CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 29 de julio de 2021).- En otras noticias sobre el X Encuentro Mundial de las Familias que se llevará a cabo en Roma del 22 al 26 de Junio de 2022:
La imagen símbolo del evento creada por el Padre Rupnik
El Padre Marko Ivan Rupnik – artista, teólogo y director del Centro Aletti – pintó la imagen oficial del X Encuentro Mundial de las Familias, que tendrá su celebración central en Roma del 22 al 26 de junio de 2022.
El cuadro, en el que predominan los colores cálidos, tiene un formato
de 80cmx80cm y fue realizado con pinturas vinílicas sobre tiza
aplicadas sobre madera. El título de la obra es: “Este es un gran
misterio”.
El fondo de la imagen es el episodio de las bodas de Caná de Galilea.
A la izquierda, los esposos aparecen cubiertos por un velo. El
sirviente que sirve el vino tiene el rostro con los rasgos de San Pablo,
según la antigua iconografía cristiana. Es él quien descorre el velo
con su mano y, refiriéndose al matrimonio, exclama: “¡Este es un gran
misterio; y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia!” (Ef 5,32).
La imagen revela así, cómo el amor sacramental entre el hombre y la
mujer es un reflejo del amor indisoluble y la unidad entre Cristo y la
Iglesia: Jesús derrama su sangre por ella. «En Caná», explica el Padre
Rupnik, «en la transformación del agua en vino se abren los horizontes
del sacramento, es decir, del paso del vino a la sangre de Cristo».
«Pablo está derramando, de hecho, la misma sangre que la Esposa recoge
en el cáliz».
«Espero», subraya el Padre Rupnik, «que a través de esta pequeña
imagen podamos entender que, para nosotros, los cristianos, la familia
es la expresión del Sacramento» del matrimonio y «esto cambia totalmente
su significado, porque un sacramento siempre implica transformación».
En el matrimonio cristiano, en efecto, el amor de los esposos se
transforma, porque se hace partícipe del amor que Cristo tiene por la
Iglesia. En este sentido, el matrimonio tiene una dimensión eclesial y
es inseparable de la Iglesia.
Los vídeos con las catequesis y las explicaciones del autor
(subtituladas en 5 idiomas) están publicados en la página de YouTube de
la diócesis de Roma. Pulse aquí para ver el vídeo con la catequesis
completa del padre Rupnik: https://www.youtube.com/watch?v=vT-nJBcvKU ; pulse aquí para ver la versión corta: https://www.youtube.com/watch?v=plT31q1JhSg
La imagen del Padre Rupnik (adjunta aquí y disponible en www.diocesidiroma.it)
es el tercer símbolo que se publica, después de la oración y el
logotipo, como herramienta pastoral para la preparación y el camino de
las familias hacia el Encuentro Mundial de 2022.
28 de julio de 2021
Pamela Fabiano, Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida
+393394034163
p.fabiano@laityfamilylife.va
Giulia Rocchi, Oficina de prensa del Vicariato de Roma
+393393749085
stampa@diocesidiroma.it
giulia.rocchi@diocesidiroma.it
"Este es un gran misterio" por el Padre Marko Ivan Rupnik
Colores de vinilo sobre yeso aplicado a la madera
Para el fondo de la imagen se eligió el episodio de las bodas de Caná de Galilea.
La interpretación que se desprende de la imagen se basa en el gran
padre de la Iglesia Jacobo de Sarug. Cuando el Génesis nos dice: “Por
eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y
los dos serán una sola carne” (Gén 2,24), es una imagen velada.
Habla de la unidad en el amor del hombre y la mujer, pero en realidad
Moisés vio a Cristo el Hijo de Dios y la Iglesia, la unidad del Hijo de
Dios y la humanidad en el amor absoluto del Padre y el Hijo. Pero,
explica Jacobo, creyendo que el pueblo aún no era capaz de ver, Dios
veló este misterio con la imagen del hombre y la mujer. Pero, cuando se
consumaron las bodas del Hijo en su Pascua, viene Pablo y descorre el
velo y habla del matrimonio, exclamando: “¡Este es un gran misterio; y
yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia!” (Ef 5,32). De
hecho, en la pintura, el criado que sirve el vino a los novios tiene el
rostro con los rasgos de San Pablo según la antigua iconografía
cristiana. Así se puede contemplar la unidad indisoluble de Cristo y la
Iglesia como fundamento del matrimonio. El sacramento del amor entre el
hombre y la mujer fundamenta a los esposos en el amor entre Cristo y la
Iglesia, y a su vez el matrimonio como sacramento es la expresión de
este amor realizado en la unidad de Cristo y la humanidad. Como todo
sacramento, también el matrimonio produce una transformación.
