sábado, 31 de enero de 2015

FRANCISCO: Ángelus de enero (25, 11, 6, 4 y 1°)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
ENERO 2015


Plaza de San Pedro
Domingo 25 de enero de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de hoy nos presenta el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. San Marcos destaca que Jesús comenzó a predicar «después de que Juan [el Bautista] fue entregado» (1, 14). Precisamente en el momento en el cual la voz profética del Bautista, que anunciaba la venida del Reino de Dios, fue silenciada por Herodes, Jesús comienza a recorrer los caminos de su tierra para llevar a todos, especialmente a los pobres, «el Evangelio de Dios» (ibid.). El anuncio de Jesús es similar al de Juan, con la diferencia sustancial de que Jesús no indica ya a otro que debe venir: Jesús es Él mismo la realización de las promesas; es Él mismo la «buena noticia» que se ha de creer, acoger y comunicar a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos, para que también ellos confíen su existencia a Él. Jesucristo en persona es la Palabra viviente y operante en la historia: quien le escucha y le sigue entra en el reino de Dios.


Jesús es la realización de las promesas divinas porque es Aquel que dona al hombre el Espíritu Santo, el «agua viva» que sacia nuestro corazón inquieto, sediento de vida, amor, libertad y paz: sediento de Dios. ¡Cuántas veces percibimos, o hemos percibido nuestro corazón sediento! Lo reveló Él mismo a la mujer samaritana, que encontró junto al pozo de Jacob, a quien dijo: «Dame de beber» (Jn 4, 7). Precisamente estas palabras de Cristo, dirigidas a la samaritana, fueron el tema de la anual Semana de oración por la unidad de los cristianos que se concluye hoy. Esta tarde, con los fieles de la diócesis de Roma y con los representantes de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, nos reuniremos en la basílica de San Pablo Extramuros para rezar intensamente al Señor, a fin de que fortalezca nuestro compromiso para favorecer la plena unidad de todos los cristianos. Es algo feo que los cristianos estén divididos. Jesús nos quiere unidos: un solo cuerpo. Nuestros pecados, la historia, nos han dividido y por esto tenemos que rezar mucho, para que sea el Espíritu Santo mismo quien nos una nuevamente.


Dios, haciéndose hombre, hizo propia nuestra sed, no sólo de agua material, sino sobre todo la sed de una vida plena, de una vida libre de la esclavitud del mal y de la muerte. Al mismo tiempo, con su encarnación, Dios puso su sed —porque también Dios tiene sed— en el corazón de un hombre: Jesús de Nazaret. Dios tiene sed de nosotros, de nuestros corazones, de nuestro amor, y puso esta sed en el corazón de Jesús. Por lo tanto, en el corazón de Cristo se encuentran la sed humana y la sed divina. Y el deseo de la unidad de sus discípulos pertenece a esta sed. Lo encontramos a menudo en la oración elevada al Padre antes de la Pasión: «Para que todos sean uno» (Jn 17, 21). Lo que quería Jesús: ¡la unidad de todos! El diablo —lo sabemos— es el padre de las divisiones, es uno que siempre divide, que siempre declara la guerra, hace mucho mal.


Que esta sed de Jesús se convierta cada vez más también en nuestra sed. Sigamos, por lo tanto, rezando y comprometiéndonos en favor de la unidad plena de los discípulos de Cristo, con la certeza de que Él mismo está a nuestro lado y nos sostiene con la fuerza de su Espíritu para que esa meta esté más cercana. Y encomendamos nuestra oración a la maternal intercesión de María Virgen, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, para que Ella, como una buena madre, nos una a todos.


Después del Ángelus:


LLAMAMIENTO POR LA PAZ EN UCRANIA


Sigo con viva preocupación el empeoramiento de los enfrentamientos en Ucrania oriental, que siguen provocando numerosas víctimas entre la población civil. Mientras aseguro mi oración por quienes sufren, renuevo un sentido llamamiento para que se reanuden los intentos de diálogo y se ponga fin a toda hostilidad.


