martes, 7 de octubre de 2014

FRANCISCO: Viaje Apostólico a Albania (Septiembre 21, 2014)

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO A TIRANA (ALBANIA)
 

(21 de septiembre de 2014)


ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Salón de recepciones del Palacio Presidencial (Tirana)
Domingo 21 de septiembre de 2014





Señor Presidente
Señor Primer Ministro
Distinguidos Miembros del Cuerpo Diplomático
Excelencias, Señoras y Señores



Estoy muy contento de encontrarme con ustedes en esta noble tierra de Albania, tierra de héroes, que sacrificaron su vida por la independencia del país, y tierra de mártires, que dieron testimonio de su fe en los tiempos difíciles de la persecución. Les agradezco la invitación a visitar su patria, llamada “tierra de las águilas”, y su festiva acogida.


Ha pasado ya casi un cuarto de siglo desde que Albania ha encontrado de nuevo el camino arduo pero apasionante de la libertad. Gracias a ello, la sociedad albanesa ha podido iniciar un camino de reconstrucción material y espiritual, ha desplegado tantas energías e iniciativas, se ha abierto a la colaboración y al intercambio con los países vecinos de los Balcanes y del Mediterráneo, de Europa y de todo el mundo. La libertad recuperada les ha permitido mirar al futuro con confianza y esperanza, poner en marcha proyectos y tejer nuevas relaciones de amistad con las naciones cercanas y lejanas.


El respeto de los derechos humanos –respeto es una palabra esencial para ustedes–, entre los cuales destaca la libertad religiosa y de pensamiento, es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común.


Me alegro de modo especial por una feliz característica de Albania, que debe ser preservada con todo cuidado e interés: me refiero a la convivencia pacífica y a la colaboración entre los que pertenecen a diversas religiones. El clima de respeto y confianza recíproca entre católicos, ortodoxos y musulmanes es un bien precioso para el país y que adquiere un relieve especial en este tiempo en que, de parte de grupos extremistas, se desnaturaliza el auténtico sentido religioso y en que las diferencias entre las diversas confesiones se distorsionan e instrumentalizan, haciendo de ellas un factor peligroso de conflicto y violencia, en vez de una ocasión de diálogo abierto y respetuoso y de reflexión común sobre el significado de creer en Dios y seguir su ley.


Que nadie piense que puede escudarse en Dios cuando proyecta y realiza actos de violencia y abusos. Que nadie tome la religión como pretexto para las propias acciones contrarias a la dignidad del hombre y sus derechos fundamentales, en primer lugar el de la vida y el de la libertad religiosa de todos.


Lo que sucede en Albania demuestra en cambio que la convivencia pacífica y fructífera entre personas y comunidades que pertenecen a religiones distintas no sólo es deseable, sino posible y realizable de modo concreto. En efecto, la convivencia pacífica entre las diferentes comunidades religiosas es un bien inestimable para la paz y el desarrollo armonioso de un pueblo. Es un valor que hay que custodiar y hacer crecer cada día, a través de la educación en el respeto de las diferencias y de las identidades específicas abiertas al diálogo y a la colaboración para el bien de todos, mediante el conocimiento y la estima recíproca. Es un don que se debe pedir siempre al Señor en la oración. Que Albania pueda continuar siempre en este camino, sirviendo de ejemplo e inspiración para muchos países.


Señor Presidente, tras el invierno del aislamiento y las persecuciones, ha llegado por fin la primavera de la libertad. A través de elecciones libres y nuevas estructuras institucionales, se ha consolidado el pluralismo democrático que ha favorecido también la recuperación de la actividad económica. Muchos, movidos por la búsqueda de trabajo y de mejores condiciones de vida, sobre todo al comienzo, tomaron el camino de la emigración y contribuyen a su modo al progreso de la sociedad albanesa. Otros muchos han descubierto las razones para permanecer en su patria y construirla desde dentro. El trabajo y los sacrificios de todos han contribuido a mejorar las condiciones generales.


La Iglesia católica, por su parte, ha podido retomar una existencia normal, restableciendo su jerarquía y reanudando los hilos de una larga tradición. Se han edificado o reconstruido lugares de culto, entre los que destaca el Santuario de la Virgen del Buen Consejo en Scutari; se han fundado escuelas e importantes centros educativos y de asistencia, para toda la ciudadanía. La presencia de la Iglesia y su acción es percibida justamente como un servicio no sólo para la comunidad católica sino para toda la Nación.


La beata Madre Teresa, junto a los mártires que dieron testimonio heroico de su fe –a ellos va nuestro reconocimiento más alto y nuestra oración– ciertamente se alegran en el Cielo por el compromiso de los hombres y mujeres de buena voluntad para que florezca de nuevo la sociedad y la Iglesia en Albania.


Sin embargo, ahora aparecen nuevos desafíos a los que hay que responder. En un mundo que tiende a la globalización económica y cultural, es necesario esforzarse para que el crecimiento y el desarrollo estén a disposición de todos y no sólo de una parte de la población. Además, el desarrollo no será auténtico si no es también sostenible y ecuo, es decir, si no tiene en cuenta los derechos de los pobres y no respeta el ambiente. A la globalización de los mercados es necesario que corresponda la globalización de la solidaridad; el crecimiento económico ha de estar acompañado por un mayor respeto de la creación; junto a los derechos individuales hay que tutelar los de las realidades intermedias entre el individuo y el Estado, en primer lugar la familia. Albania afronta hoy estos desafíos en un marco de libertad y estabilidad que hay que consolidar y que representa un buen augurio para el futuro.


Agradezco cordialmente a cada uno por la exquisita acogida y, como hizo san Juan Pablo II, en abril de 1993, invoco sobre Albania la protección de María, Madre del Buen Consejo, confiándole las esperanzas de todo el pueblo albanés. Que Dios derrame sobre Albania su gracia y su bendición. 


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HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Plaza Madre Teresa (Tirana)
Domingo 21 de septiembre de 2014


 

El Evangelio que hemos escuchado nos dice que Jesús, además de llamar a los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los envió a anunciar el Reino de Dios en los pueblos y ciudades (cf. Lc 10, 1-9. 17-20). Él vino a traer al mundo el amor de Dios y quiere que se difunda por medio de la comunión y de la fraternidad. Por eso constituyó enseguida una comunidad de discípulos, una comunidad misionera, y los preparó para la misión, para “ir”. El método misionero es claro y sencillo: los discípulos van a las casas y su anuncio comienza con un saludo lleno de significado: «Paz a esta casa» (v. 5). No es sólo un saludo, es también un don: la paz. Queridos hermanos y hermanas de Albania, también yo vengo hoy entre ustedes a esta plaza dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, para repetirles ese saludo: paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación. Paz.


En la misión de los setenta y dos discípulos se refleja la experiencia misionera de la comunidad cristiana de todos los tiempos: El Señor resucitado y vivo envía no sólo a los Doce, sino también a toda la Iglesia, envía a todo bautizado a anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A través de los siglos, no siempre ha sido bien acogido el anuncio de paz de los mensajeros de Jesús; a veces les han cerrado las puertas. Hasta hace poco, también las puertas de su País estaban cerradas, cerradas con los cerrojos de la prohibición y las exigencias de un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio. En la segunda lectura que hemos escuchado se mencionaba a Iliria que, en tiempos del apóstol Pablo, incluía el territorio de la actual Albania.


Pensando en aquellos decenios de atroces sufrimientos y de durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes, podemos decir que Albania ha sido una tierra de mártires: muchos obispos, sacerdotes, religiosos, fieles laicos, ministros de culto de otras religiones, pagaron con la vida su fidelidad. No faltaron pruebas de gran valor y coherencia en la confesión de la fe. ¡Fueron muchos los cristianos que no se doblegaron ante la amenaza, sino que se mantuvieron sin vacilación en el camino emprendido! Me acerco espiritualmente a aquel muro del cementerio de Escútari, lugar-símbolo del martirio de los católicos, donde fueron fusilados, y con emoción ofrezco las flores de la oración y del recuerdo agradecido e imperecedero. El Señor ha estado a su lado, queridos hermanos y hermanas, para sostenerlos; Él los ha guiado y consolado, y los ha llevado sobre alas de águila, como hizo con el antiguo pueblo de Israel, como hemos escuchado en la primera lectura. El águila, representada en la bandera de su País, los invita a tener esperanza, a poner siempre su confianza en Dios, que nunca defrauda, sino que está siempre a nuestro lado, especialmente en los momentos difíciles.


Hoy las puertas de Albania se han abierto y está madurando un tiempo de nuevo protagonismo misionero para todos los miembros del pueblo de Dios: todo bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para todos. Hoy he venido para agradecerles su testimonio y también para animarlos a que se esfuercen para que crezca la esperanza dentro de ustedes y a su alrededor. No se olviden del águila. El águila no olvida el nido, pero vuela alto. ¡Vuelen alto! ¡Suban! He venido para animarles a involucrar a las nuevas generaciones; a nutrirse asiduamente de la Palabra de Dios abriendo sus corazones a Cristo, al Evangelio, al encuentro con Dios, al encuentro entre ustedes como ya hacen: a través de este encontrarse dan un testimonio a toda Europa.


En espíritu de comunión con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, los animo a impulsar la acción pastoral, que es una acción de servicio, y a seguir buscando nuevas formas de presencia de la Iglesia en la sociedad. En particular, esta invitación la dirijo a los jóvenes. Había tantos en el camino del aeropuerto hasta aquí. Éste es un pueblo joven. Muy joven. Y donde hay juventud hay esperanza. Escuchen a Dios, Adoren a Dios y ámense entre ustedes como pueblo, como hermanos.


Iglesia que vives en esta tierra de Albania, gracias por tu ejemplo de fidelidad. No se olviden del nido, de su historia lejana, también de las pruebas; no se olviden de las heridas, pero no se venguen. Vayan adelante a trabajar con esperanza por un futuro grande. Muchos hijos e hijas de Albania han sufrido, incluso hasta el sacrificio de la vida. Que su testimonio sostenga sus pasos de hoy y de mañana en el camino del amor, en el camino de la libertad, en el camino de la justicia y sobre todo en el camino de la paz. Que así sea.


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ÁNGELUS



Tirana
Domingo 21 de septiembre de 2014

  

Queridos hermanos y hermanas:


Antes de que acabe esta celebración, me gustaría dirigir un saludo a todos ustedes, venidos de Albania y de otros países vecinos. Les agradezco su presencia y el testimonio que dan de su fe.


En especial me dirijo a ustedes jóvenes. Dicen que Albania es el país más joven de Europa y me dirijo a ustedes. Los invito a cimentar su existencia en Jesucristo, en Dios: quien pone su fundamento en Dios edifica sobre roca, porque Él siempre permanece fiel, incluso aunque nosotros seamos infieles (cf. 2 Tm 2,13). Jesús nos conoce mejor que nadie; cuando nos equivocamos, no nos condena, sino que nos dice: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11). Queridos jóvenes, ustedes son la nueva generación, la nueva generación de Albania, el futuro de la patria. Con la fuerza del Evangelio y el ejemplo de sus antepasados y el ejemplo de los mártires, digan no a la idolatría del dinero –no a la idolatría del dinero–, no a la engañosa libertad individualista, no a las dependencias y a la violencia; y digan sí, en cambio, a la cultura del encuentro y de la solidaridad, sí a la belleza inseparable del bien y de la verdad; sí a la vida entregada con magnanimidad y fidelidad en las pequeñas cosas. Así construirán una Albania y un mundo mejor, siguiendo las huellas de sus antepasados.


Dirijámonos ahora a la Virgen Madre, que veneran sobre todo con el título de “Nuestra Señora del Buen Consejo”. Me acerco espiritualmente a su Santuario de Escútari, al que tanta devoción tienen, y pongo en sus manos toda la Iglesia en Albania y todo el pueblo albanés, particularmente las familias, los niños y los ancianos, que son la memoria viva del pueblo. La Virgen María los lleve, “juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda”.


