CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 22 de junio de 2019).- Homilía pronunciada por el Prefecto de la Congregación para las Causas
de los Santos, el Cardenal Giovanni Angelo Becciu, esta mañana en
Madrid (España) en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena,
durante la Misa de Beatificación de María Carmen Lacaba Andía y 13
compañeras religiosas profesas de la Orden Franciscana de la Inmaculada
Concepción, asesinadas por odio a la fe en 1936 durante la Guerra Civil
en España:
Homilía del Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos
Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las
necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo,
pues cuando estoy más débil, entonces es cuando soy fuerte
Queridos hermanos y hermanas:
Estas palabras de San Pablo, proclamadas en la primera lectura, las
podemos aplicar hoy a las catorce monjas de la Orden Franciscana de la
Inmaculada Concepción, (Concepcionistas) asesinadas durante la
persecución religiosa que pretendía eliminar a la Iglesia en España.
Ellas permanecieron fuertes en la fe: non se asustaron ante los
ultrajes, las angustias ni las persecuciones. Estuvieron dispuestas a
sellar con su vida la Verdad que profesaban con sus labios, asociando el
martirio de Jesús a su martirio de fe, de esperanza y de caridad”.
La beata María del Carmen (en el siglo Isabel Lacaba Andía) y sus
trece compañeras eran monjas de la misma familia monástica, pero de tres
monasterios diferentes: el Monasterio de Madrid, el Monasterio de El
Pardo y el Monasterio de Escalona. Todas, perseverando en su
consagración a Dios, dieron su vida por la fe y como prueba suprema de
amor”. Fue precisamente la aversión a Dios y a la fe cristiana lo que
determinó su martirio. Sufrieron, en efecto, la persecución y la muerte
por su estado de vida religiosa y su total adhesión a Cristo y a la
Iglesia. Sus verdugos eran milicianos que, guiados por el odio contra la
Iglesia Católica, fueron los protagonistas de una persecución religiosa
general y sistemática contra las personas más representativas de la
Comunidad Católica. Las nuevas Beatas ciertamente tenían bien presente
la exhortación del divino Maestro: "Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia" (Mt
6, 33). Son ejemplo y aliciente para todos, pero sobre todo para las
monjas Concepcionistas, y también para todas las consagradas que dedican
totalmente su vida a la oración y a la contemplación. En esta preciosa
misión orante, las religiosas de clausura están llamadas a gustar y ver cuán bueno es el Señor, para testimoniar a todos lo envolvente que es el Amor de Dios”.
“Tres veces oré al Señor ... Y él me dijo: "Te basta mi gracia”
(2 Corintios 12: 8-9). Estas palabras de San Pablo, que acabamos de
escuchar, parecen inspirar los mensajes dejados por estas catorce
mártires. En diferentes lugares y tiempos, enfrentaron su oferta de
sacrificio al Señor con generosidad y coraje. La integridad espiritual y
moral de estas mujeres nos ha llegado a través de testigos directos e
indirectos y también a través de documentos. Estamos profundamente
impresionados por los testimonios relacionados con su martirio. En el
asalto al monasterio de Madrid, los atacantes gritaban: "¡Mueran las monjas!"; y ellas morirán exclamando: "¡Viva Cristo Rey!".
En el caso de los religiosos de El Pardo, los verdugos, cuando
descubrieron a las monjas con las personas que las habían acogido
después del asalto del monasterio, les preguntaron "¿Vosotras sois monjas?". Las monjas respondieron: "Sí, por la gracia de Dios"; [1]
esto equivalía a una sentencia de muerte que los milicianos ejecutaron
sin ninguna otra razón. Por su parte, las monjas de Escalona, alejadas
de su comunidad, fueron expulsadas del Ayuntamiento por los milicianos
locales y enviadas a la Dirección General de Seguridad en Madrid, para
obligarlas a abandonar la fe y pasar a la apostasía. Para forzar a las
monjas más jóvenes a hacer esto, las dos monjas más ancianas fueron
separadas del grupo y llevadas a un callejón sin salida, donde fueron
torturadas y finalmente fusiladas.