[El Papa Francisco, a continuación, acogió a su lado, en la ventana del palacio apostólico, a dos chavales, representantes de la Acción católica de la diócesis de Roma que habían participado en la oración mariana como conclusión del mes dedicado al tema de la paz.]


Ahora seguimos en compañía.


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy se celebra la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Expreso mi cercanía a todas las personas que sufren por esta enfermedad, así como a quienes se ocupan de atenderlos, y a quien lucha por terminar con las causas del contagio, es decir, con las condiciones de vida no dignas del hombre. Renovemos el compromiso solidario en favor de estos hermanos y hermanas.


Saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos llegados de diversas parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y grupos escolares.


En especial, saludo a la comunidad filipina de Roma. Queridos amigos, el pueblo filipino es maravilloso por su fe fuerte y gozosa. Que el Señor os sostenga siempre también a vosotros que vivís lejos de la patria. ¡Muchas gracias por vuestro testimonio! Y muchas gracias por todo el bien que hacéis entre nosotros, porque sembráis la fe entre nosotros, vosotros dais un hermoso testimonio de fe. ¡Muchas gracias!


Saludo a los estudiantes de Cuenca, Villafranca de los Barros y Badajoz (España), los grupos parroquiales de las Islas Baleares y las jóvenes de Panamá. Saludo a los fieles de Catania, Diamante, Delianuova y Crespano del Grappa.


Me dirijo ahora los chicos y a las chicas de la Acción católica de Roma. Queridos chicos, también este año, acompañados por el cardenal vicario y por monseñor Mansueto [Bianchi], habéis venido numerosos al término de vuestra «Caravana de la paz». Os doy las gracias, y os aliento a proseguir con alegría el camino cristiano, llevando a todos la paz de Jesús. Ahora escuchemos el mensaje que leerán vuestros amigos, aquí junto a mí.

[lectura del Mensaje]


Mirad los globos que quieren decir «paz».


¡Gracias, chicos! A todos deseo un feliz domingo y buen almuerzo. Y, por favor, no os 
olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta la vista!


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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Domingo 11 de enero de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede a orillas del Jordán. En el momento en que Juan Bautista confiere el bautismo a Jesús, el cielo se abre. «Apenas salió del agua —dice san Marcos—, vio rasgarse los cielos» (1, 10). Vuelve a la memoria la dramática súplica del profeta Isaías: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» (Is 63, 19). Esta invocación fue escuchada en el acontecimiento del Bautismo de Jesús. Y de este modo termina el tiempo de los «cielos cerrados», que indican la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe el vínculo entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto (cf. Sal 85, 13). Así, la tierra se convirtió en la morada de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando, de este modo, todo el amor y la infinita misericordia. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en especial en los pobres, enfermos, presos y refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible.


Con el Bautismo de Jesús no sólo se rasgan los cielos, sino que Dios habla nuevamente haciendo resonar su voz: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1, 11). La voz del Padre proclama el misterio que se oculta en el Hombre bautizado por el Precursor.
Y luego la venida del Espíritu Santo, en forma de paloma: esto permite al Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo: el gran olvidado en nuestras oraciones. Nosotros a menudo rezamos a Jesús; rezamos al Padre, especialmente en el «Padrenuestro»; pero no muy frecuentemente rezamos al Espíritu Santo, ¿es verdad? Es el olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración. El Espíritu Santo que animó totalmente la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la vida cristiana, la existencia de un hombre y de una mujer que se dicen y quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos recibimos en virtud del Bautismo, significa volver a encontrar la valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. En cambio, un cristiano y una comunidad «sordos» a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a llevar el Evangelio a los extremos confines de la tierra y de la sociedad, llegan a ser también un cristiano y una comunidad «mudos» que no hablan y no evangelizan.


