miércoles, 7 de enero de 2015

FRANCISCO: Mensajes de Diciembre (30, 25, 11, 8, 7, 6 y 27 de noviembre)

MENSAJES DEL SANTO PADRE FRANCISCO 

DICIEMBRE 2014

 

  MENSAJE CON OCASIÓN DE LA XXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2015



Sapientia cordis.
«Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies»
(Jb 29,15)
 


Queridos hermanos y hermanas:


Con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, instituida por san Juan Pablo II, me dirijo a vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario.


El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Quisiera hacerlo en la perspectiva de la sapientia cordis, la sabiduría del corazón.


1. Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Antes bien, como la describe Santiago en su Carta, es «pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía» (3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. De manera que, hagamos nuestra la invocación del Salmo: «¡A contar nuestros días enséñanos / para que entre la sabiduría en nuestro corazón!» (Sal 90,12). En esta sapientia cordis, que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial del Enfermo.


2. Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies», se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).


Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos  que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.


3. Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).


Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida», para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas.


4. Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).


Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan «la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (ibíd.).


5. Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb 2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho.


La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Cf Homilía con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014).


También cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sapientia cordis. Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (42,5). De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.


6. Confío esta Jornada Mundial del Enfermo a la protección materna de María, que ha acogido en su seno y ha generado la Sabiduría encarnada, Jesucristo, nuestro Señor.
Oh María, Sede de la Sabiduría, intercede, como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón.


Acompaño esta súplica por todos vosotros con la Bendición Apostólica.



Vaticano, 30 de diciembre de 2014



Memorial de San Francisco Javier



FRANCISCUS


----- 0 -----



MENSAJE URBI ET ORBI

NAVIDAD 2014


Jueves, 25 de diciembre de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!


Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guio a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).


Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.


A él, el Salvador del mundo, le pido hoy que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.


Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.


Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.


Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados; niños, tantos niños que sufren abusos. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.


El Niño Jesús. Pienso en todos los niños hoy maltratados y muertos, sea los que lo padecen antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y sepultados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; sean los niños desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños masacrados en los bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios. Todavía hoy, su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre campea hoy la sombra de los actuales Herodes. Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.


Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpe la dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia, en la globalización de la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».


Con estos pensamientos, feliz Navidad a todos.
 

  ----- 0 -----

 

A LOS PARTICIPANTES EN EL IV CONGRESO EUROPEO DE PASTORAL JUVENIL

[ROMA, 11-13 DE DICIEMBRE DE 2014] 


Al venerado hermano
señor cardenal Stanisław Ryłko
presidente del Consejo pontificio para los laicos



Le dirijo mi cordial saludo a usted, a los obispos, a los responsables nacionales y a los jóvenes reunidos durante estos días en Roma para el iv Congreso europeo de pastoral juvenil, organizado por el Consejo pontificio para los laicos en colaboración con el Consejo de Conferencias episcopales de Europa sobre el tema: Una Iglesia joven, testigo de la alegría del Evangelio.


Después de tres encuentros de los años noventa, volvéis a «caminar juntos por los caminos de Europa». Os invito a tener presente que, a lo largo del camino, mientras conversamos y discutimos juntos, Jesús en persona se acerca y camina con nosotros (cf. Lc 24, 15). Como los discípulos de Emaús, dejemos que Él nos abra los ojos para reconocerlo, ayudándonos a encontrar en Él mismo el sentido de esta difícil pero apasionante etapa de la historia que se nos concede vivir juntos.


Vosotros, que trabajáis en el campo de la pastoral juvenil, realizáis una tarea valiosa para la Iglesia. Los jóvenes tienen necesidad de este servicio: de adultos y coetáneos maduros en la fe que los acompañen en su camino, ayudándoles a encontrar el sendero que conduce a Cristo. Mucho más que en la promoción de una serie de actividades para los jóvenes, esta pastoral consiste en caminar con ellos, acompañándolos personalmente en los contextos complejos, y a veces difíciles, en los que están insertados.


