viernes, 20 de diciembre de 2013

FRANCISCO: Discursos de la primera quincena de Diciembre 2013 (15, 13, 12, 7 [2], 6 y 2)

DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO



A LA COMUNIDAD "DOMENICO TARDINI" DE VILLA NAZARETH


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala de las Bendiciones
Domingo 15 de Diciembre de 2013



¡Buenos días!


Os agradezco esta calurosa acogida. ¡Muchas gracias! Gracias por haber venido y festejar a nuestro cardenal, que ha hecho mucho bien, con ese pensamiento fuerte y fecundo por la dignidad de la persona humana, por su servicio, y por hacer encontrar a cada uno los talentos que el Señor le ha dado para «negociarlos» en la vida. ¡Gracias Eminencia por todo esto! ¡Muchas gracias!


Y también a vosotros un gracias por este trabajo. Cada uno hace su pequeño trabajo, hace su parte, pero todo va adelante para el bien de todos. Muchas gracias por la colaboración, por el trabajo, por la pertenencia a esta Villa Nazaret que tanto bien hace a la Iglesia y en la Iglesia. ¡Muchas gracias! Os deseo una feliz y santa Navidad! Y os pido que recéis por mí, porque lo necesito. ¡Muchas gracias! Recemos juntos, todos un Avemaría a la Virgen. (Ave María y bendición)


Rezad por mí, no lo olvidéis.


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 A LA PEREGRINACIÓN DE BAVIERA
POR EL REGALO DEL ÁRBOL DE NAVIDAD PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Viernes 13 de Diciembre de 2013



Queridos hermanos y hermanas:


Me alegra acogeros el día en que se presenta el árbol de Navidad, un abeto que este año proviene de la ciudad bávara de Waldmünchen y trae un típico signo navideño para la plaza de San Pedro. Os dirijo a cada uno mi saludo cordial, comenzando por el alcalde de esa ciudad. Saludo también a las otras autoridades civiles, en particular a la señora ministra y al señor subsecretario con las delegaciones y los miembros de la embajada de la República Federal de Alemania ante la Santa Sede. Con afecto fraterno saludo al obispo de Ratisbona y al obispo de Pilsen, diócesis confinante con la República Checa. Sí, porque este árbol es «internacional». Creció precisamente cerca del confín entre Alemania y la República Checa. Gracias por vuestra presencia.


Esta tarde, después de la ceremonia de la entrega oficial, se encenderán las luces que adornan el árbol de Navidad. Este majestuoso abeto permanecerá junto al belén hasta el final de las fiestas navideñas, y lo admirarán los romanos, los peregrinos y turistas de todas las partes del mundo. Os agradezco, queridos amigos, este gran árbol y los otros más pequeños, destinados a diferentes ambientes de la Ciudad del Vaticano. Con estos regalos, tan apreciados, habéis querido manifestar la cercanía espiritual y la amistad que unen a toda Alemania, y en particular a Baviera, con la Santa Sede, siguiendo la tradición cristiana que ha fecundado la cultura, la literatura y el arte de vuestra nación y de toda Europa. Con mi oración estoy cerca de vosotros y os acompaño en el camino de vuestras comunidades cristianas y de todo el pueblo alemán.


En esta hermosa ocasión, deseo de corazón que todos vosotros aquí presentes, y vuestros conciudadanos, pasen con serenidad la Navidad del Señor. En Navidad resuena en todos los lugares el feliz anuncio del ángel a los pastores de Belén: «hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). Aquellos pastores —dice el Evangelio— fueron envueltos por una gran luz. También hoy Jesús sigue disipando las tinieblas del error y del pecado para traer a la humanidad la alegría de la resplandeciente luz divina, de la que el árbol navideño es signo y recuerdo. Dejémonos envolver por la luz de su verdad, porque «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 1).


Os renuevo de corazón a cada uno mis más fervientes deseos de feliz Navidad, y os pido que también los llevéis a vuestras familias y a todos vuestros compatriotas. Os pido, por favor, que recéis por mí, mientras de buen grado invoco sobre todos vosotros la bendición del Señor. Que el Señor os bendiga y os proteja a vosotros, a vuestras familias, a vuestra patria y a todo el mundo. Amén.


