
Foto: AFP / RADIO VATICANO
CIUDAD
DEL VATICANO, 3 Enero 2014 (VIS).- El Papa FRANCISCO ha celebrado
esta mañana la Santa Misa de la fiesta del Santísimo Nombre de
Jesús en la iglesia del Gesù, en acción de gracias por el nuevo
santo jesuita Pierre Favre. Con el Pontífice concelebraron el
cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de la Causa de
los Santos; el cardenal Agostino Vallini, vicario general de Su
Santidad para la diócesis de Roma, los obispos Luis Francisco
Ladaria Ferrer, S.I., secretario de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, Yves Boivineau, de Annecy (Francia), en cuya diócesis
nació Favre y el vicario general, Alain Fournier-Bidoz; el Preposito
General, P. Adolfo Nicolás, S. I., y siete jóvenes sacerdotes
jesuitas.
Canonizado
por el Papa FRANCISCO el pasado 17 de diciembre, Pierre Favre fue el
primer compañero de san Ignacio de Loyola -por esto se le llama "el
segundo jesuíta"-, uno de los fundadores de la Compañía de
Jesús y el primer sacerdote de la misma. Las tumbas de san Ignacio y
de san Pierre Favre están en la iglesia del Gesú, en Roma.
El
Santo Padre dedicó su homilía al nuevo santo y dijo que era un
hombre "inquieto" y "de
grandes deseos": "Hay que buscar a Dios para encontrarlo, y
encontrarlo para buscarlo una y otra vez. Sólo esta inquietud da paz
al corazón de un jesuita, una inquietud también apostólica, no nos
tiene que cansar el anunciar el kerigma, el evangelizar con valentía.
Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad
apostólica. Sin inquietud somos estériles”.
"Es
esta –dijo el Pontífice- la inquietud que tenía
Pierre Favre, hombre de grandes deseos, otro Daniel. Favre era un
“hombre modesto, sensible, de profunda vida interior y dotado con
el don de hacer amigos con personas de todo tipo". Sin embargo,
también era un espíritu inquieto, indeciso, nunca satisfecho. Bajo
la dirección de San Ignacio aprendió a combinar su sensibilidad
inquieta pero dulce, diría esquisita, con la capacidad de tomar
decisiones. Era un hombre de grandes deseos; se hizo cargo de sus
deseos, los reconoció. De hecho, para Favre, precisamente cuando se
proponen cosas difíciles es cuando se manifiesta el verdadero
espíritu que mueve a la acción”.
“Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo. Es esta la pregunta que debemos hacernos: ¿tenemos esas grandes visiones y el impulso? ¿Somos audaces? ¿Nuestro sueño vuela alto? ¿El celo nos devora? ¿O somos mediocres y nos contentamos con nuestras programaciones apostólicas de laboratorio? Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no está en sí misma y en su capacidad de organizar, sino que se esconde en las aguas profundas de Dios. Y estas aguas agitan nuestros deseos y los deseos expanden el corazón. Es lo que dice San Agustín: rezar para desear y desear para agrandar el corazón. Precisamente, en los deseos Favre podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte y es por eso que se tiene que ofrecer los propios deseos al Señor. En las Constituciones se dice que "se ayuda a al prójimo con los deseos que se presentan a Dios nuestro Señor”.
“Favre
-afirmó el Papa FRANCISCO- tenía
el verdadero y profundo deseo de “dilatarse en Dios”: estaba
totalmente centrado en Dios, y por esto podía caminar, en espíritu
de obediencia, a menudo a pie, por toda Europa, para dialogar con
todos con dulzura y para anunciar el Evangelio. Me hace pensar en la
tentación, que tal vez podamos tener nosotros y que muchos tienen,
de anunciar el Evangelio con bastonazos inquisidores, con condenas.
No, el Evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, y con amor.
Su familiaridad con Dios lo llevó a comprender que la experiencia
interior y la vida apostólica van siempre de la mano. Escribió en
su memorial que el primer movimiento del corazón debe ser el de
“desear lo que es esencial y original, es decir, que el primer
lugar se deje a la solicitud perfecta de encontrar a Dios nuestro
Señor”. Favre siente el deseo de “dejar que Cristo ocupe el
centro del corazón”. ¡Sólo si estás centrado en Dios es posible
ir hacia las periferias del mundo! Y Favre ha viajado
incansablemente, incluso en las fronteras geográficas que se decía
de él: “parece que ha nacido para no estar quieto en ningún
lugar”. Favre fue devorado por el intenso deseo de comunicar el
Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo, entonces necesitamos
detenernos en oración y, con fervor silencioso, pedir al Señor, por
intercesión de nuestro hermano Pierre, que vuelva a seducirnos: con
ese hechizo del Señor que llevaba a Pierre a todas estas “locuras”
apostólicas”,
concluyó el Santo Padre.