DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO
A LA
COMUNIDAD
"DOMENICO TARDINI" DE VILLA NAZARETH
Palacio Apostólico Vaticano
Sala de las Bendiciones
Domingo 15 de Diciembre de 2013
Domingo 15 de Diciembre de 2013
¡Buenos días!
Os agradezco esta calurosa acogida. ¡Muchas gracias! Gracias por haber venido y festejar a nuestro cardenal, que ha hecho mucho bien, con ese pensamiento fuerte y fecundo por la dignidad de la persona humana, por su servicio, y por hacer encontrar a cada uno los talentos que el Señor le ha dado para «negociarlos» en la vida. ¡Gracias Eminencia por todo esto! ¡Muchas gracias!
Y también a vosotros un gracias por este trabajo. Cada uno hace su pequeño trabajo, hace su parte, pero todo va adelante para el bien de todos. Muchas gracias por la colaboración, por el trabajo, por la pertenencia a esta Villa Nazaret que tanto bien hace a la Iglesia y en la Iglesia. ¡Muchas gracias! Os deseo una feliz y santa Navidad! Y os pido que recéis por mí, porque lo necesito. ¡Muchas gracias! Recemos juntos, todos un Avemaría a la Virgen. (Ave María y bendición)
Rezad por mí, no lo olvidéis.
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A LA PEREGRINACIÓN DE BAVIERA
POR EL REGALO DEL ÁRBOL DE NAVIDAD PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO
POR EL REGALO DEL ÁRBOL DE NAVIDAD PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 13 de Diciembre de 2013
Viernes 13 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra acogeros el día en que se presenta el árbol de Navidad, un abeto que este año proviene de la ciudad bávara de Waldmünchen y trae un típico signo navideño para la plaza de San Pedro. Os dirijo a cada uno mi saludo cordial, comenzando por el alcalde de esa ciudad. Saludo también a las otras autoridades civiles, en particular a la señora ministra y al señor subsecretario con las delegaciones y los miembros de la embajada de la República Federal de Alemania ante la Santa Sede. Con afecto fraterno saludo al obispo de Ratisbona y al obispo de Pilsen, diócesis confinante con la República Checa. Sí, porque este árbol es «internacional». Creció precisamente cerca del confín entre Alemania y la República Checa. Gracias por vuestra presencia.
Esta tarde, después de la ceremonia de la entrega oficial, se encenderán las luces que adornan el árbol de Navidad. Este majestuoso abeto permanecerá junto al belén hasta el final de las fiestas navideñas, y lo admirarán los romanos, los peregrinos y turistas de todas las partes del mundo. Os agradezco, queridos amigos, este gran árbol y los otros más pequeños, destinados a diferentes ambientes de la Ciudad del Vaticano. Con estos regalos, tan apreciados, habéis querido manifestar la cercanía espiritual y la amistad que unen a toda Alemania, y en particular a Baviera, con la Santa Sede, siguiendo la tradición cristiana que ha fecundado la cultura, la literatura y el arte de vuestra nación y de toda Europa. Con mi oración estoy cerca de vosotros y os acompaño en el camino de vuestras comunidades cristianas y de todo el pueblo alemán.
En esta hermosa ocasión, deseo de corazón que todos vosotros aquí presentes, y vuestros conciudadanos, pasen con serenidad la Navidad del Señor. En Navidad resuena en todos los lugares el feliz anuncio del ángel a los pastores de Belén: «hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). Aquellos pastores —dice el Evangelio— fueron envueltos por una gran luz. También hoy Jesús sigue disipando las tinieblas del error y del pecado para traer a la humanidad la alegría de la resplandeciente luz divina, de la que el árbol navideño es signo y recuerdo. Dejémonos envolver por la luz de su verdad, porque «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 1).
Os renuevo de corazón a cada uno mis más fervientes deseos de feliz Navidad, y os pido que también los llevéis a vuestras familias y a todos vuestros compatriotas. Os pido, por favor, que recéis por mí, mientras de buen grado invoco sobre todos vosotros la bendición del Señor. Que el Señor os bendiga y os proteja a vosotros, a vuestras familias, a vuestra patria y a todo el mundo. Amén.
