ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
DICIEMBRE 2014
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FIESTA DE SAN ESTEBAN
PRIMER MÁRTIR DE LA IGLESIA
Plaza de San Pedro
Viernes 26 de diciembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas, les deseo que pasen serenamente las Fiestas navideñas. San Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la festividad de la asamblea de los santos en el Paraíso.
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Plaza de San Pedro
IV Domingo de Adviento, 21 de diciembre de 2014
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Plaza de San Pedro
III Domingo de Adviento "Gaudete", 14 de diciembre de 2014
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Plaza de San Pedro
De frente al amor, de frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. ¡Ninguno de nosotros puede comprar la salvación! La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros y habita en nosotros. Como hemos recibido gratuitamente, así gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque, si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. Y el Esíritu es un don para nosotros y nosostros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los otros y abandonarnos para que el Espíritu Santo nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, instrumentos de reconciliación, instrumentos de perdón. Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor, porque la gracia del Señor nos transforma, no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en su Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se asemeja al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel".
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET
Plaza de San Pedro
Domingo 28 de diciembre de 2014
Domingo 28 de diciembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos aún
inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a
contemplar a la Sagrada Familia de Nazaret. El Evangelio de hoy nos
presenta a la Virgen y a san José en el momento en que, cuarenta días
después del nacimiento de Jesús, van al templo de Jerusalén. Lo hacen en
religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer el
primogénito al Señor (cf. Lc2, 22-24).
Podemos imaginar a esta pequeña familia, en medio de tanta gente, en
los grandes atrios del templo. No sobresale a la vista, no se
distingue... Sin embargo, no pasa desapercibida. Dos ancianos, Simeón y
Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y comienzan a alabar a
Dios por ese Niño, en quien reconocen al Mesías, luz de las gentes y
salvación de Israel (cf. Lc2, 22-38). Es un momento sencillo pero
rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de
alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos
llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién hace que se
encuentren? Jesús. Jesús hace que se encuentren: los jóvenes y los
ancianos. Jesús es quien acerca a las generaciones. Es la fuente de ese
amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda
desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace pensar
también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia
de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la
sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisivo
para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos
ancianos, a estos dos abuelos —Simeón y Ana— saludamos desde aquí, con
un aplauso, a todos los abuelos del mundo.
El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe.
En la vida familiar de María y José Dios está verdaderamente en el
centro, y lo está en la Persona de Jesús. Por eso la Familia de Nazaret
es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.
Cuando padres e hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una
energía que les permite afrontar pruebas incluso difíciles, como muestra
la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo, en el hecho
dramático de la huida a Egipto: una dura prueba.
El Niño Jesús con su Madre María y con san José son una imagen
familiar sencilla pero muy luminosa. La luz que ella irradia es luz de
misericordia y de salvación para todo el mundo, luz de verdad para todo
hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene
de la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en esas
situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz,
falta la armonía y falta el perdón. Que no disminuya nuestra solidaridad
concreta especialmente en relación con las familias que están viviendo
situaciones más difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las
discriminaciones, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un
poco y en silencio rezamos por todas esas familias en dificultad, tanto
dificultades de enfermedad, falta de trabajo, discriminación, necesidad
de emigrar, como dificultades para comprenderse e incluso de desunión.
En silencio rezamos por todas esas familias... (Dios te salve María...).
Encomendamos a María, Reina y madre de la familia, a todas las
familias del mundo, a fin de que puedan vivir en la fe, en la concordia,
en la ayuda mutua, y por esto invoco sobre ellas la maternal protección
de quien fue madre e hija de su Hijo.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Mi pensamiento se dirige, en este momento, a los pasajeros del avión
malasio desaparecido mientras viajaba entre Indonesia y Singapur, así
como los pasajeros de los barcos que atravesaban en las últimas horas
las aguas del mar Adriático implicados en algunos accidentes. Estoy
cerca con el afecto y la oración a los familiares y a quienes viven con
preocupación y sufrimiento estas difíciles situaciones y a quienes están
comprometidos en las operaciones de socorro.
Hoy el primer saludo va a todas las familias presentes. Que la Sagrada Familia os bendiga y os guíe en vuestro camino.
A todos deseo un feliz domingo. Os doy las gracias una vez más por
vuestras felicitaciones y vuestras oraciones: seguid rezando por mí.
¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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FIESTA DE SAN ESTEBAN
PRIMER MÁRTIR DE LA IGLESIA
Plaza de San Pedro
Viernes 26 de diciembre de 2014
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy la liturgia recuerda el
testimonio de San Esteban, elegido por los Apóstoles, junto con
otros seis. para la diaconía de la caridad, es decir para asistir a
los pobres, a los huérfanos, a las viudas en la comunidad de
Jerusalén, es el primer mártir de la Iglesia. Con su martirio,
Esteban honra la venida al mundo del Rey de reyes, da testimonio de
Él y ofrece el don su misma vida, como servicio a los más
necesitados. Y así muestra cómo vivir en plenitud el misterio de la
Navidad.
El Evangelio de esta fiesta recuerda una parte del discurso de
Jesús a sus discípulos en el momento en el cual los envía en
misión. Dice, entre otras cosas: «Sereís odiados por todos a causa
de mi nombre. Pero aquel que persevere hasta el fin será salvado»
(Mt 10,22). Estas palabras del Señor no turban la celebración de la
Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento dulzoso que no
le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a
causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte, la
vida. Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y
prolongar la alegría de la Noche Santa, el camino es justo el
indicado por este Evangelio, es decir dar testimonio a Jesús en la
humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y
de pagar en persona. Y si no todos son llamados, como San Esteban, a
derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide sin embargo
que sea coherente, en cada circunstancia, con la fe que profesa. Es
la coherencia cristiana es una gracia que debemos pedir al Señor.
Ser coherentes, vivir como cristianos y no decir: “soy cristiano”,
y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que para pedir hoy.
Seguir el Evangelio es cierto un camino exigente, pero ¡bello,
bellísimo!, el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el
don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena
voluntad. Como cantan los ángeles el día de Navidad: “¡Paz,
Paz!” Esta paz donada por Dios es un grado de apaciguar la
conciencia de todos quienes, através de las pruebas de la vida,
saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con
perseverancia hasta el final (cfr Mt 10,22).
Hoy, hermanos y hermanas, oramos de modo particular por cuantos
son discriminados, perseguidos y y asesinados por su testimonio de
Cristo. Quisiera decir a cada uno de ellos: si portan esta cruz con
amor, han entrado en el misterio de la Navidad, han entrado en el
corazón de Cristo y de la Iglesia.
Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires
de hoy – ¡son tantos, tantísimos! -, se fortalezca en todas
partes del mundo el compromiso para reconocer y asegurar concretamente
la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona
humana.
Queridos hermanos y hermanas, les deseo que pasen serenamente las Fiestas navideñas. San Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la festividad de la asamblea de los santos en el Paraíso.
Después del
Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,
Los saludo en la alegría de la Navidad y renuevo a todos
vosotros el deseo de paz: paz en las familias, paz en las comunidades
parroquiales y religiosas, paz en los movimientos y en las
asociaciones. Saludo a todas las personas que se llaman Esteban o
Estefafía: ¡muchas felicidades!
En estas semanas he recibido muchos
mensajes
de saludos de Roma, y en otros lugares. No
me es posible
responder a cada uno,
deseo hoy
expresar a todos
mi más sincero agradecimiento, especialmente
por el don de la oración. ¡Gracias
de corazón! ¡El
Señor les
recompense con su
generosidad!
Y no olviden:
coherencia
cristiana, es decir, pensar, sentir y vivir como cristiano, y no
pensar como cristiano y vivir como pagano:
¡eso no! Hoy le
pedimos a Esteban
la gracia de la
coherencia cristiana. Y por favor,
continúen orando por mí, no lo
olviden.
¡Buena fiesta y buen almuerzo! ¡Adiós!.
(Traducción del
original italiano: http://catolicidad.blogspot.com)
Plaza de San Pedro
IV Domingo de Adviento, 21 de diciembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia quiere
prepararnos para la Navidad que ya está a la puerta invitándonos a
meditar el relato del anuncio del Ángel a María. El arcángel Gabriel
revela a la Virgen la voluntad del Señor de que ella se convierta en la
madre de su Hijo unigénito: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo» (Lc1, 31-32). Fijemos la mirada en esta sencilla joven
de Nazaret, en el momento en que acoge con docilidad el mensaje divino
con su «sì»; captemos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para
nosotros modelo de cómo prepararnos para la Navidad.
Ante todo sufe, su actitud de fe, que consiste en escuchar la
Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad
de mente y de corazón. Al responder al Ángel, María dijo: «He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38). En su «heme
aquí» lleno de fe, María no sabe por cuales caminos tendrá que
arriesgarse, qué dolores tendrá que sufrir, qué riesgos afrontar. Pero
es consciente de que es el Señor quien se lo pide y ella se fía
totalmente de Él, se abandona a su amor. Esta es la fe de María.
Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios.
