lunes, 24 de junio de 2019

Santa Misa con Ordenación Episcopal

CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 22 de junio de 2019).- El Santo Padre FRANCISCO ha presidido esta tarde en la Basílica Vaticana, la Santa Misa durante la cual confirió el orden episcopal a S.E. Mons. Alberto Ricardo Lorenzelli Rossi, S.D.B., Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago de Chile (Chile).


La homilía que el Papa pronunció durante la celebración eucarística fue esencialmente la homilía prevista en el Ritual para la Ordenación de Obispos, a la que, sin embargo, añadió algunas de sus consideraciones:



HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro, Altar de la Cátedra
Sábado, 22 de junio de 2019


Queridos hermanos e hijos:


Reflexionemos cuidadosamente sobre la alta responsabilidad eclesial a la que está llamado este hermano nuestro. Nuestro Señor Jesucristo, enviado por el Padre para redimir a los hombres, envió a su vez a los doce apóstoles al mundo, para que fueran, llenos del poder del Espíritu Santo, a proclamar el Evangelio a todos los pueblos y reunirlos bajo un solo pastor, para santificarlos y conducirlos a la salvación.


Para perpetuar este ministerio apostólico de generación en generación, los Doce reunieron a los colaboradores y, con la imposición de las manos, les transmitieron el don del Espíritu recibido de Cristo, que les confirió la plenitud del sacramento del Orden. Así, a través de la sucesión ininterrumpida de obispos en la tradición viva de la Iglesia, este ministerio primario ha sido preservado y la obra del Salvador continúa y se desarrolla hasta nuestros días. En el obispo rodeado de sus sacerdotes está presente en medio de vosotros el mismo Señor nuestro Jesucristo, sumo sacerdote para siempre.


Es Cristo, en efecto, quien en el ministerio del obispo continúa predicando el Evangelio de la salvación, es Cristo quien continúa santificando a los creyentes a través de los sacramentos de la fe. Es Cristo quien en la paternidad del obispo acrecienta con nuevos miembros su cuerpo, que es la Iglesia. Es Cristo quien, con la sabiduría y la prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hacia la felicidad eterna.


Por tanto, acoged con alegría y gratitud a este hermano nuestro, al que los obispos asociamos hoy con la imposición de manos al Colegio Episcopal. Rendidle el honor que se debe al ministro de Cristo y a los dispensadores de los misterios de Dios, al cual se confía el testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Recordad las palabras de Jesús a los Apóstoles: “El que os oye a vosotros me oye a mí; el que os desprecia a vosotros me desprecia a mí y el que me desprecia a mí, desprecia al que me envió”.


En cuanto a ti, queridísimo hermano elegido por el Señor, nunca te olvides de tus raíces, de tu madre, de tu familia ―tus raíces. Reflexiona que has sido elegido de entre los hombres y para los hombres, has sido constituido en las cosas que conciernen a Dios. “Episcopado” es el nombre de un servicio, no de un honor. Compete más al obispo servir que dominar, según el mandamiento del Maestro: “Quien sea el más grande entre vosotros que sea como el más pequeño. Y quien gobierna, que sea como el que sirve”. El obispo es siervo, pastor, padre, hermano, nunca un mercenario.


Anuncia la Palabra en cada ocasión: oportuna y no oportuna. Amonesta, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina. Y a través de la oración ―no olvides que la primera tarea del obispo es la oración―. Así decía San Pedro el día que creó a los diáconos: “Para nosotros la oración y el anuncio de la Palabra”; un obispo que no reza es un mercenario. Y a través de la oración y la ofrenda de sacrificio por tu pueblo, saca de la plenitud de la santidad de Cristo la riqueza multiforme de la gracia divina.


En la Iglesia que te ha sido confiada, sé fiel guardián y dispensador de los misterios de Cristo, puesto por el Padre a la cabeza de su familia, sigue siempre el ejemplo del Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, que es conocido por ellas y que no ha dudado en dar su vida por ellas. Está cerca del pueblo de Dios, para conocer el pueblo de Dios del que fuiste elegido.


Ama con amor de padre y de hermano a todos aquellos que Dios te confía. Ante todo, a los sacerdotes y diáconos, tus colaboradores. El prójimo más cercano del obispo son los sacerdotes y los diáconos. Cerca de los sacerdotes: ¡muy cerca! Que cuando te busquen te encuentren inmediatamente, sin burocracia: directamente. Sé cercano a los pobres, a los indefensos y a todos los que necesitan acogida y ayuda. Exhorta a los fieles a cooperar en el compromiso apostólico y escúchalos de buena gana.


Presta mucha atención a los que no pertenecen al único redil de Cristo, porque ellos también te han sido confiados a ti en el Señor. Recuerda que en la Iglesia católica, reunida en el vínculo de la caridad, estás unidos al Colegio Episcopal y debes llevar en ti la solicitud de todas las Iglesias, ayudando generosamente a las más necesitadas.


Vela con amor sobre todo el rebaño, vela este rebaño donde el Espíritu Santo te pone para dirigir la Iglesia de Dios y hazlo en el nombre del Padre, de quien debes ser imagen, en el nombre de Jesucristo, su Hijo, por quien has sido constituido maestro, sacerdote y pastor; y en el nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su potencia sostiene nuestra debilidad. ¡Que así sea!










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