sábado, 1 de marzo de 2014

FRANCISCO: Ángelus de Febrero 2014 (23, 16, 9 y 2)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
FEBRERO 2014




Plaza de San Pedro
Domingo 23 de febrero de 2014




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En la segunda lectura de este domingo, san Pablo afirma: «Que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios» (1 Cor 3, 21-23). ¿Por qué dice esto el Apóstol? Porque el problema que tiene delante es el de las divisiones en la comunidad de Corinto, donde se habían formado grupos que se referían a los diversos predicadores, considerándolos sus jefes; decían: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas...» (1, 12). San Pablo explica que este modo de pensar es erróneo, porque la comunidad no pertenece a los apóstoles, sino que son ellos —los apóstoles— quienes pertenecen a la comunidad; y la comunidad, completa, pertenece a Cristo.


De esta pertenencia se deriva que en las comunidades cristianas —diócesis, parroquias, asociaciones, movimientos— las diferencias no pueden contradecir el hecho de que todos, por el Bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en Jesucristo, somos hijos de Dios. Y ésta es nuestra dignidad: en Jesucristo somos hijos de Dios. Quienes recibieron un ministerio de guía, de predicación, de administrar los sacramentos, no deben considerarse propietarios de poderes especiales, dueños, sino ponerse al servicio de la comunidad, ayudándole a recorrer con alegría el camino de la santidad.


La Iglesia confía hoy el testimonio de este estilo de vida pastoral a los nuevos cardenales, con quienes he celebrado esta mañana la santa misa. Podemos saludar todos, con un aplauso, a los nuevos cardenales. ¡Saludemos todos! El consistorio de ayer y la celebración eucarística de hoy nos han ofrecido una preciosa ocasión para experimentar la catolicidad, la universalidad de la Iglesia, representada por la variada proveniencia de los miembros del Colegio cardenalicio, reunidos en estrecha comunión entorno al Sucesor de Pedro. Que el Señor nos dé la gracia de trabajar por la unidad de la Iglesia, de construir esta unidad, porque la unidad es más importante que los conflictos. La unidad de la Iglesia es de Cristo, los conflictos son problemas que no siempre son de Cristo.


Que los momentos litúrgicos y de fiesta, que hemos tenido la ocasión de vivir durante las dos últimas jornadas, refuercen en todos nosotros la fe, el amor a Cristo y a su Iglesia. Os invito también a sostener a estos Pastores y acompañarles con la oración, a fin de que guíen siempre con celo al pueblo que se les ha confiado, mostrando a todos la ternura y el amor del Señor. ¡Cuánta necesidad de oración tiene un obispo, un cardenal, un Papa, para ayudar al Pueblo de Dios a seguir adelante! Digo «ayudar», es decir, servir al Pueblo de Dios, porque la vocación del obispo, del cardenal y del Papa es precisamente ésta: ser servidor, servir en nombre de Cristo. Rezad por nosotros, para que seamos buenos servidores: buenos servidores, no buenos dueños. Todos juntos, obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los hermanos y dispuesta a salir al encuentro, con valentía profética, de las expectativas y las exigencias espirituales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Que la Virgen nos acompañe y nos proteja en este camino.



Después del Ángelus


Saludo a todos los peregrinos presentes, en especial a quienes han venido con ocasión del Consistorio, para acompañar a los nuevos cardenales; y agradezco mucho a los países que han querido estar presentes en este acontecimiento con delegaciones oficiales.

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Plaza de San Pedro
Domingo 16 de febrero de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo forma parte aún del así llamado «sermón de la montaña», la primera gran predicación de Jesús. Hoy el tema es la actitud de Jesús respecto a la Ley judía. Él afirma: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5, 17). Jesús, sin embargo, no quiere cancelar los mandamientos que dio el Señor por medio de Moisés, sino que quiere darles plenitud. E inmediatamente después añade que esta «plenitud» de la Ley requiere una justicia mayor, una observancia más auténtica. Dice, en efecto, a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 20).


