CIUDAD DEL VATICANO (https://press.vatican.va - 3 de diciembre de 2021).- A su llegada al Aeropuerto Internacional de Larnaca, ayer jueves 2 de diciembre, el Santo Padre FRANCISCO fue recibido por el Presidente de la Cámara del Parlamento. Tres niños vestidos de traje tradicional rindieron un homenaje floral al Papa.
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A CHIPRE Y GRECIA
(2-6 DE DICIEMBRE DE 2021)
ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS, DIÁCONOS, CATEQUISTAS,
ASOCIACIONES Y MOVIMIENTOS ECLESIALES DE CHIPRE
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias
Jueves, 2 de diciembre de 2021
Beatitudes, queridos hermanos obispos,
queridos sacerdotes, religiosas y religiosos,
queridos catequistas, hermanos y hermanas: Χαίρετε! [¡Hola!]
Me siento contento de estar entre ustedes. Deseo expresar mi gratitud al Cardenal Béchara Boutros Raï por las palabras que me ha dirigido y saludar con afecto al Patriarca Pierbattista Pizzaballa. Gracias a todos ustedes por su ministerio y su servicio; en particular a ustedes, hermanas, por la obra educativa que llevan adelante en la escuela, a la que asisten tantos jóvenes de la isla, lugar de encuentro, de diálogo y aprendizaje del arte de construir puentes. ¡Gracias! Gracias a todos por su cercanía a las personas, especialmente en los contextos sociales y laborales donde es más difícil.
Comparto mi alegría de visitar esta tierra, caminando como peregrino tras las huellas del gran apóstol Bernabé, hijo de este pueblo, discípulo enamorado de Jesús, intrépido anunciador del Evangelio que, pasando por las nacientes comunidades cristianas, veía cómo actuaba la gracia de Dios y se alegraba de ello, exhortando «a todos para que permanecieran unidos al Señor con firmeza de corazón» (Hch 11,23). Y yo vengo con el mismo deseo: ver la gracia de Dios obrando en su Iglesia y en su tierra, alegrándome con ustedes por las maravillas que el Señor obra y exhortándolos a perseverar siempre, sin cansarse, sin desanimarse nunca. ¡Dios es más grande! Dios es más grande que nuestras contradicciones. ¡Adelante!
Los miro y veo la riqueza de su diversidad. Es cierto, ¡una hermosa “macedonia”! Todos diferentes. Saludo a la Iglesia maronita, que en el curso de los siglos ha llegado en varias ocasiones a la isla y que, a menudo atravesando muchas pruebas, ha perseverado en la fe. Cuando pienso en el Líbano siento mucha preocupación por la crisis en la que se encuentra y noto el sufrimiento de un pueblo cansado y probado por la violencia y el dolor. Llevo a mi oración el deseo de paz que sube desde el corazón de ese país. Les agradezco lo que hacen en la Iglesia, por Chipre. Los cedros del Líbano se citan numerosas veces en la Escritura como modelos de belleza y grandeza. Pero incluso un gran cedro surge desde las raíces y crece lentamente. Ustedes son estas raíces, trasplantadas en Chipre para difundir la fragancia y la belleza del Evangelio. ¡Gracias!
Saludo también a la Iglesia latina, presente aquí por milenios, que ha visto crecer en el tiempo, junto a sus hijos, el entusiasmo de la fe y que hoy, gracias a la presencia de tantos hermanos y hermanas migrantes, se presenta como un pueblo “multicolor”, un auténtico lugar de encuentro entre etnias y culturas diferentes. Este rostro de la Iglesia refleja el rol de Chipre en el continente europeo: una tierra de campos dorados, una isla acariciada por las olas del mar, pero sobre todo una historia que es cruce de pueblos y mosaico de encuentros. Así es también la Iglesia: católica, es decir, universal, espacio abierto en el que todos son acogidos y alcanzados por la misericordia de Dios y su invitación a amar. No hay ni debe haber muros en la Iglesia católica. Y esto no lo olvidemos. Ninguno de nosotros ha sido llamado aquí para hacer proselitismo como predicadores, eso jamás. El proselitismo es estéril, no da vida. Todos hemos sido llamados por la misericordia de Dios, que nunca se cansa de llamar, nunca se cansa de estar cerca, nunca se cansa de perdonar. ¿Dónde están las raíces de nuestra vocación cristiana? En la misericordia de Dios. Nunca debemos olvidar eso. El Señor no defrauda; su misericordia no defrauda. Siempre nos espera. No hay y no debe haber muros en la Iglesia católica, por favor. Es una casa común, es el lugar de las relaciones, es la convivencia de la diversidad: ese rito, ese otro rito; uno lo piensa así, esa monja lo vio así, la otra lo vio de otro modo. La diversidad de todos y, en esa diversidad, la riqueza de la unidad. ¿Y quién hace la unidad? El Espíritu Santo. ¿Y quién hace la diversidad? El Espíritu Santo. Quien puede entender que entienda. Él es el autor de la diversidad y el autor de la armonía. San Basilio solía decirlo: “Ipse harmonia est”. Él es quien hace la diversidad de dones y la unidad armoniosa de la Iglesia.