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A
UN GRUPO DE NUEVOS EMBAJADORES
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE SUS CARTAS CREDENCIALES
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE SUS CARTAS CREDENCIALES
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 12 de Diciembre de 2013
Jueves 12 de Diciembre de 2013
Señora y señores Embajadores:
Estoy muy contento de acogeros con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países ante la Santa Sede: Argelia, Islandia, Dinamarca, Lesotho, Palestina, Sierra Leona, Cabo Verde, Burundi, Malta, Suecia, Pakistán, Zambia, Noruega, Kuwait, Burkina Faso, Uganda y Jordania.
Os doy las gracias por las cordiales palabras que me habéis dirigido y también por los saludos que cada uno me ha transmitido de parte de del propio jefe de Estado. Os ruego recambiéis de mi parte con los mejores deseos para sus personas y para el desempeño de su alto cargo. Deseo, además, saludar a través de vosotros a las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros conciudadanos, con un recuerdo especial para las comunidades católicas.
Al encontraros, mi primer pensamiento se dirige a la comunidad internacional, a las múltiples iniciativas que se llevan adelante para promover la paz, el diálogo, las relaciones culturales, políticas, económicas, y para socorrer a las poblaciones probadas por diversas dificultades. Hoy deseo afrontar con vosotros una cuestión que me preocupa mucho y que amenaza actualmente la dignidad de las personas: es la trata de personas. Es una verdadera forma de esclavitud, lamentablemente cada vez más difundida, que atañe a cada país, incluso a los más desarrollados, y que afecta a las personas más vulnerables de la sociedad: las mujeres y las muchachas, los niños y las niñas, los discapacitados, los más pobres, a quien proviene de situaciones de disgregación familiar y social. En ellos, de modo especial nosotros cristianos, reconocemos el rostro de Jesucristo, quien se identificó con los más pequeños y necesitados. Otros, que no se remiten a una fe religiosa, en nombre de la humanidad común comparten la compasión por su sufrimiento, con el compromiso de liberarles y de aliviar sus heridas. Juntos podemos y debemos comprometernos para que sean liberados y se pueda poner fin a este horrible comercio. Se habla de millones de víctimas del trabajo forzoso, trabajo esclavo, de la trata de personas con el fin de la mano de obra y la explotación sexual. Todo esto no puede continuar: constituye una grave violación de los derechos humanos de las víctimas y una ofensa a su dignidad, además de un desafío para la comunidad mundial. Quienes tienen buena voluntad, quienes se profesan religiosos o no, no pueden permitir que estas mujeres, estos hombres, estos niños sean tratados como objetos, engañados, violentados, con frecuencia vendidos más de una vez, para fines diversos, y al final asesinados o, de cualquier modo, arruinados física y mentalmente, para acabar descartados y abandonados. Es una vegüenza.
La trata de personas es un crimen contra la humanidad. Debemos unir las fuerzas para liberar a las víctimas y para detener este crimen cada vez más agresivo, que amenaza, además de las personas, los valores fundamentales de la sociedad y también la seguridad y la justicia internacionales, además de la economía, el tejido familiar y la vida social misma.
Sin embargo, es necesaria una toma de responsabilidad común y una más firme voluntad política para lograr vencer en este frente. Responsabilidad hacia quienes cayeron víctimas de la trata, para tutelar sus derechos, para asegurar su incolumidad y la de sus familiares, para impedir que los corruptos y criminales se sustraigan a la justicia y tengan la última palabra sobre las personas. Una adecuada intervención legislativa en los países de proveniencia, en los países de tránsito y en los países de llegada, también en orden a facilitar la regularidad de las migraciones, puede reducir el problema.
Los gobiernos y la comunidad internacional, a quien compete en primer lugar prevenir e impedir tal fenómeno, no han dejado de adoptar medidas a varios niveles para detenerlo y para proteger y asistir a las víctimas de este crimen, no raramente vinculado al comercio de las drogas, de las armas, al transporte de emigrantes irregulares, a la mafia.
