ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
FEBRERO 2014
Plaza de San Pedro
Domingo 23 de febrero de 2014
Domingo 23 de febrero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la segunda lectura de este domingo, san Pablo afirma: «Que nadie se gloríe en
los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la
muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y
Cristo es de Dios» (1 Cor 3, 21-23). ¿Por qué dice esto el Apóstol?
Porque el problema que tiene delante es el de las divisiones en la comunidad de
Corinto, donde se habían formado grupos que se referían a los diversos
predicadores, considerándolos sus jefes; decían: «Yo soy de Pablo, yo soy de
Apolo, yo soy de Cefas...» (1, 12). San Pablo explica que este modo de pensar es
erróneo, porque la comunidad no pertenece a los apóstoles, sino que son ellos —los
apóstoles— quienes pertenecen a la comunidad; y la comunidad, completa,
pertenece a Cristo.
De esta pertenencia se deriva que en las comunidades cristianas —diócesis,
parroquias, asociaciones, movimientos— las diferencias no pueden contradecir el
hecho de que todos, por el Bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en
Jesucristo, somos hijos de Dios. Y ésta es nuestra dignidad: en Jesucristo somos
hijos de Dios. Quienes recibieron un ministerio de guía, de predicación, de
administrar los sacramentos, no deben considerarse propietarios de poderes
especiales, dueños, sino ponerse al servicio de la comunidad, ayudándole a
recorrer con alegría el camino de la santidad.
La Iglesia confía hoy el testimonio de este estilo de vida pastoral a los nuevos
cardenales, con quienes he celebrado esta mañana la santa misa. Podemos saludar
todos, con un aplauso, a los nuevos cardenales. ¡Saludemos todos! El consistorio
de ayer y la celebración eucarística de hoy nos han ofrecido una preciosa
ocasión para experimentar la catolicidad, la universalidad de la Iglesia,
representada por la variada proveniencia de los miembros del Colegio
cardenalicio, reunidos en estrecha comunión entorno al Sucesor de Pedro. Que el
Señor nos dé la gracia de trabajar por la unidad de la Iglesia, de construir
esta unidad, porque la unidad es más importante que los conflictos. La unidad de
la Iglesia es de Cristo, los conflictos son problemas que no siempre son de
Cristo.
Que los momentos litúrgicos y de fiesta, que hemos tenido la ocasión de vivir
durante las dos últimas jornadas, refuercen en todos nosotros la fe, el amor a
Cristo y a su Iglesia. Os invito también a sostener a estos Pastores y
acompañarles con la oración, a fin de que guíen siempre con celo al pueblo que
se les ha confiado, mostrando a todos la ternura y el amor del Señor. ¡Cuánta
necesidad de oración tiene un obispo, un cardenal, un Papa, para ayudar al
Pueblo de Dios a seguir adelante! Digo «ayudar», es decir, servir al Pueblo de
Dios, porque la vocación del obispo, del cardenal y del Papa es precisamente
ésta: ser servidor, servir en nombre de Cristo. Rezad por nosotros, para que
seamos buenos servidores: buenos servidores, no buenos dueños. Todos juntos,
obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el
testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los
hermanos y dispuesta a salir al encuentro, con valentía profética, de las
expectativas y las exigencias espirituales de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo. Que la Virgen nos acompañe y nos proteja en este camino.
Después del Ángelus
Saludo a todos los peregrinos presentes, en especial a quienes han venido con
ocasión del Consistorio, para acompañar a los nuevos cardenales; y agradezco
mucho a los países que han querido estar presentes en este acontecimiento con
delegaciones oficiales.
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Plaza de San Pedro
Domingo 16 de febrero de 2014
Domingo 16 de febrero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo forma parte aún del así llamado «sermón de la
montaña», la primera gran predicación de Jesús. Hoy el tema es la actitud de
Jesús respecto a la Ley judía. Él afirma: «No creáis que he venido a abolir la
Ley y los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5,
17). Jesús, sin embargo, no quiere cancelar los mandamientos que dio el Señor
por medio de Moisés, sino que quiere darles plenitud. E inmediatamente después
añade que esta «plenitud» de la Ley requiere una justicia mayor, una observancia
más auténtica. Dice, en efecto, a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos»
(Mt 5, 20).
¿Pero qué significa esta «plenitud» de la Ley? Y esta justicia mayor, ¿en qué
consiste? Jesús mismo nos responde con algunos ejemplos. Jesús era práctico,
hablaba siempre con ejemplos para hacerse entender. Inicia desde el quinto
mandamiento: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”; ... Pero yo
os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será
procesado» (vv. 21-22). Con esto, Jesús nos recuerda que incluso las palabras
pueden matar. Cuando se dice de una persona que tiene la lengua de serpiente,
¿qué se quiere decir? Que sus palabras matan. Por lo tanto, no sólo no hay que
atentar contra la vida del prójimo, sino que tampoco hay que derramar sobre él
el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Ni tampoco hablar mal de él.