María es aquella que hizo posible la encarnación del Hijo de Dios, «la
revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rm16,
25). Hizo posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su
«sí» humilde y valiente. María nos enseña a captar el momento favorable
en el que Jesús pasa por nuestra vida y pide una respuesta disponible y
generosa. Y Jesús pasa. En efecto, el misterio del nacimiento de Jesús
en Belén, que tuvo lugar históricamente hace más de dos mil años, se
realiza, como acontecimiento espiritual, en el «hoy» de la Liturgia. El
Verbo, que encontró una morada en el seno virginal de María, en la
celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada
cristiano: pasa y llama. Cada uno de nosotros está llamado a responder,
como María, con un «sí» personal y sincero, poniéndose plenamente a
disposición de Dios y de su misericordia, de su amor. Cuántas veces pasa
Jesús por nuestra vida y cuántas veces nos envía un ángel, y cuántas
veces no nos damos cuenta, porque estamos muy ocupados, inmersos en
nuestros pensamientos, en nuestros asuntos y, concretamente, en estos
días, en nuestros preparativos de la Navidad, que no nos damos cuenta
que Él pasa y llama a la puerta de nuestro corazón, pidiendo acogida,
pidiendo un «sí», como el de María. Un santo decía: «Temo que el Señor
pase». ¿Sabéis por qué temía? Temor de no darse cuenta y dejarlo pasar.
Cuando nosotros sentimos en nuestro corazón: «Quisiera ser más bueno,
más buena... Estoy arrepentido de esto que hice...». Es precisamente el
Señor quien llama. Te hace sentir esto: las ganas de ser mejor, las
ganas de estar más cerca de los demás, de Dios. Si tú sientes esto,
detente. ¡El Señor está allí! Y vas a rezar, y tal vez a la confesión, a
hacer un poco de limpieza...: esto hace bien. Pero recuérdalo bien: si
sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama: ¡no lo dejes marchar!
En el misterio de la Navidad, junto a María está la silenciosa
presencia de san José, como se representa en cada belén —también en el
que podéis admirar aquí en la plaza de San Pedro. El ejemplo de María y
de José es para todos nosotros una invitación a acoger con total
apertura de espíritu a Jesús, que por amor se hizo nuestro hermano. Él
viene a traer al mundo el don de la paz: «En la tierra paz a los hombres
de buena voluntad» (Lc2, 14), como lo anunció el coro de los
ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y
Cristo es nuestra auténtica paz. Y Cristo llama a nuestro corazón para
darnos la paz, la paz del alma. Abramos las puertas a Cristo.
Nos encomendamos a la intercesión de nuestra Madre y de san José,
para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda
mundanidad, dispuestos a acoger al Salvador, al Dios-con-nosotros.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos, fieles romanos y peregrinos venidos de diversos
países; las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones.
No lo olvidéis: el Señor pasa, y si tú tienes ganas de mejorar, de
ser más bueno, es el Señor quien llama a tu puerta. En esta Navidad, el
Señor pasa.
Deseo a todos un feliz domingo y una Navidad de esperanza, con las
puertas abiertas al Señor, una Navidad de alegría y de fraternidad.
No olvidéis rezar por mí. ¡Buen almuerzo! ¡Hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
III Domingo de Adviento "Gaudete", 14 de diciembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas,
queridos niños, queridos jóvenes, ¡buenos días!
queridos niños, queridos jóvenes, ¡buenos días!
Desde ya hace dos semanas el Tiempo de Adviento nos invita a la
vigilancia espiritual para preparar el camino al Señor que viene. En
este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior con la
cual vivir esta espera del Señor, es decir, la alegría. La alegría de
Jesús, como dice ese cartel: «Con Jesús la alegría está en casa». Esto
es, nos propone la alegría de Jesús.
El corazón del hombre desea la alegría. Todos deseamos la alegría,
cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la
alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que
viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra
vida. Desde que Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén,
la humanidad recibió un brote del reino de Dios, como un terreno que
recibe la semilla, promesa de la cosecha futura. ¡Ya no es necesario
buscar en otro sitio! Jesús vino a traer la alegría a todos y para
siempre. No se trata de una alegría que sólo se puede esperar o
postergar para el momento que llegue el paraíso: aquí en la tierra
estamos tristes pero en el paraíso estaremos alegres. ¡No! No es esta,
sino una alegría que ya es real y posible de experimentar ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría,
y con Jesús la alegría está en casa, como dice ese cartel vuestro: con
Jesús la alegría está en casa. Todos, digámoslo: «Con Jesús la alegría
está en casa». Otra vez: «Con Jesús la alegría está en casa». Y sin
Jesús, ¿hay alegría? ¡No! ¡Geniales! Él está vivo, es el Resucitado, y
actúa en nosotros y entre nosotros, especialmente con la Palabra y los
Sacramentos.
Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a
acoger siempre de nuevo la presencia de Dios en medio de nosotros y
ayudar a los demás a descubrirla, o a redescubrirla si la olvidaron. Se
trata de una misión hermosa, semejante a la de Juan el Bautista:
orientar a la gente a Cristo —¡no a nosotros mismos!— porque Él es la
meta a quien tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la
felicidad.
También san Pablo, en la liturgia de hoy, indica las condiciones para
ser «misioneros de la alegría»: rezar con perseverancia, dar siempre
gracias a Dios, cooperando con su Espíritu, buscar el bien y evitar el
mal (cf. 1 Ts 5, 17-22). Si este será nuestro estilo de vida,
entonces la Buena Noticia podrá entrar en muchas casas y ayudar a las
personas y a las familias a redescubrir que en Jesús está la salvación.
En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para afrontar
cada día las diversas situaciones de la vida, incluso las más pesadas y
difíciles. Nunca se escuchó hablar de un santo triste o de una santa con
rostro fúnebre. Nunca se oyó decir esto. Sería un contrasentido. El
cristiano es una persona que tiene el corazón lleno de paz porque sabe
centrar su alegría en el Señor incluso cuando atraviesa momentos
difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles
sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y
esta es la paz que Dios dona a sus hijos.
Con la mirada orientada hacia la Navidad ya cercana, la Iglesia nos
invita a testimoniar que Jesús no es un personaje del pasado; Él es la
Palabra de Dios que hoy sigue iluminando el camino del hombre; sus
gestos —los sacramentos— son la manifestación de la ternura, del
consuelo y del amor del Padre hacia cada ser humano. Que la Virgen
María, «Causa de nuestra alegría», nos haga cada vez más alegres en el
Señor, que viene a liberarnos de muchas esclavitudes interiores y
exteriores.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, he olvidado cómo era la frase. Ahora
sí, la vemos: «Con Jesús la alegría está en casa». Todos juntos: «Con
Jesús la alegría está en casa».
Os saludo a todos vosotros, familias, grupos parroquiales y
asociaciones, que habéis venido de Roma, de Italia y de muchas partes
del mundo.
Al saludar a los fieles polacos, me uno espiritualmente a sus
connacionales y a toda Polonia, que hoy encienden la «vela de Navidad» y
reafirmo el compromiso de solidaridad, especialmente en este Año de Cáritas que se celebra en Polonia.
Y ahora saludo con afecto a los niños que vinieron para la bendición
de los «Bambinelli», organizada por el Centro de oratorios romanos.
¡Enhorabuena! Lo habéis hecho muy bien, habéis estado muy alegres aquí
en la plaza, ¡felicidades! Y ahora lleváis el belén bendecido. Queridos
niños, os agradezco vuestra presencia y os deseo feliz Navidad.
Cuando
rezaréis en casa, ante el belén, recordad rezar también por mí, como yo
me acuerdo de vosotros. La oración es la respiración del alma: es
importante encontrar momentos durante el día para abrir el corazón a
Dios, incluso con oraciones sencillas y breves del pueblo cristiano. Por
esto, hoy pensé hacer un regalo a todos vosotros que estáis aquí en la
plaza, una sorpresa, un regalo: os daré un pequeño librito de bolsillo,
que recoge algunas oraciones, para los diversos momentos del día y para
las distintas situaciones de la vida. Es este. Algunos voluntarios lo
distribuirán. Tomad uno cada uno y llevadlo siempre con vosotros, como
ayuda para vivir toda la jornada con Dios. Y para que no olvidemos ese
mensaje tan bonito que habéis hecho con el cartel: «Con Jesús la alegría
está en casa». Otra vez: «Con Jesús la alegría está en casa».
¡Geniales!
A todos vosotros un cordial deseo de feliz domingo y de buen
almuerzo. No olvidéis, por favor, rezar por mí. ¡Hasta la vista! ¡Y
mucha alegría!
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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
Plaza de San Pedro
Lunes 8 de diciembre de 2014
El mensaje de hoy fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros. El Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» )Lc 1, 28): en ella no hay espacio para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús, y la preservado de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona a ella diciendo al Ángel: «Hágase en mí...». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide escuchar a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! ¡que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre!.
La actitud de María
de Nazaret
nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario
dejar hacer a Dios
para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él el que hace en
nosotros tantas maravillas.
