miércoles, 7 de enero de 2015

FRANCISCO: Audiencias Generales de diciembre (17, 10 y 3)

AUDIENCIAS GENERALES DEL PAPA FRANCISCO
DICIEMBRE 2014


Plaza de San Pedro
Miércoles 17 de diciembre de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Sínodo de los obispos sobre la familia, que se acaba de celebrar, ha sido la primera etapa de un camino, que se concluirá el próximo mes de octubre con la celebración de otra asamblea sobre el tema «Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo». La oración y la reflexión que deben acompañar este camino implican a todo el pueblo de Dios. 


Quisiera que también las habituales meditaciones de las audiencias del miércoles se introduzcan en este camino común. He decidido, por ello, reflexionar con vosotros, durante este año, precisamente sobre la familia, sobre este gran don que el Señor entregó al mundo desde el inicio, cuando confirió a Adán y Eva la misión de multiplicarse y llenar la tierra (cf. Gn 1, 28). Ese don que Jesús confirmó y selló en su Evangelio.


La cercanía de la Navidad enciende una gran luz sobre este misterio. La Encarnación del Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y la mujer. Y este nuevo inicio tiene lugar en el seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía llegar de manera espectacular, o como un guerrero, un emperador... No, no: viene como un hijo de familia. Esto importante: contemplar en el belén esta escena tan hermosa.
Dios eligió nacer en una familia humana, que Él mismo formó. La formó en un poblado perdido de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que era la capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, sino más bien con mala fama. Lo recuerdan también los Evangelios, casi como un modo de decir: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46). Tal vez, en muchas partes del mundo, nosotros mismos aún hablamos así, cuando oímos el nombre de algún sitio periférico de una gran ciudad. Sin embargo, precisamente allí, en esa periferia del gran Imperio, inició la historia más santa y más buena, la de Jesús entre los hombres. Y allí se encontraba esta familia.


Jesús permaneció en esa periferia durante treinta años. El evangelista Lucas resume este período así: Jesús «estaba sujeto a ellos [es decir a María y a José]. Y uno podría decir: «Pero este Dios que viene a salvarnos, ¿perdió treinta años allí, en esa periferia de mala fama?». ¡Perdió treinta años! Él quiso esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. «Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2, 51-52). No se habla de milagros o curaciones, de predicaciones —no hizo nada de ello en ese período—, de multitudes que acudían a Él. En Nazaret todo parece suceder «normalmente», según las costumbres de una piadosa y trabajadora familia israelita: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas... todas las cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años. «¡Pero que desperdicio, padre!». Los caminos de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y eso no era un desperdicio. Eran grandes santos: María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo... La familia.


Ciertamente que nos enterneceríamos con el relato acerca del modo en que Jesús adolescente afrontaba las citas de la comunidad religiosa y los deberes de la vida social; al conocer cómo, siendo joven obrero, trabajaba con José; y luego su modo de participar en la escucha de las Escrituras, en la oración de los salmos y en muchas otras costumbres de la vida cotidiana. Los Evangelios, en su sobriedad, no relatan nada acerca de la adolescencia de Jesús y dejan esta tarea a nuestra afectuosa meditación. El arte, la literatura, la música recorrieron esta senda de la imaginación. Ciertamente, no se nos hace difícil imaginar cuánto podrían aprender las madres de las atenciones de María hacia ese Hijo. Y cuánto los padres podrían obtener del ejemplo de José, hombre justo, que dedicó su vida en sostener y defender al niño y a su esposa —su familia— en los momentos difíciles. Por no decir cuánto podrían ser alentados los jóvenes por Jesús adolescente en comprender la necesidad y la belleza de cultivar su vocación más profunda, y de soñar a lo grande. Jesús cultivó en esos treinta años su vocación para la cual lo envió el Padre. Y Jesús jamás, en ese tiempo, se desalentó, sino que creció en valentía para seguir adelante con su misión.


Cada familia cristiana —como hicieron María y José—, ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio al Señor en nuestro corazón y en nuestras jornadas. Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia artificial, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y, como sucedió en esos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros: convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad. No es una casualidad, entonces, que «Nazaret» signifique «Aquella que custodia», como María, que —dice el Evangelio— «conservaba todas estas cosas en su corazón» (cf. Lc 2, 19.51). Desde entonces, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, incluso en la periferia del mundo, se realiza el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, que viene para salvar al mundo. Y esta es la gran misión de la familia: dejar sitio a Jesús que viene, acoger a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la esposa, de los abuelos... Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia. Que el Señor nos dé esta gracia en estos últimos días antes de la Navidad. 
Gracias.


