DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO
A UN GRUPO DE NIÑOS ENFERMOS DE CÁNCER
PROCEDENTES DE POLONIA
Sábado 30 de Noviembre de 2013
Os doy mi cordial bienvenida, os saludo. Y gracias por esta visita. Gracias por esta visita y gracias por las oraciones que hacéis por la Iglesia. Vosotros hacéis mucho bien a la Iglesia con vuestros sufrimientos, sufrimientos inexplicables. Pero Dios conoce las cosas y también vuestras oraciones.
Muchas gracias. Será un placer saludaros a todos.
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A LA PEREGRINACIÓN DE LA IGLESIA GRECO-MELQUITA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 30 de Noviembre de 2013
Sábado 30 de Noviembre de 2013
Beatitud,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Os recibo con alegría en san Pedro, donde habéis venido a reafirmar el vínculo profundo de la Iglesia de Antioquía de los greco-melquitas con su sucesor. Venís como testigos de los orígenes apostólicos de nuestra fe. Desde entonces, la alegría del Evangelio continúa iluminando la humanidad, y en ella vosotros camináis, no obstante las numerosas pruebas que habéis conocido en la historia y hasta nuestros días.
Mi recuerdo se dirige de inmediato a los hermanos y hermanas de Siria, que padecen desde hace largo tiempo una «gran tribulación»; oro por quienes han perdido la vida y por sus seres queridos. Quiera el Señor secar las lágrimas de estos hijos suyos; que la cercanía de toda la Iglesia les conforte en la angustia y les preserve de la desesperación.
Creemos firmemente en la fuerza de la oración y de la reconciliación, y renovamos nuestro
dolorido llamamiento a los responsables a fin de que cese toda violencia y a través del diálogo se encuentren soluciones justas y duraderas a un conflicto que ha causado ya demasiados daños. En particular, exhorto al respeto recíproco entre las diversas confesiones religiosas, para asegurar a todos un futuro basado en los derechos inalienables de la persona, incluida la libertad religiosa. Vuestra Iglesia desde hace siglos ha sabido convivir pacíficamente con otras religiones y está llamada a desempeñar un papel de fraternidad en Oriente Medio.
Repito también a vosotros: no nos resignemos a pensar en Oriente Medio sin los cristianos. Sin embargo, muchos de vuestros hermanos y hermanas emigraron, y una numerosa representación de las comunidades en la diáspora está aquí presente. La aliento a mantener firmes las raíces humanas y espirituales de la tradición melquita, custodiando en todas partes la identidad greco-melquita, porque toda la Iglesia necesita del patrimonio del Oriente cristiano, del cual también vosotros sois herederos. Al mismo tiempo sois signo visible, para todos nuestros hermanos orientales, de la deseada comunión con el sucesor de Pedro. En esta fiesta de san Andrés apóstol, hermano de san Pedro, mi pensamiento se dirige a Su Santidad Bartolomé, Patriarca de Constantinopla, y a las Iglesias ortodoxas, tantas Iglesias hermanas.
Oramos al Señor para que nos ayude a proseguir el camino ecuménico, en la fidelidad a los principios del Concilio Ecuménico Vaticano II. Que os ayude a ser siempre cooperadores de la evangelización, cultivando la sensibilidad ecuménica e interreligiosa. Esto es posible gracias a la unidad, a la que son llamados los discípulos de Cristo (cf. Hch 4, 32); y la unidad exige siempre la conversión por parte de todos. Al respecto, la exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente ofreció indicaciones muy eficaces para que los pastores y los fieles vivan generosamente sus respectivas responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad. Las divisiones dentro de nuestras comunidades obstaculizan seriamente la vida eclesial, la comunión y el testimonio. Acompaño, por ello, al Patriarca y a los obispos en este compromiso a fin de que puedan contribuir de tal modo a la edificación del Cuerpo de Cristo. Pero desearía alentar mucho también a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos a ofrecer su esencial contribución.
Invocamos la intercesión de la toda Santa Madre de Dios, de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de san Andrés, a quien nos dirigimos con las palabras de la tradición bizantina: «Tú, que entre los apóstoles fuiste llamado primero, como hermano del Corifeo, implora del Señor omnipotente la paz para el mundo y la gran misericordia para nuestras almas». (Apolytikion de la Memoria). De corazón os imparto a vosotros y a vuestras comunidades la bendición apostólica.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA
PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 28 de Noviembre de 2013
Jueves 28 de Noviembre de 2013
Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas:
Ante todo, disculpadme por mi tardanza. Las audiencias se han retrasado. Os doy las gracias por la paciencia. Me alegra encontrarme con vosotros en el contexto de vuestra sesión plenaria. Os doy a cada uno mi más cordial bienvenida y agradezco al cardenal Jean-Louis Tauran las palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre.
La Iglesia católica es consciente del valor que reviste la promoción de la amistad y del respeto entre los hombres y las mujeres de diversas tradiciones religiosas. Comprendemos cada vez más su importancia, ya sea porque el mundo ha llegado a ser, en cierto modo, «más pequeño», ya sea porque el fenómeno de las migraciones aumenta los contactos entre personas y comunidades de tradición, cultura y religión diferentes. Esta realidad interpela nuestra conciencia de cristianos y es un desafío para la comprensión de la fe y para la vida concreta de las Iglesias locales, de las parroquias, de muchísimos creyentes.
Por eso, es de particular actualidad el tema elegido para vuestra reunión: «Miembros de diferentes tradiciones religiosas en la sociedad». Como afirmé en la exhortación Evangelii gaudium, «una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes» (n. 250). En efecto, en el mundo no faltan contextos en los que la convivencia es difícil: a menudo motivos políticos o económicos se suman a las diferencias culturales y religiosas, recurriendo a incomprensiones y errores del pasado. Todo esto amenaza con crear desconfianza y miedo. Hay un solo camino para vencer este miedo, y es el diálogo, el encuentro caracterizado por la amistad y el respeto. Cuando se va por este camino, es un camino humano.
Dialogar no significa renunciar a la propia identidad cuando se sale al encuentro del otro, y tampoco ceder a componendas sobre la fe y sobre la moral cristiana. Al contrario, «la verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa» (ibid., 251), y por esto está dispuesta a comprender las razones del otro, es capaz de relaciones humanas respetuosas, convencida de que el encuentro con quien es diferente de nosotros puede ser una ocasión de crecimiento en la fraternidad, de enriquecimiento y testimonio. Por este motivo, el diálogo interreligioso y la evangelización no se excluyen, sino que se alimentan recíprocamente. No imponemos nada, no usamos ninguna estrategia engañosa para atraer a los fieles, sino que testimoniamos con alegría, con sencillez, lo que creemos y lo que somos. En efecto, un encuentro en el que cada uno dejara a un lado aquello en lo que cree, en el que fingiera renunciar a lo que más quiere, ciertamente no sería una relación auténtica. En ese caso, se podría hablar de una fraternidad falsa. Como discípulos de Jesús, debemos esforzarnos por vencer el miedo, siempre dispuestos a dar el primer paso, sin desanimarnos frente a las dificultades e incomprensiones.
El diálogo constructivo entre personas de diversas tradiciones religiosas también sirve para superar otro miedo que, por desgracia, vemos que aumenta en las sociedades más fuertemente secularizadas: el miedo a las diferentes tradiciones religiosas y a la dimensión religiosa en cuanto tal. Se considera la religión como algo inútil o, incluso, peligroso; a veces, se pretende que los cristianos renuncien a sus convicciones religiosas y morales en el ejercicio de la profesión (cf. Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo diplomático, 10 de enero de 2011). Está generalizado el pensamiento según el cual la convivencia sería posible sólo escondiendo la propia pertenencia religiosa, encontrándonos en una especie de espacio neutro, carente de referencias a la trascendencia. Pero también aquí: ¿cómo sería posible crear verdaderas relaciones, construir una sociedad que sea auténtica casa común, imponiendo dejar a un lado lo que cada uno considera parte íntima de su ser? No es posible pensar en una fraternidad «de laboratorio». Ciertamente, es necesario que todo se haga con respeto de las convicciones de los demás, incluso de quien no cree, pero debemos tener la valentía y la paciencia de salir al encuentro el uno del otro por lo que somos. El futuro está en la convivencia respetuosa de las diferencias, no en la homologación de un pensamiento único teóricamente neutral. Hemos visto largamente en la historia, la tragedia de los pensamientos únicos. Por eso, es imprescindible el reconocimiento del derecho fundamental a la libertad religiosa, en todas sus dimensiones. Sobre esto, el magisterio de la Iglesia se ha expresado con gran solicitud en los últimos decenios. Estamos convencidos de que por este camino se llega a la construcción de la paz del mundo.
Doy las gracias al Consejo pontificio para el diálogo interreligioso por el valioso servicio que presta, e invoco sobre cada uno de vosotros la abundancia de la bendición del Señor. Gracias.
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A LOS PEREGRINOS
GRECO-CATÓLICOS UCRANIANOS,
EN EL 50° ANIVERSARIO DE LA TRASLACIÓN
DE LAS RELIQUIAS DE SAN JOSAFAT A LA BASÍLICA VATICANA
EN EL 50° ANIVERSARIO DE LA TRASLACIÓN
DE LAS RELIQUIAS DE SAN JOSAFAT A LA BASÍLICA VATICANA
Basílica Vaticana
Lunes 25 de Noviembre de 2013
Lunes 25 de Noviembre de 2013
Queridos peregrinos venidos de Ucrania:
He acogido con mucha complacencia la invitación de Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev-Halyć, y del Sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana, de unirme a vosotros en esta peregrinación a la tumba de san Josafat, obispo y mártir, en el quincuagésimo aniversario de la traslación de sus reliquias a esta basílica vaticana. Acojo con alegría también a la delegación de los bizantinos de Bielorrusia.
El Papa Pablo VI, el 22 de noviembre de 1963, hizo colocar el cuerpo de san Josafat debajo del altar dedicado a san Basilio Magno, cerca de la tumba de san Pedro. El santo mártir ucraniano, en efecto, había elegido abrazar la vida monástica según la Regla basiliana. Y lo hizo hasta el final, comprometiéndose también para la reforma de la Orden a la que pertenecía, reforma que llevó al origen de la Orden Basiliana de San Josafat. Al mismo tiempo, primero como sencillo feligrés, luego como monje y finalmente como arzobispo, empeñó todas sus fuerzas para la unión de la Iglesia bajo la guía de Pedro, Príncipe de los Apóstoles.
Queridos hermanos y hermanas, la memoria de este santo mártir nos habla de la comunión de los santos, de la comunión de vida entre todos los que pertenecen a Cristo. Es una realidad que nos hace pregustar la vida eterna, ya que un aspecto importante de la vida eterna consiste en la gozosa fraternidad de todos los santos. «Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos —enseña santo Tomás de Aquino—, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como el suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos» (Conferencia sobre el Credo).
Si tal es la comunión de la Iglesia, cada aspecto de nuestra vida cristiana puede ser animado por el deseo de construir juntos, colaborar, aprender los unos de los otros, testimoniar la fe juntos. Nos acompaña en este camino, y es el centro de este camino, Jesucristo, el Señor resucitado. Este deseo de comunión nos impulsa a tratar de comprender al otro, respetarlo, y también a acoger y ofrecer la corrección fraterna.
Queridos hermanos y hermanas, el mejor modo de celebrar a san Josafat es amarnos entre nosotros y amar y servir a la unidad de la Iglesia. Nos sostiene también en esto el testimonio valeroso de muchos mártires de los tiempos más recientes, quienes constituyen una gran riqueza y un gran consuelo para vuestra Iglesia.
Deseo que la comunión profunda que deseáis profundizar cada día en el seno de la Iglesia católica, os ayude a construir puentes de fraternidad también con las demás Iglesias y comunidades eclesiales en tierra ucraniana y en otros lugares donde están presentes vuestras comunidades. Que con la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y san Josafat, el Señor os acompañe siempre y os bendiga.
Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
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A LOS VOLUNTARIOS QUE
OFRECIERON SU COLABORACIÓN
DURANTE LAS CELEBRACIONES DEL AÑO DE LA FE
DURANTE LAS CELEBRACIONES DEL AÑO DE LA FE
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 25 de Noviembre de 2013
Lunes 25 de Noviembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Año de la fe, que concluyó ayer, fue para los creyentes una ocasión providencial para reavivar la llama de la fe, esa llama que se nos confió el día del Bautismo, para que la custodiáramos y la compartiéramos. Durante este Año, Año especial, vosotros habéis entregado con generosidad parte de vuestro tiempo y de vuestras capacidades sobre todo al servicio de los itinerarios espirituales propuestos a los diversos grupos de fieles con apropiadas iniciativas pastorales. Os doy las gracias en nombre de la Iglesia, y juntos demos gracias al Señor por todo el bien que nos concede realizar.
En este tiempo de gracia hemos podido redescubrir lo esencial del camino cristiano, en el que la fe, juntamente con la caridad, ocupa el primer lugar. La fe, en efecto, es el fundamento de la experiencia cristiana, porque motiva las opciones y los actos de nuestra vida cotidiana. Ella es la vena inagotable de todo nuestro obrar, en la familia, el trabajo, la parroquia, con los amigos, en los diversos ambientes sociales. Y esta fe firme, genuina, se ve especialmente en los momentos de dificultad y de prueba: entonces el cristiano se deja tomar en brazos por Dios, y se estrecha a Él, con la seguridad de confiarse a un amor fuerte como roca indestructible. Precisamente en las situaciones de sufrimiento, si nos abandonamos a Dios con humildad, podemos dar un buen testimonio.
Queridos amigos y amigas, vuestro precioso servicio de voluntariado, para los diversos eventos del Año de la fe, os dio la ocasión de entender mejor que otros el entusiasmo de las distintas categorías de personas implicadas. Juntos debemos alabar verdaderamente al Señor por la intensidad espiritual y el ardor apostólico suscitados por tantas iniciativas pastorales promovidas en estos meses, en Roma y en todas las parte del mundo. Somos testigos de que la fe en Cristo es capaz de caldear el corazón, convirtiéndose realmente en la fuerza motriz de la nueva evangelización. Una fe vivida en profundidad y con convicción tiende a abrirse en amplio radio al anuncio del Evangelio. Es esta fe la que hace misioneras a nuestras comunidades. Y, en efecto, hay necesidad de comunidades cristianas comprometidas por un apostolado valiente, que alcance a las personas en sus ambientes, incluso en aquellos más difíciles.
Esta experiencia que habéis madurado en el Año de la fe ayuda ante todo a vosotros, a abriros vosotros mismos y vuestras comunidades al encuentro con los demás. Esto es importante, diría esencial. Sobre todo abrirse a quienes son más pobres de fe y de esperanza en su vida. Hablamos mucho de pobreza, pero no siempre pensamos en los pobres de fe: hay muchos. Son numerosas las personas que necesitan un gesto humano, una sonrisa, una palabra auténtica, un testimonio a través del cual percibir la cercanía de Jesucristo. Que a nadie falte este signo de amor y de ternura que nace de la fe.
Os agradezco e invoco sobre vosotros y vuestras familias la bendición del Señor.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA XXVIII
CONFERENCIA INTERNACIONAL
ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS AGENTES SANITARIOS
(PARA LA PASTORAL DE LA SALUD)
ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS AGENTES SANITARIOS
(PARA LA PASTORAL DE LA SALUD)
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 23 de Noviembre de 2013
Sábado 23 de Noviembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
¡Gracias por vuestra acogida! Os saludo cordialmente a todos.
Desearía repetir hoy que las personas ancianas han sido siempre protagonistas en la Iglesia, y lo son todavía. Hoy más que nunca la Iglesia debe dar ejemplo a toda la sociedad del hecho que ellas, a pesar de los inevitables «achaques», a veces incluso serios, son siempre importantes, es más, indispensables. Ellas llevan consigo la memoria y la sabiduría de la vida, para transmitirlas a los demás, y participan a pleno título en la misión de la Iglesia. Recordemos que la vida humana conserva siempre su valor a los ojos de Dios, más allá de toda visión discriminante.
La prolongación de las expectativas de vida, introducida a lo largo del siglo XX, comporta que un número creciente de personas sufre patologías neurodegenerativas, a menudo acompañadas por un deterioro de las capacidades cognitivas. Estas patologías asedian el mundo socio-sanitario tanto en el aspecto de la investigación como en el de la asistencia y la atención en los centros socio-asistenciales, así como también en la familia, que sigue siendo el lugar privilegiado de acogida y de cercanía.
Es importante el apoyo de ayudas y de servicios adecuados, orientados al respeto de la dignidad, de la identidad, de las necesidades de la persona asistida, pero también de quienes les asisten, familiares y agentes profesionales. Esto es posible sólo en un contexto de confianza y en el ámbito de una relación mutuamente respetuosa. Así vivida, la experiencia de los cuidados se convierte en una experiencia muy rica tanto profesional como humanamente; en caso contrario, llega a ser mucho más semejante a la sencilla y fría «tutela física».
Se hace necesario, por lo tanto, comprometerse en favor de una asistencia que, junto al tradicional modelo biomédico, se enriquezca con espacios de dignidad y de libertad, lejos de la cerrazón y de los silencios, la tortura de los silencios. El silencio, muchas veces se transforma en una tortura. Estas cerrazones y silencios que con demasiada frecuencia rodean a las personas en ámbito asistencial. En esta perspectiva quisiera subrayar la importancia del aspecto religioso y espiritual. Es más, ésta es una dimensión que sigue siendo vital incluso cuando las capacidades cognitivas se reducen o se pierden. Se trata de poner en práctica un especial acercamiento pastoral para acompañar la vida religiosa de las personas ancianas con graves patologías degenerativas, con formas y contenidos diversificados, porque, en cualquier caso, su mente y su corazón no interrumpen el diálogo y la relación con Dios.
Desearía terminar con un saludo a los ancianos. Queridos amigos, vosotros no sois sólo destinatarios del anuncio del mensaje evangélico, sino que sois siempre, a pleno título, también anunciadores en virtud de vuestro Bautismo. Vosotros podéis vivir cada día como testigos del Señor, en vuestras familias, en la parroquia y en los demás ambientes que frecuentáis, haciendo conocer a Cristo y su Evangelio, especialmente a los más jóvenes. Recordad que fueron dos ancianos quienes reconocieron a Jesús en el Templo y lo anunciaron con alegría y con esperanza. Os encomiendo a todos a la protección de la Virgen, y os doy las gracias de corazón por vuestras oraciones. Ahora, todos juntos, recemos a la Virgen por todos los agentes sanitarios, los enfermos, los ancianos, y luego recibimos la bendición (Avemaría...).