Incluso la familia, que en sí misma forma parte de una existencia
según la naturaleza como característica de los seres vivos, de los
pájaros, de los peces, de los animales..., en Cristo se transfigura
porque a través del Espíritu Santo se nos da una participación en el
amor de Cristo por su Iglesia. En Caná, en la transformación del agua en
vino, se abren los horizontes del sacramento, es decir, el paso del
vino a la sangre de Cristo. Es la Eucaristía, el sacramento que nos
realiza y manifiesta como Cuerpo de Cristo, partícipes de su misma vida.
En efecto, Pablo está derramando la misma sangre que la esposa recoge
en el cáliz: es su bebida de vida según el amor, es decir, la comunión
de las Personas divinas. Pablo derrama esta sangre para nosotros. De
este modo se pone de manifiesto que la familia se libera de la sangre
como mero hecho natural para transfigurarse según la unión en la sangre
de Cristo, a través del sacramento del Matrimonio, que manifiesta el
núcleo constitutivo de la misma Iglesia, como ya señaló san Juan
Crisóstomo.
La familia es una realidad eclesial en la medida en que es una
participación en la vida de Cristo, de quien, como diría Nicolás
Cabasilas, somos verdaderos consanguíneos.
Explicación de la imagen pintada por el Padre Marko Ivan Rupnik
para el X Encuentro Mundial de las Familias
La familia en sí misma pertenece a la existencia según la naturaleza.
Sabemos que también en el mundo animal hay familias. Incluso los
pájaros y los peces tienen familia.
Así que la familia expresa la forma de existir de los seres vivos, es algo que pertenece a la naturaleza de la creación.
Pero, según nuestra fe, según nuestra tradición cristiana, no es así,
porque por el Bautismo los cristianos recibimos una vida nueva, una
vida no según la existencia de la naturaleza, sino según una vida que
pertenece a Dios. Dios nos da en participación su forma de ser.
Para nosotros, los cristianos, la familia es la expresión de un
sacramento, que es el Matrimonio. Y esto cambia totalmente su
significado, porque un sacramento siempre implica transformación. Es
dentro de la vida natural donde el Espíritu Santo realiza la
transformación del modo de existencia. Y lo hace transfigurando la vida
natural, no negándola, sino asumiéndola y transformándola, porque la
primacía ya no es de la naturaleza, sino de la relación.
Así que, para configurar esta imagen, con motivo de este gran encuentro de familias, he pensado de qué partir.
Lo que me parecía importante era mostrar la novedad de la familia
según la Iglesia, según el Bautismo, según la vida en Cristo, según el
hombre nuevo.
Por eso me acordé del gran padre de la Iglesia siríaca, san Jacobo de Sarug, que habla del “velo de Moisés”.
San Jacobo hace una hermosa homilía en verso sobre el pasaje del
libro del Génesis cuando se dice que “Dios creó al hombre y a la mujer” y
luego dice que “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a
su mujer para que de dos se conviertan completamente en uno”, es decir,
una sola realidad, una sola carne.
San Jacobo de Sarug dice que Moisés hablaba de hombre y mujer, pero
en sí mismo él veía en ello esta realidad: una realidad más profunda de
la que no se atrevía a hablar. Por eso puso un velo sobre él, para que
nadie pudiera ver realmente lo que sus ojos habían contemplado. ¿Por
qué? Porque la humanidad aún no estaba preparada para acoger este gran
Misterio.
Como se trata de la unión de un hombre y una mujer, he elegido la
imagen de las bodas de Caná. Sabemos por los textos sapienciales -como
el Eclesiástico- que el vino es lo que da sabor a la vida, porque el
vino es el amor que contiene el sentido de la existencia humana. Así, en
el episodio de Caná, cuando María dice “Ya no tienen vino”, en ese
momento, María en realidad le está diciendo a Cristo: “Estos son
esposos, pero ya no tienen Amor”.
