CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.mx - Enero 3 de 2016). A las 17:00 horas del día 1° de enero, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, el Papa FRANCISCO ha presidido la Santa Misa y el rito de apertura de la Puerta Santa de la Basílica de Santa María La Mayor en Roma.
Después del rito de introducción y el acto penitencial en el atrio de la Basílica, el Santo Padre ha abierto la Puerta Santa, sosteniendo una oración en el umbral.
Luego entró primero en la Basílica, seguido de los Concelebrantes y de algunos representaciones de religiosos y fieles laicos, para dirigirse al Altar, donde prosiguió la celebración de la Santa Misa.
Este es el texto de la Homilía Papal:
Salve, Mater misericordiae!
Con este saludo nos
dirigimos a la Virgen María en la Basílica romana dedicada a ella con el
título de Madre de Dios. Es el comienzo de un antiguo himno, que
cantaremos al final de esta santa Eucaristía, de autor desconocido y que
ha llegado hasta nosotros como una oración que brota espontáneamente
del corazón de los creyentes: «Dios te salve, Madre de misericordia,
Madre de Dios y Madre del perdón, Madre de la esperanza y Madre de la
gracia, Madre llena de santa alegría». En estas pocas palabras se
sintetiza la fe de generaciones de personas que, con sus ojos fijos en
el icono de la Virgen, piden su intercesión y su consuelo.
Hoy más que nunca resulta muy apropiado que invoquemos a la Virgen María, sobre todo como Madre de la Misericordia.
La Puerta Santa que hemos abierto es de hecho una puerta de la
Misericordia. Quien atraviesa ese umbral está llamado a sumergirse en el
amor misericordioso del Padre, con plena confianza y sin miedo alguno; y
puede recomenzar desde esta Basílica con la certeza –¡con la certeza!–
de que tendrá a su lado la compañía de María. Ella es Madre de la
misericordia, porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la
misericordia divina, Jesús, el Emmanuel, el Esperado de todos los
pueblos, el «Príncipe de la Paz» (Is 9,5). El Hijo de Dios, que
se hizo carne para nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se
hace peregrina con nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de
nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.
María es Madre de Dios, es Madre de Dios que perdona,
que ofrece el perdón, y por eso podemos decir que es Madre del perdón.
Esta palabra –«perdón»–, tan poco comprendida por la mentalidad mundana,
indica sin embargo el fruto propio y original de la fe cristiana. El
que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo
quien ama de verdad puede llegar a perdonar, olvidando la ofensa
recibida. A los pies de la cruz, María vio cómo su Hijo se ofrecía
totalmente a sí mismo, dando así testimonio de lo que significa amar
como lo hace Dios. En aquel momento escuchó unas palabras pronunciadas
por Jesús y que probablemente nacían de lo que ella misma le había
enseñado desde niño: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc
23,34). En aquel momento, María se convirtió para todos nosotros en
Madre del perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su
gracia, fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo
inocente.
Para nosotros, María es en un icono de cómo la Iglesia
debe extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña a
la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce límites. No
lo puede detener la ley con sus argucias, ni los saberes de este mundo
con sus disquisiciones. El perdón de la Iglesia ha de tener la misma
amplitud que el de Jesús en la Cruz, y el de María a sus pies. No hay
alternativa. Por este motivo, el Espíritu Santo ha hecho que los
Apóstoles sean instrumentos eficaces de perdón, para que todo lo que
hemos obtenido por la muerte de Jesús pueda llegar a todos los hombres,
en cualquier momento y lugar (cf. Jn 20,19-23).
El himno mariano, por último, continúa diciendo: «Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría».
La esperanza, la gracia y la santa alegría son hermanas: son don de
Cristo, es más, son otros nombres suyos, escritos, por así decir, en su
carne. El regalo que María nos hace al darnos a Jesucristo es el del
perdón que renueva la vida, que permite cumplir de nuevo la voluntad de
Dios, y que llena de auténtica felicidad. Esta gracia abre el corazón
para mirar el futuro con la alegría de quien espera. Es lo que nos
enseña el Salmo: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por
dentro con espíritu firme. […]Devuélveme la alegría de tu salvación»
(51, 12.14). La fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la
tristeza provocada por el rencor y la venganza. El perdón nos abre a la
alegría y a la serenidad porque libera el alma de los pensamientos de
muerte, mientras el rencor y la venganza perturban la mente y desgarran
el corazón quitándole el reposo y la paz. Qué malo es el rencor y la
venganza.
Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la
Misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la
Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por
ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús.
Abramos nuestro corazón de par en par a la alegría del perdón,
conscientes de la esperanza cierta que se nos restituye, para hacer de
nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.
Y
con amor de hijos aclamémosla con las mismas palabras pronunciadas por
el pueblo de Éfeso, en tiempos del histórico Concilio: «Santa Madre de
Dios». Y os invito a que, todos juntos, pronunciemos esta aclamación
tres veces, fuerte, con todo el corazón y el amor. Todos juntos: «Santa
Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios».
(Fuente: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/01/01/0003/00004.html)
Al terminar la Santa Misa, el Pontífice fue a la
Capilla Paulina para rezar frente a la imagen de María “Salus Populi
Romani”.
Al dejar la Basílica de Santa La María Mayor para
retornar al Vaticano, el Santo Padre saludó a los numerosos fieles
presentes en la plaza, dirigiéndoles las siguientes palabras:
¡Buenas tardes! Esta es una bella y buena tarde, frente a la casa de María, nuestra Madre, la Madre de Dios Ella nos ha traído la misericordia de Dios, que es Jesús. Agradezcamos a nuestra Madre; agradezcamos a la Madre de Dios. Y todos juntos, de nuevo, digamos como los viejos fieles de la ciudad de Éfeso: “Santa Madre de Dios!”. Tres veces, todos juntos: “¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios!”.
Les deseo un buen año, lleno de la misericordia de Dios, que perdona todo,
todo. Abrid vuestro corazón a esta misericordia, abrid de par en par vuestro corazón, porque esta es la alegría, la felicidad de Dios.
¡Buena tarde y rezad por mí. Y buen año!
(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx)