Fez, MARRUECOS (Agencia Fides, 22/10/2021) - «¡Era tan hermoso!», decía conmovido el monje
trapense Jean-Pierre Schumacher, cuando recordaba los largos años de
vida fraterna transcurridos con sus hermanos en el monasterio argelino
de Thibirine, masacrados en 1996 en uno de los acontecimientos del
martirio cristiano más luminosos de las últimas décadas. Ahora él
también, el último "superviviente" de Thibirine, ha dejado este mundo.
Su corazón se detuvo en la mañana del domingo 21 de noviembre, fiesta de
Cristo Rey del Universo, en la tranquilidad del monasterio de
Notre-Dame de l'Atlas, situado en Midelt, en las laderas del Atlas
marroquí, la última guarnición trapense del norte de África.
El hermano Jean-Pierre habría cumplido 98 años el próximo mes de
febrero. Se había trasladado como monje a Argelia en 1967. La emoción
que humedecía sus ojos cuando recordaba la vida monástica cotidiana
tocada por la gracia y compartida con sus hermanos mártires, garantía
del Paraíso ("¡Era tan hermoso!") era el signo luminoso de que no es el
heroísmo ni la entrega, sino sólo la gratitud por una felicidad
saboreada, lo que pueden hacer confesar la fe en Cristo y alimentar todo
auténtico testimonio cristiano, incluso hasta el martirio.
El superior Christian de Chergé y los otros seis monjes del hermano
Jean-Pierre (beatificados el 8 de diciembre de 2018 junto a otros 12
mártires de Argelia) fueron secuestrados la noche del 26 al 27 de marzo
de 1996, en un país desgarrado por la guerra civil. Él, junto con otro,
Amèdèe (fallecido en 2008), habían escapado al secuestro porque esa
noche estaba de servicio como portero en un edificio adyacente al
monasterio. Dos meses después del secuestro, se encontraron las cabezas
cortadas de los siete monjes en una carretera. Los autores de la masacre
nunca fueron identificados con certeza. La tesis oficial atribuyó la
masacre a las bandas clandestinas del Grupo Islámico Armado (la
organización terrorista islamista creada en 1991 después de que el
gobierno se negara a reconocer los resultados electorales favorables a
las fuerzas islamistas), mientras que las investigaciones realizadas por
investigadores independientes han apuntado a la posible implicación de
los
servicios secretos militares argelinos en el asunto.
Cuatro años después del martirio de sus hermanos, Jean-Pierre se
trasladó a Marruecos, convirtiéndose en prior de la comunidad trapense
de Notre-Dame de l'Atlas. En varias ocasiones ha confesado el peso de
una pregunta que siempre le acompañaba: "¿por qué el Señor me permitió
seguir vivo?". Con el paso del tiempo, percibió que su destino como
"superviviente" de la masacre coincidía con la misión de "dar testimonio
de los acontecimientos de Tibhirine y dar a conocer la experiencia de
comunión con nuestros hermanos musulmanes, que continuamos ahora aquí en
el monasterio de Midelt, en Marruecos".
En su nuevo hogar, el Hermano Jean-Pierre y el Hermano Amédée se
autodenominaban "el pequeño resto" de Tibhirine: "Nuestra presencia en
el monasterio -decía- es un signo de fidelidad al Evangelio, a la
Iglesia y al pueblo argelino". Los trapenses de Tibhirine no "querían"
convertirse en mártires. Pero, fieles a su vocación monástica, quisieron
compartir con todos los argelinos el riesgo de ser el blanco de la
violencia ciega, que en aquellos años ensangrentaba el país y multiplicó
las masacres de inocentes. Como franceses, podrían haberse ido, pero no
lo hicieron. En Tibhirine", declaró el hermano Jean-Pierre al
periodista francés François Vayne, "las campanas del monasterio sonaban y
los musulmanes nunca nos pidieron que las silenciáramos. Nos respetamos
en el corazón mismo de nuestra vocación común: adorar a Dios". En los
últimos años, el monje de Tibhirine ha cumplido su misión también con su
bendita sonrisa
infantil, con la que desarmaba los asaltos -a veces llenos de brutal
ignorancia- con los que ciertos operadores de los medios de comunicación
asediaban su paz de la vida del monasterio, en busca de alguna frase de
efecto que relanzar en las agencias de noticias. Con esa sonrisa, el
Hermano Jean-Pierre dio un testimonio sin parangón del tesoro de una
experiencia monástica que ha encontrado en las fuentes de la oración y
la liturgia las formas sorprendentes de confesar de palabra y de obra el
nombre de Cristo incluso entre los hijos de la Umma de Mahoma: "En
Marruecos", contaba el monje que escapó de la masacre de Tibhirine,
"vivimos esta comunión en la oración, cuando nos levantamos por la noche
a rezar, al mismo tiempo que nuestros vecinos musulmanes son
despertados por el muecín". "La fidelidad a la cita de la oración",
añadía el Hermano Jean-Pierre, "es el secreto de nuestra amistad con los
musulmanes".