SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Plaza Cavour (Camerino)
Domingo, 16 de junio de 2019
Domingo, 16 de junio de 2019
Recuerdo es una palabra clave para la vida. Pidamos la gracia de recordar cada día que no somos olvidados por Dios, que somos sus hijos amados, únicos e irremplazables: recordarlo nos da la fuerza para no rendirnos ante los reveses de la vida. Recordemos cuánto valemos, frente a la tentación de entristecernos y continuar moviendo ese peor que parece no acabar nunca. Los malos recuerdos llegan, incluso cuando no pensamos en ellos; pero pagan mal: solo dejan melancolía y nostalgia. ¡Pero qué difícil es liberarse de los malos recuerdos! Es válido aquel dicho por el cual era más fácil para Dios sacar a Israel de Egipto que a Egipto del corazón de Israel.
Para liberar el corazón del pasado que regresa, de los recuerdos negativos que nos aprisionan, de las añoranzas que lo paralizan, necesita alguien que nos ayude a llevar el peso que tenemos dentro. Hoy Jesús nos dice que no somos "capaces de soportar la carga" de muchas cosas (ver Jn 16:12). ¿Y qué hace frente a nuestra debilidad? No nos quita las cargas, como nos gustaría a nosotros, que siempre estamos buscando soluciones rápidas y superficiales; no, el Señor nos da al Espíritu Santo. Lo necesitamos porque él es el Consolador, el que no nos deja solos bajo las cargas de la vida. Es Él quien transforma nuestra memoria de esclavos en memoria libre, las heridas del pasado en recuerdos de salvación. Él hace en nosotros lo que hizo por Jesús: sus llagas, esas feas heridas talladas por el mal, por el poder del Espíritu Santo se han convertido en canales de misericordia, heridas luminosas en las que brilla el amor de Dios, un amor que eleva, que resucita. Esto es lo que hace el Espíritu Santo cuando lo invitamos a nuestras heridas. Él unge los malos recuerdos con el bálsamo de la esperanza, porque el Espíritu Santo es el reconstructor de la esperanza.
Esperanza. ¿Qué esperanza es esta? No es una esperanza pasajera. Las esperanzas terrenales son fugaces, siempre tienen fecha de caducidad: están hechas de ingredientes terrosos, que tarde o temprano se estropean. La del Espíritu es una esperanza duradera. No caduca, porque se basa en la fidelidad de Dios. La esperanza del Espíritu tampoco es optimismo. Nace más en profundidad, reaviva en el fondo del corazón la certeza de ser preciosos porque somos amados. Infunde la confianza de no estar solos. Es una esperanza que deja dentro paz y alegría, sin importar lo que pase fuera. Es una esperanza que tiene raíces fuertes, que ninguna tormenta de la vida puede arrancar. Es una esperanza, dice San Pablo hoy, que "no defrauda" (Romanos 5: 5) - ¡la esperanza no defrauda! -, que da la fuerza para superar todas las tribulaciones (ver vv. 2-3). Cuando estamos atribulados o heridos, y vosotros sabéis bien lo que significa estar atribulados, heridos, somos propensos a "anidar" alrededor de nuestra tristeza y nuestros miedos. El Espíritu, en cambio, nos libera de nuestros nidos, nos hace volar, nos revela el maravilloso destino para el cual nacimos. El Espíritu nos alimenta con esperanza viva. Invitadle. Pidámosle que venga a nosotros y se acercará. ¡Ven, Espíritu Consolador! Ven y danos algo de luz, danos el sentido de esta tragedia, danos la esperanza que no defrauda. ¡Ven, Espíritu Santo!
Proximidad es la tercera y última palabra que me gustaría compartir con vosotros. Hoy celebramos la Santísima Trinidad. La Trinidad no es un enigma teológico, sino el espléndido misterio de la cercanía de Dios. La Trinidad nos dice que no tenemos un Dios solitario en el cielo, distante e indiferente; no, él es Padre que nos dio a su Hijo, que se hizo hombre como nosotros, y que, para estar aún más cerca de nosotros, para ayudarnos a llevar las cargas de la vida, nos envía su propio Espíritu. El, que es Espíritu, entra en nuestro espíritu y así nos consuela desde dentro, nos trae la ternura de Dios. Con Dios, la carga de la vida no permanece sobre nuestros hombros: el Espíritu, a quien nombramos cada vez que hacemos la señal de la cruz, justo cuando nos tocamos los hombros, viene a darnos fuerza, a alentarnos, a soportar los pesos. En efecto, es un especialista en resucitar, levantar, reconstruir. Se necesita más fuerza para reparar que para construir, para recomenzar que para comenzar, para reconciliarse que para llevarse bien. Esta es la fuerza que Dios nos da. Por eso el que se acerca a Dios no se abate, sale adelante: comienza de nuevo, intenta de nuevo, reconstruye. También sufre, pero se las arregla para volver a empezar, para intentarlo de nuevo, para reconstruir.
