martes, 5 de enero de 2016

Al Azhar acusa a la iglesia copta de inspirar programas de televisión anti-islámicos

El Cairo, EGIPTO (Agencia Fides, 04/01/2016) – Las acusaciones lanzadas por el Observatorio de al-Azhar contra la Iglesia copta acerca de los programas de televisión anti-islámicos retransmitidos por los canales de la plataforma NileSat, han sido rechazadas con decisión por los portavoces y representantes de la comunidad copta egipcia.
 

En los últimos días, el Observatorio de al-Azhar - organización vinculada a la Universidad sunita de Al Azhar, creada en 2014 como una herramienta para monitorear y denunciar la propagación de doctrinas radicales y extremistas a través de los medios de comunicación - había acusado a la Iglesia copta de ser responsable del canal satelital al-Hayat, que retransmite con frecuencia, programas críticos contra la religión islámica.
 

Según el Observatorio, este tipo de programas “hacen crecer el odio y el resentimiento, ponen en peligro la seguridad de la sociedad y difunden ideas extremistas”. El padre Boulos Halim, portavoz de la Iglesia copto ortodoxa, ha rechazado las acusaciones, señalando en una entrevista televisiva, que la Iglesia copta no tiene ninguna conexión con la propiedad del canal al-Hayat, no interviene de ninguna manera en su programación, y desaprueba todos los programas que fomenten el sectarismo y la violencia. El comentarista copto Isaac Ibrahim también ha criticado la declaración provocativa del Observatorio de al-Azhar, en especial por la elección de difundir acusaciones contra la Iglesia copta justo en el momento de las fiestas de navidad.

domingo, 3 de enero de 2016

Ángelus del Papa FRANCISCO en el segundo domingo después de la Navidad

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 3 de 2016).  A las 12.00 horas de este domingo, el Santo Padre FRANCISCO desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano ha rezado el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro:

Este es el texto íntegro del Ángelus Papal:

Queridos hermanos y hermanas ¡buen domingo!

La liturgia de hoy, segundo domingo después de la Navidad, nos presente el Prólogo del Evangelio de San Juan, en el cual viene proclamado que «el Verbo – o sea la Palabra creadora de Dios – se hizo carne y vino a habitar entre nosotros» (Jn 1,14). Esa Palabra, que vive en el cielo, es decir en la dimensión de Dios, ha venido a la tierra para que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con la mano el amor del Padre. El Verbo de Dios es su mismo Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad (cfr Jn 1,14), es el mismo Jesús.

El Evangelista no esconde la dramaticidad de la encarnación del Hijo de Dios, subrayando que al don de amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres. La Palabra es la luz, sin embargo los hombres han preferido las tinieblas; la Palabra viene entre los suyos, pero ellos no la han acogido  (cfr vv. 9-10). Han cerrado la puerta en la cara del Hijo de Dios. Es el misterio del mal que acecha también nuestra vida y que por parte nuestra vigilancia y atención para que no prevalezca. El Libro del Génesis dice una bella frase que nos hace comprender esto: dice que el mal está “agazapado frente a nuestra puerta” (cfr 4,7). Au de nosotros si lo dejamos entrar; sería el ahora el que cerraría nuestra puerta a quien quiera. En cambio estamos llamados a abrir de par en par la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para convertirnos así en sus hijos.

En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del Evangelio de Juan; hoy no es propuesto una vez más. Es la invitación de la santa Madre Iglesia a acoger esta  Palabra de salvación, este misterio de luz. Si lo acogemos, si acogemos a Jesús, creceremos en el conocimiento y en el amor del Señor, aprenderemos a ser misericordiosos como Él. Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos que el Evangelio sea siempre más carne en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo, y encarnarlo en a vida cotidiana es el mejor modo para conocer a Jesús y llegarlos a los otros. Esta es la vocación y la alegría de todo bautizado: indicar y donar a los otros a Jesús; pero para hacer esto debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Es Él quien nos defiende del mal, del diablo, que siempre está agazapado frente a nuestra puerta, frente a nuestro corazón, y quiere entrar.