 
Saludos


Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, y otros países latinoamericanos. También, cuando hice el recorrido, había varios grupos de tangueros. Les deseo que hoy puedan hacer buen espectáculo, y que sople un poco de viento pampero aquí.  Que la proximidad del nacimiento de Jesús avive en todas nuestras familias el deseo de recibirlo con un corazón puro y agradecido. Muchas gracias y que Dios los bendiga.


----- 0 ------


Plaza de San Pedro
Miércoles 10 de diciembre de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hemos concluido un ciclo de catequesis sobre la Iglesia. Damos gracias al Señor que nos hizo recorrer este camino redescubriendo la belleza y la responsabilidad de pertenecer a la Iglesia, de ser Iglesia, todos nosotros.


Ahora iniciamos una nueva etapa, un nuevo ciclo, y el tema será la familia; un tema que se introduce en este tiempo intermedio entre dos asambleas del Sínodo dedicadas a esta realidad tan importante. Por ello, antes de entrar en el itinerario sobre los diversos aspectos de la vida familiar, hoy quiero comenzar precisamente por la asamblea sinodal del pasado mes de octubre, que tuvo este tema: «Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la nueva evangelización». Es importante recordar cómo se desarrolló y qué produjo, cómo funcionó y qué produjo.


Durante el Sínodo los medios de comunicación hicieron su trabajo —había gran expectativa, mucha atención— y les damos las gracias porque lo hicieron incluso en abundancia. ¡Muchas noticias, muchas! Esto fue posible gracias a la Oficina de prensa, que cada día hizo un briefing. Pero a menudo la visión de los medios de comunicación contaba un poco con el estilo de las crónicas deportivas, o políticas: se hablaba con frecuencia de dos bandos, pro y contra, conservadores y progresistas, etc. Hoy quisiera contar lo que fue el Sínodo.


Ante todo pedí a los padres sinodales que hablaran con franqueza y valentía y que escucharan con humildad, que dijeran con valentía todo lo que tenían en el corazón. En el Sínodo no hubo una censura previa, sino que cada uno podía —es más, debía— decir lo que tenía en el corazón, lo que pensaba sinceramente. «Pero, esto daría lugar a la discusión». Es verdad, hemos escuchado cómo discutían los Apóstoles. Dice el texto: surgió una fuerte discusión. Los Apóstoles se gritaban entre ellos, porque buscaban la voluntad de Dios sobre los paganos, si podían entrar en la Iglesia o no. Era algo nuevo. Siempre, cuando se busca la voluntad de Dios, en una asamblea sinodal, hay diversos puntos de vista y se da el debate y esto no es algo malo. Siempre que se haga con humildad y con espíritu de servicio a la asamblea de los hermanos. Hubiese sido algo malo la censura previa. No, no, cada uno debía decir lo que pensaba. Después de la Relación inicial del cardenal Erdő, hubo un primer momento, fundamental, en el cual todos los padres pudieron hablar, y todos escucharon. Y era edificante esa actitud de escucha que tenían los padres. Un momento de gran libertad, en el cual cada uno expuso su pensamiento con parresia y con confianza. En la base de las intervenciones estaba el «Instrumento de trabajo», fruto de la anterior consultación a toda la Iglesia. Y aquí debemos dar las gracias a la Secretaría del Sínodo por el gran trabajo realizado tanto antes como durante la asamblea. Han sido verdaderamente muy buenos.


Ninguna intervención puso en duda las verdades fundamentales del sacramento del Matrimonio, es decir: indisolubilidad, unidad, fidelidad y apertura a la vida (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Gaudium et spes, 48; Código de derecho canónico, 1055-1056). Esto no se tocó.


Todas las intervenciones se recogieron y así se llegó al segundo momento, es decir a un borrador que se llama Relación posterior al debate. También esta Relación estuvo a cargo del cardenal Erdő, dividida en tres puntos: la escucha del contexto y de los desafíos de la familia; la mirada fija en Cristo y el Evangelio de la familia; la confrontación con las perspectivas pastorales.


Sobre esta primera propuesta de síntesis se tuvo el debate en los grupos, que fue el tercer momento. Los grupos, como siempre, estaban divididos por idiomas, porque es mejor así, se comunica mejor: italiano, inglés, español y francés. Cada grupo al final de su trabajo presentó una relación, y todas las relaciones de los grupos se publicaron inmediatamente. Todo se entregó, para la transparencia, a fin de que se supiera lo que sucedía.


En ese punto —es el cuarto momento— una comisión examinó todas las sugerencias que surgieron de los grupos lingüísticos y se hizo la Relación final, que mantuvo el esquema anterior —escucha de la realidad, mirada al Evangelio y compromiso pastoral— pero buscó recoger el fruto de los debates en los grupos. Como siempre, se aprobó también un Mensaje final del Sínodo, más breve y más divulgativo respecto a la Relación.


