sábado, 13 de julio de 2013

FRANCISCO: Ángelus (Junio 23, 16, 9 y 2)

PAPA FRANCISCO

 
ÁNGELUS

 
Plaza de San Pedro  
Domingo 23 de Junio de 2013






Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!



En el Evangelio de este domingo resuena una de las palabras más incisivas de Jesús: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9, 24).



Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar, casi nos hace percibir su voz... Pero, ¿qué significa «perder la vida a causa de Jesús»? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un «perder la vida» por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia. Pensemos en ellos. 

Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas desempeñan con generosidad su servicio por el Reino de Dios. Cuántos jóvenes renuncian a los propios intereses para dedicarse a los niños, a los discapacitados, a los ancianos... También ellos son mártires. Mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad.



Y luego existen muchas personas, cristianos y no cristianos, que «pierden la propia vida» por la verdad. Cristo dijo «yo soy la verdad», por lo tanto quien sirve a la verdad sirve a Cristo. Una de estas personas, que dio la vida por la verdad, es Juan el Bautista: precisamente mañana, 24 de junio, es su fiesta grande, la solemnidad de su nacimiento. Juan fue elegido por Dios para preparar el camino a Jesús, y lo indicó al pueblo de Israel como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29). Juan se consagró totalmente a Dios y a su enviado, Jesús. Pero, al final, ¿qué sucedió? Murió por causa de la verdad, cuando denunció el adulterio del rey Herodes y Herodías. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! Cuántos hombres rectos prefieren ir a contracorriente, con tal de no negar la voz de la conciencia, la voz de la verdad. Personas rectas, que no tienen miedo de ir a contracorriente. Y nosotros, no debemos tener miedo. Entre vosotros hay muchos jóvenes. A vosotros jóvenes os digo: No tengáis miedo de ir a contracorriente, cuando nos quieren robar la esperanza, cuando nos proponen estos valores que están pervertidos, valores como el alimento en mal estado, y cuando el alimento está en mal estado, nos hace mal. Estos valores nos hacen mal. ¡Debemos ir a contracorriente! Y vosotros jóvenes, sois los primeros: Id a contracorriente y tened este orgullo de ir precisamente a contracorriente. ¡Adelante, sed valientes e id a contracorriente! ¡Y estad orgullosos de hacerlo!



Queridos amigos, acojamos con alegría esta palabra de Jesús. Es una norma de vida propuesta a todos. Que san Juan Bautista nos ayude a ponerla por obra. Por este camino nos precede, como siempre, nuestra Madre, María santísima: ella perdió su vida por Jesús, hasta la Cruz, y la recibió en plenitud, con toda la luz y la belleza de la Resurrección. Que María nos ayude a hacer cada vez más nuestra la lógica del Evangelio.



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PAPA FRANCISCO

 
ÁNGELUS

 
Plaza de San Pedro Domingo 16 de Junio de 2013

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Al término de esta Eucaristía dedicada al Evangelio de la vida, me complace recordar que ayer, en Carpi, fue proclamado beato Odoardo Focherini, esposo y padre de siete hijos, periodista. Capturado y encarcelado por odio a su fe católica, murió en el campo de concentración de Hersbruck en 1944, a los 37 años. Salvó a numerosos judíos de la persecución nazi. Con la Iglesia que está en Carpi, damos gracias a Dios por este testigo del Evangelio de la vida.



Agradezco de todo corazón a todos vosotros que habéis venido de Roma y de muchas otras partes de Italia y del mundo, en especial a las familias y a cuantos trabajan más directamente por la promoción y la tutela de la vida.



Saludo cordialmente a los 150 miembros de la Asociación «Grávida» - Argentina, reunidos en la ciudad de Pilar. ¡Muchas gracias por lo que hacéis! ¡Ánimo y seguid adelante!



Por último, saludo a los numerosos participantes en el encuentro motociclístico Harley-Davidson y también al del Motoclub Policía del Estado.



Nos dirigimos ahora a la Virgen, encomendando a su protección maternal toda vida humana, especialmente aquella más frágil, indefensa y amenazada.



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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 9 de Junio de 2013



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El mes de junio está tradicionalmente dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, máxima expresión humana del amor divino. Precisamente el viernes pasado, en efecto, hemos celebrado la solemnidad del Corazón de Cristo, y esta fiesta da el tono a todo el mes. La piedad popular valora mucho los símbolos, y el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad.