Recordad esto: rezar con frecuencia al Espíritu Santo para que nos ayude, nos dé fuerza, nos dé la inspiración y nos haga ir adelante.
Que María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados, nos ayude a crecer en el amor a Dios y en la alegría de servir al Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.
Con agrado saludo al grupo de estudiantes de Estados Unidos, así como a la Asociación de laicos Amor Misericordioso. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante! Nosotros estamos viviendo el tiempo de la misericordia, este es el tiempo de la misericordia.
Mañana por la tarde partiré para un viaje apostólico en Sri Lanka y Filipinas. Gracias por vuestro deseo en ese cartel, ¡muchas gracias! Y os pido por favor que me acompañéis con la oración y pido también a los esrilanqueses y a los filipinos que están aquí en Roma que recen especialmente por mí en este viaje. ¡Gracias!


Deseo a todos un feliz domingo, aunque haya mal tiempo, pero un feliz domingo. Y hoy es también un día para recordar con alegría el propio Bautismo. Recordad lo que os he pedido, buscar la fecha del Bautismo, así cada uno de nosotros podrá decir: yo fui bautizado tal día. Que hoy esté presente la alegría del Bautismo.


No olvidéis rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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SOLEMNIDAD DELA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Martes, 6 de enero de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Buena Fiesta!,



 

En la noche de Navidad habiamos meditado sobre la visita a la gruta de Belén de algunos pastores pertenecientes al pueblo de Israel; hoy en la solemnidad de la Epifanía, hagamos memoria de la llegada de los Reyes Magos, que vinieron del Oriente para adorar al recién nacido Rey de los Judíos y Salvador universal y para ofrecerle dones simbólicos. Con el gesto de adoración, los Magos testimoniaron que Jesús ha venido a la tierra para salvar no a un solo pueblo, sino a todas las gentes. Por lo tanto, en la fiesta de hoy nuestra mirada se amplía al horizonte del mundo entero para celebrar la “manifestación” del Señor a todos los pueblos, es decir, la manifestación del amor y de la salvación universal de Dios. Él no reserva su amor a algunos privilegiados, sino que lo ofrece a todos. Como de todos es el Creador y el Padre, del mismo modo quiere ser el Salvador de todos. Por esto, estamos llamados a nutrir siempre gran confianza y esperanza en las confrontaciones de cada persona y de su salvación: también ellos, que nos parecen alejados del Señor son seguidos – o mejor “perseguidos” – por su amor apasionado, por su amor fiel y también humilde. ¡Porque el amor de Dios es humilde, tan humilde!



El relato evangélico de los Magos, describe su viaje del Oriente como un viaje del alma, como un camino hacia el encuentro con Cristo. Ellos están atentos a los signos que indican la presencia; son incansables en el enfrentar las dificultades de la búsqueda; son valientes en el deducir las consecuencias de vida que derivan del encuentro con el Señor. La vida es esto: la vida cristiana es caminar siendo atentos, incansables y valientes. ¡Así camina un cristiano! Caminar atento, incansable y valiente. La experiencia de los Magos evoca el camino de todo hombre hacia Cristo. Como los Magos, también para nosotros buscar a Dios quiere decir caminar – y como decía: atento, incansable y valiente - fijando el cielo y distinguiendo en el signo visible de la estrella el Dios invisible que habla a nuestro corazón. La estrella que es en grado capaz de guiar todo hombre a Jesús es la Palabra de Dios. Palabra que está en la Biblia, en los Evangelios. La Palabra de Dios es la luz que orienta nuestro camino, nutre nuestra fe y la regenera. Es la Palabra de Dios que renueva continuamente nuestros corazones, y nuestras comunidades. Por lo tanto, no olvidemos leerla y meditarla cada día, para que se transforme para cada uno en una llama que portemos dentro de nosotros para iluminar nuestros pasos, y también aquellos de quién camina al lado de nosotros, que quizás le cuesta encontrar el camino hacia Cristo. ¡Siempre con la Palabra de Dios!. La Palabra de Dios llevada a la mano: un pequeño Evangelio en el bolsillo, en la cartera, siempre, para leerlo. No se olviden de esto: ¡siempre conmigo la Palabra de Dios!