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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS CON LA
COMUNIDAD DE LAS MONJAS
BENEDICTINAS CAMALDULENSES
Monasterio de San Antonio
Abad en el Aventino, Roma
Jueves 21 de Noviembre de 2013
Jueves 21 de Noviembre de 2013
Contemplamos a aquella que conoció y amó a Jesús como a ninguna otra criatura. El Evangelio que hemos escuchado muestra la actitud fundamental con la que María expresó su amor a Jesús: hacer la voluntad e Dios. «El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 50). Con estas Palabras Jesús deja un mensaje importante: la voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. Por ello María instaura un vínculo de parentesco con Jesús antes aún de darle a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Este «hágase» no es sólo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Este «hágase» es esperanza!
María es la madre de la esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida es un conjunto de actitudes de esperanza, comenzando por el «sí» en el momento de la anunciación. María no sabía cómo podría llegar a ser madre, pero se confió totalmente al misterio que estaba por realizarse, y llegó a ser la mujer de la espera y de la esperanza. Luego la vemos en Belén, donde nace en la pobreza Aquél que le fue anunciado como el Salvador de Israel y como el Mesías. A continuación, mientras se encuentra en Jerusalén para presentarlo en el templo, con la alegría de los ancianos Simeón y Ana, tiene lugar también la promesa de una espada que le atravesaría el corazón y la profecía de un signo de contradicción. Ella se da cuenta de que la misión y la identidad misma de ese Hijo, superan su ser madre. Llegamos luego al episodio de Jesús que se pierde en Jerusalén y le buscan: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así?» (Lc 2, 48), y la respuesta de Jesús que se aparta de las preocupaciones maternas y se vuelve a las cosas del Padre celestial.
Sin embargo, ante todas estas dificultades y sorpresas del proyecto de Dios, la esperanza de la Virgen no vacila nunca. Mujer de esperanza. Esto nos dice que la esperanza se alimenta de escucha, contemplación y paciencia, para que maduren los tiempos del Señor. También en las bodas de Caná, María es la madre de la esperanza, que la hace atenta y solícita por las cosas humanas. Con el inicio de la vida pública, Jesús se convierte en el Maestro y el Mesías: la Virgen contempla la misión del Hijo con júbilo pero también con inquietud, porque Jesús se convierte cada vez más en ese signo de contradicción que el anciano Simeón ya le había anunciado. A los pies de la cruz, es mujer del dolor y, al mismo tiempo, de la espera vigilante de un misterio, más grande que el dolor, que está por realizarse. Todo parece verdaderamente acabado; toda esperanza podría decirse apagada. También ella, en ese momento, recordando las promesas de la anunciación habría podido decir: no se cumplieron, he sido engañada. Pero no lo dijo. Sin embargo ella, bienaventurada porque ha creído, por su fe ve nacer el futuro nuevo y espera con esperanza el mañana de Dios. A veces pienso: ¿sabemos esperar el mañana de Dios? ¿O queremos el hoy? El mañana de Dios para ella es el alba de la mañana de Pascua, de ese primer día de la semana. Nos hará bien pensar, en la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre. La única lámpara encendida en el sepulcro de Jesús es la esperanza de la madre, que en ese momento es la esperanza de toda la humanidad. Me pregunto a mí y a vosotros: en los monasterios, ¿está aún encendida esta lámpara? En los monasterios, ¿se espera el mañana de Dios?
¡Debemos mucho a esta Madre! En ella, presente en cada momento de la historia de la salvación, vemos un testimonio sólido de esperanza. Ella, madre de esperanza, nos sostiene en los momentos de oscuridad, de dificultad, de desaliento, de aparente fracaso o de auténticas derrotas humanas. Que María, esperanza nuestra, nos ayude a hacer de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre celestial, y un don gozoso para nuestros hermanos, una actitud que mira siempre al mañana.
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A LA COMUNIDAD FILIPINA CON
MOTIVO DE LA
BENDICIÓN DEL MOSAICO DE SAN PEDRO CALUNGSOD
BENDICIÓN DEL MOSAICO DE SAN PEDRO CALUNGSOD
Basílica Vaticana
Jueves 21 de Noviembre de 2013
Jueves 21 de Noviembre de 2013
Agradezco a mi hermano, el cardenal Tagle, la palabra llena de fe, de dolor, de esperanza. En estos días, también yo estuve muy cercano a vuestro pueblo. Y escuché que la prueba fue fuerte, demasiado fuerte. Pero escuché también que el pueblo fue fuerte. Lo que ha dicho el cardenal es verdad: la fe se eleva de las ruinas. La solidaridad de todos en el momento de la prueba. ¿Por qué suceden estas cosas? No se puede explicar. Hay muchas cosas que no podemos entender. Cuando los niños empiezan a crecer, no entienden las cosas y comienzan a hacer preguntas al papá o a la mamá: «Papá, ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?». Los psicólogos la llaman la «edad del por qué», la edad de los «por qué». Porque el niño no entiende... Pero si estamos atentos veremos que el niño no espera la respuesta de su papá o de su mamá: otro por qué, y otro por qué... El niño tiene necesidad, en esa inseguridad, de que su papá y su mamá le miren. Tiene necesidad de la mirada de sus padres, tiene necesidad del corazón de sus padres. En estos momentos de tanto sufrimiento no os canséis de decir: «¿por qué?». Como los niños... Y así atraeréis la mirada de vuestro Padre sobre vuestro pueblo; atraeréis la ternura del Padre del cielo sobre vosotros. Como hace el niño cuando pregunta: «¿por qué?, ¿por qué?». Que en estos momentos de dolor, esta fuerza sea la oración más útil: la oración del «¿por qué?». Pero sin pedir explicación, solamente pedir que nuestro Padre nos mire. También yo os acompaño, con esta oración del «¿por qué?»