Lamentablemente, no podemos negar que tal vez se han contagiado con todo ello incluso agentes públicos y miembros de contingentes comprometidos en misiones de paz. Pero para obtener buenos resultados es necesario que la acción de contraste incida también a nivel cultural y de comunicación. A este nivel es necesario un profundo examen de conciencia: ¿cuántas veces, en efecto, toleramos que un ser humano sea considerado como un objeto, expuesto para vender un producto o para satisfacer deseos inmorales? La persona humana nunca se debería ni vender ni comprar como una mercancía. Quien la usa y la explota, incluso indirectamente, se hace cómplice de este abuso.
Señora y señores, quise compartir con vosotros estas reflexiones acerca de una plaga social de nuestro tiempo, porque creo en el valor y en la fuerza de un compromiso concertado para combatirla. Exhorto, por lo tanto, a la comunidad internacional a hacer aún más concorde y eficaz la estrategia contra la trata de personas, para que, en todas las partes del mundo, los hombres y las mujeres no sean jamás usados como medios, sino que sean respetados siempre en su dignidad inviolable.
A cada uno de vosotros, señora y señores embajadores, en el momento en el cual iniciáis vuestra misión ante la Santa Sede, presento mis mejores deseos, asegurándoos el apoyo de los diversos servicios de la Curia romana en el desarrollo de vuestra función. Con este fin, invoco sobre vuestras personas y vuestras familias, así como sobre vuestros colaboradores, la abundancia de las bendiciones divinas.
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A UNA DELEGACIÓN DEL INSTITUTO DIGNITATIS HUMANAE
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 7 de Diciembre de 2013
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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
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A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL
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A UNA DELEGACIÓN DEL INSTITUTO DIGNITATIS HUMANAE
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 7 de Diciembre de 2013
Señores Cardenales,
lustres señores:
lustres señores:
Os doy las gracias por
este encuentro, en especial
agradezco al cardenal
Martino las palabras de
introducción. Vuestro
Instituto se propone
promover la dignidad humana
sobre la base de que la
verdad fundamental que el
hombre ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios.
Por lo tanto, una dignidad
originaria de todo hombre y
mujer, irreprimible,
indisponible a cualquier
poder o ideología.
Lamentablemente en nuestra
época, tan rica por muchas
conquistas y esperanzas, no
faltan poderes y fuerzas que
acaban produciendo una
cultura del descarte; y ésta
tiende a convertirse en
mentalidad común. Las
víctimas de dicha cultura
son precisamente los seres
humanos más débiles y
frágiles —los «nasciturus»,
los más pobres, los ancianos
enfermos, los discapacitados
graves…—, que corren el
riesgo de ser «descartados»,
expulsados por un engranaje
que debe ser eficiente a
toda costa. Este falso
modelo de hombre y de
sociedad realiza un ateísmo
práctico, negando, de hecho,
la Palabra de Dios que dice:
«Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza» (cf.
Gn 1, 26).
En cambio, si nos dejamos
interrogar por esta Palabra,
si dejamos que ella
interpele nuestra conciencia
personal y social, si
dejamos que ponga en tela de
juicio nuestros modos de
pensar y de obrar, los
criterios, las prioridades y
las opciones, entonces las
cosas pueden cambiar. La
fuerza de esta Palabra pone
límites a quien quiera
llegar a ser hegemónico
prevaricando contra los
derechos y la dignidad de
los demás. Al mismo tiempo,
dona esperanza y consuelo a
quien no es capaz de
defenderse, a quien no
dispone de medios
intelectuales y prácticos
para afirmar el valor del
propio sufrimiento, de los
propios derechos, de la
propia vida.
