CIUDAD DEL VATICANO (Agencia Fides, 25/10/2021) – Un “gracias” y la petición de “un gran aplauso” para “muchos misioneros y
misioneras, -sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos”-, que,
en primera línea gastan sus vidas y energías al servicio de la Iglesia
pagando, en primera persona, a veces a un alto precio, su testimonio”.
Así se expresó el Papa Francisco durante la Jornada Misionera Mundial
que la Iglesia católica celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de
octubre. El Papa así demostró su gratitud hacia los bautizados
implicados en la misio ad gentes dejando claro además que su obra
evangélica no tiene nada que ver con “el proselitismo”, sino que se
desarrolla para “dar testimonio del Evangelio con su vida en aquellas
tierras donde no se conoce a Jesús”.
Las sencillas palabras de agradecimiento a los que trabajan en las
misiones fueron pronunciadas por el obispo de Roma el domingo 24 de
octubre, tras el tradicional rezo del Ángelus. Hablando desde la ventana
del Palacio Apostólico, frente a la multitud presente en la Plaza de
San Pedro, el Papa también relacionó el testimonio de los misioneros y
el ofrecido por dos figuras que recientemente han subido a los altares.
Una es Sor Lucía de la Inmaculada, religiosa de las Siervas de la
Caridad, beatificada en Brescia el sábado 23 de octubre; el otro
testimonio es el de Sandra Sabattini, estudiante e hija espiritual de
Don Oreste Benzi, beatificada en Rimini el domingo 24 de octubre. El Papa sugirió mirar en la Jornada Mundial de las
Misiones “a estas dos nuevas beatas como testigos que han anunciado el
Evangelio con su vida”.
Antes del rezo del Ángelus, Francisco comentó el encuentro entre Jesús y
Bartimeo, el ciego de Jericó, a quien Cristo devuelve la vista. El Papa
habló de un rasgo de la vida cristiana que es pedir a Dios un milagro,
un gesto que solo pueda realizar el mismo Cristo, empezando por el
milagro del cambio que solo Él puede obrar en el corazón de todos
hombres y mujeres. “Bartimeo había perdido la vista, ¡pero no la voz! De
hecho, cuando escucha que Jesús está a punto de pasar, comienza a
gritar: “Hijo de David, ten misericordia de mí”. Jesús escucha e
inmediatamente se detiene. Dios siempre escucha el grito de los pobres, y
no le molesta en absoluto la voz de Bartimeo, al contrario, se da
cuenta de que está llena de fe, una fe que no tiene miedo de insistir,
de llamar al corazón de Dios”. A Jesús, Bartimeo no le pide unas monedas
como lo hace con otras personas.
El Papa explicó que “cuando la fe es viva, la oración es sentida: no
mendiga céntimos, no se reduce a las necesidades del momento. A Jesús,
que todo puede, se le pide todo. Él está impaciente en derramar su
gracia y su alegría en nuestros corazones, pero lamentablemente somos
nosotros los que mantenemos las distancias, por timidez, flojera o
incredulidad”.
Para dejarlo más claro, el Sucesor de Pedro contó un episodio del que
fue testigo en “la otra diócesis”, tal y como dijo: “Muchos de nosotros
cuando rezamos, no creemos que el Señor pueda hacer el milagro. Recuerdo
una historia, de la que yo he sido testigo, de un padre al que los
médicos dijeron que su hija de nueve años no pasaría de esa noche. Él
tomó un autobús y se marchó a setenta kilómetros al santuario de la
Virgen. Estaba cerrado, pero él se quedó en la verja y allí pasó toda la
noche rezando: ‘Señor, ¡sálvala! Señor, ¡dale vida!’ Rezó toda la noche
a la Virgen, gritando a Dios, gritando desde el corazón. Por la mañana,
cuando volvió al hospital, encontró a su esposa rezando. Él pensó: ‘Ha
muerto’. Pero la esposa le respondió: ‘No se entiende, no se entiende.
Los médicos dicen que es algo extraño, que parece que se ha curado’. El
grito de aquel hombre que pedía todo fue escuchado por el Señor que le
dio todo. Esta no es una
historia, esto lo he visto yo en la otra diócesis. ¿Nuestra oración es
valiente? A Aquel que puede darnos todos, pidámosle todo, como Bartimeo,
que es un gran maestro, el gran maestro de la oración. Él, Bartimeo,
nos da ejemplo con su fe concreta, insistente y valiente”.