Con un renovado impulso de abandono filial, nosotors nos encomendamos una vez más a María: su dulce imagen de madre de Jesús y madre nuestra la contemplamos en estos días en el pesebre.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Dirijo un cordial saludo a ustedes, fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de otros Países. Saludo a las familias, a las asociaciones, a los diversos grupos parroquiales, en particular a aquel de Monzambano, a los confirmados de Bonate Sotto y los jóvenes de Maleo.

En este primer domingo del año renuevo a todos los deseos de paz y de bien en el Señor. ¡En los momentos felices y en aquellos tristes, confiemos en Él, que es nuestra misericordia y nuestra esperanza! Recuerdo también el compromiso que hemos asumido el primer día del año, Jornada de la Paz: “Vence la indiferencia y conquista la paz”; con la gracia de Dios, podremos ponerlo en práctica. Y recuerdo también aquel consejo que tantas veces les he dado: todos los días leer un párrafo del Evangelio, un pasaje del Evangelio, para conocer mejor a Jesús, para abrir de par en par nuestro corazón a Jesús, y así podemos hacerlo conocer mejor a los otros. Llevar un pequeño Evangelio en la bolsa, en la cartera: nos hará bien. No se olviden: cada día leamos un pasaje del Evangelio.

Les deseo buen domingo y buen almuerzo. Y, por favor, por favor, no se olviden, de rezar por mí. Adiós.

(Traducción del original italiano: )

Santo Padre nombra Obispo Sokodé en Togo

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 3 de 2016).  En otros Actos Pontificios, el Santo Padre FRANCISCO ha nombrado Obispo de la Diócesis de Sokodé en Togo, al Reverendo Célestin-Marie Gaoua, Rector del Seminario Mayor Filosófico de Tchitchao, en la Diócesis de Kara.

El Obispo electo nació en Wahala, diócesis de Atakpamé, el 6 de abril de 1957. Desde 1972 frecuentó el Seminario Menor de San Pablo, en Atakpamé. Después de la clausura de dicho seminario, prosiguió los estudios en el Liceo estatal. Y posteriormente en el Seminario Mayor Saint Gall, de Ouidah, en Benin, para los cursos filosóficos y teológicos. Fue ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 1986.

Ha sido:
1987-1991: Rector del Foyer du Petit Séminaire St. Paul de Atakpamé;
1991-1994: Rector del Séminaire Moyen P. Jérémie Moran, de Atakpamé;
1994-1999: ciclo de estudios de especialización en Francia, durante los cuales fue Vicario Parroquial en la Parroquia S. Giuseppe Montigny-les-Metz (1997-1999);
2000-2009: Misionero fidei donum en la Diócesis de Sokodé, donde ha sido Vicario Parroquial y sucesivamente Párroco en la Parroquia de la Catedral; y de 2005-2007 Administrador parroquial de la Parroquia Notre Dame de la Visitation, de Kulundé;
2009-2015: Rector del Seminario Mayor filosófico nacional Benoît XVI, de Tchitchao, en la Diócesis de Kara.

La Diócesis de Sokodé (1955), sufragánea de la Arquidiócesis de Lomé, tiene una superficie de 12,610 km2 y una población de 1'300,000 habitantes, de los cuales 153,000 son católicos. Con 17 Parroquias, servidas por 65 sacerdotes (47 diocesanos y 18 Religiosos), 87 monjas y 32 seminaristas.


* Sucede a Monseñor Ambroise Kotamba Djolibaha, cuya renuncia fue aceptada en conformidad al canon 401 § 1 del Código de Derecho Canónico.



Abre FRANCISCO la Puerta Santa de la Basílica de Santa María La Mayor

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 3 de 2016).  A las 17:00 horas del día 1° de enero, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, el Papa FRANCISCO ha presidido la Santa Misa y el rito de apertura de la Puerta Santa de la Basílica de Santa María La Mayor en Roma.