Y como la relación entre Dios y el hombre se veía en la imagen
hombre-mujer (basta pensar en el Cantar de los Cantares), de este pasaje
se desprende que la relación entre el hombre y Dios está agotada, es
decir, ya no se vive, ya no se funda en el Amor.
De hecho, la tradición patrística ve en las seis tinajas la ley de
Moisés que debía servir para la purificación. Pero las seis tinajas
están vacías. Además, son de piedra. Así, prácticamente, en el episodio
de las bodas de Caná se produce un paso enorme en la relación entre el
hombre y Dios: se acaba una relación basada en la ley que viene de fuera
y que progresivamente se ha leído y entendido de forma moralista, y se
manifiesta una nueva relación entre Dios y el hombre, que es una
relación entre el Padre y el Hijo, en la que participan todos los que
hacen suya la vida del Hijo.
Es una relación que está verdaderamente fundada en el Amor y que se convierte en una expresión de Amor.
Así que tomé la imagen de Caná y me dirigí a Jacobo de Sarug.
Cualquiera que entienda un poco de iconografía cristiana antigua
reconoce inmediatamente en este sirviente de la boda el rostro de San
Pablo.
Alguien podría decir: “Pero, ¿qué tiene que ver San Pablo con las
bodas de Caná, si Pablo no estuvo presente en Caná de Galilea durante
las bodas?”. Pues, sí que tiene que ver. ¡Veamos!
Quisiera leer algunos pasajes de Jacobo de Sarug.
Dije que Jacobo velaba esta imagen. De hecho, Jacobo dice: “El
profeta Moisés introdujo el relato del hombre y su mujer / porque a
través de ellos se habla de Cristo y su Iglesia. / Con el ojo arrebatado
de la profecía, Moisés vio a Cristo, / y cómo Él y su Iglesia serían
uno en las aguas del bautismo; / lo vio a Él llevándola en el vientre
virginal / y a ella llevándolo a él en el agua bautismal”.
¡Este intercambio es formidable! Se encarna y, como Hijo de Dios,
se hace hombre y luego manifiesta en las aguas bautismales al hombre
revestido de Cristo.
“... el Esposo y la Esposa se han convertido espiritualmente en
uno, / y fue de ellos que Moisés escribió’ 'Los dos serán uno’...
Entonces Moisés, evidentemente velado, "vio a Cristo y lo llamó hombre, /
vio también a la Iglesia y la llamó mujer”. Es formidable: llamó hombre
a lo que era Cristo y la humanidad asumida por Cristo la llamó Iglesia.
“Y como estaba el velo tendido, / nadie sabía qué era esa gran pintura,
ni a quién representaba”.
Pero ahora viene lo mejor.
“Después del banquete de bodas [por tanto, después de la Pascua de
Cristo], Pablo entró y vio / el velo allí extendido, lo tomó y lo
apartó de la hermosa pareja. / Así descubrió y reveló a todo el mundo a
Cristo y a su Iglesia / que el profeta Moisés había descrito en su
profecía. / El Apóstol se estremeció y gritó: ‘Este misterio es grande’,
/ y comenzó a mostrar lo que era la pintura cubierta: / “En los
llamados «hombre y mujer» en las escrituras proféticas / reconozco a
Cristo y a su Iglesia, los dos que son uno”. / El velo del rostro de
Moisés ya se ha quitado; / venid todos y ved un esplendor que nunca se
cansa; / el gran misterio que estaba velado ya ha salido a la luz. / Que
los invitados a la boda se regocijen en el Esposo y la Esposa, tan
hermosos. / Se entregó a ella, y nació de una pobre muchacha; / la hizo
suya, y ella está ligada a él y se alegra con él. / Descendió a las
profundidades y elevó a la humilde doncella a las alturas, / porque son
uno, y donde él está, allí está ella con él. / El gran Pablo, esa gran
profundidad entre los apóstoles, / expuso el misterio, que ahora se
cuenta claramente. / La gran belleza que había estado velada ahora salió
a la luz, / y todos los pueblos del mundo vieron su esplendor. /
El Esposo prometido llevó a la hija del día a un nuevo vientre, / y las
aguas de prueba del bautismo se pusieron de parto y la dieron a luz: /
Él permaneció en el agua y la invitó: ella bajó, se vistió con Él, y
subió; / en la eucaristía lo recibió, y así se probaron las palabras de
Moisés de que los dos serán uno. / Del agua surge la unión casta y santa
/ de la Esposa y el Esposo, unidos en espíritu en el bautismo. / La
mujer no está unida a su marido de la misma manera / que la Iglesia está
unida al Hijo de Dios. / ¿Qué esposo muere por su esposa, excepto
nuestro Señor? / ¿Qué esposa eligió a un hombre masacrado por su marido?