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A LOS PARTICIPANTES EN LA
PLENARIA
DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES
DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 21 de Noviembre de 2013
«Cristo es la luz de los pueblos»: así exhorta la constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II. De Oriente a Occidente toda la Iglesia da este testimonio del Hijo de Dios; la Iglesia que, como pone de relieve a continuación el texto conciliar mismo, «está presente en cada nación de la tierra [...]. Todos los creyentes en efecto, extendidos por todo el mundo están en comunión con los demás en el Espíritu Santo» (n. 13). «Así —añade luego, citando a san Juan Crisóstomo— quien está en Roma sabe que quien está en la India es miembro suyo» (Homilía sobre san Juan 65, 1: pg 59, 361).
La memorable asamblea del Vaticano II tuvo también el mérito de recordar explícitamente cómo en las antiguas liturgias de las Iglesias orientales, en su teología, espiritualidad y disciplina canónica «resplandece la tradición que viene de los Apóstoles por los Padres y que forma parte del patrimonio indiviso, y revelado por Dios, de la Iglesia universal» (decr. Orientalium Ecclesiarum, 1).
Hoy estoy verdaderamente contento de acoger a los patriarcas y a los arzobispos mayores, juntamente con los cardenales, los metropolitas y los obispos miembros de la Congregación para las Iglesias orientales. Agradezco al cardenal Leonardo Sandri el saludo que me ha dirigido y le doy las gracias por la colaboración que recibo del dicasterio y de cada uno de vosotros.
Esta reunión plenaria quiere volver a apropiarse de la gracia del Concilio Vaticano II y del sucesivo magisterio sobre el Oriente cristiano. De la verificación del camino realizado, emergerán orientaciones encaminadas a sostener la misión confiada por el Concilio a los hermanos y hermanas de Oriente, es decir, la de «promover la unidad de todos los cristianos, especialmente orientales» (ibid., 24). El Espíritu Santo les ha guiado en esta tarea por senderos no fáciles de la historia, alimentando la fidelidad a Cristo, a la Iglesia universal y al Sucesor de Pedro, incluso a caro precio, no raramente hasta el martirio. La Iglesia toda os está verdaderamente agradecida por esto.
Poniéndome en el surco trazado por mis Predecesores, quiero aquí reafirmar que «dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro. Esta preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan» (Lumen gentium, 13). Sí, la variedad auténtica, la variedad legítima, aquella inspirada por el Espíritu, no daña la unidad, sino que la sirve; el Concilio nos dice que esta variedad es necesaria para la unidad.
Esta mañana pude conocer de palabra de los patriarcas y de los arzobispos mayores la situación de las diversas Iglesias orientales: el reflorecimiento de la vitalidad de aquellas largamente oprimidas bajo los regímenes comunistas; el dinamismo misionero de las que tienen su origen en la predicación del apóstol Tomás; la perseverancia de las que viven en Oriente Medio, no raramente en la condición de «pequeño rebaño», en ambientes marcados por hostilidad, conflictos y también persecuciones ocultas.
En vuestra reunión estáis afrontando varias problemáticas referidas a la vida interna de las Iglesias orientales y la dimensión de la diáspora, notablemente en aumento en cada continente. Es necesario hacer todo lo posible para que los anhelos conciliares puedan realizarse, facilitando la atención pastoral tanto en los territorios propios como allí donde las comunidades orientales se establecieron hace tiempo, promoviendo al mismo tiempo la comunión y la fraternidad con las comunidades de rito latino. A esto podrá ayudar una renovada vitalidad que se ha de imprimir en los organismos de consulta ya existentes entre las Iglesias y con la Santa Sede.
Mi pensamiento se dirige de modo especial a la tierra bendecida donde Cristo vivió, murió y resucitó. En ella —lo percibí también hoy por las palabras de los patriarcas presentes– la luz de la fe no se ha apagado, es más, resplandece vivaz. Es «la luz del Oriente» que «ha iluminado a la Iglesia universal, desde que apareció sobre nosotros una luz de la altura (Lc 1, 78), Jesucristo, nuestro Señor» (Carta ap. Orientale Lumen, 1). Por ello, todo católico tiene una deuda de reconocimiento hacia las Iglesias que viven en esa región. De ellas podemos aprender, entre otras cosas, el empeño del ejercicio cotidiano de espíritu ecuménico y diálogo interreligioso. El contexto geográfico, histórico y cultural en el que viven desde hace siglos, les ha convertido, en efecto, en interlocutores naturales de otras numerosas confesiones cristianas y de otras religiones.
Gran preocupación despiertan las condiciones de vida de los cristianos, que en muchas partes del Oriente Medio sufren de forma particularmente difícil las consecuencias de las tensiones y de los conflictos actuales. Siria, Irak, Egipto, y otras zonas de Tierra Santa, a veces derraman lágrimas. El Obispo de Roma no descansará mientras haya hombres y mujeres, de cualquier religión, ofendidos en su dignidad, privados de lo necesario para la supervivencia, sin futuro, forzados a la condición de desplazados y refugiados. Hoy, junto con los Pastores de las Iglesias de Oriente, hacemos un llamamiento para que se respete el derecho de todos a una vida digna y se profese libremente la propia fe. No nos resignemos a pensar el Oriente Medio sin los cristianos, que desde hace dos mil años confiesan allí el nombre de Jesús, insertados como ciudadanos a pleno título en la vida social, cultural y religiosa de las naciones a las que pertenecen.
El dolor de los más pequeños y de los más débiles, con el silencio de las víctimas, plantean un interrogante insistente: «¿Qué queda de la noche?» (Is 21, 11). Sigamos vigilando, como el centinela bíblico, seguros de que no nos faltará la ayuda del Señor. Me dirijo, por ello, a toda la Iglesia para exhortar a la oración, que sabe obtener del corazón misericordioso de Dios la reconciliación y la paz. La oración desarma la ignorancia y genera diálogo allí donde se abrió el conflicto. Si será sincera y perseverante, hará nuestra voz apacible y firme, capaz de hacerse escuchar incluso por los responsables de las Naciones.
Mi pensamiento se dirige, por último, a Jerusalén, allí donde todos espiritualmente hemos nacido (cf. Sal 87, 4). Le deseo toda consolación para que pueda ser verdaderamente profecía de la convocación definitiva, de Oriente a Occidente, dispuesta por Dios (cf. Is 43, 5). Que los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, incansables agentes de paz en la tierra, sean nuestros intercesores en el cielo, con la toda Santa Madre de Dios, que nos dio el Príncipe de la paz. Sobre cada uno de vosotros y sobre las amadas Iglesias orientales invoco la bendición del Señor.
