“Además de la guerra - observa la misionera - aquí tenemos que hacer frente a otros problemas graves. Por ejemplo, la pandemia, pero también las fuertes lluvias que han alzado el nivel del Nilo, sobre todo por las lluvias, pero también cabe destacar el efecto catastrófico por el cambio climático. Los cultivos en muchas áreas se han perdido por completo y la producción será muy baja. Ciertamente no quiero unirme a los profetas de la fatalidad, pero las posibilidades de que una gran parte de la población padezca hambre o inseguridad alimentaria son muy altas”.
La situación de empobrecimiento generalizado del país, también debido a los efectos negativos de la pandemia, suscita muchas preocupaciones: “La situación económica - continúa - es preocupante. Se sienten los efectos nocivos de Covid. Gran parte del PIB del país se basa en la exportación de petróleo y con la pandemia, la demanda y los precios han caído significativamente. Además, aquí con nosotros, hay un nivel desenfrenado de corrupción, a varios niveles. Los ingresos serían dignos si todos fueran destinados al gasto público, pero lamentablemente terminan en otros bolsillos y esto provoca una grave crisis que ciertamente no ayuda a estabilizar el país”.
La religiosa apunta: “La Iglesia recibe muchos llamamientos de la población y ciertamente trata de responder, en la medida de lo posible, colaborando también con trabajadores humanitarios, ONG, Caritas de otros países. Desde un punto de vista espiritual, tratamos de animar a la población, muchos jóvenes pierden la esperanza por las condiciones actuales. Nuestro trabajo es tener esperanza contra toda esperanza, pero si la gente tiene hambre, es difícil invitarla a tener esperanza. Tenemos que intervenir y espero que entre las posibilidades de la Iglesia y las de las ONG se haga algo. Si hubiera un gobierno funcional y estable, la situación podría manejarse mucho mejor y los daños podrían limitarse”.