La doctrina social de la
Iglesia, con su visión
integral del hombre, como
ser personal y social, es
vuestra «brújula». Allí se
encuentra un fruto
especialmente significativo
del largo camino del pueblo
de Dios en la historia
moderna y contemporánea:
está la defensa de la
libertad religiosa, de la
vida en todas sus fases, del
derecho al trabajo y al
trabajo decente, de la
familia, de la educación…
Son bienvenidas, por lo
tanto, todas las iniciativas
como la vuestra, que quieren
ayudar a las personas, las
comunidades y las
instituciones a redescubrir
el alcance ético y social
del principio de la dignidad
humana, raíz de libertad y
de justicia. Con este fin es
necesaria una obra de
sensibilización y de
formación, a fin de que los
fieles laicos, en cualquier
condición, y especialmente
quienes se comprometen en
ámbito político, sepan
pensar según el Evangelio y
la doctrina social de la
Iglesia y obrar
coherentemente, dialogando y
colaborando con quienes, con
sinceridad y honestidad
intelectual, comparten, si
no es la fe, al menos una
visión similar del hombre y
de la sociedad y sus
consecuencias éticas. No son
pocos los no cristianos y
los no creyentes convencidos
de que la persona humana
deba ser siempre un fin y
nunca un medio.
Al desearos todo bien
para vuestra actividad,
invoco para vosotros y para
vuestros seres queridos la
bendición del Señor.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Sábado 7 de Diciembre de 2013
Sábado 7 de Diciembre de 2013
Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
hermanos y hermanas:
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
hermanos y hermanas:
Es para mí una alegría
encontrarme con el Consejo
pontificio para los laicos
reunidos en asamblea
plenaria. Como amaba
recordar el beato Juan Pablo
II, con el Concilio «ha
sonado la hora del laicado»,
y nos lo confirman cada vez
más los abundantes frutos
apostólicos. Agradezco al
cardenal las palabras que me
ha dirigido.
Entre las iniciativas
recientes del dicasterio
quisiera recordar el
Congreso panafricano de
septiembre de 2012, dedicado
a la formación del laicado
en África; así como el
seminario de estudio sobre
el tema «Dios confía el ser
humano a la mujer», en el
vigésimo quinto aniversario
de la encíclica
Mulieris dignitatem.
Y sobre este punto debemos
profundizar más. En la
crisis cultural de nuestro
tiempo, la mujer se
encuentra en primera línea
en la lucha por la
salvaguardia del ser humano.
Y, por último, doy las
gracias con vosotros al
Señor por la
Jornada mundial
de la juventud de Río de
Janeiro: una verdadera
fiesta de la fe. Ha sido una
auténtica fiesta. Los
cariocas estaban felices y
nos hicieron felices a
todos. El tema de la
Jornada: «Id y haced
discípulos a todos los
pueblos», puso en evidencia
la dimensión misionera de la
vida cristiana, la exigencia
de salir hacia quienes
esperan el agua viva del
Evangelio, hacia los más
pobres y los excluidos.
Hemos tocado con la mano
cómo la misión brota de la
alegría contagiosa del
encuentro con el Señor, que
se transforma en esperanza
para todos.
Para esta plenaria habéis
elegido un tema muy actual:
«Anunciar a Cristo en la era
digital». Se trata de un
campo privilegiado para la
acción de los jóvenes, para
quienes la “red” es, por
decirlo así, connatural.
Internet es una realidad
difundida, compleja y en
continua evolución, y su
desarrollo vuelve a proponer
la cuestión siempre actual
de la relación entre la fe y
la cultura. Ya durante los
primeros siglos de la era
cristiana, la Iglesia quiso
confrontarse con la
extraordinaria herencia de
la cultura griega. Ante
filosofías de gran
profundidad y un método
educativo de valor
excepcional, impregnado, sin
embargo, de elementos
paganos, los Padres no se
cerraron a la confrontación,
ni, por otra parte, cedieron
a componendas con algunas
ideas contrastantes con la
fe. En cambio, supieron
reconocer y asimilar los
conceptos más elevados,
transformándoles desde
dentro a la luz de la
Palabra de Dios. Actuaron lo
que pide san Pablo:
«Examinadlo todo, quedaos
con lo bueno» (1 Ts
5, 21). Incluso entre las
oportunidades y los peligros
de la red, es necesario
«examinar cada cosa»,
conscientes de que
ciertamente encontraremos
monedas falsas, ilusiones
peligrosas y trampas que se
han de evitar. Pero, guiados
por el Espíritu Santo,
descubriremos también
ocasiones preciosas para
conducir a los hombres al
rostro luminoso del Señor.