La pastoral juvenil está llamada a captar los interrogantes de los jóvenes de hoy y, a partir de ellos, a comenzar un diálogo verdadero y honrado para llevar a Cristo a su vida. Y en este sentido, un verdadero diálogo lo puede entablar quien vive una relación personal con el Señor Jesús, que se expresa en la relación con los hermanos.


Por este motivo os habéis reunido, para crear una «red» de conocimientos y amistades a nivel europeo, gracias a las cuales los responsables de la pastoral juvenil del continente puedan compartir las experiencias vividas «sobre el terreno» y las cuestiones que derivan de ellas. Sabemos muy bien que hay mucho por hacer. Os pido que nunca os canséis de anunciar el Evangelio con la vida y con la palabra: ¡La Europa de hoy tiene necesidad de redescubrirlo!


Por lo tanto, deseo animaros a considerar la realidad actual de los jóvenes europeos con la mirada de Cristo. Él nos enseña a ver no sólo los desafíos y los problemas, sino también a reconocer las tantas semillas de amor y de esperanza esparcidas en el terreno de este continente, que ha dado a la Iglesia un gran número de santos y santas, y ¡muchos de estos son jóvenes! No olvidemos que hemos recibido la tarea de sembrar, pero que es Dios quien hace crecer las semillas que sembramos (cf. 1 Co 3, 7).


Mientras sembráis la Palabra del Señor en este vasto campo que es la juventud europea, tenéis la ocasión de testimoniar las razones de la esperanza que hay en vosotros, con dulzura y respeto (cf. 1 P 3, 15). Podéis ayudar a los jóvenes a darse cuenta de que la fe no se contrapone a la razón, y así acompañarlos para que lleguen a ser protagonistas felices de la evangelización de sus coetáneos.


Por último, queridos amigos, en este año en que la atención se centra en la familia y, al mismo tiempo, en la vida consagrada, la pastoral juvenil está llamada a proponer a los jóvenes un camino de discernimiento vocacional, para prepararlos a seguir a Jesús en el camino de la vida matrimonial y familiar o en el de una consagración especial al servicio del reino de Dios.


Ruego al Señor, por intercesión de la Virgen santísima, que el trabajo de estos días sea rico de frutos para vuestro compromiso en la pastoral juvenil y, aun antes, para vuestro camino de santidad, porque es la santidad la que hace crecer a la Iglesia y abre los corazones a la acogida del Evangelio. Os pido, por favor, que recéis por mí y con afecto os bendigo.


Vaticano, 11 de diciembre de 2014



 FRANCISCUS


----- 0 -----
 
XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 



1° DE ENERO DE 2015

 



NO ESCLAVOS, SINO HERMANOS



1. Al comienzo de un nuevo año, que recibimos como una gracia y un don de Dios a la humanidad, deseo dirigir a cada hombre y mujer, así como a los pueblos y naciones del mundo, a los jefes de Estado y de Gobierno, y a los líderes de las diferentes religiones, mis mejores deseos de paz, que acompaño con mis oraciones por el fin de las guerras, los conflictos y los muchos de sufrimientos causados por el hombre o por antiguas y nuevas epidemias, así como por los devastadores efectos de los desastres naturales. Rezo de modo especial para que, respondiendo a nuestra común vocación de colaborar con Dios y con todos los hombres de buena voluntad en la promoción de la concordia y la paz en el mundo, resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad.
 

En el mensaje para el 1 de enero pasado, señalé que del «deseo de una vida plena… forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer».[1] Siendo el hombre un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad, es esencial que para su desarrollo se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía. Por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad.Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere múltiples formas sobre las que deseo hacer una breve reflexión, de modo que, a la luz de la Palabra de Dios, consideremos a todos los hombres «no esclavos, sino hermanos».


A la escucha del proyecto de Dios sobre la humanidad


2. El tema que he elegido para este mensaje recuerda la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo, antiguo esclavo de Filemón y que después se hizo cristiano, mereciendo por eso, según Pablo, que sea considerado como un hermano. Así escribe el Apóstol de las gentes: «Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido» (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento (cf. 2 Co 5,17; 1 P 1,3) que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social.


