CIUDAD DEL VATICANO, 26 de enero 2016 (VIS).- "Misericordia quiero y
no sacrificio''. Las obras de misericordia en el camino jubilar''. es el
título del Mensaje del Papa FRANCISCO para la Cuaresma de 2016 (10 de
febrero-20 de marzo). Partiendo de la cita del evangelio de San Mateo,
el Santo Padre desarrolla su mensaje en tres apartados: María, icono de
una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada; la alianza de Dios
con los hombres: una historia de misericordia y las obras de
misericordia. El documento, fechado el 4 de octubre, festividad de San
Francisco de Asís, concluye invitando a todos a no perder este este
tiempo de Cuaresma favorable para la conversión y pidiendo para ello la
intercesión de la Virgen María, la primera que, frente a la grandeza de
la misericordia divina confesó su propia pequeñez reconociéndose como la
humilde esclava del Señor.
Texto completo del
Mensaje:
''1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En
la Bula de convocación del Jubileo invité a que ''la Cuaresma de este
Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para
celebrar y experimentar la misericordia de Dios'' . Con la invitación a
escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa ''24 horas
para el Señor'' quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante
de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia
de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está
llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el
tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin
de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de
Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le
dirige el arcángel
Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con
la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se
convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque
fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo
fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su
etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente
con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y
compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y
parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El
misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia
de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra
siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en
cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente
en los momentos
más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es
preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la
verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual
Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que
Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las
imágenes familiares ?como en el caso de Oseas? las que expresan hasta
qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor
alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su
ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la ''Misericordia
encarnada'' . En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel
a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha
perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy
es el corazón de la alianza de Dios con Israel: ''Escucha, Israel: El
Señor es nuestro Dios, el Señor es
uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma y con todas tus fuerzas''. El Hijo de Dios es el Esposo que
hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está
unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias
eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el
cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es
''la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto
y resucitado'', el primer anuncio que ''siempre hay que volver a
escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una
forma o de otra a lo largo de la catequesis'' . La Misericordia entonces
''expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una
ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer'' ,
restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús
crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más
extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo
hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón
endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La
misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole
experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es
siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida
de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a
vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia
corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se
traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro
prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados:
nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo
de que ''el pueblo cristiano
reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales
y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas
veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más
en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de
la misericordia divina'' . En el pobre, en efecto, la carne de Cristo
''se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado,
desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y
lo asistamos con cuidado''. Misterio inaudito y escandaloso la
continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza
ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos
quitarnos las sandalias; más aún cuando el pobre es el hermano o la
hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor
fuerte como la muerte, el pobre más miserable es quien no acepta
reconocerse como tal. Cree que es rico,
pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es
esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no
para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la
íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y
cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor
puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que
ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa, y
que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión.
Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá
no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de
omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco ''seréis
como Dios'' que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede
asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos
del siglo XX, y como muestran hoy las
ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden
hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa
para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de
pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la
idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las
sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a
quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La
Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable
para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la
escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las
corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que
necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las
espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores:
aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que
separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando
en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como
don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este
camino también los ''soberbios'', los ''poderosos'' y los ''ricos'', de
los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de
que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y
resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de
felicidad y de amor infinitos que el hombre ?engañándose? cree poder
colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo,
siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más
herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de
su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por
condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el
infierno.
He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos
nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: ''Tienen a Moisés y los
Profetas; que los escuchen''. Esta escucha activa nos preparará del
mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y
sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su
Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este
tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la
intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a
la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente,
confesó su propia pequeñez, reconociéndose como la humilde esclava del
Señor''.