En este día de la Epifanía, nuestro pensamiento se dirige también a los hermanos y a las hermanas del Oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de los cuales celebran mañana la Navidad del Señor. Que a ellos les llegue nuestra afectuosa felicitación.



Me agrada también recordar que hoy se celebra la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. Es la fiesta de los niños que viven con alegría el don de la fe y rezan para que la luz de Jesús llegue a todos los niños del mundo. Aliento a los educadores a cultivar en los pequeños el espíritu misionero. Que no sean niños y jóvenes cerrados, sino abiertos; que vean un gran horizonte, que su corazón siga adelante hacia el horizonte, para que nazcan entre ellos testigos de la ternura de Dios y anunciadores del Evangelio.



Nos dirijamos ahora a la Virgen María e invoquemos su protección sobre la Iglesia Universal, para que difunda en el mundo entero el Evangelio de Cristo, la luz de las gentes, luz de todos los pueblos. Y que Ella nos haga estar siempre más en camino, nos haga caminar y en el camino ser atentos, incansables y valientes.


Después del Ángelus



Queridos hermanos y hermanas,



Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos, renovando el deseo de paz y de todo bien en el Señor.



Saludo a los fieles venidos de Aachen (Alemania), de Kilbeggan (Irlanda), y a los estudiantes de Northfield - Minnesota (Estados Unidos de América); a los confirmandos de Romano de Lombardía y a sus padres; a los fieles de Biassono, Verona, Arzignano, Acerra y de algunas Diócesis de Puglia; y a los jóvenes de la Obra de Don Orione.



Un saludo especial a cuantos dan vida al desfile histórico-folclorístico que este año está dedicado al territorio de las Comunidades de Segni, Artena, Carpineto Romano, Gorga y Montelanico.



Y acuérdense bien: la vida es un caminar, caminar siempre, buscando a Dios. Caminar atentos, incansables y valientes. Y falta una cosa, falta una cosa: atentos, incansables, valientes... ¿y qué cosa falta? ¡Caminar con la luz! ¿Y quién es la luz? El Evangelio, la Palabra de Dios. Siempre con el Evangelio: en el bolsillo, en la cartera, para leerlo, siempre con nosotros. Caminar atentos, incansables, valientes y con la luz de la Palabra de Dios.



A todos les deseo una buena Fiesta. No se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo! ¡Adios!


(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.com)



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Plaza de San Pedro
Domingo 4 de enero de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


¡Un hermoso domingo nos regala el nuevo año! ¡Hermoso día!


Dice san Juan en el Evangelio que leímos hoy: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió... El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (1, 4-5.9). Los hombres hablan mucho de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero con frecuencia recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice, o bien no hacemos nada en concreto para construir la paz. En efecto, dice san Juan que «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11); porque «este es el juicio: que la luz —Jesús— vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras» (Jn 3, 19-20). Así dice san Juan en el Evangelio. El corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz revela sus obras malvadas. Quien obra el mal, odia la luz. Quien obra el mal, odia la paz.


Hace unos días hemos iniciado el año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada mundial de la paz sobre el tema «No esclavos, sino hermanos». Mi deseo es que se supere la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es una plaga social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión caracterizada por el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz; por lo tanto, es necesario y urgente construir la paz.