Queridos amigos, ahora quisiera compartir algo con ustedes a propósito de san Bernabé, su hermano y patrono, inspirándome en dos palabras de su vida y de su misión.
La primera palabra es paciencia. Se habla de Bernabé como de un gran hombre de fe y de equilibrio, que fue elegido por la Iglesia de Jerusalén —se puede decir de la Iglesia madre— como la persona más idónea para visitar una nueva comunidad, la de Antioquía, que estaba compuesta por diversas personas que se habían convertido recientemente del paganismo. Fue enviado para ir y ver qué estaba sucediendo, casi como un explorador. Allí encontró personas que provenían de otro mundo, de otra cultura y sensibilidad religiosa; personas que acababan de cambiar de vida y por eso tenían una fe llena de entusiasmo, pero todavía frágil, como al inicio. En toda esta situación, la actitud de Bernabé fue de gran paciencia. Sabe esperar. Sabe esperar que el árbol crezca. Es la paciencia de estar dispuesto a salir constantemente de viaje, la paciencia de entrar en la vida de personas hasta ese momento desconocidas, la paciencia de acoger la novedad sin juzgarla apresuradamente, la paciencia del discernimiento, que sabe captar los signos de la obra de Dios en todas partes, la paciencia de “estudiar” otras culturas y tradiciones. Bernabé tuvo sobre todo la paciencia del acompañamiento, deja crecer, acompañando. No sofocó la fe frágil de los recién llegados con actitudes estrictas, inflexibles, o con requerimientos demasiado exigentes en cuanto a la observancia de los preceptos. No. Los dejaba crecer, los acompañaba, los tomaba de la mano, dialogaba con ellos. Bernabé no se escandaliza, como un padre y una madre no se escandalizan de sus hijos, sino que los acompañan, los ayudan a crecer. Tengan en cuenta esto: las divisiones, el proselitismo dentro de la Iglesia no van. Deja crecer y acompaña; y si tienes que regañar a alguien, regaña, pero con amor, con paz. Es el hombre de la paciencia.
Necesitamos una Iglesia paciente, queridos hermanos y hermanas. Una Iglesia que no se deja turbar y desconcertar por los cambios, sino que acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio. En esta isla es precioso el trabajo que llevan adelante en la acogida de nuevos hermanos y hermanas que llegan desde otros lugares del mundo. Como Bernabé, también ustedes están llamados a cultivar una mirada paciente y atenta, a ser signos visibles y creíbles de la paciencia de Dios que nunca deja a nadie fuera de casa, nadie privado de su tierno abrazo. La Iglesia en Chipre tiene estos brazos abiertos: acoge, integra y acompaña. Es un mensaje importante también para la Iglesia en toda Europa, marcada por la crisis de fe. No sirve ser impulsivos, no sirve ser agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis. Es necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, tomar en mano las Bienaventuranzas, sobre todo anunciarlas a las nuevas generaciones. A ustedes, hermanos obispos, quisiera decirles: sean pastores pacientes en la cercanía, no se cansen nunca de buscar a Dios en la oración; busquen a los sacerdotes en el encuentro; a los hermanos de otras confesiones cristianas con respeto y solicitud; y a los fieles allí donde viven. Y a ustedes, queridos sacerdotes que están aquí, quisiera decirles: sean pacientes con los fieles, siempre dispuestos a animarlos, sean ministros incansables del perdón y de la misericordia de Dios. Nunca jueces severos, siempre padres amorosos.