Entre las posibilidades
ofrecidas por la
comunicación digital, la más
importante se refiere al
anuncio del Evangelio.
Cierto, no es suficiente
adquirir competencias
tecnológicas, incluso
importantes. Se trata, ante
todo, de encontrar hombres y
mujeres reales, a menudo
heridos o extraviados, para
ofrecerles auténticas
razones de esperanza. El
anuncio requiere relaciones
humanas auténticas y
directas para desembocar en
un encuentro personal con el
Señor. Por lo tanto,
internet no es
suficiente, la tecnología no
es suficiente. Sin embargo,
esto no quiere decir que la
presencia de la Iglesia en
la red sea inútil; al
contrario, es indispensable
estar presentes, siempre con
estilo evangélico, en
aquello que para muchos,
especialmente los jóvenes,
se ha convertido en una
especie de ambiente de vida,
para despertar las preguntas
irreprimibles del corazón
sobre el sentido de la
existencia, e indicar el
camino que conduce a Aquél
que es la respuesta, la
Misericordia divina hecha
carne, el Señor Jesús.
Queridos amigos, la
Iglesia está siempre en
camino, en busca de nuevas
sendas para el anuncio del
Evangelio. La aportación y
el testimonio de los fieles
laicos cada día se constata
más indispensable. Confío,
por lo tanto, el Consejo
pontificio para los laicos a
la premurosa y maternal
intercesión de la
bienaventurada Virgen María,
mientras os bendigo de todo
corazón. Gracias.
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A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL
Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papas
Viernes 6 de Diciembre de 2013
Viernes 6 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y
hermanas:
Os acojo y os saludo
cordialmente al final de
vuestra sesión plenaria.
Agradezco al presidente,
monseñor Müller, las
palabras que me ha dirigido
también en nombre de todos
vosotros. Este encuentro me
ofrece la ocasión de
agradeceros el trabajo que
habéis realizado durante el
último quinquenio y
reafirmar la importancia del
servicio eclesial de los
teólogos para la vida y la
misión del pueblo de Dios.
Como habéis afirmado en
el reciente documento «La
teología hoy: perspectivas,
principios, criterios», la
teología es ciencia y
sabiduría. Es ciencia, y
como tal utiliza todos los
recursos de la razón
iluminada por la fe para
penetrar en la inteligencia
del misterio de Dios
revelado en Jesucristo. Y
es, sobre todo, sabiduría:
en la escuela de la Virgen
María, que «conservaba todas
estas cosas meditándolas en
su corazón» (Lc 2,
19), el teólogo busca
iluminar la unidad del
designio de amor de Dios y
se compromete a mostrar cómo
la verdad de la fe forma una
unidad orgánica,
armoniosamente articulada.
Además, al teólogo le
corresponde la tarea de
«auscultar, discernir e
interpretar, con la ayuda
del Espíritu Santo, las
múltiples voces de nuestro
tiempo y valorarlas a la luz
de la palabra divina, a fin
de que la Verdad revelada
pueda ser mejor percibida,
mejor entendida y expresada
en forma más adecuada»
(Concilio Vaticano II,
constitución pastoral
Gaudium et spes, 44).
Los teólogos son, pues,
«pioneros» —esto es
importante: pioneros.
¡Adelante!—. Pioneros del
diálogo de la Iglesia con
las culturas. Pero ser
pioneros también es
importante porque algunas
veces se puede pensar que se
quedan atrás, en el cuartel…
No, ¡en la frontera! Este
diálogo de la Iglesia con
las culturas es un diálogo
crítico y al mismo tiempo
benévolo, que debe favorecer
la acogida de la Palabra de
Dios por parte de los
hombres «de todas las
naciones, razas, pueblos y
lenguas» (Ap 7, 9).