Este ha sido el desarrollo de la asamblea sinodal. Algunos de vosotros podrían preguntarme: «¿Se han enfrentado los padres?». No sé si se han enfrentado, pero que hablaron fuerte, sí, de verdad. Y esta es la libertad, es precisamente la libertad que hay en la Iglesia. Todo tuvo lugar «cum Petro et sub Petro», es decir con la presencia del Papa, que es garantía para todos de libertad y confianza, y garantía de la ortodoxia. Y al final con mi intervención hice una lectura sintética de la experiencia sinodal.


Así, pues, los documentos oficiales que salieron del Sínodo son tres: el Mensaje final, la Relación final y el discurso final del Papa. No hay otros.


La Relación final, que fue el punto de llegada de toda la reflexión de las diócesis hasta ese momento, ayer se publicó y se enviará a las Conferencias episcopales, que la debatirán con vistas a la próxima asamblea, la Ordinaria, en octubre de 2015. Digo que ayer se publicó —ya se había publicado—, pero ayer se publicó con las preguntas dirigidas a las Conferencias episcopales y así se convierte propiamente en Lineamenta del próximo Sínodo.


Debemos saber que el Sínodo no es un parlamento, viene el representante de esta Iglesia, de esta Iglesia, de esta Iglesia... No, no es esto. Viene el representante, sí, pero la estructura no es parlamentaria, es totalmente diversa. El Sínodo es un espacio protegido a fin de que el Espíritu Santo pueda actuar; no hubo enfrentamiento de grupos, como en el parlamento donde esto es lícito, sino una confrontación entre los obispos, que surgió tras un largo trabajo de preparación y que ahora continuará en otro trabajo, para el bien de las familias, de la Iglesia y la sociedad. Es un proceso, es el normal camino sinodal. Ahora esta Relatio vuelve a las Iglesias particulares y así continúa en ellas el trabajo de oración, reflexión y debate fraterno con el fin de preparar la próxima asamblea. Esto es el Sínodo de los obispos. Lo encomendamos a la protección de la Virgen nuestra Madre. Que Ella nos ayude a seguir la voluntad de Dios tomando las decisiones pastorales que ayuden más y mejor a la familia. Os pido que acompañéis con la oración este itinerario sinodal hasta el próximo Sínodo. Que el Señor nos ilumine, nos haga avanzar hacia la madurez de lo que, como Sínodo, debemos decir a todas las Iglesias. Y en esto es importante vuestra oración.


 
Saludos


Saludo a los peregrinos de habla española, venidos de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Queridos hermanos, el camino sinodal continúa. Les ruego que acompañen este proceso con la oración, pidiendo a la Virgen María que nos ayude a tomar las decisiones pastorales más adecuadas para el bien de las familias. Gracias.


----- 0 -----


Plaza de San Pedro
Miércoles 3 de diciembre de 2014


Viaje Apostólico a Turquía


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


No parece un buen día, es un mal día... Pero vosotros sois valientes y a mal tiempo buena cara, y sigamos adelante. Esta audiencia se realiza en dos sitios distintos, como hacemos cuando llueve: aquí en la plaza y también están los enfermos en el aula Pablo vi. Ya me he encontrado con ellos, los he saludado, y siguen la audiencia a través de la pantalla gigante, porque están enfermos y no pueden venir bajo la lluvia. Los saludamos desde aquí con un aplauso.


Hoy quiero compartir con vosotros algunas cosas de la peregrinación que realicé a Turquía desde el viernes pasado hasta el domingo. Como había pedido prepararla y acompañarla con la oración, ahora os invito a dar gracias al Señor por su realización y para que surjan frutos de diálogo tanto en nuestras relaciones con los hermanos ortodoxos como con los musulmanes, así como en el camino hacia la paz entre los pueblos. Siento el deber, en primer lugar, de renovar la expresión de mi reconocimiento al presidente de la República turca, al primer ministro, al presidente para los Asuntos religiosos y a las demás autoridades, que me acogieron con respeto y garantizaron el buen orden de los encuentros. Esto requiere trabajo, y ellos lo hicieron de buen grado. Doy fraternalmente las gracias a los obispos de la Iglesia católica en Turquía, al presidente de la Conferencia episcopal, tan bueno, y agradezco su compromiso a las comunidades católicas, así como doy las gracias también al Patriarca ecuménico, Su Santidad Bartolomé i, por su cordial acogida. El beato Pablo VI y san Juan Pablo II, ambos visitaron Turquía, y san Juan XXIII, que fue delegado pontificio en esa nación, protegieron desde el cielo mi peregrinación, que tuvo lugar ocho años después de la de mi predecesor Benedicto XVI. Esa tierra es querida para todo cristiano, especialmente por haber sido la cuna del apóstol Pablo, por haber acogido los primeros siete Concilios y por la presencia, cerca de Éfeso, de la «casa de María». La tradición nos dice que allí vivió la Virgen tras la venida del Espíritu Santo.