Todos los testimonios que hemos recibido nos permiten afirmar que estas
monjas concepcionistas murieron porque eran discípulas de Cristo,
porque no querían renegar de su fe y de sus votos religiosos. Cuando, al
comienzo de la guerra, en la zona republicana, las comunidades se
mudaron a los hogares de familiares o amigos, se adaptaron sin quejarse,
dando ejemplo de heroísmo. Nunca tuvieron una actitud de animosidad
hacia los que fueron la causa de su sufrimiento, sino que respondieron
con caridad. Se encaminaron al sacrificio glorificando a Dios y
perdonando a sus verdugos, siguiendo el ejemplo de Cristo que dijo en la
cruz: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).
El testimonio de estas beatas constituye un ejemplo vivo y cercano para
todos. Su muerte heroica es un signo elocuente de que la vitalidad de
la Iglesia no depende de proyectos o cálculos humanos, sino que proviene
de la adhesión total a Cristo y su mensaje de salvación. De ello eran
muy conscientes estas monjas nuestras que sacaron fuerzas no de un deseo
de protagonismo personal, sino de un amor sin reservas por Jesucristo,
incluso a costa de sus vidas. Su existencia es como un mensaje directo a
las personas consagradas y a los fieles laicos de hoy. A los
consagrados, las nuevas beatas dicen que permanezcan fieles a la
vocación y gocen de la pertenencia a la Iglesia, sirviéndola a través de
su Instituto, en una vida intensa de comunión fraterna, en la
perseverancia y en el testimonio de su propia identidad religiosa. A los
fieles laicos, recuerdan la necesidad de escuchar y obedecer dócilmente
la Palabra de Dios, que todos estamos llamados a vivir y anunciar en
virtud del bautismo.
"‘La fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad’ (2 Cor
12, 9), respondió el Señor al apóstol Pablo”. Hoy damos gracias por
esta fuerza que también se ha convertido en la fuerza de los mártires en
tierra de España. La fuerza de la fe, de la esperanza y del amor, que
se ha mostrado más fuerte que la violencia. Ha sido derrotada la
crueldad del pelotón de ejecución y del sistema entero del odio
organizado. Cristo, que se hizo presente junto a los mártires, vino a
ellas con la fuerza de su muerte y de su martirio. Al mismo tiempo vino a
ellas con la fuerza de su resurrección. El martirio, en efecto, es una
revelación particular del misterio pascual que sigue actuando y se
ofrece a los hombres de todos los tiempos como promesa de vida nueva.
Así escribía el famoso escritor romano Tertuliano: "Sanguis martyrum - semen christianorum"; la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos.(2)
No podemos dudar de la fecundidad de esta semilla, aunque las
fuerzas que tratan de erradicar el ‘semen christianorum’, es decir, los
valores cristianos, de las conciencias y del tejido de nuestras
sociedades, parezcan crecer de formas diferentes. Frente a las actitudes
de cierre hacia las personas más necesitadas, frente a la indiferencia
religiosa, frente al relativismo moral, frente a la arrogancia de los
más fuertes hacia los más débiles, frente a los ataques contra la unidad
de la familia y el carácter sagrado de la vida humana, no podemos
olvidar la belleza del Evangelio. La palabra de Dios echa siempre nuevas
raíces. Sobre estas raíces, nosotros, discípulos del Señor debemos y
podemos crecer. Estas catorce nuevas beatas, que perseveraron en la fe
incluso en el momento de la oblación suprema nos animan a continuar con
alegría y esperanza dando testimonio en todo ambiente del amor y la
misericordia de Dios, que nunca nos abandona, especialmente en la hora
del fracaso y la derrota.
Nos encomendamos a su intercesión, cuya existencia se ha convertido
para toda la Iglesia, especialmente para el pueblo de Dios que peregrina
en España, en un poderoso faro de luz, en una invitación apremiante a
vivir el Evangelio de manera radical y con sencillez, ofreciendo un
valiente testimonio de la fe que supera toda barrera y abre horizontes
de esperanza y fraternidad.
¡Beata María del Carmen Isabel Lacaba Andía y compañeras mártires, rogad por nosotros!