/ ¿Quién, desde el principio del mundo, ha dado alguna vez su sangre
como regalo de bodas, / excepto el Crucificado, que selló el matrimonio
con sus propias heridas? / ¿Quién ha visto alguna vez un cadáver
colocado en medio de un banquete de bodas, / con la novia abrazada a él,
esperando ser consolada por él? / ¿En qué banquete de bodas, excepto en
éste, se partió / el cuerpo del esposo para los invitados en lugar de
otra comida? / La muerte separa a las esposas de sus maridos, / pero
aquí es la muerte la que une a esta Esposa con su Amado. / Murió en la
cruz y dio su cuerpo a la Esposa hecha gloriosa, / que lo toma y lo come
cada día en su mesa. / Abrió su costado y unió su copa a la sangre
santa / para dársela a beber y que olvidara sus muchos ídolos. / Lo
ungió con aceite, lo vistió con agua, lo consumió en Pan, / lo bebió en
Vino, para que el mundo supiera que los dos son uno. / Murió en la cruz,
pero ella no lo cambió por otro; / está llena de amor por su muerte,
sabiendo que por ella tiene vida”.
Es muy fuerte que el hombre y la mujer en el sacramento del
Matrimonio se injerten en la unidad del Hijo de Dios con la humanidad,
con la Iglesia. Nunca más Cristo sin el cuerpo, sino que es el cuerpo de
la gloria, el cuerpo resucitado. El Matrimonio es, pues, partícipe de
esta unidad indisoluble e inquebrantable entre Dios y el hombre.
Parafraseo, pero muy levemente, a san Juan Crisóstomo, que afirma
algo que quizá pueda ser rebatido por muchos hoy en día. Afirma que el
sacramento del Matrimonio es un testimonio también para las personas
consagradas que siguen el camino de la virginidad. De hecho, les
atestigua lo que quizá no capten tan inmediatamente, es decir, que el
Matrimonio realiza y es la expresión en la vida y en la historia de esa
unidad de Cristo con su esposa, de Cristo con la Iglesia. Por tanto, a
través de los esposos, las personas consagradas comprenden también que
también ellas, gracias a su vocación bautismal, participan de esta
unidad de Cristo, Hijo de Dios, y de la humanidad.
Pienso que Nikolai Berdjaev, en este contexto histórico nuestro,
tiene realmente una gran cosa que decir. Una vez escribió que, en las
tradiciones cristianas, el matrimonio aún no ha sido explorado, porque
lo hemos cubierto demasiado rápido con la familia, pero según la
naturaleza. Espero que, a través de este texto y también de esta pequeña
imagen, podamos comprender que, para nosotros, los cristianos, la
familia es la expresión del sacramento y que tiene una dimensión
eclesial, por lo que es inseparable de la Iglesia. En ella, el vínculo
de la sangre no puede competir con nuestra participación en la sangre de
Cristo, aunque sea fácil que gane la sangre según la naturaleza y no la
sangre de la Eucaristía. Pero, como dice otro gran padre, Nicolás
Cabasilas, “somos verdaderamente consanguíneos con Cristo”. Los padres
nos dieron la sangre, pero nuestra sangre no es la de los padres. En
cuanto nos la dieron, nuestra sangre ya no es suya. Mientras nos
alimentamos de la vida, es decir, de la sangre de Cristo que se hace
nuestra.
La familia para los cristianos es, pues, expresión del sacramento y
de la eclesialidad y nos hace ver en este mundo cómo vive el hombre
cuando está unido a Dios. Se convierte en una expresión de la divina
humanidad de Cristo.