Después del rito de introducción y el acto penitencial en el atrio de la Basílica, el Santo Padre ha abierto la Puerta Santa, sosteniendo una oración en el umbral. 

Luego entró primero en la Basílica, seguido de los Concelebrantes y de algunos representaciones de religiosos y fieles laicos, para dirigirse al Altar, donde prosiguió la celebración de la Santa Misa.

Este es el texto de la Homilía Papal:

Salve, Mater misericordiae!

Con este saludo nos dirigimos a la Virgen María en la Basílica romana dedicada a ella con el título de Madre de Dios. Es el comienzo de un antiguo himno, que cantaremos al final de esta santa Eucaristía, de autor desconocido y que ha llegado hasta nosotros como una oración que brota espontáneamente del corazón de los creyentes: «Dios te salve, Madre de misericordia, Madre de Dios y Madre del perdón, Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría». En estas pocas palabras se sintetiza la fe de generaciones de personas que, con sus ojos fijos en el icono de la Virgen, piden su intercesión y su consuelo.

Hoy más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen María, sobre todo como Madre de la Misericordia. La Puerta Santa que hemos abierto es de hecho una puerta de la Misericordia. Quien atraviesa ese umbral está llamado a sumergirse en el amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin miedo alguno; y puede recomenzar desde esta Basílica con la certeza –¡con la certeza!– de que tendrá a su lado la compañía de María. Ella es Madre de la misericordia, porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la misericordia divina, Jesús, el Emmanuel, el Esperado de todos los pueblos, el «Príncipe de la Paz» (Is 9,5). El Hijo de Dios, que se hizo carne para nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se hace peregrina con nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.

María es Madre de Dios, es Madre de Dios que perdona, que ofrece el perdón, y por eso podemos decir que es Madre del perdón. Esta palabra –«perdón»–, tan poco comprendida por la mentalidad mundana, indica sin embargo el fruto propio y original de la fe cristiana. El que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo quien ama de verdad puede llegar a perdonar, olvidando la ofensa recibida. A los pies de la cruz, María vio cómo su Hijo se ofrecía totalmente a sí mismo, dando así testimonio de lo que significa amar como lo hace Dios. En aquel momento escuchó unas palabras pronunciadas por Jesús y que probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde niño: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En aquel momento, María se convirtió para todos nosotros en Madre del perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su gracia, fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo inocente.

Para nosotros, María es en un icono de cómo la Iglesia debe extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña a la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce límites. No lo puede detener la ley con sus argucias, ni los saberes de este mundo con sus disquisiciones. El perdón de la Iglesia ha de tener la misma amplitud que el de Jesús en la Cruz, y el de María a sus pies. No hay alternativa. Por este motivo, el Espíritu Santo ha hecho que los Apóstoles sean instrumentos eficaces de perdón, para que todo lo que hemos obtenido por la muerte de Jesús pueda llegar a todos los hombres, en cualquier momento y lugar (cf. Jn 20,19-23).

El himno mariano, por último, continúa diciendo: «Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría». La esperanza, la gracia y la santa alegría son hermanas: son don de Cristo, es más, son otros nombres suyos, escritos, por así decir, en su carne. El regalo que María nos hace al darnos a Jesucristo es el del perdón que renueva la vida, que permite cumplir de nuevo la voluntad de Dios, y que llena de auténtica felicidad. Esta gracia abre el corazón para mirar el futuro con la alegría de quien espera. Es lo que nos enseña el Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. […]Devuélveme la alegría de tu salvación» (51, 12.14). La fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la tristeza provocada por el rencor y la venganza. El perdón nos abre a la alegría y a la serenidad porque libera el alma de los pensamientos de muerte, mientras el rencor y la venganza perturban la mente y desgarran el corazón quitándole el reposo y la paz. Qué malo es el rencor y la venganza.

Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos nuestro corazón de par en par a la alegría del perdón, conscientes de la esperanza cierta que se nos restituye, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.