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ENCUENTRO CON LOS PATRIARCAS
DE LAS
IGLESIAS ORIENTALES CATÓLICAS Y LOS ARZOBISPOS MAYORES
IGLESIAS ORIENTALES CATÓLICAS Y LOS ARZOBISPOS MAYORES
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Jueves 21 de Noviembre de 2013
Jueves 21 de Noviembre de 2013
Beatitudes:
Os acojo con alegría y espíritu de fraternidad en este encuentro, en el cual, por primera vez, tengo la ocasión de encontrarme con los padres y los jefes de las Iglesias orientales católicas. A través de vuestros rostros veo a vuestras Iglesias, y quisiera ante todo asegurar mi cercanía y mi oración por el rebaño que el Señor Jesús ha confiado a cada uno de vosotros, e invoco al Espíritu Santo, a fin de que nos sugiera lo que juntos debemos aprender y poner en práctica para servir con fidelidad al Señor, a su Iglesia y a toda la humanidad.
Nuestro encuentro me ofrece la ocasión de renovar la gran estima por el patrimonio espiritual del Oriente cristiano, y recuerdo lo que el amado Benedicto XVI afirma acerca de la figura del jefe de una Iglesia en la exhortación postsinodal «Ecclesia in Medio Oriente»: vosotros sois —cito— «los custodios vigilantes de la comunión y los servidores de la unidad eclesial» (n. 39). Tal unidad, que estáis llamados a realizar en vuestras Iglesias, respondiendo al don del Espíritu, encuentra natural y plena expresión en la «unión indefectible con el Obispo de Roma» (n. 40), que hunde sus raíces en la «ecclesiastica communio», que habéis recibido el día siguiente de vuestra elección. Estar integrados en la comunión de todo el Cuerpo de Cristo nos hace conscientes del deber de reforzar la unión y la solidaridad en el seno de los diversos Sínodos patriarcales, «privilegiando en ellos el acuerdo en cuestiones de gran importancia para la Iglesia, con vistas a una acción colegial y unitaria» (ibid.).
Para que nuestro testimonio sea creíble, estamos llamados a buscar siempre «la justicia, las piedad, la fe, la caridad, la paciencia y la mansedumbre» (ibid.; cf. 1 Tm 6, 11); a un estilo de vida sobrio a imagen de Cristo, que se despojó para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9); al celo incansable y a la caridad, fraterna y paterna juntas, que los obispos, los presbíteros y los fieles esperan de nosotros, especialmente si viven solos y marginados. Pienso, sobre todo, en nuestros sacerdotes necesitados de comprensión y apoyo, también a nivel personal. Ellos tienen derecho a recibir nuestro buen ejemplo en las cosas que se refieren a Dios, como en toda actividad eclesial. Nos piden transparencia en la gestión de los bienes y atención por cada debilidad y necesidad. El todo, en la más convencida aplicación de la auténtica praxis sinodal, que es característica de las Iglesias de Oriente.
Con la ayuda de Dios y de su Santísima Madre, sabemos que podemos responder a esta llamada. Os pido que recéis por mí. Y ahora, de buen grado, me dispongo a escuchar cuanto queráis comunicarme y os expreso ya desde ahora mi gratitud.
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A LOS EMPLEADOS DEL QUIRINAL
Palacio del Quirinal
Jueves 14 de Noviembre de 2013
Jueves 14 de Noviembre de 2013
Le agradezco mucho, señor Presidente, la ocasión de este encuentro familiar. Detrás de la función pública está siempre la familia: son hijos, nietos. Me gusta mucho el encuentro con los niños. ¡Sois muy importantes! Y también vosotros que desempeñáis vuestro trabajo al servicio del más alto cargo institucional italiano. Os saludo de corazón y estoy contento de encontraros. Os deseo que viváis siempre en armonía con quienes tenéis cerca, en la familia y en cada ámbito de vuestra vida cotidiana.
Mediante vuestro trabajo, a menudo oculto pero precioso, vosotros entráis en contacto con diversos acontecimientos ordinarios y extraordinarios que marcan el camino de una Nación. Algunos de vosotros tienen la posibilidad de aproximarse a las diversas problemáticas sociales, familiares y personales, que los ciudadanos hacen llegar confiados al Presidente de la República. Os deseo que tengáis siempre un espíritu de acogida y de comprensión hacia todos. Hay gran necesidad de personas, como vosotros, que se comprometen con profesionalidad y también con un sentido notable de humanidad y de comprensión, con una atención solidaria especialmente hacia los más débiles. Os aliento a no desanimarse en las dificultades, sino a estar preparados para sosteneros los unos a los otros.
Rezaré por vosotros, os aseguro mi oración, pero os pido que recéis por mí, lo necesito. ¡Gracias!
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VISITA
OFICIAL AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA
S.E. SR. D. GIORGIO NAPOLITANO
S.E. SR. D. GIORGIO NAPOLITANO
Palacio del Quirinal
Jueves 14 de Noviembre de 2013
Señor Presidente:
Con viva gratitud devuelvo hoy la cordial visita que Usted quiso hacerme el pasado 8 de junio en el Vaticano. Le agradezco las corteses expresiones de bienvenida con las que me ha acogido, haciéndose intérprete de los sentimientos del pueblo italiano.
En la costumbre institucional de las relaciones entre Italia y la Santa Sede, mi visita confirma el excelente estado de las recíprocas relaciones, y, antes aún, quiere expresar un signo de amistad. En efecto, ya en estos primeros ocho meses de mi servicio petrino he podido experimentar de Su parte, señor Presidente, tantos gestos de atención. Éstos se añaden a los muchos que Usted progresivamente manifestó, durante su primer septenio, con respecto a mi predecesor Benedicto XVI. A él deseo dirigir en este momento nuestro pensamiento y nuestro afecto, en el recuerdo de su visita al Quirinal, que en aquella ocasión él definió «casa simbólica de todos los italianos» (Discurso del 4 de octubre de 2008).
Visitándole en este lugar tan cargado de símbolos y de historia, desearía idealmente llamar a la puerta de cada habitante de este país, donde están las raíces de mi familia terrena, y ofrecer a todos la palabra sanadora y siempre nueva del Evangelio.