En el libro del Génesis, leemos que Dios creó al hombre, varón y hembra, y los bendijo, para que crecieran y se multiplicaran (cf. 1,27-28): Hizo que Adán y Eva fueran padres, los cuales, cumpliendo la bendición de Dios de ser fecundos y multiplicarse, concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel. Caín y Abel eran hermanos, porque vienen del mismo vientre, y por lo tanto tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios.


Pero la fraternidad expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad. Gracias a ello la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios.


Por desgracia, entre la primera creación que narra el libro del Génesis y el nuevo nacimiento en Cristo, que hace de los creyentes hermanos y hermanas del «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), se encuentra la realidad negativa del pecado, que muchas veces interrumpe la fraternidad creatural y deforma continuamente la belleza y nobleza del ser hermanos y hermanas de la misma familia humana. Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio. «El asesinato de Abel por parte de Caín deja constancia trágicamente del rechazo radical de la vocación a ser hermanos. Su historia (cf. Gn 4,1-16) pone en evidencia la dificultad de la tarea a la que están llamados todos los hombres, vivir unidos, preocupándose los unos de los otros».[2]


También en la historia de la familia de Noé y sus hijos (cf. Gn 9,18-27), la maldad de Cam contra su padre es lo que empuja a Noé a maldecir al hijo irreverente y bendecir a los demás, que sí lo honraban, dando lugar a una desigualdad entre hermanos nacidos del mismo vientre.


En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en la cultura de la esclavitud (cf. Gn 9,25-27), con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad. De ahí la necesidad de convertirse continuamente a la Alianza, consumada por la oblación de Cristo en la cruz, seguros de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia... por Jesucristo» (Rm 5,20.21). Él, el Hijo amado (cf. Mt 3,17), vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús «hermano y hermana, y madre» (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre (cf. Ef 1,5).


No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17; Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).


Todo esto demuestra cómo la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5),[3] también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15).


Múltiples rostros de la esclavitud de entonces y de ahora


3. Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho. Éste establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo. En otras palabras, el mismo derecho admitía que algunas personas podían o debían ser consideradas propiedad de otra persona, la cual podía disponer libremente de ellas; el esclavo podía ser vendido y comprado, cedido y adquirido como una mercancía.


Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad,[4] está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.


Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.


Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.


Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo... Sí, pienso en el «trabajo esclavo».


Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.


No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional.


Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.


Algunas causas profundas de la esclavitud


4. Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.


Junto a esta causa ontológica –rechazo de la humanidad del otro­– hay otras que ayudan a explicar las formas contemporáneas de la esclavitud. Me refiero en primer lugar a la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Con frecuencia, las víctimas de la trata y de la esclavitud son personas que han buscado una manera de salir de un estado de pobreza extrema, creyendo a menudo en falsas promesas de trabajo, para caer después en manos de redes criminales que trafican con los seres humanos. Estas redes utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo.


Entre las causas de la esclavitud hay que incluir también la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. En efecto, la esclavitud y la trata de personas humanas requieren una complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares. «Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, en el centro de todo sistema social o económico, tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el dominador del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores».[5]


Otras causas de la esclavitud son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente, mientras que otras se ven obligadas a emigrar, dejando todo lo que poseen: tierra, hogar, propiedades, e incluso la familia. Éstas últimas se ven empujadas a buscar una alternativa a esas terribles condiciones aun a costa de su propia dignidad y supervivencia, con el riesgo de entrar de ese modo en ese círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria, la corrupción y sus consecuencias perniciosas.


Compromiso común para derrotar la esclavitud


5. Con frecuencia, cuando observamos el fenómeno de la trata de personas, del tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud, tenemos la impresión de que todo esto tiene lugar bajo la indiferencia general.


Aunque por desgracia esto es cierto en gran parte, quisiera mencionar el gran trabajo silencioso que muchas congregaciones religiosas, especialmente femeninas, realizan desde hace muchos años en favor de las víctimas. Estos Institutos trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia, tratando de romper las cadenas invisibles que tienen encadenadas a las víctimas a sus traficantes y explotadores; cadenas cuyos eslabones están hechos de sutiles mecanismos psicológicos, que convierten a las víctimas en dependientes de sus verdugos, a través del chantaje y la amenaza, a ellos y a sus seres queridos, pero también a través de medios materiales, como la confiscación de documentos de identidad y la violencia física. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen.