¿Pero qué significa esta «plenitud» de la Ley? Y esta justicia mayor, ¿en qué consiste? Jesús mismo nos responde con algunos ejemplos. Jesús era práctico, hablaba siempre con ejemplos para hacerse entender. Inicia desde el quinto mandamiento: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”; ... Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado» (vv. 21-22). Con esto, Jesús nos recuerda que incluso las palabras pueden matar. Cuando se dice de una persona que tiene la lengua de serpiente, ¿qué se quiere decir? Que sus palabras matan. Por lo tanto, no sólo no hay que atentar contra la vida del prójimo, sino que tampoco hay que derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Ni tampoco hablar mal de él. Llegamos a las habladurías: las habladurías, también, pueden matar, porque matan la fama de las personas. ¡Es tan feo criticar! Al inicio puede parecer algo placentero, incluso divertido, como chupar un caramelo. Pero al final, nos llena el corazón de amargura, y nos envenena también a nosotros. Os digo la verdad, estoy convencido de que si cada uno de nosotros hiciese el propósito de evitar las críticas, al final llegaría a ser santo. ¡Es un buen camino! ¿Queremos ser santos? ¿Sí o no? [Plaza: ¡Sí!] ¿Queremos vivir apegados a las habladurías como una costumbre? ¿Sí o no? [Plaza: ¡No!] Entonces estamos de acuerdo: ¡nada de críticas! Jesús propone a quien le sigue la perfección del amor: un amor cuya única medida es no tener medida, de ir más allá de todo cálculo. El amor al prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer las paces con el prójimo. Y dice así: «Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (vv. 23-24). Por ello estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos antes de manifestar nuestra devoción al Señor en la oración.


De todo esto se comprende que Jesús no da importancia sencillamente a la observancia disciplinar y a la conducta exterior. Él va a la raíz de la Ley, apuntando sobre todo a la intención y, por lo tanto, al corazón del hombre, donde tienen origen nuestras acciones buenas y malas. Para tener comportamientos buenos y honestos no bastan las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresiones de una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se puede acoger gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos hace capaces de vivir el amor divino.


A la luz de esta enseñanza, cada precepto revela su pleno significado como exigencia de amor, y todos se unen en el más grande mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo.

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Plaza de San Pedro
Domingo 9 de febrero de 2014



Hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos maravilla un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se comprende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si sois misericordiosos... seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.


Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben, por lo tanto, una misión con respecto a todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una vida santa daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina. Pero si nosotros, los cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia. ¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz, una vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde: ¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y nosotros la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.



Después del Ángelus


Pasado mañana, 11 de febrero, celebraremos la memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, y viviremos la Jornada mundial del enfermo. Es la ocasión propicia para poner en el centro de la comunidad a las personas enfermas. Rezar por ellas y con ellas, estar cerca de ellas. El Mensaje para esta Jornada se inspira en una expresión de san Juan: Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). En especial, podemos imitar la actitud de Jesús hacia los enfermos, enfermos de todo tipo: el Señor se preocupa por todos, comparte su sufrimiento y abre el corazón a la esperanza.
Pienso también en todos los agentes sanitarios: ¡qué valioso trabajo realizan! Muchas gracias por vuestro trabajo precioso. Ellos encuentran cada día en los enfermos no sólo los cuerpos marcados por la fragilidad, sino personas, a quienes ofrecen atención y respuestas adecuadas. La dignidad de la persona no se reduce jamás a sus facultades o capacidades, y no disminuye cuando la persona misma es débil, inválida y necesita ayuda. Pienso también en las familias, donde es normal preocuparse por cuidar a quien está enfermo; pero a veces las situaciones pueden ser más pesadas... Muchos me escriben, y hoy quiero asegurar una oración por todas estas familias, y les digo: no tengáis miedo a la fragilidad. 
No tengáis miedo a la fragilidad. Ayudaos unos a otros con amor, y sentiréis la presencia consoladora de Dios.


La actitud generosa y cristina hacia los enfermos es sal de la tierra y luz del mundo. Que la Virgen María nos ayude a practicarlo, y obtenga paz y consuelo para todos los que sufren.
En estos días tienen lugar en Sochi, Rusia, los Juegos olímpicos de invierno. Quisiera hacer llegar mi saludo a los organizadores y a todos los atletas, con el deseo de que sea una auténtica fiesta del deporte y de la amistad.


Saludo a todos los peregrinos presentes hoy, a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones. En especial saludo a los profesores y estudiantes procedentes de Inglaterra; al grupo de teólogas cristianas de diversos países europeos, presentes en Roma para un congreso de estudio; a los fieles de las parroquias Santa María Inmaculada y San Vicente de Paúl de Roma, a los venidos de Cavallina y Montecarelli nel Mugello, de Lavello y de Affi, la Comunidad Sollievo, y a la escuela de San Luca-Bovalino, de Calabria.


Rezo por quienes están sufriendo daños e incomodidades por causa de calamidades naturales, en diversos países —también aquí en Roma—: estoy cerca de ellos. La naturaleza nos desafía a ser solidarios y atentos para custodiar la creación, también para prevenir, en lo que sea posible, las consecuencias más graves.