Los tres temas que estáis
examinando actualmente se
insertan en esta
perspectiva. Vuestra
reflexión sobre los
vínculos entre monoteísmo y
violencia testimonia que
la Revelación de Dios
constituye verdaderamente
una buena nueva para todos
los hombres. Dios no es una
amenaza para el hombre. La
fe en el Dios único y tres
veces santo no es y no puede
ser jamás generadora de
violencia e intolerancia. Al
contrario, su carácter
altamente racional le
confiere una dimensión
universal, capaz de unir a
los hombres de buena
voluntad. Por otra parte, la
Revelación definitiva de
Dios en Jesucristo hace ya
imposible cualquier recurso
a la violencia «en nombre de
Dios». Precisamente por su
rechazo a la violencia, por
haber vencido el mal con el
bien, con la sangre de su
cruz, Jesús reconcilió a los
hombres con Dios y entre
ellos.
Esta es la paz que está
en el centro de vuestra
reflexión sobre la
doctrina social de la
Iglesia. Tiende a
traducir en la concreción de
la vida social el amor de
Dios al hombre, que se
manifestó en Jesucristo. He
aquí por qué la doctrina
social se radica siempre en
la Palabra de Dios, acogida,
celebrada y vivida en la
Iglesia. Y la Iglesia tiene
que vivir ante todo en sí
misma el mensaje social que
lleva al mundo. Las
relaciones fraternas entre
los creyentes, la autoridad
como servicio, la comunión
con los pobres: todos estos
aspectos, que caracterizan
la vida eclesial desde su
origen, pueden y deben
constituir un modelo vivo y
atractivo para las diversas
comunidades humanas, desde
la familia hasta la sociedad
civil.
Tal testimonio pertenece
al pueblo de Dios en su
conjunto, que es un pueblo
de profetas. Por el don del
Espíritu Santo, los miembros
de la Iglesia poseen el «sentido
de la fe». Se trata de
una especie de «instinto
espiritual», que permite
sentire cum Ecclesia y
discernir lo que es conforme
a la fe apostólica y al
espíritu del Evangelio.
Ciertamente, el sensus
fidelium no se puede
confundir con la realidad
sociológica de una opinión
mayoritaria, está claro. Es
otra cosa. Por lo tanto, es
importante —y es vuestra
tarea— elaborar los
criterios que permitan
discernir las expresiones
auténticas del sensus
fidelium. Por su parte,
el Magisterio tiene el deber
de estar atento a lo que el
Espíritu dice a las Iglesias
a través de las
manifestaciones auténticas
del sensus fidelium.
Me vienen a la memoria esos
dos números, 8 y 12, de la
Lumen gentium, que
precisamente sobre esto son
tan importantes. Esta
atención es de gran
importancia para los
teólogos. El Papa Benedicto XVI
destacó muchas veces que el
teólogo debe permanecer a la
escucha de la fe vivida por
los humildes y los pequeños,
a quienes el Padre quiso
revelarles lo que había
ocultado a sabios e
inteligentes (cf. Mt
11, 25-26;
homilía en la
misa con la Comisión
teológica internacional, 1
de diciembre de 2009).
Así pues, vuestra misión
es fascinante y al mismo
tiempo arriesgada. Ambas
cosas hacen bien: la
fascinación de la vida,
porque la vida es hermosa; y
también el riesgo, porque
así podemos ir adelante. Es
fascinante, porque la
investigación y la enseñanza
de la teología pueden
convertirse en un verdadero
camino de santidad, como
testimonian numerosos padres
y doctores de la Iglesia.
Pero también es arriesgada,
porque comporta tentaciones:
la aridez del corazón —esto
es feo, cuando el corazón se
endurece y cree que puede
reflexionar sobre Dios con
esa aridez, ¡cuántos
errores!—, el orgullo,
incluso la ambición. San
Francisco de Asís envió una
vez una esquela al hermano
Antonio de Padua, en la que,
entre otras cosas, le decía:
«Me agrada que enseñes la
sagrada teología a los
hermanos con tal que, en el
estudio, no extingas el
espíritu de santa oración y
devoción». También acercarse
a los pequeños ayuda a ser
más inteligentes y más
sabios. Y pienso —esto no es
hacer publicidad jesuítica—,
pienso en san Ignacio, que
pedía a los profesos que
hicieran el voto de enseñar
la catequesis a los
pequeños, para comprender
mejor la sabiduría de Dios.
