureşan, en nombre de la Iglesia greco-católica rumana, ofreció como regalo al Papa una urna de plata con algunas reliquias de los nuevos beatos y su icono.
Antes de la bendición final, el Santo Padre dirigió el rezo del Regina Coeli.
Al final de la Divina Liturgia, el Papa FRANCISCO se trasladó en automóvil al Palacio de la Curia en Blaj, donde almorzó con el séquito Papal.
Texto del Papa durante la celebración y sus palabras antes de la oración mariana:
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A RUMANÍA
(31 DE MAYO - 2 DE JUNIO DE 2019)
A RUMANÍA
(31 DE MAYO - 2 DE JUNIO DE 2019)
DIVINA LITURGIA CON BEATIFICACIÓN DE LOS SIETE OBISPOS GRECO-CATÓLICOS MÁRTIRES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Campo de la Libertad, Blaj
Domingo, 2 de junio de 2019
Domingo, 2 de junio de 2019
«Maestro ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» (Jn
9,2). Esta pregunta de los discípulos a Jesús desencadena una serie de
movimientos y acciones que acompañará todo el relato evangélico
desvelando y dejando en evidencia lo que realmente enceguece el corazón
humano.
Jesús, al igual que sus discípulos, ve al ciego de nacimiento, es
capaz de reconocerlo y ponerlo al centro. Después de aclarar que su
ceguera no era fruto del pecado mezcla el polvo de la tierra con su
saliva y lo pone en sus ojos; luego le ordena lavarse en la piscina de
Siloé. Cuando se lavó, el ciego recobró la vista. Es interesante notar
cómo el milagro se narra en apenas dos versículos, en los demás se pone
la atención no en el ciego recuperado, sino en las discusiones que
desencadena. Parece que su vida y especialmente su curación se vuelve
banal, anecdótica o elemento de discusión, así como de irritación y
enojo. El ciego sanado es interrogado en un primer momento por la
multitud estupefacta, después por los fariseos; y estos interrogan
también a sus padres. Ponen en duda la identidad del hombre sanado;
posteriormente niegan la acción de Dios, poniendo como excusa que Dios
no actúa en sábado; llegan incluso a dudar que aquel hombre naciera
ciego.
Toda la escena y las discusiones revelan lo difícil que resulta
comprender las acciones y prioridades de Jesús, capaz de poner en el
centro a aquel que estaba en la periferia, especialmente cuando se
piensa que el primado lo tiene “el sábado” y no el amor del Padre que
busca que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4); el ciego
tenía que convivir no sólo con su ceguera sino también con la de
aquellos que lo rodeaban. Así son las resistencias y hostilidades que
surgen en el corazón humano cuando, al centro, en vez de encontrar
personas se ponen intereses particulares, rótulos, teorías,
abstracciones e ideologías, que lo único que logran es enceguecer todo a
su paso. En cambio, la lógica del Señor es diferente, lejos de
esconderse en la inacción o la abstracción ideológica, busca a la
persona con su rostro, con sus heridas e historia. Va a su encuentro y
no se deja embaucar por discursos incapaces de priorizar y poner en el
centro lo realmente importante.
Estas tierras conocen bien el sufrimiento de la gente cuando el peso
de la ideología o de un régimen es más fuerte que la vida y se antepone
como norma a la misma vida y a la fe de las personas; cuando la
capacidad de decisión, la libertad y el espacio para la creatividad se
ve reducido y hasta cancelado (cf. Carta enc. Laudato si’,
108). Hermanos y hermanas, vosotros habéis sufrido los discursos y
acciones basados en el desprestigio que llevan hasta la expulsión y
aniquilación de quien no puede defenderse y hacen callar las voces
disonantes. Pensamos de manera particular en los siete obispos
greco-católicos que he tenido la alegría de proclamar beatos. Ante la
feroz opresión del régimen, ellos manifestaron una fe y un amor ejemplar
hacia su pueblo. Con gran valentía y fortaleza interior, aceptaron ser
sometidos a un encarcelamiento severo y a todo tipo de ultrajes, con tal
de no negar su pertenencia a su amada Iglesia. Estos pastores, mártires
de la fe, han recuperado y dejado al pueblo rumano una preciosa
herencia que podemos resumir en dos palabras: libertad y misericordia.