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A UN GRUPO DE NUEVOS EMBAJADORES
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE SUS CARTAS CREDENCIALES

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 12 de Diciembre de 2013
 

Señora y señores Embajadores:


Estoy muy contento de acogeros con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países ante la Santa Sede: Argelia, Islandia, Dinamarca, Lesotho, Palestina, Sierra Leona, Cabo Verde, Burundi, Malta, Suecia, Pakistán, Zambia, Noruega, Kuwait, Burkina Faso, Uganda y Jordania.


Os doy las gracias por las cordiales palabras que me habéis dirigido y también por los saludos que cada uno me ha transmitido de parte de del propio jefe de Estado. Os ruego recambiéis de mi parte con los mejores deseos para sus personas y para el desempeño de su alto cargo. Deseo, además, saludar a través de vosotros a las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros conciudadanos, con un recuerdo especial para las comunidades católicas.


Al encontraros, mi primer pensamiento se dirige a la comunidad internacional, a las múltiples iniciativas que se llevan adelante para promover la paz, el diálogo, las relaciones culturales, políticas, económicas, y para socorrer a las poblaciones probadas por diversas dificultades. Hoy deseo afrontar con vosotros una cuestión que me preocupa mucho y que amenaza actualmente la dignidad de las personas: es la trata de personas. Es una verdadera forma de esclavitud, lamentablemente cada vez más difundida, que atañe a cada país, incluso a los más desarrollados, y que afecta a las personas más vulnerables de la sociedad: las mujeres y las muchachas, los niños y las niñas, los discapacitados, los más pobres, a quien proviene de situaciones de disgregación familiar y social. En ellos, de modo especial nosotros cristianos, reconocemos el rostro de Jesucristo, quien se identificó con los más pequeños y necesitados. Otros, que no se remiten a una fe religiosa, en nombre de la humanidad común comparten la compasión por su sufrimiento, con el compromiso de liberarles y de aliviar sus heridas. Juntos podemos y debemos comprometernos para que sean liberados y se pueda poner fin a este horrible comercio. Se habla de millones de víctimas del trabajo forzoso, trabajo esclavo, de la trata de personas con el fin de la mano de obra y la explotación sexual. Todo esto no puede continuar: constituye una grave violación de los derechos humanos de las víctimas y una ofensa a su dignidad, además de un desafío para la comunidad mundial. Quienes tienen buena voluntad, quienes se profesan religiosos o no, no pueden permitir que estas mujeres, estos hombres, estos niños sean tratados como objetos, engañados, violentados, con frecuencia vendidos más de una vez, para fines diversos, y al final asesinados o, de cualquier modo, arruinados física y mentalmente, para acabar descartados y abandonados. Es una vegüenza.


La trata de personas es un crimen contra la humanidad. Debemos unir las fuerzas para liberar a las víctimas y para detener este crimen cada vez más agresivo, que amenaza, además de las personas, los valores fundamentales de la sociedad y también la seguridad y la justicia internacionales, además de la economía, el tejido familiar y la vida social misma.
Sin embargo, es necesaria una toma de responsabilidad común y una más firme voluntad política para lograr vencer en este frente. Responsabilidad hacia quienes cayeron víctimas de la trata, para tutelar sus derechos, para asegurar su incolumidad y la de sus familiares, para impedir que los corruptos y criminales se sustraigan a la justicia y tengan la última palabra sobre las personas. Una adecuada intervención legislativa en los países de proveniencia, en los países de tránsito y en los países de llegada, también en orden a facilitar la regularidad de las migraciones, puede reducir el problema.


Los gobiernos y la comunidad internacional, a quien compete en primer lugar prevenir e impedir tal fenómeno, no han dejado de adoptar medidas a varios niveles para detenerlo y para proteger y asistir a las víctimas de este crimen, no raramente vinculado al comercio de las drogas, de las armas, al transporte de emigrantes irregulares, a la mafia. 


Lamentablemente, no podemos negar que tal vez se han contagiado con todo ello incluso agentes públicos y miembros de contingentes comprometidos en misiones de paz. Pero para obtener buenos resultados es necesario que la acción de contraste incida también a nivel cultural y de comunicación. A este nivel es necesario un profundo examen de conciencia: ¿cuántas veces, en efecto, toleramos que un ser humano sea considerado como un objeto, expuesto para vender un producto o para satisfacer deseos inmorales? La persona humana nunca se debería ni vender ni comprar como una mercancía. Quien la usa y la explota, incluso indirectamente, se hace cómplice de este abuso.


Señora y señores, quise compartir con vosotros estas reflexiones acerca de una plaga social de nuestro tiempo, porque creo en el valor y en la fuerza de un compromiso concertado para combatirla. Exhorto, por lo tanto, a la comunidad internacional a hacer aún más concorde y eficaz la estrategia contra la trata de personas, para que, en todas las partes del mundo, los hombres y las mujeres no sean jamás usados como medios, sino que sean respetados siempre en su dignidad inviolable.


A cada uno de vosotros, señora y señores embajadores, en el momento en el cual iniciáis vuestra misión ante la Santa Sede, presento mis mejores deseos, asegurándoos el apoyo de los diversos servicios de la Curia romana en el desarrollo de vuestra función. Con este fin, invoco sobre vuestras personas y vuestras familias, así como sobre vuestros colaboradores, la abundancia de las bendiciones divinas.


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A UNA DELEGACIÓN DEL INSTITUTO DIGNITATIS HUMANAE

 

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 7 de Diciembre de 2013




Señores Cardenales,
lustres señores:


Os doy las gracias por este encuentro, en especial agradezco al cardenal Martino las palabras de introducción. Vuestro Instituto se propone promover la dignidad humana sobre la base de que la verdad fundamental que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, una dignidad originaria de todo hombre y mujer, irreprimible, indisponible a cualquier poder o ideología. Lamentablemente en nuestra época, tan rica por muchas conquistas y esperanzas, no faltan poderes y fuerzas que acaban produciendo una cultura del descarte; y ésta tiende a convertirse en mentalidad común. Las víctimas de dicha cultura son precisamente los seres humanos más débiles y frágiles —los «nasciturus», los más pobres, los ancianos enfermos, los discapacitados graves…—, que corren el riesgo de ser «descartados», expulsados por un engranaje que debe ser eficiente a toda costa. Este falso modelo de hombre y de sociedad realiza un ateísmo práctico, negando, de hecho, la Palabra de Dios que dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (cf. Gn 1, 26).


En cambio, si nos dejamos interrogar por esta Palabra, si dejamos que ella interpele nuestra conciencia personal y social, si dejamos que ponga en tela de juicio nuestros modos de pensar y de obrar, los criterios, las prioridades y las opciones, entonces las cosas pueden cambiar. La fuerza de esta Palabra pone límites a quien quiera llegar a ser hegemónico prevaricando contra los derechos y la dignidad de los demás. Al mismo tiempo, dona esperanza y consuelo a quien no es capaz de defenderse, a quien no dispone de medios intelectuales y prácticos para afirmar el valor del propio sufrimiento, de los propios derechos, de la propia vida.


La doctrina social de la Iglesia, con su visión integral del hombre, como ser personal y social, es vuestra «brújula». Allí se encuentra un fruto especialmente significativo del largo camino del pueblo de Dios en la historia moderna y contemporánea: está la defensa de la libertad religiosa, de la vida en todas sus fases, del derecho al trabajo y al trabajo decente, de la familia, de la educación…


Son bienvenidas, por lo tanto, todas las iniciativas como la vuestra, que quieren ayudar a las personas, las comunidades y las instituciones a redescubrir el alcance ético y social del principio de la dignidad humana, raíz de libertad y de justicia. Con este fin es necesaria una obra de sensibilización y de formación, a fin de que los fieles laicos, en cualquier condición, y especialmente quienes se comprometen en ámbito político, sepan pensar según el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia y obrar coherentemente, dialogando y colaborando con quienes, con sinceridad y honestidad intelectual, comparten, si no es la fe, al menos una visión similar del hombre y de la sociedad y sus consecuencias éticas. No son pocos los no cristianos y los no creyentes convencidos de que la persona humana deba ser siempre un fin y nunca un medio.


Al desearos todo bien para vuestra actividad, invoco para vosotros y para vuestros seres queridos la bendición del Señor.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

Palacio Apostólico Vaticano
 Sala del Consistorio
Sábado 7 de Diciembre de 2013


Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
hermanos y hermanas:


Es para mí una alegría encontrarme con el Consejo pontificio para los laicos reunidos en asamblea plenaria. Como amaba recordar el beato Juan Pablo II, con el Concilio «ha sonado la hora del laicado», y nos lo confirman cada vez más los abundantes frutos apostólicos. Agradezco al cardenal las palabras que me ha dirigido.