Este inmenso trabajo, que requiere coraje, paciencia y perseverancia, merece el aprecio de toda la Iglesia y de la sociedad. Pero, naturalmente, por sí solo no es suficiente para poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere también un triple compromiso a nivel institucional de prevención, protección de las víctimas y persecución judicial contra los responsables. Además, como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad.


Los Estados deben vigilar para que su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, respete la dignidad de la persona. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, rehabilitando a la víctima y garantizando su integridad, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad. 
Es preciso que se reconozca también el papel de la mujer en la sociedad, trabajando también en el plano cultural y de la comunicación para obtener los resultados deseados.


Las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes. Es necesaria una cooperación en diferentes niveles, que incluya a las instituciones nacionales e internacionales, así como a las organizaciones de la sociedad civil y del mundo empresarial.


Las empresas,[6] en efecto, tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas. A la responsabilidad social de la empresa hay que unir la responsabilidad social del consumidor. Pues cada persona debe ser consciente de que «comprar es siempre un acto moral, además de económico».[7]


Las organizaciones de la sociedad civil, por su parte, tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud.


En los últimos años, la Santa Sede, acogiendo el grito de dolor de las víctimas de la trata de personas y la voz de las congregaciones religiosas que las acompañan hacia su liberación, ha multiplicado los llamamientos a la comunidad internacional para que los diversos actores unan sus esfuerzos y cooperen para poner fin a esta plaga.[8] Además, se han organizado algunos encuentros con el fin de dar visibilidad al fenómeno de la trata de personas y facilitar la colaboración entre los diferentes agentes, incluidos expertos del mundo académico y de las organizaciones internacionales, organismos policiales de los diferentes países de origen, tránsito y destino de los migrantes, así como representantes de grupos eclesiales que trabajan por las víctimas. Espero que estos esfuerzos continúen y se redoblen en los próximos años.


Globalizar la fraternidad, no la esclavitud ni la indiferencia


6. En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad»,[9] la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad, como nos lo muestra la historia de Josefina Bakhita, la santa proveniente de la región de Darfur, en Sudán, secuestrada cuando tenía nueve años por traficantes de esclavos y vendida a dueños feroces. A través de sucesos dolorosos llegó a ser «hija libre de Dios», mediante la fe vivida en la consagración religiosa y en el servicio a los demás, especialmente a los pequeños y débiles. Esta Santa, que vivió entre los siglos XIX y XX, es hoy un testigo ejemplar de esperanza[10] para las numerosas víctimas de la esclavitud y un apoyo en los esfuerzos de todos aquellos que se dedican a luchar contra esta «llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida en la carne de Cristo».[11]


En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.


Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo,[12] que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).


Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.


Vaticano, 8 de diciembre de 2014






 

FRANCISCO



 

[1] N. 1. [2] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 2.
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11.
[4] Cf. Discurso a la Asociación internacional de Derecho penal, 23 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 8.
[5] Discurso a los participantes en el encuentro mundial de los movimientos populares, 28 octubre 2014: L’Osservatore Romano, Ed. lengua española, 31 octubre 2014, p. 3.
[6] Cf. Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, La vocazione del leader d’impresa. Una riflessione, Milano e Roma, 2013.
[7] Benedicto XVI, Cart. enc. Caritas in veritate, 66.
[8] Cf. Mensaje al Sr. Guy Ryder, Director general de la Organización internacional del trabajo, con motivo de la Sesión 103 de la Conferencia de la OIT, 22 mayo 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 6 junio 2014, p. 3.
[9] Benedicto XVI, Carta. enc. Caritas in veritate, 5.
[10] «A través del conocimiento de esta esperanza ella fue “redimida”, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios» (Benedicto XVI, Carta. enc. Spe salvi, 3).
[11] Discurso a los participantes en la II Conferencia internacional sobre la Trata de personas: Church and Law Enforcement in partnership, 10 abril 2014: L’Osservatore Romano, Ed. leng. española 11 abril 2014, p. 9; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270.
[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24; 270.