La paz no es sólo ausencia de guerra, sino una condición general en la cual la persona humana está en armonía consigo misma, en armonía con la naturaleza y en armonía con los demás. Esto es la paz. Sin embargo, hacer callar las armas y apagar los focos de guerra sigue siendo la condición inevitable para dar comienzo a un camino que conduce a alcanzar la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que aún ensangrientan demasiadas zonas del planeta, en las tensiones en las familias y en las comunidades —¡en cuántas familias, en cuántas comunidades, incluso parroquiales, existe la guerra!—, así como en los contrastes encendidos en nuestras ciudades y en nuestros países entre grupos de diversas extracciones culturales, étnicas y religiosas. Tenemos que convencernos, no obstante toda apariencia contraria, que la concordia es siempre posible, a todo nivel y en toda situación. No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz. No hay futuro sin paz.


Dios, en el Antiguo Testamento, hizo una promesa. El profeta Isaías decía: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es hermoso! La paz está anunciada, como don especial de Dios, en el nacimiento del Redentor: «En la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). Ese don requiere ser implorado incesantemente en la oración. Recordemos, aquí en la plaza, ese cartel: «En la base de la paz está la oración». Este don se debe implorar y se debe acoger cada día con empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En los albores de este nuevo año, estamos todos llamados a volver a encender en el corazón un impulso de esperanza, que debe traducirse en obras de paz concretas. «¿Tú no te llevas bien con esta persona? ¡Haz las paces!»; «¿En tu casa? ¡Haz las paces!»; «¿En tu comunidad? ¡Haz las paces!»; «¿En tu trabajo? ¡Haz las paces!». Obras de paz, de reconciliación y de fraternidad. Cada uno de nosotros debe realizar gestos de fraternidad hacia el prójimo, especialmente con quienes son probados por tensiones familiares o por altercados de diversos tipos. Estos pequeños gestos tienen mucho valor: pueden ser semillas que dan esperanza, pueden abrir caminos y perspectivas de paz.


Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades, relacionadas con la fatiga cotidiana de la existencia. Pero no perdió nunca la paz del corazón, fruto del abandono confiado a la misericordia de Dios. A María, nuestra Madre de ternura, le pedimos que indique al mundo entero la senda segura del amor y de la paz.


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Dirijo un cordial saludo a todos vosotros, queridos peregrinos venidos de Italia y de diversos países para participar en este encuentro de oración.


En particular, saludos a los fieles de Casirate d’Adda, Alfianello, Val Brembilla y Verona.
A cada uno expreso el deseo de vivir en la paz y en la serenidad este segundo domingo después de Navidad, en el cual se prolonga la alegría del nacimiento de Jesús.


Como ya se anunció, el próximo 14 de febrero tendré la alegría de celebrar un Consistorio, durante el cual nombraré 15 nuevos cardenales, que, provenientes de 13 naciones de todos los continentes, manifiestan el vínculo inseparable entre la Iglesia de Roma y las Iglesias particulares presentes en el mundo.


El domingo 15 de febrero presidiré una solemne concelebración con los nuevos cardenales, mientras que el 12 y 13 de febrero tendré un consistorio con todos los cardenales para reflexionar sobre las orientaciones y las propuestas para la reforma de la Curia romana.


Los nuevos cardenales son:


1. Monseñor Dominique Mamberti, arzobispo titular de Sagona, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica.


2. Monseñor Manuel José Macário do Nascimento Clemente, patriarca de Lisboa (Portugal).


3. Monseñor Berhaneyesus Demerew Souraphiel, c.m., arzobispo de Addis Abeba (Etiopía).


4. Monseñor John Atcherley Dew, arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda).


5. Monseñor Edoardo Menichelli, arzobispo de Ancona-Ósimo (Italia).


6. Monseñor Pierre Nguyên Văn Nhon, arzobispo de Hanoi (Vietnam).


7. Monseñor Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia (México).


8. Monseñor Charles Maung Bo, s.d.b., arzobispo de Yangon (Myanmar).


9. Monseñor Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok (Tailandia).


10. Monseñor Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento (Italia).


11. Monseñor Daniel Fernando Sturla Berhouet, s.d.b., arzobispo de Montevideo (Uruguay).


12. Monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid (España).


13. Monseñor José Luis Lacunza Maestrojuán, o.a.r., obispo de David (Panamá).


14. Monseñor Arlindo Gomes Furtado, obispo de Santiago de Cabo Verde (Archipiélago de Cabo Verde).


15. Monseñor Soane Patita Paini Mafi, obispo de Tonga (Islas de Tonga).


Uniré, además, a los miembros del Colegio cardenalicio a 5 arzobispos y obispos eméritos que se han destacado por su caridad pastoral en el servicio a la Santa Sede y a la Iglesia. Ellos representan a muchos obispos que, con la misma solicitud de pastores, dieron testimonio de amor a Cristo y al pueblo de Dios tanto en las Iglesias particulares como en la Curia romana y en el servicio diplomático de la Santa Sede. Ellos son:


1. Monseñor José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales.


2. Monseñor Luigi De Magistris, arzobispo titular de Nova, pro-penitenciario mayor emérito.


3. Monseñor Karl-Joseph Rauber, arzobispo titular de Giubalziana, nuncio apostólico.


4. Monseñor Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán.


5. Monseñor Júlio Duarte Langa, obispo emérito de Xai-Xai.


Recemos por los nuevos cardenales, a fin de que, renovando su amor a Cristo, sean testigos de su Evangelio en la Ciudad de Roma y en todo el mundo, y con su experiencia pastoral me sostengan más intensamente en mi servicio apostólico.
¡Feliz domingo a todos! Es un hermoso día para visitar los museos. Por favor no olvidéis rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

Plaza de San Pedro
Jueves 1° de enero de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!


En este primer día del año, en el clima gozoso —aunque frío— de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. En Ella, humilde mujer de Nazaret, «el Verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros» (Jn 1, 14). Por ello es imposible separar la contemplación de Jesús, el Verbo de la vida que se hizo visible y palpable (cf. 1 Jn 1, 1), de la contemplación de María, que le dio su amor y su carne humana.


Hoy escuchamos las palabras del apóstol Pablo: «Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4). La expresión «nacido de mujer» habla de modo esencial y por ello es más fuerte la auténtica humanidad del Hijo de Dios. Como afirma un Padre de la Iglesia, san Atanasio: «Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de Él vino la salvación de toda la humanidad» (Carta a Epíteto: pg 26).


Pero san Pablo añade también: «nacido bajo la ley» (Gal 4, 4). Con esta expresión destaca que Cristo asumió la condición humana liberándola de la cerrada mentalidad legalista. La ley, en efecto, privada de la gracia, se convierte en un yugo insoportable, y en lugar de hacernos bien nos hace mal. Jesús decía: «El sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado». He aquí, entonces, el fin por el cual Dios manda a su Hijo a la tierra a hacerse hombre: una finalidad de liberación, es más, deregeneración. De liberación «para rescatar a los que estaban bajo la ley» (v. 5); y el rescate tuvo lugar con la muerte de Cristo en la cruz. Pero sobre todo de regeneración: «para que recibiéramos la adopción filial» (v. 5). Incorporados a Él, los hombres llegan a ser realmente hijos de Dios. Este paso estupendo tiene lugar en nosotros con el Bautismo, que nos inserta como miembros vivos en Cristo y nos introduce en su Iglesia.


Al inicio de un nuevo año nos hace bien recordar el día de nuestro Bautismo: redescubramos el regalo recibido en ese Sacramento que nos regeneró a una vida nueva: la vida divina. Y esto por medio de la Madre Iglesia, que tiene como modelo a la Madre María. Gracias al Bautismo hemos sido introducidos en la comunión con Dios y ya no estamos bajo el poder del mal y del pecado, sino que recibimos el amor, la ternura y la misericordia del Padre celestial. Os pregunto nuevamente: ¿Quién de vosotros recuerda el día que fue bautizado? Para quienes no recuerdan la fecha de su Bautismo, les doy una tarea para hacer en casa: buscar esa fecha y conservarla bien en el corazón. Podéis también pedir la ayuda de los padres, del padrino, de la madrina, de los tíos, de los abuelos... El día en el que fuimos bautizados es un día de fiesta. Recordad o buscad la fecha de vuestro Bautismo, será muy hermoso para dar gracias a Dios por el don del Bautismo.


