Johannesburgo, SUDÁFRICA (Agencia Fides, 26/02/2019) - “Demasiados migrantes son explotados,
especialmente los que no tienen documentos"”, lamentó monseñor Buti
Tlhagale, arzobispo de Johannesburgo, en su discurso con motivo de las
celebraciones en Sudáfrica por el 50 aniversario del establecimiento del
Symposium of the Episcopal Conferences of Africa and Madagascar (SECAM)
que tuvo lugar en Durban.
Al referirse a los inmigrantes indocumentados que viven en Sudáfrica,
aseguró que “muchos reciben salarios de esclavos y son continuamente
amenazados con ser arrestados. Algunos son víctimas de policías
corruptos. Y, por si esto fuera poco, muchos son víctimas de la
xenofobia. Incluso cuando las comunidades locales protestan por la falta
de servicios públicos, culpabilizan a los ciudadanos extranjeros,
acosándolos, atacándolos o destruyendo y saqueando sus tiendas”. “Es
injusto que los migrantes y refugiados se conviertan en chivos
expiatorios por las obvias deficiencias del gobierno y las autoridades
locales”, subraya.
Monseñor Tlhagale reconoce que hay un problema de delincuencia
relacionado con la migración que exacerba los ánimos de la población y
corre el riesgo de criminalizar a todos los miembros de las comunidades
extranjeras presentes en Sudáfrica. Entre los migrantes “hay personas
que están muy involucradas en el tráfico de drogas”, explica. “Las
drogas se han convertido en un flagelo en algunas de nuestras
comunidades. Así que la rabia es comprensible. Hay migrantes
involucrados en robos y tráfico de seres humanos. Las aberraciones de
algunos no deberían conducir a la condena general de toda la comunidad
de migrantes y refugiados”, advierte Mgr. Tlhagale.
“El pecado grave que cometemos en nuestro tiempo es el pecado de
indiferencia ante la condición de los demás. Cruzamos la calle como el
sacerdote y el levita. No queremos ver, no queremos saber. Tenemos
corazones de piedra. Medimos el valor de las personas aplicando los
criterios erróneos de raza, nacionalidad, cultura y religión”, indica el
arzobispo. “Cuando discriminamos a nuestros hermanos africanos,
traicionamos nuestra propia humanidad, disminuimos nuestro honor y el
valor de las personas humanas. Ocultamos la imagen de Dios impresa en
nuestros rostros y en nuestros corazones. El hecho es que somos
criaturas que encuentran la perfección solo al establecer una relación
con los demás. Es esta reciprocidad la que nos hace verdaderamente
humanos. Es una relación recíproca que cruza fronteras artificiales,
fronteras geográficas, líneas culturales y divisiones raciales. Las
relaciones entre personas, independientemente de su origen, idioma, raza
o cultura, son
cálidas y agradables. Si están envenenadas es por un prejuicio que está
incrustado en la sociedad”, concluye el obispo Tlhagale.