Angelus Domini…


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ENCUENTRO CON LOS LÍDERES DE OTRAS RELIGIONES
Y OTRAS DENOMINACIONES CRISTIANAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Universidad Católica “Nuestra Señora del Buen Consejo”(Tirana)
Domingo 21 de septiembre de 2014


 

Queridos amigos:


Me alegro mucho de este encuentro con los responsables de las principales confesiones religiosas presentes en Albania. Mi saludo respetuoso a cada uno de ustedes y a las comunidades que representan; y gracias de corazón a Mons. Massafra por sus palabras de presentación e introducción. Es importante que estén aquí juntos: es signo del diálogo que viven día a día, intentando establecer entre ustedes relaciones fraternas y de colaboración por el bien de toda la sociedad. Gracias por cuanto hacen.


Albania ha sido tristemente testigo de la violencia y de las tragedias que se pueden producir si se excluye a Dios a la fuerza de la vida personal y comunitaria. Cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales.


Los cambios que se han producido a partir de los años 90 del siglo pasado han tenido también como efecto positivo la creación de las condiciones adecuadas para una efectiva libertad religiosa. Esto ha hecho posible que las comunidades reaviven tradiciones que nunca se habían apagado del todo, a pesar de las feroces persecuciones, y ha permitido que todos, también desde sus propias convicciones religiosas, puedan colaborar en la reconstrucción moral, antes que económica, del país.


En realidad, como dijo San Juan Pablo II en su visita a Albania en 1993, «la libertad religiosa […] no es sólo un don precioso del Señor para cuantos tienen la gracia de la fe: es un don para todos, porque es la garantía fundamental para cualquier otra expresión de libertad […]. La fe nos recuerda mejor que nadie que, si tenemos un único creador, todos somos hermanos. La libertad religiosa es un baluarte contra todos los totalitarismos y una aportación decisiva a la fraternidad humana» (Mensaje a la Nación de Albania, 25 de abril de 1993).


Pero inmediatamente es necesario añadir: «La verdadera libertad religiosa rehúye la tentación de la intolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de respeto y diálogo constructivo» (ibid.). No podemos dejar de reconocer que la intolerancia con los que tienen convicciones religiosas diferentes es un enemigo particularmente insidioso, que desgraciadamente hoy se está manifestando en diversas regiones del mundo. Como creyentes, hemos de estar atentos a que la religión y la ética que vivimos con convicción y de la que damos testimonio con pasión se exprese siempre en actitudes dignas del misterio que pretende venerar, rechazando decididamente como no verdaderas, por no ser dignas ni de Dios ni de los hombres, todas aquellas formas que representan un uso distorsionado de la religión. La religión auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede usar el nombre de Dios para cometer violencia. Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio. Discriminar en nombre de Dios es inhumano.


Desde este punto de vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza únicamente el sistema legislativo vigente –lo cual es también necesario–: es un espacio común –como éste–, un ambiente de respeto y colaboración que se construye con la participación de todos, también de aquellos que no tienen ninguna convicción religiosa. Me permito indicar dos actitudes que pueden ser especialmente útiles en la promoción de la libertad religiosa.


La primera es ver en cada hombre y mujer, también en los que no pertenecen a nuestra tradición religiosa, no a rivales, y menos aún a enemigos, sino a hermanos y hermanas. Quien está seguro de sus convicciones no tiene necesidad de imponerse, de forzar al otro: sabe que la verdad tiene su propia fuerza de irradiación. En el fondo, todos somos peregrinos en esta tierra, y en este viaje, aspirando a la verdad y a la eternidad, no vivimos, ni individualmente ni como grupos nacionales, culturales o religiosos, como entidades autónomas y autosuficientes, sino que dependemos unos de otros, estamos confiados los unos a los cuidados de los otros. Toda tradición religiosa, desde dentro, debería lograr dar razón de la existencia del otro.


La segunda actitud es el compromiso en favor del bien común. Siempre que de la adhesión a una tradición religiosa nace un servicio más convencido, más generoso, más desinteresado a toda la sociedad, se produce un auténtico ejercicio y un desarrollo de la libertad religiosa, que aparece así no sólo como un espacio de autonomía legítimamente reivindicado, sino como una potencialidad que enriquece a la familia humana con su ejercicio progresivo. Cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más libre es.