Que la Virgen inmaculada
conceda a todos los teólogos
y las teólogas crecer con
este espíritu de oración y
devoción, y así, con
profundo sentido de
humildad, ser verdaderos
servidores de la Iglesia. En
este camino os acompaño con
la bendición apostólica, y
os pido por favor que recéis
por mí, porque lo necesito.
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A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA
EPISCOPAL DE LOS PAÍSES BAJOS
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Lunes 2 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos en el episcopado:
En estos días durante los cuales realizáis vuestra visita «ad limina Apostolorum», os saludo a cada uno con afecto en el Señor y os aseguro mi oración para que esta peregrinación sea rica de gracias y fecunda para la Iglesia en los Países Bajos. Gracias, querido cardenal Willem Jacobus Eijk, por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos.
Ante todo, permitidme expresaros mi agradecimiento por el servicio a Cristo y al Evangelio que prestáis al pueblo que se os ha encomendado, en circunstancias a menudo arduas. No es fácil conservar la esperanza en medio de las dificultades que debéis afrontar. El ejercicio colegial de vuestro ministerio episcopal, en comunión con el Obispo de Roma, es una necesidad para aumentar esta esperanza mediante un diálogo auténtico y una colaboración efectiva. Os hará bien mirar con confianza los signos de vitalidad que se manifiestan en las comunidades cristianas de vuestras diócesis. Son signos de la presencia activa del Señor en medio de los hombres y las mujeres de vuestro país que esperan auténticos testigos de la esperanza que nos hace vivir, esa que viene de Cristo.
La Iglesia, con paciencia materna, prosigue sus esfuerzos para responder a las inquietudes de muchos hombres y mujeres que experimentan angustia y desaliento ante el futuro. Con vuestros sacerdotes, vuestros colaboradores directos, queréis estar cerca de las personas que sufren el vacío espiritual y están en busca de un sentido para sus vidas, aunque no lo sepan expresar. ¿Cómo acompañarlas fraternalmente en esta búsqueda, si no es poniéndose a la escucha, para compartir con ellas la esperanza, la alegría, la capacidad de seguir adelante que nos da Jesucristo?
Por eso, la Iglesia trata de proponer la fe de una manera auténtica, comprensible y pastoral. El Año de la fe fue una feliz oportunidad para manifestar cómo el contenido de la fe puede alcanzar al hombre. La antropología cristiana y la doctrina social de la Iglesia forman parte del patrimonio de experiencias y de humanidad en el que se funda la civilización europea, y pueden ayudar a reafirmar concretamente el primado del hombre sobre la técnica y las estructuras. Y este primado del hombre presupone la apertura a la trascendencia. Al contrario, suprimiendo la dimensión trascendente, una cultura se empobrece, mientras que debería mostrar la posibilidad de unir con constante armonía fe y razón, verdad y libertad. Así, la Iglesia no propone solamente verdades morales inmutables y actitudes a contra corriente respecto al mundo, sino que las propone como la clave del bien humano y del desarrollo social. Los cristianos tienen una misión propia para aceptar este desafío. La educación de las conciencias llega a ser prioritaria, especialmente mediante la formación del juicio crítico, aun teniendo un enfoque positivo de las realidades sociales; así, se evitará la superficialidad de los juicios y la resignación a la indiferencia. Esto requiere, pues, que los católicos, sacerdotes, personas consagradas y laicos adquieran una formación sólida y de calidad. Os aliento vivamente a unir vuestros esfuerzos para responder a esta necesidad y permitir un anuncio mejor del Evangelio. En este contexto, el testimonio y el compromiso de los laicos en la Iglesia y en la sociedad tienen un papel importante, y hay que apoyarlos con fuerza. Todos nosotros, bautizados, estamos invitados a ser discípulos-misioneros allí donde estamos.