Reflexionando acerca de los momentos destacados de las relaciones entre el Estado italiano y la Santa Sede, desearía recordar la inserción de los Pactos Lateranenses y el Acuerdo de revisión del Concordato en la Constitución republicana. De tal Acuerdo se celebrará dentro de pocas semanas el trigésimo aniversario. Tenemos aquí el sólido marco de referencia normativo para un desarrollo sereno de las relaciones entre Estado e Iglesia en Italia, marco que refleja y sostiene la colaboración cotidiana al servicio de la persona humana en vista del bien común, en la distinción de los respectivos papeles y ámbitos de acción.
Son muchas las cuestiones ante las cuales nuestras preocupaciones son comunes y las respuestas pueden ser convergentes. El momento actual está marcado por la crisis económica que le cuesta superar, y que, entre los efectos más dolorosos, tiene el de una insuficiente disponibilidad de trabajo. Es necesario multiplicar los esfuerzos para aliviar las consecuencias y captar y fortalecer todo signo de reactivación.
La tarea primaria que corresponde a la Iglesia es la de testimoniar la misericordia de Dios y alentar respuestas generosas de solidaridad para abrir a un futuro de esperanza; porque allí donde crece la esperanza se multiplican también las energías y el compromiso para la construcción de un orden social y civil más humano y más justo, y surgen nuevas potencialidades para un desarrollo sostenible y sano.
Están impresas en mi mente las primeras visitas pastorales que he podido realizar en Italia. A Lampedusa, ante todo, donde he podido encontrar de cerca el sufrimiento de quienes, a causa de las guerras o de la miseria, se dirigen hacia la emigración en condiciones a menudo desesperantes; y donde he visto el encomiable testimonio de solidaridad de tantos que se prodigan en la obra de acogida. Recuerdo luego la visita a Cágliari, para rezar ante la Virgen de Bonaria; y la visita a Asís, para venerar al Santo que es patrono de Italia y de quien he tomado el nombre. También en estos lugares he tocado con la mano las heridas que afligen hoy a tanta gente.
En el centro de las esperanzas y de las dificultades sociales está la familia. Con renovada convicción, la Iglesia sigue promoviendo el compromiso de todos, personas e instituciones, para sostener a la familia, que es el lugar primario donde se forma y crece el ser humano, donde se aprenden los valores y ejemplos que les hacen creíbles. La familia necesita estabilidad y reconocimiento de los vínculos recíprocos, para extender plenamente su insustituible tarea y realizar su misión. Mientras pone sus energías a disposición de la sociedad, ella pide ser apreciada, valorada y tutelada.
Señor Presidente, en esta circunstancia me agrada formular el deseo, sostenido por la oración, de que Italia, tomando de su rico patrimonio de valores civiles y espirituales, sepa encontrar nuevamente la creatividad y la concordia necesarias para su desarrollo armonioso, para promover el bien común y la dignidad de cada persona, y para ofrecer en el simposio de autoridades internacionales su aportación para la paz y la justicia.
Me es particularmente grato, por último, unirme a la estima y al afecto que el pueblo italiano alberga por Su persona y renovarle mis augurios más cordiales para el cumplimiento de las obligaciones propias de Su altísimo cargo. Que Dios proteja a Italia y a todos sus habitantes.
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A LA UNITALSI EN EL 110 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN
Sábado 9 de Noviembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!
Os saludo a todos con afecto, especialmente a las personas enfermas y discapacitadas acompañadas por los voluntarios, a los consiliarios eclesiásticos, a los responsables de sección y al presidente nacional, a quien agradezco sus palabras. La presencia del cardenal De Giorgi, de los obispos y las personalidades institucionales es signo del aprecio que la Iglesia y la sociedad civil sienten por la UNITALSI.
Desde hace ciento diez años vuestra asociación se dedica a las personas enfermas o en condiciones de fragilidad, con un estilo típicamente evangélico. En efecto, vuestra obra no es asistencialismo o filantropía, sino anuncio auténtico del Evangelio de la caridad, es ministerio de consolación. Y esto es importante: vuestra obra es propiamente evangélica, es ministerio de consolación. Pienso en los numerosos socios de la UNITALSI esparcidos por toda Italia: sois hombres y mujeres, mamás y papás, numerosos jóvenes que, movidos por el amor a Cristo y siguiendo el ejemplo del buen samaritano, no volvéis la cara ante el sufrimiento. Y no volver la cara es una virtud: ¡Id adelante con esta virtud! Al contrario, tratad siempre de ser mirada que acoge, mano que alivia y acompaña, palabra de consuelo, abrazo de ternura. No os desaniméis frente a las dificultades y el cansancio, sino más bien seguid dando tiempo, sonrisa y amor a los hermanos y hermanas que lo necesitan. Que cada persona enferma y frágil pueda ver en vuestro rostro el rostro de Jesús, y que también vosotros podáis reconocer en la persona que sufre la carne de Cristo.
Los pobres, también los pobres de salud son una riqueza para la Iglesia, y vosotros de la UNITALSI, junto con muchas otras realidades eclesiales, habéis recibido el don y el compromiso de recoger esta riqueza para ayudar a valorarla, no sólo para la Iglesia misma sino también para toda la sociedad.
El contexto cultural y social de hoy se inclina más bien a esconder la fragilidad física, a considerarla solamente como un problema que requiere resignación y pietismo o, a veces, descarte de las personas. La UNITALSI está llamada a ser signo profético e ir contra esta lógica mundana, la lógica del descarte, ayudando a los que sufren a ser protagonistas en la sociedad, en la Iglesia y también en la asociación misma. Para favorecer la inserción real de los enfermos en la comunidad cristiana y suscitar en ellos un fuerte sentido de pertenencia, es necesaria una pastoral inclusiva en las parroquias y en las asociaciones. Se trata de valorar realmente la presencia y el testimonio de las personas que son frágiles y sufren, no sólo como destinatarios de la obra evangelizadora sino también como sujetos activos de esta misma acción apostólica.