Esta cercanía de Dios a nuestra vida nos dona la paz auténtica: el don divino que queremos implorar especialmente hoy, Jornada mundial de la paz. Leo allí: «La paz es siempre posible». ¡Siempre es posible la paz! Debemos buscarla... Y en otra parte leo: «Oración en la base de la paz». La oración es precisamente la base de la paz. La paz es siempre posible y nuestra oración es el fundamento de la paz. La oración hace germinar la paz. Hoy, Jornada mundial de la paz, «No esclavos, sino hermanos»: es este elmensaje de la presente Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos, ¡siempre! Un mensaje que nos implica a todos. Todos estamos llamados a combatir toda forma de esclavitud y construir la fraternidad. Todos, cada uno según la propia responsabilidad. Y recordadlo bien: ¡la paz es posible! Y en el fundamento de la paz, está siempre la oración. Recemos por la paz. Existen también esas hermosas escuelas de paz, escuelas para la paz: tenemos que seguir adelante con esta educación para la paz.


A María, Madre de Dios y Madre nuestra, presentamos nuestros buenos propósitos. A ella le pedimos que extienda sobre nosotros y sobre cada uno, todos los días del nuevo año, el manto de su protección maternal: «Santa Madre de Dios, no desoigas las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita».


Y os invito a todos a saludar hoy a la Virgen como Madre de Dios. Saludarla con ese saludo: «¡Santa Madre de Dios!». En el modo que fue aclamada por los fieles de la ciudad de Éfeso, al inicio del cristianismo, cuando en el ingreso de la iglesia gritaban a sus pastores este saludo dirigido a la Virgen: «¡Santa Madre de Dios!». Todos juntos, tres veces, repitamos: «Santa Madre de Dios».


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Dirijo a todos vosotros aquí presentes mi cordial saludo, deseando un feliz y sereno año nuevo. Saludo en especial a los peregrinos de los países escandinavos y de Eslovaquia, a los fieles de Asola, Castiglione delle Stiviere, Saccolongo, Sotto il Monte, Bonate Sotto y Benevento, a los jóvenes de Andria y Castelnuovo del Garda. Un cordial saludo dirijo a los Sternsinger, llegados de la diócesis de Fulda, Alemania. Doy las gracias a todos los Sternsinger de Alemania, Austria y Suiza por su misión de ir de casa en casa para anunciar el nacimiento del Señor y recoger donativos para los niños necesitados. Frohe Weihnachten und ein gutes neues Jahr!


Dirijo mi pensamiento a quienes, en las diócesis de todo el mundo, promovieron momentos de oración por la paz, porque la oración es el fundamento de la paz. Recuerdo en especial la marcha nacional realizada ayer en Vicenza y la manifestación «Paz en todas las tierras», promovida en Roma y en numerosas ciudades del mundo.


En este momento estamos en conexión con Rovereto, en la región de Trento, donde está la gran campana denominada «Maria Dolens», realizada en honor de los caídos de todas las guerras y bendecida por el beato Pablo vi en 1965. En un momento escucharemos el repique de esa campana. Que sea la expresión de que no haya más guerras —¡nunca más las guerras!—, sino siempre deseo y compromiso de paz y de fraternidad entre los pueblos.
¡Feliz año a todos! Que sea un año de paz en el abrazo de ternura del Señor con la protección maternal de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Os saludo a todos y veo que hay muchos mexicanos: les saludo... ¡Son bulliciosos los mexicanos!


Feliz año y por favor no olvidéis rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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