Pensando en la libertad, no puedo dejar de observar que estamos
celebrando la Divina Liturgia en el “Campo de la Libertad”. Este lugar
significativo evoca la unidad de vuestro Pueblo que se ha realizado en
la diversidad de las expresiones religiosas. Esto constituye un
patrimonio espiritual que enriquece y caracteriza la cultura y la
identidad nacional rumana. Los nuevos beatos sufrieron y dieron su vida,
oponiéndose a un sistema ideológico que rechazaba la libertad y
coartaba los derechos fundamentales de la persona humana. En aquel
periodo triste, la vida de la comunidad católica fue sometida a una dura
prueba por un régimen dictatorial y ateo: todos los obispos y muchos
fieles de la Iglesia Greco-Católica y de la Iglesia Católica de rito
latino fueron perseguidos y encarcelados.
El otro aspecto de la herencia espiritual de los nuevos beatos es la misericordia.
Ellos compaginaban la tenacidad de profesar la fidelidad a Cristo con
una disposición al martirio sin palabras de odio hacia los que los
perseguían, ante los que demostraron una profunda mansedumbre. Es
elocuente lo que el Obispo Iuliu Hossu declaró durante la prisión: «Dios
nos ha enviado a estas tinieblas del sufrimiento para dar el perdón y
rezar por la conversión de todos». Estas palabras son el símbolo y la
síntesis de la actitud con la que estos beatos en el periodo de la
prueba sostuvieron a su pueblo en la confesión continua de la fe sin
fisuras ni represalias. Esta actitud de misericordia hacia los
torturadores es un mensaje profético, porque se presenta hoy como una
invitación a todos para superar el rencor con la caridad y el perdón,
viviendo la fe cristiana con coherencia y valentía.
Queridos hermanos y hermanas: También hoy reaparecen nuevas
ideologías que, de forma sutil, buscan imponerse y desarraigar a
nuestros pueblos de sus más ricas tradiciones culturales y religiosas.
Colonizaciones ideológicas que desprestigian el valor de la persona, de
la vida, del matrimonio y la familia (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia,
40) y dañan con propuestas alienantes, tan ateas como en el pasado,
especialmente a nuestros jóvenes y niños dejándolos desprovistos de
raíces desde donde crecer (cf. Exhort. ap. Christus vivit,
78); y entonces todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios
intereses inmediatos empujando a las personas a aprovecharse de otras y a
tratarlas como meros objetos (cf. Exhort. ap. Laudato si’,
123-124). Son voces que, sembrando miedo y división, buscan cancelar y
sepultar el más rico de los legados que estas tierras vieron nacer.
Pienso, en esta herencia, por ejemplo al Edicto de Torda en 1568 que
sancionaba todo tipo de radicalismo y promovía por primera vez en Europa
un acta de tolerancia religiosa.
Deseo animaros a llevar la luz del Evangelio a nuestros
contemporáneos y a seguir luchando, como estos beatos, contra estas
nuevas ideologías que surgen. Ahora nos toca a nosotros, como les ha
tocado a ellos luchar en aquellos tiempos. Que seáis testigos de libertad y de misericordia,
haciendo prevalecer la fraternidad y el diálogo ante las divisiones,
incrementando la fraternidad de la sangre, que encuentra su origen en el
periodo de sufrimiento en el que los cristianos, dispersos a lo largo
de la historia, se han sentido cercanos y solidarios. Queridos hermanos y
hermanas, que os acompañen en vuestro camino la materna protección de
la Virgen María, Santa Madre de Dios, y la intercesión de los nuevos
beatos.














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