----- 0 -----


A LA CONFERENCIA SOBRE EL IMPACTO HUMANITARIO DE LAS ARMAS ATÓMICAS


A su excelencia
señor Sebastian Kurz,
ministro federal para Europa,
la integración y Asuntos exteriores de la República de Austria,
presidente de la III Conferencia sobre el impacto humanitario
de las armas nucleares



Me alegra saludarlo a usted, señor presidente, y a todos los representantes de las varias naciones y de las organizaciones internacionales, así como de la sociedad civil, que participan en la Conferencia de Viena sobre el impacto humanitario de las armas nucleares.
Las armas nucleares son un problema global, que afecta a todas las naciones, y tendrán un impacto en las generaciones futuras, así como en el planeta, que es nuestra casa. Se necesita una ética global, si queremos reducir la amenaza nuclear y trabajar por el desarme nuclear. Hoy más que nunca, la interdependencia tecnológica, social y política exige urgentemente una ética de solidaridad (cf. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 38), que aliente a los pueblos a trabajar juntos por un mundo más seguro y un futuro que se base cada vez más en los valores morales y en la responsabilidad en una dimensión global.


Las consecuencias humanitarias de las armas nucleares son previsibles y planetarias. Mientras que a menudo nos concentramos en el potencial de las armas nucleares de destrucción masiva, se debe poner mayor atención en los «sufrimientos no necesarios» causados por su uso. Los códigos militares y el derecho internacional, entre otras cosas, condenaron hace tiempo a las personas que provocaron sufrimientos no necesarios. Si se condenan semejantes sufrimientos durante una guerra convencional, entonces mucho más deberían condenarse en el caso de un conflicto nuclear. Entre nosotros hay víctimas de dichas armas; nos ponen en guardia para que no cometamos los mismos errores irreparables que devastaron a poblaciones y la creación. Dirijo mi afectuoso saludo a los Hibakusha, así como a las demás víctimas de los experimentos con armas nucleares, presentes en este encuentro. Les animo a todos ellos a ser voz profética, exhortando a la familia humana a apreciar más profundamente la belleza, el amor, la cooperación y la fraternidad, recordando al mismo tiempo al mundo el riesgo de las armas nucleares, que tienen el potencial para destruirnos a nosotros y la civilización.


La disuasión nuclear y la amenaza de destrucción recíproca segura no pueden ser la base de una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre los pueblos y los Estados. Los jóvenes de hoy y de mañana tienen derecho a mucho más. Tienen derecho a un orden mundial pacífico, basado en la unidad de la familia humana, fundado en el respeto, la cooperación, la solidaridad y la compasión. Este es el momento de contrastar la lógica del miedo con la ética de la responsabilidad, para promover un clima de confianza y de diálogo sincero.


Gastar en armas nucleares dilapida la riqueza de las naciones. Dar prioridad a semejante gasto es un error y un despilfarro de recursos, que se invertirían mucho mejor en las áreas de desarrollo humano integral de la educación, la salud y la lucha contra la pobreza extrema. Cuando se dilapidan dichos recursos, los pobres y los débiles, que viven al margen de la sociedad, pagan las consecuencias.


El deseo de paz, de seguridad y estabilidad es uno de los deseos más profundos del corazón humano, puesto que está arraigado en el Creador, que hace a todos los pueblos miembros de la familia humana. Esta aspiración jamás puede ser colmada solamente por los medios militares, y mucho menos por la posesión de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva. La paz «no se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica» (Gaudium et spes, 78). La paz ha de construirse con la justicia, el desarrollo socioeconómico, la libertad, el respeto de los derechos humanos fundamentales, la participación de todos en los asuntos públicos y la confianza entre los pueblos. El Papa Pablo VI sintetizó todo esto en su encíclica Populorum progressio: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz» (n. 76). Es nuestra responsabilidad adoptar medidas concretas que promuevan la paz y la seguridad, pero permaneciendo siempre atentos al límite constituido por enfoques a corto plazo de problemas de seguridad nacional e internacional. Debemos comprometernos profundamente a reforzar la confianza recíproca, dado que sólo mediante dicha confianza se puede establecer una paz verdadera y duradera entre las naciones (cf. Juan XXIII, Pacem in terris, 113).