Y con amor de hijos aclamémosla con las mismas palabras pronunciadas por el pueblo de Éfeso, en tiempos del histórico Concilio: «Santa Madre de Dios». Y os invito a que, todos juntos, pronunciemos esta aclamación tres veces, fuerte, con todo el corazón y el amor. Todos juntos: «Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios».

(Fuente: )

Al terminar la Santa Misa, el Pontífice fue a la Capilla Paulina para rezar frente a la imagen de María “Salus Populi Romani”.
 

Al dejar la Basílica de Santa La María Mayor para retornar al Vaticano, el Santo Padre saludó a los numerosos fieles presentes en la plaza, dirigiéndoles las siguientes palabras:

¡Buenas tardes! Esta es una bella y buena tarde, frente a la casa de María, nuestra Madre, la Madre de Dios Ella nos ha traído la misericordia de Dios, que es Jesús. Agradezcamos a nuestra Madre; agradezcamos a la Madre de Dios. Y todos juntos, de nuevo, digamos como los viejos fieles de la ciudad de Éfeso: Santa Madre de Dios!”. Tres veces, todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios!.

Les deseo un buen año, lleno de la misericordia de Dios, que perdona todo, todo. Abrid vuestro corazón a esta misericordia, abrid de par en par vuestro corazón, porque esta es la alegría, la felicidad de Dios.
 

¡Buena tarde y rezad por mí. Y buen año!

(Traducción del original italiano: )

sábado, 2 de enero de 2016

Entra en vigor del Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado de Palestina

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 2 de 2016). En referimiento al Comprehensive Agreement between the Holy See and the State of Palestine, firmado el 26 de junio de 2015, la Santa Sede y el Estado de Palestina han notificado recíprocamente el cumplimiento el cumplimiento de los procedimientos requeridos para su entrada en vigor, según el Artículo 30 del mismo Acuerdo.

El Acuerdo, constituido por un Preámbulo y de 32 artículos, refiere aspectos esenciales de la vida y de la actividad de la Iglesia en Palestina, reafirmando al mismo tiempo el apoyo para una solución negociada y pacífica del conflicto en la región.

viernes, 1 de enero de 2016

Primer Ángelus del Santo Padre en 2016

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 1° de 2016).  Al terminar la Celebración Eucarística en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y 49a. Jornada Mundial de la Paz, el Papa FRANCISCO desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano y, antes de rezar el Ángelus, ha dirijido a los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro las siguientes palabras:

¡Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!   

Al inicio del año es bello intercambiarse las felicitaciones. Renovamos así, los unos para los otros, el deseo que aquello que nos espera sea un poco mejor. Es, en fondo, un signo de la esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida. Pero sabemos que con el año nuevo no cambiará todo, y que tantos problemas de ayer permanecerán también mañana. Ahora quisiera dirigir un deseo sostenido de una esperanza real, que traigo de la Liturgia de hoy.

Son las palabras con las cuales el Señor mismo pide bendecir su pueblo: «El Señor haga resplandecer para ti su rostro […]. El Señor dirija a ti su rostro» (Nm 6,25-26). También yo les deseo esto: que el Señor ponga su mirada sobre vosotros y que puedan alegrarse, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más brillante que el sol, resplandece sobre vosotros y ¡no se oculta nunca! Descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida. Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar del inicio con nosotros para renovarnos. ¡Porque el Señor tiene una paciencia con nosotros! No se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros caemos. Pero el Señor no promete cambios mágicos, Él no usa la vara mágica. Ama cambiar la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con delicadeza, como la lluvia en la tierra, para llevar fruto. Y siempre nos espera y nos mira con ternura. Cada mañana, al despertar, podemos decir: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”. Bella oración, que es una realidad.