María es receptiva, pero no pasiva. Así como, a nivel
físico, recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y
sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, así, en el plano
espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe. Por esto
San Agustín afirma que la Virgen «ha concebido primero en su
corazón antes que en su seno» (Discursos, 215, 4). Ha concebido
primero la fe y después al Señor. Este
misterio
de la acogida de la gracia,
que en María, por un privilegio único, estaba sin el obstáculo del
pecado, es una posibilidad para todos. San Pablo, en efecto, inicia
su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en
Cristo» (1, 3). Como María es saludada por Santa Isabel como
«bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), así del mismo
modo también nosotros hemos sido desde siempre “bendecidos”, es
decir amados y, por tanto, «elegidos antes de la creación del mundo
para ser santos e inmaculados» (Ef 1, 4). María ha sido
preservada, mientras nosotros hemos sido salvados gracias al Bautismo
y a la fe. Pero todos, tanto ella como nosotros, por medio de Cristo,
«en alabanza del esplendor de su gracia» (v. 6), esa gracia de la
cual la Inmaculada ha sido colmada en plenitud.
De frente al amor, de frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. ¡Ninguno de nosotros puede comprar la salvación! La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros y habita en nosotros. Como hemos recibido gratuitamente, así gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque, si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. Y el Esíritu es un don para nosotros y nosostros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los otros y abandonarnos para que el Espíritu Santo nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, instrumentos de reconciliación, instrumentos de perdón. Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor, porque la gracia del Señor nos transforma, no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en su Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se asemeja al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel".
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Plaza de San Pedro
II Domingo de Adviento, 7 de diciembre de 2014
Este domingo marca la segunda etapa del tiempo de Adviento, un período estupendo que despierta en nosotros la espera del regreso de Cristo y la memoria de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza. Es la invitación del Señor expresado por boca del profeta Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios» (40, 1). Con estas palabras se abre el Libro de la consolación, donde el profeta dirige al pueblo en exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de la tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede mirar con confianza hacia el futuro: le espera finalmente el regreso a la patria. Por ello la invitación es dejarse consolar por el Señor.
Isaías se dirige a gente que atravesó un período oscuro, que sufrió una prueba muy dura; pero ahora llegó el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar espacio a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo por la senda de la liberación y de la salvación. ¿De qué modo hará todo esto? Con la solicitud y la ternura de un pastor que se ocupa de su rebaño. Él, en efecto, dará unidad y seguridad al rebaño, lo apacentará, reunirá en su redil seguro a las ovejas dispersas, reservará atención especial a las más frágiles y débiles (cf. v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros, sus criaturas. Por ello el profeta invita a quien le escucha —incluidos nosotros, hoy— a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza: que el Señor nos consuela. Y dejar espacio a la consolación que viene del Señor.
Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros no experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio, que tenemos que llevar en el bolsillo: ¡no olvidéis esto! El Evangelio en el bolsillo o en la cartera, para leerlo continuamente. Y esto nos trae consolación: cuando permanecemos en oración silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela.
Dejemos ahora que la invitación de Isaías —«Consolad, consolad a mi pueblo»— resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desanimados. Él enciende el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! No nosotros. Muchas situaciones requieren nuestro testimonio de consolación. Ser personas gozosas, que consuelan. Pienso en quienes están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; en quienes son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. ¡Pobrecillos! Tienen consolaciones maquilladas, no la verdadera consolación del Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso!
El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para preparar con compromiso el camino del Señor. El profeta, en efecto, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nosotros nos encomendamos a Él con corazón humilde y arrepentido, Él derrumbará los muros del mal, llenará los vacíos de nuestras omisiones, allanará las dosis de soberbia y vanidad y abrirá el camino del encuentro con Él. Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista. Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía de salir de nosotros mismos. Es Él quien nos conduce a la fuente de toda consolación auténtica, es decir, al Padre. Y esto es la conversión. Por favor, dejaos consolar por el Señor. ¡Dejaos consolar por el Señor!
La Virgen María es la «senda» que Dios mismo se preparó para venir al mundo. Confiamos a ella la esperanza de salvación y de paz de todos los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos llegados de Italia y de diversos países: familias, grupos parroquiales, asociaciones. En especial, saludo a los misioneros y las misioneras Identes, que son tan buenos y que hacen tanto bien.
A todos vosotros deseo un feliz domingo. Por favor, dejaos consolar por el Señor. ¿Entendido? ¡Dejaos consolar por el Señor! Y no olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista! Y para mañana feliz día de la Inmaculada. Que el Señor os bendiga.
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