Entre las iniciativas recientes del dicasterio quisiera recordar el Congreso panafricano de septiembre de 2012, dedicado a la formación del laicado en África; así como el seminario de estudio sobre el tema «Dios confía el ser humano a la mujer», en el vigésimo quinto aniversario de la encíclica Mulieris dignitatem. Y sobre este punto debemos profundizar más. En la crisis cultural de nuestro tiempo, la mujer se encuentra en primera línea en la lucha por la salvaguardia del ser humano. Y, por último, doy las gracias con vosotros al Señor por la Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro: una verdadera fiesta de la fe. Ha sido una auténtica fiesta. Los cariocas estaban felices y nos hicieron felices a todos. El tema de la Jornada: «Id y haced discípulos a todos los pueblos», puso en evidencia la dimensión misionera de la vida cristiana, la exigencia de salir hacia quienes esperan el agua viva del Evangelio, hacia los más pobres y los excluidos. Hemos tocado con la mano cómo la misión brota de la alegría contagiosa del encuentro con el Señor, que se transforma en esperanza para todos.


Para esta plenaria habéis elegido un tema muy actual: «Anunciar a Cristo en la era digital». Se trata de un campo privilegiado para la acción de los jóvenes, para quienes la “red” es, por decirlo así, connatural. Internet es una realidad difundida, compleja y en continua evolución, y su desarrollo vuelve a proponer la cuestión siempre actual de la relación entre la fe y la cultura. Ya durante los primeros siglos de la era cristiana, la Iglesia quiso confrontarse con la extraordinaria herencia de la cultura griega. Ante filosofías de gran profundidad y un método educativo de valor excepcional, impregnado, sin embargo, de elementos paganos, los Padres no se cerraron a la confrontación, ni, por otra parte, cedieron a componendas con algunas ideas contrastantes con la fe. En cambio, supieron reconocer y asimilar los conceptos más elevados, transformándoles desde dentro a la luz de la Palabra de Dios. Actuaron lo que pide san Pablo: «Examinadlo todo, quedaos con lo bueno» (1 Ts 5, 21). Incluso entre las oportunidades y los peligros de la red, es necesario «examinar cada cosa», conscientes de que ciertamente encontraremos monedas falsas, ilusiones peligrosas y trampas que se han de evitar. Pero, guiados por el Espíritu Santo, descubriremos también ocasiones preciosas para conducir a los hombres al rostro luminoso del Señor.


Entre las posibilidades ofrecidas por la comunicación digital, la más importante se refiere al anuncio del Evangelio. Cierto, no es suficiente adquirir competencias tecnológicas, incluso importantes. Se trata, ante todo, de encontrar hombres y mujeres reales, a menudo heridos o extraviados, para ofrecerles auténticas razones de esperanza. El anuncio requiere relaciones humanas auténticas y directas para desembocar en un encuentro personal con el Señor. Por lo tanto, internet no es suficiente, la tecnología no es suficiente. Sin embargo, esto no quiere decir que la presencia de la Iglesia en la red sea inútil; al contrario, es indispensable estar presentes, siempre con estilo evangélico, en aquello que para muchos, especialmente los jóvenes, se ha convertido en una especie de ambiente de vida, para despertar las preguntas irreprimibles del corazón sobre el sentido de la existencia, e indicar el camino que conduce a Aquél que es la respuesta, la Misericordia divina hecha carne, el Señor Jesús.


Queridos amigos, la Iglesia está siempre en camino, en busca de nuevas sendas para el anuncio del Evangelio. La aportación y el testimonio de los fieles laicos cada día se constata más indispensable. Confío, por lo tanto, el Consejo pontificio para los laicos a la premurosa y maternal intercesión de la bienaventurada Virgen María, mientras os bendigo de todo corazón. Gracias.


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A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

Palacio Apostólico Vaticano
 Sala de los Papas
Viernes 6 de Diciembre de 2013
 

Queridos hermanos y hermanas:


Os acojo y os saludo cordialmente al final de vuestra sesión plenaria. Agradezco al presidente, monseñor Müller, las palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros. Este encuentro me ofrece la ocasión de agradeceros el trabajo que habéis realizado durante el último quinquenio y reafirmar la importancia del servicio eclesial de los teólogos para la vida y la misión del pueblo de Dios.


