Desde 1998, el sacerdote y su equipo de voluntarios y personal ayudan a los niños necesitados en los barrios bajos de Manila a llegar hasta ellos, ayudando a satisfacer sus necesidades básicas: vivienda, educación, nutrición, salud y otras formas de ayuda. “Tratamos de devolverles una vida digna, y las sonrisas en sus rostros”, dice a Fides el p. Dauchez. La Fundación ya ha apoyado a más de 50.000 niños en sus 22 años de existencia y ahora está reforzando su compromiso mientras la pandemia se cierne sobre la nación. La organización se ocupa de los niños que viven en la calle, abandonados por sus familias y la sociedad. Suelen vivir de la mendicidad, buscar comida en los vertederos y, a veces, prostituirse. Estos niños suelen ser víctimas de abusos, traficantes de drogas y delitos. “Sostenemos un camino de educación para todos los niños, desde que ingresan a nuestra fundación hasta que se independizan”, explica el sacerdote.
En Manila, más del 40% de la población urbana vive en condiciones de pobreza extrema. Y la pandemia ha agravado la situación. Además, uno de cada diez niños en Filipinas no recibe educación. “Tratamos dar respuesta a las necesidades médicas de cada niño y ofrecer cursos de formación a las comunidades locales para integrar los conceptos básicos de salud e higiene”, dice el sacerdote. De hecho, uno de cada diez niños está desnutrido y uno de cada tres sufre de retraso en el crecimiento. “Diariamente proporcionamos a los niños comidas equilibradas y trabajamos para crear conciencia en las comunidades sobre cuestiones nutricionales”, continúa el p. Dauchez, relatando el trabajo de la Fundación que continúa a pesar del difícil momento de la pandemia.
Ante fenómenos como las drogas, la violencia, la violación, la prostitución, de los que los niños son siempre las primeras víctimas, “sostenemos a los niños necesitados con ayuda psicológica y legal, basándonos en nuestra Carta para la prevención y protección de los niños”, gracias a grupos de profesionales y voluntarios que buscan niños y los invitan a las estructuras de la fundación para darles una nueva vida.
“Trabajar con estos niños nunca ha sido fácil, es un camino lleno de desafíos. Al principio ofrecemos ayuda material, emocional y psicológica. Los chicos, una parte de ellos, rechazan esas ofertas por miedo o desconfianza. Han sido rechazados por los suyos, sus padres o su propia familia, están profundamente heridos, prefieren quedarse en la calle, que se ha convertido en su refugio. Generar confianza es el primer paso”, explica.
El misionero francés continúa: “Los niños están protegidos y cuidados en un ambiente familiar: una vez que comienzan a confiar, la esperanza se reaviva gradualmente en sus corazones. Una vez que eso sucede, deciden dejar atrás las calles e interesarse por las actividades de la fundación. En el camino del acompañamiento, elaboran la curación, la reintegración a la sociedad, la aceptación del pasado, la esperanza de un futuro mejor”, dice el padre Dauchez.
“El mayor desafío - señala - es llevar a estos niños, rechazados y maltratados, al perdón, que en realidad es imposible para los hombres, pero es posible gracias a Dios. Nuestra misión es prepararlos para que el Señor sane las heridas de su corazón. La mayor recompensa es ver a los niños acogidos en la fundación que, habiéndose convertido en padres, demuestran un gran amor por sus hijos”, comenta.
“ANAK-Tnk ayuda a los niños a tomar conciencia de su dignidad humana como hijos de Dios y a aprender nuevas y mejores perspectivas de vida”, concluye. Durante su visita de 2015 en Filipinas, el Papa Francisco se reunió con unos 300 niños a quienes la Fundación ha ayudado.