Llegamos a las habladurías: las habladurías, también, pueden matar, porque matan
la fama de las personas. ¡Es tan feo criticar! Al inicio puede parecer algo
placentero, incluso divertido, como chupar un caramelo. Pero al final, nos llena
el corazón de amargura, y nos envenena también a nosotros. Os digo la verdad,
estoy convencido de que si cada uno de nosotros hiciese el propósito de evitar
las críticas, al final llegaría a ser santo. ¡Es un buen camino! ¿Queremos ser
santos? ¿Sí o no? [Plaza: ¡Sí!] ¿Queremos vivir apegados a las habladurías como
una costumbre? ¿Sí o no? [Plaza: ¡No!] Entonces estamos de acuerdo: ¡nada de
críticas! Jesús propone a quien le sigue la perfección del amor: un amor cuya
única medida es no tener medida, de ir más allá de todo cálculo. El amor al
prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra
relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer las paces con el
prójimo. Y dice así: «Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el
altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja
allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano»
(vv. 23-24). Por ello estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos
antes de manifestar nuestra devoción al Señor en la oración.
De todo esto se comprende que Jesús no da importancia sencillamente a la
observancia disciplinar y a la conducta exterior. Él va a la raíz de la Ley,
apuntando sobre todo a la intención y, por lo tanto, al corazón del hombre,
donde tienen origen nuestras acciones buenas y malas. Para tener comportamientos
buenos y honestos no bastan las normas jurídicas, sino que son necesarias
motivaciones profundas, expresiones de una sabiduría oculta, la Sabiduría de
Dios, que se puede acoger gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la
fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos hace capaces de
vivir el amor divino.
A la luz de esta enseñanza, cada precepto revela su pleno significado como
exigencia de amor, y todos se unen en el más grande mandamiento: ama a Dios con
todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo.
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Plaza de San Pedro
Domingo 9 de febrero de 2014
Domingo 9 de febrero de 2014
Hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo, que está inmediatamente después de las
Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la
tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Esto nos
maravilla un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante cuando decía estas
palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero
Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se comprende precisamente
como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si sois pobres de
espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si sois misericordiosos...
seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.
Para comprender mejor estas imágenes, tengamos presente que la Ley judía
prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo
de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que
triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben,
por lo tanto, una misión con respecto a todos los hombres: con la fe y la
caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Todos nosotros,
los bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo
un Evangelio viviente: con una vida santa daremos «sabor» a los distintos
ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos
la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina. Pero si nosotros, los
cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz,
perdemos la eficacia. ¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es una misión
que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es también muy bello conservar la luz que
recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una
persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya,
sino que es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta
luz. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano
sólo de nombre, que no lleva la luz, una vida sin sentido. Pero yo os quisiera
preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir? ¿Como una lámpara encendida o como una
lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? [la gente responde:
¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es precisamente Dios quien nos da esta luz y
nosotros la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación
cristiana.
Después del Ángelus
Pasado mañana, 11 de febrero, celebraremos la memoria de la Bienaventurada
Virgen de Lourdes, y viviremos la Jornada mundial del enfermo. Es la ocasión
propicia para poner en el centro de la comunidad a las personas enfermas. Rezar
por ellas y con ellas, estar cerca de ellas. El
Mensaje para esta Jornada
se inspira en una expresión de san Juan: Fe y caridad: «También nosotros
debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). En especial, podemos
imitar la actitud de Jesús hacia los enfermos, enfermos de todo tipo: el Señor
se preocupa por todos, comparte su sufrimiento y abre el corazón a la esperanza.
Pienso también en todos los agentes sanitarios: ¡qué valioso trabajo realizan!
Muchas gracias por vuestro trabajo precioso. Ellos encuentran cada día en los
enfermos no sólo los cuerpos marcados por la fragilidad, sino personas, a
quienes ofrecen atención y respuestas adecuadas. La dignidad de la persona no se
reduce jamás a sus facultades o capacidades, y no disminuye cuando la persona
misma es débil, inválida y necesita ayuda. Pienso también en las familias, donde
es normal preocuparse por cuidar a quien está enfermo; pero a veces las
situaciones pueden ser más pesadas... Muchos me escriben, y hoy quiero asegurar
una oración por todas estas familias, y les digo: no tengáis miedo a la
fragilidad.
No tengáis miedo a la fragilidad. Ayudaos unos a otros con amor, y
sentiréis la presencia consoladora de Dios.
La actitud generosa y cristina hacia los enfermos es sal de la tierra y luz del
mundo. Que la Virgen María nos ayude a practicarlo, y obtenga paz y consuelo
para todos los que sufren.
En estos días tienen lugar en Sochi, Rusia, los Juegos olímpicos de invierno.
Quisiera hacer llegar mi saludo a los organizadores y a todos los atletas, con
el deseo de que sea una auténtica fiesta del deporte y de la amistad.
Saludo a todos los peregrinos presentes hoy, a las familias, a los grupos
parroquiales y a las asociaciones. En especial saludo a los profesores y
estudiantes procedentes de Inglaterra; al grupo de teólogas cristianas de
diversos países europeos, presentes en Roma para un congreso de estudio; a los
fieles de las parroquias Santa María Inmaculada y San Vicente de Paúl de Roma, a
los venidos de Cavallina y Montecarelli nel Mugello, de Lavello y de Affi, la
Comunidad Sollievo, y a la escuela de San Luca-Bovalino, de Calabria.