La bendición bíblica continúa así: «[El Señor] te conceda paz» (v. 26). Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz, con el tema: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, debe ser cultivada por nosotros. No sólo, debe ser también “conquistada”. Esto implica una verdadera y propia lucha, un combate espiritual que tiene lugar en nuestro corazón. Porque enemiga de la paz no es sólo la guerra, sino también la indiferencia, que hace pensar sólo a sí mismos y crea barreras, sospechas, miedos y cerrazones. Y estas cosas son enemigas de la paz. Tenemos, gracias a Dios, tantas informaciones; pero a veces estamos tan sumergidos de noticias que nos distraemos de la realidad, del hermano y de la hermana que necesitan de nosotros. Comencemos en este año a abrir el corazón, despertando la atención hacia el prójimo, a quien esté más cercano. Este es el camino para la conquista de la paz.

Nos ayude en esto la reina de la Paz, la Madre de Dios, de quien hoy celebramos la solemnidad. Ella «custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Las esperanzas y las preocupaciones, la gratitud y los problemas: todo aquello que acontecía en la vida se transformaba, en el corazón de María, oración, diálogo con Dios. Y Ella hace así también por nosotros: custodiar las alegrías y desata los nudos de nuestra vida, llevándolos al Señor.

Pidamos a la Madre el año nuevo, para que crezcan la paz y la misericordia.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Deseo agradecer al Presidente de la República Italiana por las felicitaciones que me ha dirigido ayer por la tarde en su Mensaje de fin de año, y que devuelvo de corazón.

Expreso reconocimiento por las múltiples iniciativas de oración y de acción por la paz organizadas en cada parte del mundo en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz de hoy. Pienso, en particular, a la Marcha nacional que se ha llevado ayer por la tarde en Molfetta, promovida por la CEI, Caritas, Pax Christi y Acción Católica; es bello saber que tantas personas, sobre todo jóvenes han elegido este modo para vivir la noche de año nuevo. Saludo con afecto a los participantes en la manifestación “Paz en todas las tierras” promovida en Roma y en muchos Países por la Comunidad de San Egidio. Queridos amigos, les animo a llevar hacia adelante vuestro compromiso a favor de la reconciliación y de la concordia. Y saludo a las familias del Movimiento del Amor Familiar, que han velado esta noche en la Plaza de San Pedro, rezando por la paz y la unidad en las familias del mundo entero. Gracias a todos por estas bellas iniciativas y por vuestra oración.

Dirijo un saludo cordial a todos vosotros, queridos peregrinos aquí presentes. Un pensamiento especial va a los “Cantores de la Estrella” – Sternsinger-, niños y jóvenes que en Alemania y Austria llevan a las casas la bendición de Jesús y recolectan donaciones para sus coetáneos pobres. Saludo a los amigos y a los voluntarios de la Fraterna Domus, el Oratorio de Stezzano y a los fieles de Taranto.

A todos deseo un año de paz en la gracia del Señor, rico de misericordia y con la protección materna de María, la Santa Madre de Dios. Y no se olviden por la mañana, cuando se despierten, recuerden esa parte de la bendición de Dios: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí” Todos: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”, ¡otra vez! “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”.


Buen año, buen almuerzo, y no se olviden de rezar por mí. ¡Adiós!


(Traducción del original italiano: )

FRANCISCO celebra Misa en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y 49a. JM de la Paz

Imagen: ANSA / Radio Vaticano

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 1° de 2016).  A las 10:00 horas de esta mañana, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre FRANCISCO ha presidido la Misa de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios en la octava de Navidad y celebración de la 49a. Jornada Mundial de la Paz sobre el tema: "Vence la indiferencia y conquista la paz".

Han concelebrado con el Papa los Cardenales, Obispos y Sacerdotes. Participaron también en la Santa Misa los Pueri Cantores, que hoy clausuran su 40° Congreso Internacional.

Esta es la homilía Papal:

Hemos escuchado las palabras del apóstol Pablo: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4,4).

