miércoles, 1 de enero de 2014

FRANCISCO: Homilías de Diciembre (31, 24 y 1°)

HOMILÍAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO




 


Basílica Vaticana
Martes 31 de Diciembre de 2013



El apóstol Juan define el tiempo presente de modo preciso: «Ha llegado la última hora», 1 Jn 2, 18. Esta afirmación que se dice en la Misa del 31 de Diciembresignifica que con la llegada de Dios en la historia estamos ya en los tiempos “últimos”, después de los cuales, el pasaje final será la segunda y definitiva venida de Cristo. Naturalmente aquí se habla de la calidad del tiempo, no de su cantidad. Con Jesús ha llegado la "plenitud" del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación. Y no habrá más una nueva revelación, sino la manifestación plena de aquello que Jesús ya ha revelado. En este sentido estamos en la “última hora”, cada momento de nuestra vida no es provisorio, es definitivo y cada acción nuestra está cargada de eternidad; de hecho, la respuesta que damos hoy a Dios que nos ama en Jesucristo, incide en nuestro futuro. 
 
La visión bíblica y cristiana del tiempo y de la historia no es cíclica, sino lineal: es un camino que va hacia un cumplimiento. Un año que ha pasado, por lo tanto, no nos lleva a una realidad que termina sino a una realidad que se cumple, es un paso ulterior hacia la meta que está delante de nosotros: una meta de esperanza y una meta de felicidad, porque encontraremos a Dios, razón de nuestra esperanza y fuente de nuestra alegría. 

Mientras el año 2013 llega a su final, recogemos como en una cesta, los días, las semanas y los meses que hemos vivido, para ofrecer todo al Señor. Y preguntarnos valientemente: ¿cómo hemos vivido el tiempo que Él nos ha donado? ¿Lo hemos vivido sobre todo para nosotros mismos, para nuestros intereses, o hemos sabido usarlo también para los otros? ¿Cuánto tiempo hemos reservado para estar con Dios, en la oración, en el silencio, en la adoración?

Y depués pensamos, nosotros ciudadanos romanos, pensemos en esta ciudad de Roma. ¿Qué cosa ha sucedido este año? ¿Qué cosa está sucediendo, y qué cosa sucederá? ¿Cómo es la calidad de la vida en esta Ciudad? ¡Depende de todos nosotros! ¿Cómo es la calidad de nuestra "ciudadanía"? ¿Hemos contribuido este año en nuestra "pequeña" medida, a volverla visible, ordenada, acogedora? De hecho, el rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas piezas son todos los quienes la habitan. Cierto quien inviste una autoridad tiene mayor responsabilidad, pero cada uno es corresponsable, en el bien y en el mal. 
 
Roma es una ciudad de una belleza única. Su patrimonio espiritual y cultural es extraordinario. Sin embargo, también en Roma existen personas marcadas por las miserias materiales y morales, personas pobres, infelices, que sufren, que interpelan la conciencia de cada ciudadano. En Roma tal vez sentimos más fuerte este contraste entre el ambiente majestuoso y lleno de belleza artística, y el malestar social de aquellos a los que les cuesta más.
Roma es una ciudad llena de turistas, pero también llena de refugiados. Roma está llena de gente que trabaja, pero también de personas que no encuentran trabajo o que realizan trabajos mal pagados y a veces indignos; y todos tienen el derecho de ser tratados con la misma actitud de acogida y de equidad, porque cada uno es portador de dignidad humana.  
 
Es el último día del año. ¿Qué haremos, como nos comportaremos en el próximo año, para hacer un poco mejor nuestra ciudad? La Roma del nuevo año tendrá un rostro ahora más bello si será más rica de humanidad, hospitalidad, acogida; si todos nosotros somos más atentos y generosos con quienes están en dificultad; si sabemos colaborar con espíritu constructivo y solidario, para el bien de todos. La Roma del nuevo año será mejor si no hay personas que la miran “desde lejos”, en tarjetas postales, que miran su vida solamente "desde el balcón", sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final… y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos. En esta perspectiva la Iglesia de Roma se siente comprometida para dar su propia contribución a la vida y al futuro de la Ciudad  - ¡es su deber! -, se siente comprometida a animarla con la levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.

Esta tarde concluimos el año del Señor 2013 agradeciendo y pidiendo perdón. Las dos cosas juntas: agradecer y pedir perdón. Agradecemos por todos los beneficios que el Señor nos ha dado, y sobre todo por su paciencia y su fidelidad, que se manifiestan en la sucesión de los tiempos, pero de forma particular en la plenitud del tiempo, cuando «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”» (Gal 4, 4). Que la Madre de Dios, en cuyo nombre mañana iniciaremos un nuevo tramo de nuestro peregrinaje terrenal, nos enseñe a acoger al Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día esté lleno de su eterno Amor. ¡Así sea!.



SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Basílica Vaticana
Martes 24 de Diciembre de 2013

 
1. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1).
Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos, especialmente cuando la escuchamos en la Liturgia de la Noche de Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver.


Caminar. Este verbo nos hace pensar en el curso de la historia, en el largo camino de la historia de la salvación, comenzando por Abrahán, nuestro padre en la fe, a quien el Señor llamó un día a salir de su pueblo para ir a la tierra que Él le indicaría. Desde entonces, nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. Él permanece siempre fiel a su alianza y a sus promesas. Porque es fiel, «Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del pueblo, en cambio, se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y momentos de pueblo errante.