Como habéis afirmado en el reciente documento «La teología hoy: perspectivas, principios, criterios», la teología es ciencia y sabiduría. Es ciencia, y como tal utiliza todos los recursos de la razón iluminada por la fe para penetrar en la inteligencia del misterio de Dios revelado en Jesucristo. Y es, sobre todo, sabiduría: en la escuela de la Virgen María, que «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), el teólogo busca iluminar la unidad del designio de amor de Dios y se compromete a mostrar cómo la verdad de la fe forma una unidad orgánica, armoniosamente articulada. Además, al teólogo le corresponde la tarea de «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada» (Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, 44). Los teólogos son, pues, «pioneros» —esto es importante: pioneros. ¡Adelante!—. Pioneros del diálogo de la Iglesia con las culturas. Pero ser pioneros también es importante porque algunas veces se puede pensar que se quedan atrás, en el cuartel… No, ¡en la frontera! Este diálogo de la Iglesia con las culturas es un diálogo crítico y al mismo tiempo benévolo, que debe favorecer la acogida de la Palabra de Dios por parte de los hombres «de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas» (Ap 7, 9).


Los tres temas que estáis examinando actualmente se insertan en esta perspectiva. Vuestra reflexión sobre los vínculos entre monoteísmo y violencia testimonia que la Revelación de Dios constituye verdaderamente una buena nueva para todos los hombres. Dios no es una amenaza para el hombre. La fe en el Dios único y tres veces santo no es y no puede ser jamás generadora de violencia e intolerancia. Al contrario, su carácter altamente racional le confiere una dimensión universal, capaz de unir a los hombres de buena voluntad. Por otra parte, la Revelación definitiva de Dios en Jesucristo hace ya imposible cualquier recurso a la violencia «en nombre de Dios». Precisamente por su rechazo a la violencia, por haber vencido el mal con el bien, con la sangre de su cruz, Jesús reconcilió a los hombres con Dios y entre ellos.


Esta es la paz que está en el centro de vuestra reflexión sobre la doctrina social de la Iglesia. Tiende a traducir en la concreción de la vida social el amor de Dios al hombre, que se manifestó en Jesucristo. He aquí por qué la doctrina social se radica siempre en la Palabra de Dios, acogida, celebrada y vivida en la Iglesia. Y la Iglesia tiene que vivir ante todo en sí misma el mensaje social que lleva al mundo. Las relaciones fraternas entre los creyentes, la autoridad como servicio, la comunión con los pobres: todos estos aspectos, que caracterizan la vida eclesial desde su origen, pueden y deben constituir un modelo vivo y atractivo para las diversas comunidades humanas, desde la familia hasta la sociedad civil.
Tal testimonio pertenece al pueblo de Dios en su conjunto, que es un pueblo de profetas. Por el don del Espíritu Santo, los miembros de la Iglesia poseen el «sentido de la fe». Se trata de una especie de «instinto espiritual», que permite sentire cum Ecclesia y discernir lo que es conforme a la fe apostólica y al espíritu del Evangelio. Ciertamente, el sensus fidelium no se puede confundir con la realidad sociológica de una opinión mayoritaria, está claro. Es otra cosa. Por lo tanto, es importante —y es vuestra tarea— elaborar los criterios que permitan discernir las expresiones auténticas del sensus fidelium. Por su parte, el Magisterio tiene el deber de estar atento a lo que el Espíritu dice a las Iglesias a través de las manifestaciones auténticas del sensus fidelium. Me vienen a la memoria esos dos números, 8 y 12, de la Lumen gentium, que precisamente sobre esto son tan importantes. Esta atención es de gran importancia para los teólogos. El Papa Benedicto XVI destacó muchas veces que el teólogo debe permanecer a la escucha de la fe vivida por los humildes y los pequeños, a quienes el Padre quiso revelarles lo que había ocultado a sabios e inteligentes (cf. Mt 11, 25-26; homilía en la misa con la Comisión teológica internacional, 1 de diciembre de 2009).