En el contexto de la presente Conferencia deseo fomentar un diálogo sincero y abierto entre las partes que están dentro de cada Estado que posee armas nucleares, entre los varios Estados que tienen armas nucleares, y entre estos y los Estados desprovistos de armas nucleares. Ese diálogo debe ser inclusivo, implicando a las organizaciones internacionales, a las comunidades religiosas y a la sociedad civil; debe orientarse al bien común y no a la protección de intereses particulares. «Un mundo sin armas nucleares» es un objetivo compartido por las naciones, del que son portavoces los líderes mundiales, así como la aspiración de millones de hombres y mujeres. El futuro y la supervivencia de la familia humana estriban en ir más allá de ese objetivo y garantizar que se realice.


Estoy convencido de que el deseo de paz y fraternidad, profundamente anidado en el corazón humano, dará frutos de modo concreto para garantizar que las armas nucleares se prohíban de una vez para siempre, en beneficio de nuestra casa común. La seguridad de nuestro futuro depende de que se garantice la seguridad pacífica de los demás, puesto que si la paz, la seguridad y la estabilidad no se fundan en el plano global, no se gozarán en absoluto. Somos responsables individual y colectivamente del bienestar, sea presente, sea futuro, de nuestros hermanos y hermanas. Es mi ferviente esperanza que dicha responsabilidad plasme nuestros esfuerzos en favor del desarme nuclear, puesto que un mundo sin armas nucleares es en verdad posible.


Vaticano, 7 de diciembre de 2014



FRANCISCO PP.


----- 0 ----- 


VIDEOMENSAJE A LOS CRISTIANOS DE MOSUL REFUGIADOS EN ERBIL



Sábado, 6 de diciembre de 2014


Queridos hermanos y hermanas:


Quisiera saludaros a todos y a cada uno de vosotros, junto con el cardenal Philippe Barbarin, que os lleva nuevamente la preocupación y el amor de toda la Iglesia. Yo también quisiera estar allí, pero dado que no puedo viajar, lo hago así... pero os estoy muy cercano en estos momentos de prueba. Al regresar de mi viaje a Turquía dije: los cristianos son expulsados de Oriente Medio, con sufrimiento. Os doy las gracias por el testimonio que dais; hay mucho sufrimiento en vuestro testimonio. ¡Gracias! ¡Muchas gracias!


Parece que allí no quieren que estén los cristianos, pero vosotros dais testimonio de Cristo.
Pienso en las llagas, los dolores de las mamás con sus niños, de los ancianos y los desplazados, en las heridas de quien es víctima de todo tipo de violencia.


Como recordé en Ankara, suscita especial preocupación el hecho de que, sobre todo, a causa de un grupo extremista y fundamentalista, comunidades enteras, especialmente —pero no sólo— los cristianos y yasidíes, han sufrido y todavía sufren violencias inhumanas a causa de su identidad étnica religiosa. Cristianos y yasidíes fueron expulsados por la fuerza de sus casas, tuvieron que abandonar todo para salvar su vida y no renegar de la fe. La violencia afectó también edificios sagrados, monumentos, símbolos religiosos y patrimonios culturales, casi como queriendo eliminar todo rastro, toda memoria del otro.


En calidad de jefes religiosos, tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos.


Hoy quisiera estar cercano a vosotros que soportáis este sufrimiento, estar cerca de vosotros... Y pienso en santa Teresa del Niño Jesús, quien decía que ella y la Iglesia se sentía como una caña: cuando viene el viento, la tempestad, la caña se dobla, pero no se rompe. Vosotros sois en este momento esa caña, vosotros os dobláis con dolor, pero tenéis esta fuerza de llevar adelante vuestra fe, que para nosotros es testimonio. ¡Vosotros sois las cañas de Dios hoy! Las cañas que se abajan con este viento feroz, pero que luego surgirán.


