miércoles, 20 de octubre de 2021

El Prefecto Apostólico: La misión se alimenta de la profundidad de la fe

Ulán Bator, MONGOLIA (Agencia Fides, 20/10/2021) - Pasar de la "velocidad" a una dimensión de mayor "profundidad". Esta es la necesidad del futuro próximo para la Iglesia en Mongolia, según lo ha ilustrado Mons. Giorgio Marengo, Prefecto Apostólico de Ulán Bator, en el reciente seminario web "La misión de evangelización en Asia Central en tiempos de Evangelii Gaudium", promovido por la Pontificia Unión Misional.
 

Haciendo un balance y esbozando las perspectivas de la misión en Mongolia, el obispo ha dicho: “Al tratar de repasar los primeros treinta años de presencia formal de la Iglesia católica en Mongolia, la sensación es que todo comenzó en una coyuntura providencial de acontecimientos favorables, que llevaron a uno de los países más cerrados del mundo a abrirse de repente a la labor misionera. Como dijo el P. Jeroom Heyndrickx, uno de los primeros misioneros en llegar aquí en 1991, ‘por alguna razón parecía que todo tenía que hacerse deprisa y todo sucedía rápidamente’. A raíz de este rápido comienzo, las cifras de las obras creadas por los misioneros que se unieron al primer grupo son igual de sorprendentes. Si la rapidez de los comienzos ha tenido sus indudables ventajas, ahora quizá sea el momento de profundizar, pensando sobre todo en la vida de la fe, que debe nutrirse de unos contenidos adecuados a la realidad y de una praxis que los refleje y los siga inspirando”.


Según Mons. Marengo, “la profundidad significa un largo período de tiempo para una adecuada integración, un lento esfuerzo para aprender el idioma local y, sobre todo, para entrar en armonía con el corazón palpitante de esta cultura, que se encarna en las personas individuales que se encuentran. Significa también acompañar el camino de cada hermano y hermana que, tocados por la Gracia, comienzan a releer su historia personal y colectiva a la luz del Evangelio”. Según el prelado, este "ritmo" renovado puede representar una respuesta eficaz a las nuevas necesidades de la sociedad mongola, que ha experimentado, al igual que la Iglesia en esa zona, un desarrollo extremadamente rápido: “El rápido crecimiento económico va acompañado de un aumento proporcional de la complejidad de la sociedad. Si ya en la época del socialismo había dos mongolias, la urbana de Ulán Bator y la del resto del país, todavía marcada por los antiguos ritmos del nomadismo, la diferencia hoy es en parte aún más marcada, pero con una mayor complejidad, porque los estilos de vida se mezclan y nos enfrentamos a las tendencias del mundo globalizado”.


La prioridad, subraya monseñor Marengo, es promover un anuncio y una pastoral atentos a la especificidad del pueblo mongol y a sus infinitos matices: “Probablemente Mongolia no ‘necesita’ hoy a la Iglesia católica para suplir las carencias de su sistema de asistencia social y, de hecho, rechaza nuestras nobles iniciativas. El compromiso con la promoción humana continuará siempre, porque pertenece a la naturaleza misma de la misión, pero no debe hacernos perder de vista la auténtica tensión en la formación de la vida cristiana y su dimensión ético-litúrgica. El riesgo es perderse un poco en los muchos proyectos y dejar que se pierda la frescura del testimonio de fe”.


Según el obispo, el anuncio del Evangelio en Mongolia debe ser ‘susurrado’: “Esta es una expresión del arzobispo emérito de Guwahati. Thomas Menamparampi, SDB, que lo aplicó al continente asiático en general. ‘Susurrar el Evangelio al alma de Asia’ es para él una forma concisa de indicar la belleza del perenne anuncio cristiano, en la delicadeza de su encarnación en la tierra de Asia. La misión así entendida refleja bien su dimensión profundamente relacional y espiritual, sin dejar de encarnarse en lo concreto de cada cultura”, ha dicho para concluir.


En Mongolia, el cristianismo tiene profundas raíces de origen sirio presentes en la zona desde el siglo X y luego congeladas por la epopeya del imperio mongol y el ateísmo impuesto durante el siglo XX. En 1991, tras la revolución democrática pacífica, un grupo de diplomáticos mongoles pidió establecer relaciones con la Santa Sede, lo que supuso el inicio de un proceso muy rápido que, en pocos meses, condujo primero al establecimiento de estas relaciones diplomáticas y luego a la llegada de los tres primeros Misioneros del Corazón Inmaculado de María.


La comunidad católica local cuenta hoy con poco más de 1.300 cristianos bautizados, frente a casi 63.000 cristianos de otras confesiones (que no superan el 2% de toda la población), según un reciente censo protestante. Hay 64 misioneros católicos, de los cuales 22 son sacerdotes (17 religiosos y 5 diocesanos), 35 religiosas, 3 religiosos no sacerdotes, 3 misioneros laicos y 1 obispo, pertenecientes a 10 congregaciones religiosas y 2 diócesis, con 24 nacionalidades representadas. El clero local incluye sólo un sacerdote y un diácono, que pronto será ordenado al sacerdocio.