Queridos hermanos y hermanas enfermos, no os consideréis sólo objeto de solidaridad y caridad, sino más bien sentíos incluidos plenamente en la vida y en la misión de la Iglesia. Tenéis vuestro lugar, un papel específico en la parroquia y en todos los ámbitos eclesiales. Vuestra presencia silenciosa, pero más elocuente que muchas palabras, vuestra oración, la ofrenda diaria de vuestros sufrimientos en unión con los de Cristo crucificado por la salvación del mundo, la aceptación paciente e incluso gozosa de vuestra condición, son un recurso espiritual, un patrimonio para cada comunidad cristiana. Nos os avergoncéis de ser un tesoro precioso de la Iglesia.
La experiencia más fuerte que la UNITALSI vive durante el año es la de la peregrinación a los lugares marianos, especialmente a Lourdes. También vuestro estilo apostólico y vuestra espiritualidad hacen referencia a la Virgen Santa. Redescubrid en ellos las razones más profundas. En particular, imitad la maternidad de María, el cuidado materno que ella tiene por cada uno de nosotros. En el milagro de las bodas de Caná, la Virgen se dirige a los sirvientes y les dice: «haced lo que Él os diga», y Jesús ordena a los sirvientes que llenen las tinajas de agua, y el agua se convierte en vino, mejor que el que habían servido hasta entonces (cf. Jn 2, 5-10). Esta intervención de María ante su Hijo muestra la solicitud de la Madre por los hombres. Es una solicitud atenta a nuestras necesidades más auténticas. María sabe qué necesitamos. Nos cuida intercediendo ante Jesús y pidiendo para cada uno el don del «vino nuevo», es decir, el amor, la gracia que nos salva. Intercede siempre y ruega por nosotros, especialmente en la hora de la dificultad y debilidad, en la hora del desaliento y desorientación, y sobre todo en la hora del pecado. Por eso, en la oración del Avemaría, le pedimos: «ruega por nosotros, pecadores».
Queridos hermanos y hermanas, encomendémonos siempre a la protección de nuestra Madre celestial, que nos consuela e intercede por nosotros ante su Hijo. Que nos ayude a ser para cuantos encontramos en nuestro camino un reflejo de Aquel que es «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2 Co 1, 3). Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA
DEL TRIBUNAL SUPREMO DE LA SIGNATURA APOSTÓLICA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 8 de Noviembre de 2013
Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Vuestra sesión plenaria me brinda la ocasión de recibiros a todos los que trabajáis en el Tribunal Supremo de la Signatura apostólica, y expresar a cada uno mi reconocimiento por la promoción de la recta administración de la justicia en la Iglesia. Os saludo cordialmente, y agradezco al cardenal prefecto las palabras con las que introdujo nuestro encuentro.
Vuestra actividad se orienta a favorecer el trabajo de los Tribunales eclesiásticos, llamados a responder adecuadamente a los fieles que se dirigen a la justicia de la Iglesia para obtener una decisión justa. Os esmeráis para que funcionen bien, y sostenéis la responsabilidad de los obispos al formar ministros idóneos de la justicia. Entre ellos, el defensor del vínculo desempeña una función importante, especialmente en el proceso de nulidad matrimonial. En efecto, es necesario que él pueda cumplir su responsabilidad con eficacia, para facilitar que se alcance la verdad en la sentencia definitiva, en favor del bien pastoral de las partes en causa.
Al respecto, la Signatura apostólica ha ofrecido aportaciones significativas. Pienso en particular la colaboración para preparar la Instrucción Dignitas connubii, que indica las normas procesales aplicativas. En esta línea se sitúa también la presente sesión plenaria, que ha puesto en el centro de los trabajos la promoción de una defensa eficaz del vínculo matrimonial en los procesos canónicos de nulidad.
La atención dirigida al ministerio del defensor del vínculo es, sin duda, oportuna, porque su presencia y su intervención son obligatorias para todo el desarrollo del proceso (cf. Dignitas connubii, 56, 1-2; 279, 1). Del mismo modo está previsto que él proponga todo tipo de pruebas, excepciones, recursos y apelaciones que, en el respeto de la verdad, favorezcan la defensa del vínculo.
La citada Instrucción describe, en particular, el papel del defensor del vínculo en las causas de nulidad por incapacidad psíquica, que en algunos Tribunales constituyen la principal causa de nulidad. Subraya la diligencia con la que ha de valorar las cuestiones dirigidas a los peritos, así como los resultados de las pericias mismas (cf. 56, 4). Por lo tanto, el defensor del vínculo que desea prestar un buen servicio no puede limitarse a una lectura apresurada de los hechos, ni a respuestas burocráticas y genéricas. En su delicada tarea, está llamado a tratar de armonizar las prescripciones del Código de derecho canónico con las situaciones concretas de la Iglesia y de la sociedad.
El cumplimiento fiel y completo de la tarea del defensor del vínculo no constituya un pretexto, en detrimento de las prerrogativas del juez eclesiástico, a quien únicamente corresponde definir la causa. Cuando el defensor del vínculo ejerce el deber de apelar, incluso a la Rota romana, contra una decisión que considera perjudicial para la verdad del vínculo, su misión no suplanta la del juez. Es más, los jueces pueden encontrar en la esmerada actuación de quien defiende el vínculo matrimonial una ayuda a la propia actividad.
El Concilio Ecuménico Vaticano II definió a la Iglesia como comunión. En esta perspectiva debe verse tanto el servicio del defensor del vínculo como la consideración que a ello se reserva, en un respetuoso y atento diálogo.
Una última consideración, muy importante, en lo que respecta a los agentes comprometidos en el ministerio de la justicia eclesial. Ellos actúan en nombre de la Iglesia, son parte de la Iglesia. Por lo tanto, es necesario tener siempre presente la conexión entre la acción de la Iglesia que evangeliza y la acción de la Iglesia que administra la justicia. El servicio a la justicia es un compromiso de vida apostólica: ello requiere que se ejerza teniendo la mirada fija en la imagen del Buen Pastor, que se inclina hacia la oveja extraviada y herida.
Como conclusión de este encuentro, os aliento a todos vosotros a perseverar en la búsqueda de un ejercicio límpido y recto de la justicia en la Iglesia, en respuesta a los legítimos deseos que los fieles dirigen a los Pastores, especialmente cuando con confianza solicitan que se clarifique de modo autorizado su situación. Que María santísima, a quien invocamos con el título de Speculum iustitiae, os ayude a vosotros y a toda la Iglesia a caminar por la senda de la justicia, que es la primera forma de caridad. ¡Gracias y buen trabajo!
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