Rezo por quienes están sufriendo daños e incomodidades por causa de calamidades
naturales, en diversos países —también aquí en Roma—: estoy cerca de ellos. La
naturaleza nos desafía a ser solidarios y atentos para custodiar la creación,
también para prevenir, en lo que sea posible, las consecuencias más graves.
Y antes de despedirme, viene a mi memoria la pregunta que hice: ¿lámpara
encendida o lámpara apagada? ¿Qué queréis? ¿Encendida o apagada? El cristiano
lleva la luz. Es una lámpara encendida. ¡Siempre adelante con la luz de Jesús!
Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
Domingo 2 de febrero de 2014
Domingo 2 de febrero de 2014
Hoy celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. En esta fecha se celebra también la jornada de la vida consagrada, que recuerda la importancia que tienen para la Iglesia quienes acogieron la vocación a seguir a Jesús de cerca por el camino de los consejos evangélicos. El Evangelio de hoy relata que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José llevaron al Niño al templo para ofrecerlo y consagrarlo a Dios, como lo prescribe la Ley judía. Este episodio evangélico constituye también una imagen de la entrega de la propia vida por parte de aquellos que, por un don de Dios, asumen los rasgos típicos de Jesús virgen, pobre y obediente.
Esta entrega de sí mismos a Dios se refiere a todo cristiano, porque todos estamos consagrados a Él mediante el Bautismo. Todos estamos llamados a ofrecernos al Padre con Jesús y como Jesús, haciendo de nuestra vida un don generoso, en la familia, en el trabajo, en el servicio a la Iglesia, en las obras de misericordia. Sin embargo, tal consagración la viven de modo particular los religiosos, los monjes, los laicos consagrados, que con la profesión de los votos pertenecen a Dios de modo pleno y exclusivo. Esta pertenencia al Señor permite a quienes la viven de forma auténtica dar un testimonio especial del Evangelio del reino de Dios. Totalmente consagrados a Dios, están totalmente entregados a los hermanos, para llevar la luz de Cristo allí donde las tinieblas son más densas y para difundir su esperanza en los corazones desalentados.
Las personas consagradas son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino. Hay gran necesidad de estas presencias, que refuerzan y renuevan el compromiso de la difusión del Evangelio, de la educación cristiana, de la caridad hacia los más necesitados, de la oración contemplativa; el compromiso de la formación humana, de la formación espiritual de los jóvenes, de las familias; el compromiso por la justicia y la paz en la familia humana. ¿Pero pensamos qué pasaría si no estuviesen las religiosas en los hospitales, las religiosas en las misiones, las religiosas en las escuelas? ¡Pensad en una Iglesia sin las religiosas! No se puede pensar: ellas son este don, esta levadura que lleva adelante el pueblo de Dios. Son grandes estas mujeres que consagran su vida a Dios, que llevan adelante el mensaje de Jesús.
La Iglesia y el mundo necesitan este testimonio del amor y de la misericordia de Dios. Los consagrados, los religiosos, las religiosas son el testimonio de que Dios es bueno y misericordioso. Por ello es necesario valorar con gratitud las experiencias de vida consagrada y profundizar el conocimiento de los diversos carismas y espiritualidad. Es necesario rezar para que muchos jóvenes respondan «sí» al Señor que les llama a consagrarse totalmente a Él para un servicio desinteresado a los hermanos; consagrar la vida para servir a Dios y a los hermanos.
Por todos estos motivos, como ya se anunció, el año próximo estará dedicado de modo especial a la vida consagrada. Confiamos desde ahora esta iniciativa a la intercesión de la Virgen María y de san José, que, como padres de Jesús, fueron los primeros en ser consagrados por Él y en consagrar su vida a Él.
Después del Ángelus
Hoy se celebra en Italia la Jornada por la vida, que tiene como tema «Generar futuro». Dirijo mi saludo y mi aliento a las asociaciones, a los movimientos y a los centros culturales comprometidos en la defensa y promoción de la vida. Me uno a los obispos italianos al reafirmar que «cada hijo es rostro del Señor amante de la vida, don para la familia y para la sociedad» (Mensaje para la XXXVI jornada nacional por la vida). Cada uno, en su propio papel y en el propio ámbito, se debe sentir llamado a amar y servir la vida, a acogerla, respetarla y promoverla, especialmente cuando es frágil y necesitada de atención y cuidados, desde el seno materno hasta su fin en esta tierra.
Saludo al cardenal vicario y a quienes están comprometidos en la diócesis de Roma en la animación de la jornada por la vida. Expreso mi aprecio a los profesores universitarios que, en esta circunstancia, organizaron congresos sobre las actuales problemáticas vinculadas a la natalidad. Muchas gracias.
Mi pensamiento afectuoso se dirige a las queridas poblaciones de Roma y de Toscana, golpeadas por las lluvias que provocaron inundaciones. Que no falte a estos hermanos nuestros, que son probados, nuestra solidaridad concreta y nuestra oración. Queridos hermanos y hermanas, os estoy muy cercano.
Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
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