Así pues, vuestra misión es fascinante y al mismo tiempo arriesgada. Ambas cosas hacen bien: la fascinación de la vida, porque la vida es hermosa; y también el riesgo, porque así podemos ir adelante. Es fascinante, porque la investigación y la enseñanza de la teología pueden convertirse en un verdadero camino de santidad, como testimonian numerosos padres y doctores de la Iglesia. Pero también es arriesgada, porque comporta tentaciones: la aridez del corazón —esto es feo, cuando el corazón se endurece y cree que puede reflexionar sobre Dios con esa aridez, ¡cuántos errores!—, el orgullo, incluso la ambición. San Francisco de Asís envió una vez una esquela al hermano Antonio de Padua, en la que, entre otras cosas, le decía: «Me agrada que enseñes la sagrada teología a los hermanos con tal que, en el estudio, no extingas el espíritu de santa oración y devoción». También acercarse a los pequeños ayuda a ser más inteligentes y más sabios. Y pienso —esto no es hacer publicidad jesuítica—, pienso en san Ignacio, que pedía a los profesos que hicieran el voto de enseñar la catequesis a los pequeños, para comprender mejor la sabiduría de Dios.


Que la Virgen inmaculada conceda a todos los teólogos y las teólogas crecer con este espíritu de oración y devoción, y así, con profundo sentido de humildad, ser verdaderos servidores de la Iglesia. En este camino os acompaño con la bendición apostólica, y os pido por favor que recéis por mí, porque lo necesito.


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A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS PAÍSES BAJOS
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Lunes 2 de Diciembre de 2013
 

Queridos hermanos en el episcopado:



En estos días durante los cuales realizáis vuestra visita «ad limina Apostolorum», os saludo a cada uno con afecto en el Señor y os aseguro mi oración para que esta peregrinación sea rica de gracias y fecunda para la Iglesia en los Países Bajos. Gracias, querido cardenal Willem Jacobus Eijk, por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos.


Ante todo, permitidme expresaros mi agradecimiento por el servicio a Cristo y al Evangelio que prestáis al pueblo que se os ha encomendado, en circunstancias a menudo arduas. No es fácil conservar la esperanza en medio de las dificultades que debéis afrontar. El ejercicio colegial de vuestro ministerio episcopal, en comunión con el Obispo de Roma, es una necesidad para aumentar esta esperanza mediante un diálogo auténtico y una colaboración efectiva. Os hará bien mirar con confianza los signos de vitalidad que se manifiestan en las comunidades cristianas de vuestras diócesis. Son signos de la presencia activa del Señor en medio de los hombres y las mujeres de vuestro país que esperan auténticos testigos de la esperanza que nos hace vivir, esa que viene de Cristo.


La Iglesia, con paciencia materna, prosigue sus esfuerzos para responder a las inquietudes de muchos hombres y mujeres que experimentan angustia y desaliento ante el futuro. Con vuestros sacerdotes, vuestros colaboradores directos, queréis estar cerca de las personas que sufren el vacío espiritual y están en busca de un sentido para sus vidas, aunque no lo sepan expresar. ¿Cómo acompañarlas fraternalmente en esta búsqueda, si no es poniéndose a la escucha, para compartir con ellas la esperanza, la alegría, la capacidad de seguir adelante que nos da Jesucristo?


Por eso, la Iglesia trata de proponer la fe de una manera auténtica, comprensible y pastoral. El Año de la fe fue una feliz oportunidad para manifestar cómo el contenido de la fe puede alcanzar al hombre. La antropología cristiana y la doctrina social de la Iglesia forman parte del patrimonio de experiencias y de humanidad en el que se funda la civilización europea, y pueden ayudar a reafirmar concretamente el primado del hombre sobre la técnica y las estructuras. Y este primado del hombre presupone la apertura a la trascendencia. Al contrario, suprimiendo la dimensión trascendente, una cultura se empobrece, mientras que debería mostrar la posibilidad de unir con constante armonía fe y razón, verdad y libertad. Así, la Iglesia no propone solamente verdades morales inmutables y actitudes a contra corriente respecto al mundo, sino que las propone como la clave del bien humano y del desarrollo social. Los cristianos tienen una misión propia para aceptar este desafío. La educación de las conciencias llega a ser prioritaria, especialmente mediante la formación del juicio crítico, aun teniendo un enfoque positivo de las realidades sociales; así, se evitará la superficialidad de los juicios y la resignación a la indiferencia. Esto requiere, pues, que los católicos, sacerdotes, personas consagradas y laicos adquieran una formación sólida y de calidad. Os aliento vivamente a unir vuestros esfuerzos para responder a esta necesidad y permitir un anuncio mejor del Evangelio. En este contexto, el testimonio y el compromiso de los laicos en la Iglesia y en la sociedad tienen un papel importante, y hay que apoyarlos con fuerza. Todos nosotros, bautizados, estamos invitados a ser discípulos-misioneros allí donde estamos.