Y antes de despedirme, viene a mi memoria la pregunta que hice: ¿lámpara encendida o lámpara apagada? ¿Qué queréis? ¿Encendida o apagada? El cristiano lleva la luz. Es una lámpara encendida. ¡Siempre adelante con la luz de Jesús!


Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 2 de febrero de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. En esta fecha se celebra también la jornada de la vida consagrada, que recuerda la importancia que tienen para la Iglesia quienes acogieron la vocación a seguir a Jesús de cerca por el camino de los consejos evangélicos. El Evangelio de hoy relata que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José llevaron al Niño al templo para ofrecerlo y consagrarlo a Dios, como lo prescribe la Ley judía. Este episodio evangélico constituye también una imagen de la entrega de la propia vida por parte de aquellos que, por un don de Dios, asumen los rasgos típicos de Jesús virgen, pobre y obediente.


Esta entrega de sí mismos a Dios se refiere a todo cristiano, porque todos estamos consagrados a Él mediante el Bautismo. Todos estamos llamados a ofrecernos al Padre con Jesús y como Jesús, haciendo de nuestra vida un don generoso, en la familia, en el trabajo, en el servicio a la Iglesia, en las obras de misericordia. Sin embargo, tal consagración la viven de modo particular los religiosos, los monjes, los laicos consagrados, que con la profesión de los votos pertenecen a Dios de modo pleno y exclusivo. Esta pertenencia al Señor permite a quienes la viven de forma auténtica dar un testimonio especial del Evangelio del reino de Dios. Totalmente consagrados a Dios, están totalmente entregados a los hermanos, para llevar la luz de Cristo allí donde las tinieblas son más densas y para difundir su esperanza en los corazones desalentados.


Las personas consagradas son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino. Hay gran necesidad de estas presencias, que refuerzan y renuevan el compromiso de la difusión del Evangelio, de la educación cristiana, de la caridad hacia los más necesitados, de la oración contemplativa; el compromiso de la formación humana, de la formación espiritual de los jóvenes, de las familias; el compromiso por la justicia y la paz en la familia humana. ¿Pero pensamos qué pasaría si no estuviesen las religiosas en los hospitales, las religiosas en las misiones, las religiosas en las escuelas? ¡Pensad en una Iglesia sin las religiosas! No se puede pensar: ellas son este don, esta levadura que lleva adelante el pueblo de Dios. Son grandes estas mujeres que consagran su vida a Dios, que llevan adelante el mensaje de Jesús.


La Iglesia y el mundo necesitan este testimonio del amor y de la misericordia de Dios. Los consagrados, los religiosos, las religiosas son el testimonio de que Dios es bueno y misericordioso. Por ello es necesario valorar con gratitud las experiencias de vida consagrada y profundizar el conocimiento de los diversos carismas y espiritualidad. Es necesario rezar para que muchos jóvenes respondan «sí» al Señor que les llama a consagrarse totalmente a Él para un servicio desinteresado a los hermanos; consagrar la vida para servir a Dios y a los hermanos.


Por todos estos motivos, como ya se anunció, el año próximo estará dedicado de modo especial a la vida consagrada. Confiamos desde ahora esta iniciativa a la intercesión de la Virgen María y de san José, que, como padres de Jesús, fueron los primeros en ser consagrados por Él y en consagrar su vida a Él.



 
Después del Ángelus


Hoy se celebra en Italia la Jornada por la vida, que tiene como tema «Generar futuro». Dirijo mi saludo y mi aliento a las asociaciones, a los movimientos y a los centros culturales comprometidos en la defensa y promoción de la vida. Me uno a los obispos italianos al reafirmar que «cada hijo es rostro del Señor amante de la vida, don para la familia y para la sociedad» (Mensaje para la XXXVI jornada nacional por la vida). Cada uno, en su propio papel y en el propio ámbito, se debe sentir llamado a amar y servir la vida, a acogerla, respetarla y promoverla, especialmente cuando es frágil y necesitada de atención y cuidados, desde el seno materno hasta su fin en esta tierra.


Saludo al cardenal vicario y a quienes están comprometidos en la diócesis de Roma en la animación de la jornada por la vida. Expreso mi aprecio a los profesores universitarios que, en esta circunstancia, organizaron congresos sobre las actuales problemáticas vinculadas a la natalidad. Muchas gracias.


Mi pensamiento afectuoso se dirige a las queridas poblaciones de Roma y de Toscana, golpeadas por las lluvias que provocaron inundaciones. Que no falte a estos hermanos nuestros, que son probados, nuestra solidaridad concreta y nuestra oración. Queridos hermanos y hermanas, os estoy muy cercano.


Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


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