¿Qué significa el que Jesús naciera en la «plenitud de los tiempos»? Si nos fijamos únicamente en el momento histórico, podemos quedarnos pronto defraudados. Roma dominaba con su potencia militar gran parte del mundo conocido. El emperador Augusto había llegado al poder después de haber combatido cinco guerras civiles. También Israel había sido conquistado por el Imperio Romano y el pueblo elegido carecía de libertad. Para los contemporáneos de Jesús, por tanto, esa no era en modo alguno la mejor época. La plenitud de los tiempos no se define desde una perspectiva geopolítica.

Se necesita, pues, otra interpretación, que entienda la plenitud desde el punto de vista de Dios. Para la humanidad, la plenitud de los tiempos tiene lugar en el momento en el que Dios establece que ha llegado la hora de cumplir la promesa que había hecho. Por tanto, no es la historia la que decide el nacimiento de Cristo, sino que es más bien su venida en el mundo la que hace que la historia alcance su plenitud. Por esta razón, el nacimiento del Hijo de Dios señala el comienzo de una nueva era en la que se cumple la antigua promesa. 
Como escribe el autor de la Carta a los Hebreos: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa» (1,1-3). La plenitud de los tiempos es, pues, la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona. Ahora podemos ver su gloria que resplandece en la pobreza de un establo, y ser animados y sostenidos por su Verbo que se ha hecho «pequeño» en un niño. Gracias a él, nuestro tiempo encuentra su plenitud. También nuestro tiempo personal alcanzará su plenitud en el encuentro con Jesucristo, el Dios hecho hombre.

Sin embargo, este misterio contrasta siempre con la dramática experiencia histórica. Cada día, aunque deseamos vernos sostenidos por los signos de la presencia de Dios, nos encontramos con signos opuestos, negativos, que nos hacen creer que él está ausente. La plenitud de los tiempos parece desmoronarse ante la multitud de formas de injusticia y de violencia que golpean cada día a la humanidad. A veces nos preguntamos: ¿Cómo es posible que perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más miserables de nuestro mundo? ¿Hasta cuándo la maldad humana seguirá sembrando la tierra de violencia y de odio, que provocan tantas víctimas inocentes? ¿Cómo puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar sus vidas con tal de que se respeten sus derechos fundamentales? Un río de miseria, alimentado por el pecado, parece contradecir la plenitud de los tiempos realizada por Cristo. Acordaos, queridos pueri cantores, que ésta era la tercera pregunta que ayer me hicisteis: ¿Cómo se explica esto…? También los niños se dan cuenta de esto.

Y, sin embargo, este río en crecida nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo. Todos estamos llamados a sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el compartir. La gracia de Cristo, que lleva a su cumplimiento la esperanza de la salvación, nos empuja a cooperar con él en la construcción de un mundo más justo y fraterno, en el que todas las personas y todas las criaturas puedan vivir en paz, en la armonía de la creación originaria de Dios.

Al comienzo de un nuevo año, la Iglesia nos hace contemplar la Maternidad de María como icono de la paz. La promesa antigua se cumple en su persona. Ella ha creído en las palabras del ángel, ha concebido al Hijo, se ha convertido en la Madre del Señor. A través de ella, a través de su «sí», ha llegado la plenitud de los tiempos. El Evangelio que hemos escuchado dice: «Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Ella se nos presenta como un vaso siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la Sabiduría, al que podemos acudir para saber interpretar coherentemente su enseñanza. Hoy nos ofrece la posibilidad de captar el sentido de los acontecimientos que nos afectan a nosotros personalmente, a nuestras familias, a nuestros países y al mundo entero. Donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política, allí llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo, y que siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón y a los acuerdos.

Bienaventurada eres tú, María, porque has dado al mundo al Hijo de Dios; pero todavía más dichosa por haber creído en él. Llena de fe, has concebido a Jesús antes en tu corazón que en tu seno, para hacerte Madre de todos los creyentes (cf. San Agustín, Sermón 215, 4). Madre, derrama sobre nosotros tu bendición en este día consagrado a ti; muéstranos el rostro de tu Hijo Jesús, que trae a todo el mundo misericordia y paz. Amén.

(Fuente: )