En vuestra sociedad, fuertemente marcada por la secularización, también os animo a estar presentes en el debate público, en todos los ámbitos donde la causa sea el hombre, para manifestar la misericordia de Dios, su ternura hacia todas las criaturas. En el mundo de hoy, la Iglesia tiene la tarea de repetir incansablemente las palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Pero preguntémonos: quien nos encuentra, quien encuentra a un cristiano, ¿percibe algo de la bondad de Dios, de la alegría de haber encontrado a Cristo? Como he afirmado a menudo, a partir de la experiencia auténtica del ministerio episcopal la Iglesia se expande no por proselitismo, sino por atracción. Es enviada por doquier para despertar, volver a despertar, mantener la esperanza. De ahí la importancia de animar a vuestros fieles a aprovechar las ocasiones de diálogo, haciéndose presentes en los lugares donde se decide el futuro; así, podrán dar su aportación en los debates sobre las grandes cuestiones sociales concernientes, por ejemplo, a la familia, al matrimonio, al final de la vida.


Hoy más que nunca se siente la necesidad de avanzar por el camino del ecumenismo, invitando a un diálogo auténtico que busque los elementos de verdad y de bondad y ofrezca respuestas inspiradas en el Evangelio. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás.


En un país rico en muchos aspectos, la pobreza afecta a un número creciente de personas. Valorad la generosidad de los fieles que llevan la luz y la compasión de Cristo a los lugares donde la esperan y, en particular, a las personas más marginadas. Además, la escuela católica, proporcionando a los jóvenes una sólida educación, seguirá favoreciendo su formación humana y espiritual, con espíritu de diálogo y fraternidad respecto a quienes no comparten su fe. Es importante, pues, que los jóvenes cristianos reciban una catequesis de calidad, que sostenga su fe y los conduzca al encuentro con Cristo. Formación sólida y espíritu de apertura. He aquí cómo la buena nueva sigue difundiéndose.


Sabéis bien que el futuro y la vitalidad de la Iglesia en los Países Bajos también dependen de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Es urgente suscitar una pastoral vocacional vigorosa y atractiva, y también la búsqueda común de cómo acompañar la maduración humana y espiritual de los seminaristas. ¡Que vivan una relación personal con el Señor, que será el fundamento de su vida sacerdotal! ¡Ojalá sintiéramos también la necesidad de rogar al Señor de la mies! El redescubrimiento de las diversas formas de oración, y particularmente la adoración eucarística, es un motivo de esperanza para que la Iglesia crezca y se arraigue. ¡Cuán importante e imprescindible es que estéis cerca de vuestro presbiterio, disponibles con cada uno de vuestros sacerdotes para apoyarlos y guiarlos, si tuvieran necesidad! Como padres, encontrad el tiempo necesario para acogerlos y escucharlos, cada vez que os lo pidan. Y no olvidéis tampoco salir al encuentro de aquellos que no se acercan; algunos de ellos, por desgracia, han olvidado su compromiso. De modo muy especial, deseo expresar mi compasión y asegurar mi oración a cada una de las personas víctimas de abusos sexuales y a sus familias; os pido que sigáis apoyándolas en su doloroso camino de curación, emprendido con valentía. Atentos a responder al deseo de Cristo, buen Pastor, preocupaos por defender y acrecentar la unidad en todo y entre todos.


Para concluir, también querría dar gracias con vosotros por los signos de vitalidad con los que el Señor ha bendecido a la Iglesia que está en los Países Bajos, en este contexto que no siempre es fácil. Que Él os anime y os confirme en la delicada misión de guiar a vuestras comunidades por el camino de la fe y de la unidad, de la verdad y de la caridad. Mientras os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos de vuestras diócesis a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, de corazón os imparto la bendición apostólica, prenda de paz y de alegría espiritual; y fraternalmente os pido que no os olvidéis de rezar por mí.


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