Cuando leo la Parábola del hijo pródigo: el hermano mayor era un juez riguroso, pero el padre era misericordioso, la imagen del Padre que siempre perdona, es más, que siempre está esperando para perdonar. El año pasado un grupo de jóvenes que hacen espectáculos de música pop, quisieron representar la parábola del hijo pródigo, cantada con música pop y diálogos. ¡Hermoso! Pero lo más lindo fue el diálogo final, cuando el hijo pródigo se acercó a un amigo y le dijo: “No puedo seguir así. Quiero irme a casa, pero tengo miedo de que papá me cierre la puerta en la cara, que me eche. Tengo ese miedo y no sé cómo hacer. —Pero, ¡tu papá es bueno! —Sí, pero ya sabes... mi hermano está ahí calentándole la cabeza”. Hacia el final de la obra sobre el hijo pródigo, su amigo le dice: “Haz una cosa, escribe a tu papá y dile que quieres volver, pero tienes miedo de que no te reciba bien. Dile a tu papá que, si quiere darte la bienvenida, ponga un pañuelo en la ventana más alta de la casa, así tu papá te dirá primero si te dará la bienvenida o te rechazará”. Ese acto termina. En el acto siguiente, el hijo se dirige a la casa de su padre. Y cuando está en camino, se vuelve y ve la casa de su padre, que estaba llena de pañuelos blancos. ¡Llena! Este es Dios para nosotros. Nunca se cansa de perdonar. Y cuando el hijo empieza a hablar: “Ah, señor, yo hice…”, le dice “cállate”, y le tapa la boca.
A ustedes sacerdotes: por favor, no sean rigurosos en la confesión. Cuando ves que alguien está en problemas, di: “Entiendo, entiendo”. Esto no significa “manga ancha”, no. Significa corazón de padre, como corazón de padre tiene Dios. La obra que el Señor realiza en la vida de cada persona es una historia sagrada, dejémonos apasionar por ella. En la multiforme variedad de su pueblo, paciencia significa también tener oídos y corazón para acoger sensibilidades espirituales diferentes, modos de expresar la fe distintos y culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, por favor, no, sino integrar todas las culturas, todas las psicologías de las personas, con paciencia materna, porque la Iglesia es madre. Es lo que deseamos hacer con la gracia de Dios en el itinerario sinodal: la oración paciente, la escucha paciente de una Iglesia dócil a Dios y abierta al hombre. La paciencia era uno de los aspectos de Bernabé.
En la historia de Bernabé hay un segundo aspecto importante que quisiera subrayar: su encuentro con Pablo de Tarso y la amistad fraterna entre ellos, que los conducirá a vivir juntos la misión. Después de la conversión de Pablo —que antes había sido un encarnizado perseguidor de los cristianos— «todos le temían, porque no creían que él también fuera discípulo» (Hch 9,26). Aquí el libro de los Hechos de los Apóstoles dice algo muy hermoso: Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a la comunidad, contó lo que le había sucedido y respondió por él (cf. v. 27). Escuchemos este “lo tomó consigo”. La expresión hace referencia a la misma misión de Jesús, que tomó consigo a los discípulos por los caminos de Galilea, que tomó sobre sí nuestra humanidad herida por el pecado. Es una actitud de amistad, una actitud de compartir la vida. “Tomar consigo”, “tomar sobre sí” significa hacerse cargo de la historia del otro, darse tiempo para conocerlo sin etiquetarlo —cuidado con el pecado de etiquetar a la gente—, cargarlo sobre los hombros cuando está cansado o herido, como hace el buen samaritano (cf. Lc 10,25-37). Esto se llama fraternidad, y es la segunda palabra que quiero decirles. La primera es paciencia y la segunda, fraternidad.