En los Evangelios encontramos diversas referencias al Corazón de Jesús, por ejemplo en el pasaje donde Cristo mismo dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 28-29). Es fundamental, luego, el relato de la muerte de Cristo según san Juan. Este evangelista, en efecto, testimonia lo que vio en el Calvario, es decir, que un soldado, cuando Jesús ya estaba muerto, le atravesó el costado con la lanza y de la herida brotaron sangre y agua (cf. Jn 19, 33-34). Juan reconoce en ese signo, aparentemente casual, el cumplimiento de las profecías: del corazón de Jesús, Cordero inmolado en la cruz, brota el perdón y la vida para todos los hombres.


Pero la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre! Nos lo dice también el Evangelio de hoy, en el episodio de la viuda de Naín (Lc 7, 11-17). Jesús, con sus discípulos, está llegando precisamente a Naín, un poblado de Galilea, justo en el momento que tiene lugar un funeral: llevan a sepultar a un joven, hijo único de una mujer viuda. La mirada de Jesús se fija inmediatamente en la madre que llora. Dice el evangelista Lucas: «Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13). Esta «compasión» es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, es decir, la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico «compasión» remite a las entrañas maternas: la madre, en efecto, experimenta una reacción que le es propia ante el dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la Escritura.


Y ¿cuál es el fruto de este amor, de esta misericordia? ¡Es la vida! Jesús dijo a la viuda de Naín: «No llores», y luego llamó al muchacho muerto y le despertó como de un sueño (cf. vv. 13-15). Pensemos esto, es hermoso: la misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a Él. Tiene un corazón misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia! Vayamos a Jesús.


Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de madre, compartió al máximo la «compasión» de Dios, especialmente en la hora de la pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y misericordiosos con nuestros hermanos.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy en Cracovia se proclaman beatas a dos religiosas polacas: Sofía Czeska Maciejowska, que en la primera mitad del siglo XVII fundó la congregación de las Vírgenes de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María; y Margarita Lucía Szewczyk, que en el siglo XIX fundó la congregación de las Hijas de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa. Demos gracias al Señor con la Iglesia que está en Cracovia.


No olvidemos hoy el amor de Dios, el amor de Jesús: Él nos mira, nos ama y nos espera. Es todo corazón y todo misericordia. Vayamos con confianza a Jesús, Él nos perdona siempre.


¡Feliz domingo y buen almuerzo!

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PAPA FRANCISCO


ÁNGELUS


Plaza de San Pedro
Domingo 2 de Junio de 2013





Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El jueves pasado hemos celebrado la fiesta del Corpus Christi, que en Italia y en otros países se traslada a este domingo. Es la fiesta de la Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.


El Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes (Lc 9, 11-17); quisiera detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace reflexionar. Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema, y dicen a Jesús: «Despide a la gente» para que vayan a los poblados cercanos a buscar de comer. Jesús, en cambio, dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Los discípulos quedan desconcertados, y responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces», como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.


Jesús sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere educarles. La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución más realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente —dicen—, que cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por ellos: has predicado, has curado a los enfermos... ¡Despide a la gente!


La actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el Padre y de la compasión por la gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros: Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades. Ante esos cinco panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios puede sacar lo necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial, sabe que para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta —esto no es casual, porque significa que ya no son una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el pan de Dios. Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición —es clara la referencia a la Eucaristía—, los parte y comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen... los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad.


Los discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no la de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo poco que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude en esta conversión para seguir verdaderamente más a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea.



Después del Ángelus
 

Queridos hermanos y hermanas:


Cada vez más viva y sufrida es mi preocupación por el persistir del conflicto que ya hace más de dos años incendia Siria y golpea especialmente a la población indefensa, que aspira a una paz en la justicia y en la comprensión. Esta atormentada situación de guerra trae consigo trágicas consecuencias: muerte, destrucción, ingentes daños económicos y ambientales, como también la plaga de los secuestros de personas. Al deplorar estos hechos, deseo asegurar mi oración y mi solidaridad por las personas secuestradas y sus familiares, y hago un llamamiento a la humanidad de los secuestradores a fin de que liberen a las víctimas. Oremos siempre por nuestra amada Siria.


En el mundo hay muchas situaciones de conflicto, pero hay también numerosos signos de esperanza. Desearía alentar los recientes pasos realizados en varios países de América Latina hacia la reconciliación y la paz. Acompañémosles con nuestra oración.


Esta mañana celebré la santa misa con algunos militares y con los parientes de algunos caídos en las misiones de paz, que buscan promover la reconciliación y la paz en países donde aún se derrama tanta sangre fraterna en guerras que son siempre una locura. «Todo se pierde con la guerra. Todo se gana con la paz». Pido una oración por los caídos, los heridos y sus familiares.


Hagamos juntos, ahora, en silencio, en nuestro corazón —todos juntos— una oración por los caídos, los heridos y sus familiares. En silencio.

                                 
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