El primer día del viaje apostólico saludé a las autoridades del país, de grandísima mayoría musulmana, pero en su Constitución se afirma la laicidad del Estado. Y con las autoridades hemos hablado de la violencia. Es precisamente el olvido de Dios, y no su glorificación, lo que origina la violencia. Por ello insistí en la importancia de que cristianos y musulmanes se comprometan juntos en favor de la solidaridad, la paz y la justicia, afirmando que cada Estado debe asegurar a los ciudadanos y a las comunidades religiosas una real libertad de culto.


Hoy, antes de ir a saludar a los enfermos estuve con un grupo de cristianos y musulmanes que participan en una reunión organizada por el dicasterio para el diálogo interreligioso, bajo la guía del cardenal Tauran, y también ellos expresaron este deseo de continuar con este diálogo fraterno entre católicos, cristianos y musulmanes.


El segundo día visité algunos lugares símbolo de las diversas confesiones religiosas presentes en Turquía. Lo hice sintiendo en el corazón la invocación al Señor, Dios del cielo y de la tierra, Padre misericordioso de toda la humanidad. Centro de la jornada fue la celebración eucarística que vio reunidos en la catedral a pastores y fieles de los diversos ritos católicos presentes en Turquía. Asistieron también el Patriarca ecuménico, el vicario patriarcal armenio apostólico, el metropolita siro-ortodoxo y exponentes Protestantes. Juntos invocamos al Espíritu Santo, Aquel que construye la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. El pueblo de Dios, en la riqueza de sus tradiciones y articulaciones, está llamado a dejarse guiar por el Espíritu Santo, con actitud constante de apertura, docilidad y obediencia. Quien lo hace todo en nuestro camino de diálogo ecuménico y también de nuestra unidad, de nuestra Iglesia católica, es el Espíritu Santo. A nosotros nos toca dejarlo actuar, acogerlo y seguir sus inspiraciones.


El tercer y último día, fiesta de san Andrés apóstol, ofreció el contexto ideal para consolidar las relaciones fraternas entre el obispo de Roma, sucesor de Pedro, y el Patriarca ecuménico de Constantinopla, sucesor del apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro, fundador de esa Iglesia. Con Su Santidad Bartolomé i renové el compromiso mutuo de continuar el camino hacia el restablecimiento de la comunión plena entre católicos y ortodoxos. Juntos firmamos una Declaración común, ulterior etapa de este camino. Fue particularmente significativo que este acto haya tenido lugar al término de la solemne Liturgia de la fiesta de san Andrés, a la que asistí con gran alegría, y que contó con la doble bendición impartida por el Patriarca de Constantinopla y por el obispo de Roma. La oración, en efecto, es la base de todo diálogo ecuménico fructífero bajo la guía del Espíritu Santo, que, como dije, es quien construye la unidad.


El último encuentro —esto fue hermoso y también doloroso— fue con un grupo de jóvenes refugiados, acogidos por los salesianos. Era muy importante para mí encontrarme con algunos refugiados de las zonas de guerra de Oriente Medio, tanto para expresarles mi cercanía y la de la Iglesia como para poner de relieve el valor de la acogida, en la que también Turquía se ha comprometido en gran medida. Agradezco una vez más a Turquía por esta acogida de tantos refugiados y doy las gracias de corazón a los salesianos de Estambul. Estos salesianos trabajan con los refugiados, son buenos. Me reuní también con otros padres, con un jesuita alemán y con otros que trabajan con los refugiados; pero ese oratorio salesiano de refugiados es algo hermoso, es un trabajo oculto. Agradezco mucho a todas las personas que trabajan con los refugiados. Recemos por todos los refugiados y desplazados, y para que se eliminen las causas de esta dolorosa llaga.


Queridos hermanos y hermanas, que Dios omnipotente y misericordioso siga protegiendo al pueblo turco, a sus gobernantes y a los representantes de las diversas religiones. Que puedan construir juntos un futuro de paz, de modo que Turquía sea un lugar de pacífica coexistencia entre religiones y culturas diversas. Recemos, además, para que, por intercesión de la Virgen María, el Espíritu Santo haga fecundo este viaje apostólico y promueva en la Iglesia el fervor misionero, para anunciar a todos los pueblos, en el respeto y diálogo fraterno, que el Señor Jesús es verdad, paz y amor. Sólo Él es el Señor.



 
Saludos


Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Paraguay, Bolivia, Chile y otros países latinoamericanos. Que la preparación del nacimiento del Señor, en este tiempo de Adviento, les haga crecer en el amor a Jesús y en el deseo de comunicarlo a los demás. Muchas gracias y que Dios los bendiga a todos.


© Copyright - Libreria Editrice Vaticana