Bernabé y Pablo, como hermanos, viajaron juntos para anunciar el Evangelio, aun en medio de persecuciones. En la Iglesia de Antioquía «estuvieron juntos todo un año e instruyeron a mucha gente» (Hch 11,26). Luego ambos tenían reservada una misión más grande y, enviados por el Espíritu Santo, «se embarcaron para Chipre» (Hch 13,4). Y la Palabra de Dios corría y crecía no sólo por sus cualidades humanas, sino sobre todo porque eran hermanos en el nombre de Dios y esta fraternidad entre ellos hacía resplandecer el mandamiento del amor. Hermanos distintos, como los dedos de una mano, todos diversos, pero todos con la misma dignidad. Hermanos. Después, como sucede en la vida, pasó algo inesperado. Los Hechos cuentan que los dos tuvieron un fuerte desacuerdo y sus caminos se separaron (cf. Hch 15,39). También entre los hermanos se discute, a veces hay disputas. Pero Pablo y Bernabé no se separaron por motivos personales, sino que estaban discutiendo acerca de su ministerio, sobre cómo llevar adelante la misión, y tenían visiones diferentes. Bernabé también quería llevar a la misión al joven Marcos, y Pablo no quería. Discutieron, pero por algunas cartas sucesivas se intuye que no quedó rencor entre ellos. Incluso a Timoteo, que tenía que alcanzarlo más adelante, Pablo le escribió: «Ven a verme cuanto antes […] Recoge a Marcos [¡justamente a él!] y tráelo contigo, pues será de gran ayuda en mi ministerio» (2 Tm 4,9.11). Esta es la fraternidad en la Iglesia, se puede discutir sobre puntos de vista, es bueno hacerlo, un poco de discusión es siempre bueno; en particular sobre diferentes sensibilidades e ideas, no discutir nunca tampoco es bueno. Cuando hay una paz demasiado rígida, no es de Dios. En una familia los hermanos discuten, intercambian puntos de vista. Sospecho de los que nunca discuten, porque todo el tiempo tienen “agendas” ocultas. Esta es la fraternidad de la Iglesia: se pueden discutir visiones, sensibilidades, ideas diferentes, y en algunos casos decir cosas con franqueza, esto ayuda, y no decirlas por detrás con una crítica que no hace bien a nadie. La discusión es una oportunidad para el crecimiento y el cambio. Pero recordemos siempre que no se discute para hacerse la guerra, para imponerse, sino para expresar y vivir la vitalidad del Espíritu, que es amor y comunión. Se discute, pero seguimos siendo hermanos. Recuerdo que cuando era niño éramos cinco. Discutíamos entre nosotros, a veces con fuerza, no todos los días, y luego estábamos todos juntos en la mesa. La discusión de la familia que tiene una madre, la madre Iglesia: los hijos discuten.
Queridos hermanos y hermanas, necesitamos una Iglesia fraterna que sea instrumento de fraternidad para el mundo. Aquí en Chipre existen muchas sensibilidades espirituales y eclesiales, varias historias de procedencia, de ritos y de tradiciones diferentes; pero no debemos sentir la diversidad como una amenaza contra la identidad, ni debemos recelar y preocuparnos de los respectivos espacios. Si caemos en esta tentación crece el miedo, el miedo genera desconfianza, la desconfianza conduce a la sospecha y, antes o después, lleva a la guerra. Somos hermanos amados por un único Padre. Ustedes están inmersos en el Mediterráneo, un mar con diferentes historias, un mar que ha mecido numerosas civilizaciones, un mar del que todavía hoy desembarcan personas, pueblos y culturas de todas partes del mundo. Con su fraternidad pueden recordar a todos, a toda Europa, que para construir un futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos, superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad. Necesitamos acogernos e integrarnos, caminar juntos, ser todos hermanos y hermanas.
Les agradezco lo que son y lo que hacen, la alegría con la que anuncian el Evangelio, las fatigas y renuncias con las que lo sostienen y lo hacen avanzar. Este es el camino trazado por los santos apóstoles Pablo y Bernabé. Les deseo que sean siempre una Iglesia paciente, que discierne, que no se asusta nunca, que acompaña y que integra; y una Iglesia fraterna, que hace espacio al otro, que discute pero permanece unida y crece en la discusión. Los bendigo a cada uno de ustedes. Y, por favor, sigan rezando por mí, porque lo necesito. Efcharistó! [¡Gracias!]
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