Queridos hermanos y hermanas, hoy he venido simplemente para estar cerca de vosotros; Estoy aquí para orar con vosotros, Dios que se acuerda de nosotros, para que nadie se olvide de quién está en problemas. Ruego al Dios de la esperanza, para que lo que es inestable en la tierra no sacuda la certeza que tenemos dentro. Ruego al Dios Cercano, que despierte gestos concretos de proximidad. Han pasado casi tres años y el riesgo es que, después de la primera participación emocional y mediática, la atención disminuya y las promesas caigan en el olvido, aumentando la frustración de los que ven que el territorio se despuebla cada vez más. El Señor, en cambio, empuja a recordar, a reparar, a reconstruir y a hacerlo juntos, sin olvidar nunca a los que sufren.
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Dios que se acuerda de nosotros, Dios que sana nuestros recuerdos heridos ungiéndolos con esperanza, Dios que está cerca de nosotros para levantarnos desde dentro, este Dios nos ayuda a ser constructores del bien, consoladores de corazones. Cada uno puede hacer un poco de bien, sin esperar a que otros comiencen. "Empiezo yo, empiezo yo, empiezo yo": tiene que decirlo cada uno. Cada uno puede consolar a alguien, sin esperar a que se resuelvan sus problemas. Incluso cargando con mi cruz, trato de acercarme para consolar a otros. ¿Qué es el hombre? Es tu gran sueño, Señor, del que siempre te acuerdas. El hombre es tu gran sueño, Señor, del que siempre te acuerdas. No es fácil entenderlo en estas circunstancias, Señor. Los hombres se olvidan de nosotros, no recuerdan esta tragedia. Pero tú, Señor, no te olvidas. El hombre es tu gran sueño Señor, del que siempre te acuerdas. Señor, haz que también nosotros nos acordemos de que estamos en el mundo para dar esperanza y cercanía, porque somos tus hijos, "Dios de toda consolación" (2 Cor 1: 3).
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Camerino
Domingo, 16 de junio de 2019
Domingo, 16 de junio de 2019
Ayer, en Pozzomaggiore, en Cerdeña, fue proclamada beata Edvige Carboni, una sencilla mujer del pueblo que en su humilde vida cotidiana abrazó la Cruz, dando testimonio de fe y de caridad. Demos gracias por esta fiel discípulo de Cristo, que pasó toda su vida al servicio de Dios y del prójimo. Un aplauso para la nueva beata, todos.
Hoy queremos recordar de una manera particular a los refugiados, en el Día Mundial que las Naciones Unidas les dedican. Esta fecha invita a todos a la solidaridad con los hombres, las mujeres y los niños que huyen de las guerras, la persecución y las violaciones de los derechos fundamentales. ¡Qué nuestras comunidades eclesiales y civiles estén cerca de ellos y atentas a sus necesidades y sufrimientos!.
Sigo también con preocupación las crecientes tensiones en el Golfo Pérsico. Invito a todos a hacer uso de las herramientas de la diplomacia para resolver los complejos problemas de los conflictos en el Medio Oriente. También renuevo un sincero llamamiento a la comunidad internacional para que haga todo lo posible por fomentar el diálogo y la paz.
Al final de esta celebración, un cordial saludo a todos los presentes. Extiendo mi saludo con afecto a los enfermos, a los ancianos, a los presos y a todos aquellos que, a través de la radio y la televisión, se han unido espiritualmente a esta Santa Misa. Expreso mi más sincero agradecimiento a todas aquellas instituciones, organizaciones, asociaciones y personas que han trabajado en mi breve pero intensa visita, colaborando generosamente con la archidiócesis de Camerino-San Severino Marche. Me gustaría enviar un saludo especial y mi aliento a los habitantes de San Severino Marche, que saludaré desde lo alto saludando en helicóptero a su ciudad.
Queridos hermanos y hermanas, caminad juntos por el camino de la fe, la esperanza y la caridad, fieles a los muchos testimonios de santidad con que se enriquece vuestra tierra. Pienso, entre otros, en San Venancio, San Severino, San Ansovino, San Nicolás de Tolentino, San Pacífico y la beata Battista Varano. También pienso en las numerosas figuras de "santos de la puerta de al lado" que no son beatificados ni canonizados, pero que han sostenido –y sostienen- y han transformado a las familias y comunidades con la fuerza de su vida cristiana.
Y ahora recemos juntos la oración del Ángelus. Confío toda la comunidad diocesana a la Santísima Virgen, a quien veneráis en numerosos santuarios y a quien invocáis especialmente con el título de Santa María en Vía. Ella, que animó a la primera comunidad de discípulos de Jesús con su presencia materna, también ayude hoy a la Iglesia a dar un buen testimonio del Evangelio.
Saludo del Santo Padre a los habitantes de las viviendas de emergencia.
¡Buenos días!
Buenos días a todos. Me hubiera gustado visitar todas las casas, cada una de ellas ... Pero no es posible y por eso os saludo desde aquí y os doy la bendición a todos. Estoy cerca de cada uno de vosotros. Estoy cerca Y rezo por vosotros para que esta situación se resuelva lo antes posible. Gracias por vuestra paciencia y valor. Rezad por mí. Ahora bajo a saludaros.
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