En vuestra sociedad, fuertemente marcada por la secularización, también os animo a estar presentes en el debate público, en todos los ámbitos donde la causa sea el hombre, para manifestar la misericordia de Dios, su ternura hacia todas las criaturas. En el mundo de hoy, la Iglesia tiene la tarea de repetir incansablemente las palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Pero preguntémonos: quien nos encuentra, quien encuentra a un cristiano, ¿percibe algo de la bondad de Dios, de la alegría de haber encontrado a Cristo? Como he afirmado a menudo, a partir de la experiencia auténtica del ministerio episcopal la Iglesia se expande no por proselitismo, sino por atracción. Es enviada por doquier para despertar, volver a despertar, mantener la esperanza. De ahí la importancia de animar a vuestros fieles a aprovechar las ocasiones de diálogo, haciéndose presentes en los lugares donde se decide el futuro; así, podrán dar su aportación en los debates sobre las grandes cuestiones sociales concernientes, por ejemplo, a la familia, al matrimonio, al final de la vida.
Hoy más que nunca se siente la necesidad de avanzar por el camino del ecumenismo, invitando a un diálogo auténtico que busque los elementos de verdad y de bondad y ofrezca respuestas inspiradas en el Evangelio. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás.
En un país rico en muchos aspectos, la pobreza afecta a un número creciente de personas. Valorad la generosidad de los fieles que llevan la luz y la compasión de Cristo a los lugares donde la esperan y, en particular, a las personas más marginadas. Además, la escuela católica, proporcionando a los jóvenes una sólida educación, seguirá favoreciendo su formación humana y espiritual, con espíritu de diálogo y fraternidad respecto a quienes no comparten su fe. Es importante, pues, que los jóvenes cristianos reciban una catequesis de calidad, que sostenga su fe y los conduzca al encuentro con Cristo. Formación sólida y espíritu de apertura. He aquí cómo la buena nueva sigue difundiéndose.
Sabéis bien que el futuro y la vitalidad de la Iglesia en los Países Bajos también dependen de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Es urgente suscitar una pastoral vocacional vigorosa y atractiva, y también la búsqueda común de cómo acompañar la maduración humana y espiritual de los seminaristas. ¡Que vivan una relación personal con el Señor, que será el fundamento de su vida sacerdotal! ¡Ojalá sintiéramos también la necesidad de rogar al Señor de la mies! El redescubrimiento de las diversas formas de oración, y particularmente la adoración eucarística, es un motivo de esperanza para que la Iglesia crezca y se arraigue. ¡Cuán importante e imprescindible es que estéis cerca de vuestro presbiterio, disponibles con cada uno de vuestros sacerdotes para apoyarlos y guiarlos, si tuvieran necesidad! Como padres, encontrad el tiempo necesario para acogerlos y escucharlos, cada vez que os lo pidan. Y no olvidéis tampoco salir al encuentro de aquellos que no se acercan; algunos de ellos, por desgracia, han olvidado su compromiso. De modo muy especial, deseo expresar mi compasión y asegurar mi oración a cada una de las personas víctimas de abusos sexuales y a sus familias; os pido que sigáis apoyándolas en su doloroso camino de curación, emprendido con valentía. Atentos a responder al deseo de Cristo, buen Pastor, preocupaos por defender y acrecentar la unidad en todo y entre todos.
Para concluir, también querría dar gracias con vosotros por los signos de vitalidad con los que el Señor ha bendecido a la Iglesia que está en los Países Bajos, en este contexto que no siempre es fácil. Que Él os anime y os confirme en la delicada misión de guiar a vuestras comunidades por el camino de la fe y de la unidad, de la verdad y de la caridad. Mientras os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos de vuestras diócesis a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, de corazón os imparto la bendición apostólica, prenda de paz y de alegría espiritual; y fraternalmente os pido que no os olvidéis de rezar por mí.
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