Quiero agradecer una vez más. Pido al Espíritu que hace nuevas todas las cosas, que done a cada uno de vosotros fuerza y resistencia. Es un don del Espíritu Santo. Y con vosotros pido con fuerza, como ya hice en Turquía, una mayor convergencia internacional para resolver los conflictos que ensangrientan sus tierras de origen, para contrarrestar las otras causas que obligan a las personas a abandonar su patria y promover las condiciones que les permitan quedarse o retornar. Os deseo que regreséis, que podáis regresar.


Queridos hermanos y hermanas, estáis en mi corazón, en mi oración y en los corazones y oraciones de todas las comunidades cristianas a quienes pediré que oren, de manera especial por vosotros, el día 8 de diciembre, orar a la Virgen para que os custodie: Ella es madre, que os proteja.


Hermanos y hermanas, vuestra resistencia es martirio, rocío que fecunda. Por favor, os pido que recéis por mí, que el Señor os bendiga, que la Virgen os proteja.


Que os bendiga Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.


----- 0 -----


A LA CONFERENCIA SOBRE EL IMPACTO HUMANITARIO DE LAS ARMAS ATÓMICAS


Al Ministro del Ambiente de la República del Perú 

 

A Su Excelencia el Señor Manuel Pulga Vidal

Ministro de Medio Ambiente de la República del Perú

y Presidente de la vigésima Conferencia de las Partes de la Convención Marco

de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático - Lima





Excelencia:



Los primeros 12 días del mes de diciembre de 2014, la ciudad de Lima y el pueblo del Perú tendrán el honor de acoger la vigésima Conferencia de las Partes de la Convención marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, cuya agenda se propone verificar la marcha de la aplicación de ese instrumento jurídico, de contenido crucial en el presente momento histórico. Junto con mis saludos a Usted, Señor Presidente, y a todos los organizadores y participantes en dicha Conferencia, quiero enviarles mi cercanía y aliento, para que los trabajos de estos días se lleven a cabo con espíritu abierto y generoso. Lo que Ustedes van a debatir afecta a toda la humanidad, en particular a los más pobres y a las generaciones futuras. Más aún, se trata de una grave responsabilidad ética y moral.



No deja de ser significativo que la Conferencia se desarrolle en las costas adyacentes a la corriente marítima de Humboldt, que une en un abrazo simbólico los pueblos de América, Oceanía y Asia y que cumple un papel determinante en el clima de todo el planeta. Las consecuencias de los cambios ambientales, que ya se sienten de modo dramático en muchos estados, sobre todo los insulares del Pacífico, nos recuerdan la gravedad de la incuria y de la inacción. El tiempo para encontrar soluciones globales se está agotando. Solamente podremos hallar soluciones adecuadas si actuamos juntos y concordes. Existe, por tanto, un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de actuar.



La lucha eficaz contra el calentamiento global será posible únicamente con una responsable respuesta colectiva, que supere intereses y comportamientos particulares y se desarrolle libre de presiones políticas y económicas. Una respuesta colectiva que sea también capaz de superar actitudes de desconfianza y promover una cultura de la solidaridad, del encuentro y el diálogo; capaz de mostrar la responsabilidad de proteger el planeta y la familia humana.



Deseo de corazón que en la Conferencia de Lima, así como en los encuentros sucesivos, que serán decisivos para las negociaciones sobre el clima, se dé un diálogo impregnado de esta cultura y de los valores que la sustentan: justicia, respeto y equidad.



Con este mensaje, Señor Presidente y señores participantes en la Conferencia, formulo mis mejores deseos para que sus reflexiones e iniciativas sean fructíferas y estén al servicio de todos los hombres. A la vez que rezo por sus deliberaciones, para que se vean colmadas de éxitos abundantes, invoco sobre Ustedes y sobre todos los participantes en este significativo encuentro la Bendición del Altísimo, que pido se extienda a todos los ciudadanos de los países que Ustedes representan.



Reciba, Señor Presidente, mi más atento y cordial saludo.



Vaticano, 27 de noviembre de 2014



FRANCISCO




© Copyright - Libreria Editrice Vaticana