CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 23 de febrero de 2019).- Esta tarde a las 17.30 horas en la Sala Regia del Palacio Apostólico, ha
tenido lugar una celebración penitencial durante la cual S.E. Mons.
Philip Naameh, Arzobispo de Tamale y Presidente de la Conferencia Episcopal de Ghana ha pronunciado la siguiente homilía:
Homilía
Queridos hermanos, queridas hermanas:
El Evangelio del Hijo Pródigo es bien conocido por nosotros. A menudo
lo hemos relatado, y a menudo hemos predicado sobre ello. Casi se da
por sentado en nuestras asambleas y comunidades, para dirigirse a los
pecadores y animarlos a arrepentirse. Tal vez ya lo hacemos tan
rutinariamente que olvidamos algo importante. Nos olvidamos fácilmente
de aplicar esta escritura a nosotros mismos, para vernos como somos, es
decir, como hijos pródigos.
Al igual que el hijo pródigo del Evangelio, también nosotros hemos
exigido nuestra herencia, la hemos recibido, y ahora estamos ocupados
desperdiciándola. La actual crisis de abusos es una expresión de ello.
El Señor nos ha confiado la gestión de los bienes de la salvación,
confía en que cumpliremos su misión, proclamaremos la Buena Nueva y
ayudaremos a establecer el reino de Dios. Pero, ¿qué hacemos? ¿Hacemos
justicia a lo que se nos ha confiado? Sin duda, no podremos responder a
esta pregunta con un sí sincero. Con demasiada frecuencia hemos callado,
hemos mirado para otro lado, hemos evitado los conflictos, hemos sido
demasiado petulantes para enfrentarnos a los lados oscuros de nuestra
Iglesia. De este modo, hemos derrochado la confianza depositada en
nosotros, especialmente en lo que se refiere a los abusos en el ámbito
de la responsabilidad de la Iglesia, que es ante todo nuestra
responsabilidad. No hemos brindado a las personas la protección a la que
tienen derecho, hemos destruido las esperanzas y las personas han sido
vejadas masivamente tanto en cuerpo como en alma.
El hijo pródigo en el Evangelio lo pierde todo, no solo su herencia,
sino también su estatus social, su buena posición, su reputación. No
debemos sorprendernos si sufrimos un destino similar, si la gente habla
mal de nosotros, si hay desconfianza hacia nosotros, si algunos amenazan
con retirar su apoyo material. No debemos quejarnos de ello, sino
preguntarnos qué debemos hacer de forma diferente. Nadie puede eximirse,
nadie puede decir: pero yo personalmente no he hecho nada malo. Somos
una fraternidad, somos responsables no solo de nosotros mismos, sino
también de todos los demás miembros de nuestra fraternidad, y de la
fraternidad en su conjunto.
¿Qué debemos hacer de forma diferente y por dónde empezar? Miremos de
nuevo al hijo pródigo en el Evangelio. Para él la situación empieza a
mejorar cuando decide ser muy humilde, realizar tareas muy sencillas, y
no exigir ningún privilegio. Su situación cambia a medida que se
reconoce a sí mismo, admite haber cometido un error, se lo confiesa a su
padre, habla abiertamente de ello y está dispuesto a aceptar las
consecuencias. De este modo, el Padre experimenta una gran alegría por
el regreso de su hijo pródigo y facilita la aceptación mutua de los
hermanos.
¿Podemos nosotros también hacer esto? ¿Estamos dispuestos a hacerlo?
La reunión actual revelará esto, debe revelar esto, si queremos mostrar
que somos hijos dignos del Señor, nuestro Padre Celestial. Como hemos
escuchado y debatido hoy y en los dos días anteriores, esto incluye
asumir responsabilidades, demostrar que rendimos cuentas y establecer
transparencia.
Tenemos un largo camino por delante para aplicar todo esto de forma
sostenible y adecuada. Hemos hecho diferentes progresos, y hemos
alcanzado diferentes velocidades. La reunión actual fue solo un paso
entre muchos. No debemos creer que solo porque hayamos empezado a
cambiar algo juntos, todas las dificultades han sido eliminadas. Como el
hijo que regresa a casa en el Evangelio, todavía no se ha logrado todo,
al menos, todavía tiene que ganarse a su hermano de nuevo. También
debemos hacer lo mismo: ganarnos a nuestros hermanos y hermanas en las
asambleas y comunidades, recuperar su confianza y restablecer su
voluntad de cooperar con nosotros, para contribuir a establecer el reino
de Dios.