También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras. Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11). Pueblo en camino, sobre todo pueblo peregrino que no quiere ser un pueblo errante.


2. En esta noche, como un haz de luz clarísima, resuena el anuncio del Apóstol: «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).
La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros.


3. Los pastores fueron los primeros que vieron esta “tienda”, que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y fueron los primeros porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño. Es condición del peregrino velar, y ellos estaban en vela. Con ellos nos quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil.


Que en esta Noche compartamos la alegría del Evangelio: Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: “No teman” (Lc 2,10). Como dijeron los ángeles a los pastores: “No teman”.  Y también yo les repito a todos: “No teman”. Nuestro Padre tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es la misericordia. Nuestro Padre nos perdona siempre. Y Él es nuestra paz. Amén.
 

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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN CIRILO ALEJANDRINO



I Domingo de Adviento, 1° de Diciembre de 2013

 
En la primera lectura, hemos escuchado que el profeta Isaías nos habla de un camino, y dice que al final de los días, al final del camino, el monte del Templo del Señor estará firme en la cima de los montes. Y esto, para decirnos que nuestra vida es un camino: debemos ir por este camino, para llegar al monte del Señor, al encuentro con Jesús. La cosa más importante que le puede suceder a una persona es encontrar a Jesús: este encuentro con Jesús que nos ama, que nos ha salvado, que ha dado su vida por nosotros. Encontrar a Jesús. Y nosotros caminamos para encontrar a Jesús.


Podemos preguntarnos: ¿Cuándo encuentro a Jesús? ¿Sólo al final? ¡No, no! Lo encontramos todos los días. ¿Pero cómo? En la oración, cuando tú rezas, encuentras a Jesús. Cuando recibes la Comunión, encuentras a Jesús, en los Sacramentos. Cuando llevas a bautizar a tu hijo, te encuentras a Jesús, hallas a Jesús. Y vosotros, hoy, que recibís la Confirmación, también vosotros encontraréis a Jesús; luego lo encontraréis en la Comunión. «Y más tarde, Padre, después de la Confirmación, adiós», porque dicen que la Confirmación se llama «el sacramento del ¡adiós!». ¿Es verdad esto o no? Después de la Confirmación no se va nunca a la iglesia: ¿es verdad o no?... ¡Más o menos! Pero también después de la Confirmación, toda la vida, es un encuentro con Jesús: en la oración, cuando vamos a misa y cuando realizamos buenas obras, cuando visitamos a los enfermos, cuando ayudamos a un pobre, cuando pensamos en los demás, cuando no somos egoístas, cuando somos amables... en estas cosas encontramos siempre a Jesús. Y el camino de la vida es precisamente este: caminar para encontrar a Jesús.


Hoy, también para mí es una alegría venir a encontrarme con vosotros, porque todos juntos, hoy, en la misa encontraremos a Jesús, y hacemos un tramo del camino juntos.


Recordad siempre esto: la vida es un camino. Es un camino. Un camino para encontrar a Jesús. Al final, y siempre. Un camino donde no encontramos a Jesús, no es un camino cristiano. Es propio del cristiano encontrar siempre a Jesús, mirarle, dejarse mirar por Jesús, porque Jesús nos mira con amor, nos ama mucho, nos quiere mucho y nos mira siempre. Encontrar a Jesús es también dejarte mirar por Él. «Pero, Padre, tú sabes —alguno de vosotros podría decirme—, tú sabes que este camino, para mí, es un camino difícil, porque yo soy muy pecador, he cometido muchos pecados... ¿cómo puedo encontrar a Jesús?». 


Pero tú sabes que las personas a las que Jesús mayormente buscaba eran los más pecadores; y le reñían por esto, y la gente —las personas que se creían justas— decía: pero éste, éste no es un verdadero profeta, ¡mira la buena compañía que tiene! Estaba con los pecadores... Y Él decía: He venido por quienes tienen necesidad de salud, necesidad de curación, y Jesús cura nuestros pecados. En el camino, nosotros —todos pecadores, todos, todos somos pecadores— incluso cuando nos equivocamos, cuando cometemos un pecado, cuando pecamos, Jesús viene y nos perdona. Este perdón que recibimos en la Confesión es un encuentro con Jesús. Siempre encontramos a Jesús.


Y así vamos por la vida, como dice el profeta, al monte, hasta el día que tendrá lugar el encuentro definitivo, cuando contemplemos esa mirada tan bella de Jesús, tan hermosa. Ésta es la vida cristiana: caminar, seguir adelante, unidos como hermanos, queriéndose uno a otro. Encontrar a Jesús. ¿Estáis de acuerdo, vosotros, los nueve? ¿Queréis encontrar a Jesús en vuestra vida? ¿Sí? Esto es importante en la vida cristiana. Vosotros, hoy, con el sello del Espíritu Santo, tendréis más fuerza para este camino, para encontrar a Jesús. ¡Sed valientes, no tengáis miedo! La vida es este camino. Y el regalo más hermoso es encontrar a Jesús. ¡Adelante, ánimo!


Y ahora, sigamos adelante con el Sacramento de la Confirmación.


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