Miremos a nuestro alrededor: cuántas necesidades tienen los pobres, cuánto les falta aún a nuestras sociedades para encontrar caminos hacia una justicia social más compartida, hacia un desarrollo económico inclusivo. El alma humana no puede perder de vista el sentido profundo de las experiencias de la vida y necesita recuperar la esperanza. En estos ámbitos, hombres y mujeres inspirados en los valores de sus tradiciones religiosas pueden ofrecer una ayuda importante, insustituible. Es un terreno especialmente fecundo para el diálogo interreligioso.


Y además, quisiera referirme a una cosa que es siempre un fantasma: el relativismo, “todo es relativo”. A este respecto, hemos de tener presente un principio claro: no se puede dialogar si no se parte de la propia identidad. Sin identidad no puede haber diálogo. Sería un diálogo fantasma, un diálogo en el aire: sin valor. Cada uno de nosotros tiene su propia identidad religiosa, a la que es fiel. Pero el Señor sabe cómo hacer avanzar la historia. Cada uno parte de su identidad, pero sin fingir que tiene otra, porque así no vale y no ayuda, y es relativismo. Lo que nos une es el camino de la vida, es la buena voluntad de partir de la propia identidad para hacer el bien a los hermanos y a las hermanas. Hacer el bien. Y así, como hermanos, caminamos juntos. Cada uno de nosotros da testimonio de su propia identidad ante el otro y dialoga con él. Después el diálogo puede avanzar más sobre cuestiones teológicas, pero lo que es más importante y hermoso es caminar juntos sin traicionar la propia identidad, sin ocultarla, sin hipocresía. A mí me hace bien pensar esto.


Queridos amigos, les animo a mantener y a desarrollar la tradición de buenas relaciones entre las comunidades religiosas presentes en Albania, y a sentirse unidos en el servicio a su querida patria. Con un poco de sentido del humor, se podría decir que esto es como un equipo de fútbol: los católicos contra los otros, pero todos juntos, por el bien de la patria y de la humanidad. Sigan siendo signo, para su país y para los demás países, de que son posibles las relaciones cordiales y de fecunda colaboración entre hombres de diversas religiones. Y les pido un favor: recen por mí. También yo lo necesito, lo necesito mucho. Gracias.


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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS CON SACERDOTES, RELIGIOSAS,
RELIGIOSOS, SEMINARISTAS Y MOVIMIENTOS LAICALES

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Catedral de Tirana
Domingo 21 de septiembre de 2014


 

Queridos hermanos y hermanas:


Había preparado unas palabras para decirles, y se las entregaré al Arzobispo para que se las haga llegar. La traducción ya está hecha. Se puede hacer llegar.


Pero ahora, quisiera decirles otra cosa… Hemos escuchado en la Lectura: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Cor 1,3-4). Es el texto sobre el que la Iglesia nos invita a reflexionar en la Vísperas de hoy. En estos dos últimos meses, me he preparado para esta visita leyendo la historia de la persecución en Albania. Y para mí ha sido una sorpresa: no sabía que su pueblo había sufrido tanto. Después, hoy, en el camino del aeropuerto a la plaza, todas esas fotografías de los mártires: se nota que este pueblo guarda aún memoria de sus mártires, que tanto sufrieron. Un pueblo de mártires… Y hoy al principio de esta celebración, he tocado a dos. Lo que les puedo decir es lo que ellos han dicho con su vida, con sus palabras sencillas… Contaban las cosas con una sencillez… pero con mucho dolor. Y nosotros les podemos preguntar: “¿Cómo han conseguido sobrevivir a tanta tribulación?”. Y nos dirán lo que hemos oído en este pasaje de la Segunda Carta a los Corintios: “Dios es Padre misericordioso y Dios de toda consolación. Él nos ha consolado”. Nos lo han dicho con esa sencillez. Han sufrido demasiado. Han sufrido físicamente, psíquicamente y también esa angustia de la incertidumbre: si los iban a fusilar o no, y así vivían, con esa angustia. Y el Señor los consolaba… Pienso en Pedro, en la cárcel, encadenado, con las cadenas; toda la Iglesia pedía por él. Y el Señor consoló a Pedro. Y a los mártires, y a estos dos que hemos escuchado hoy, el Señor los consoló porque había gente en la Iglesia, el pueblo de Dios –las viejecitas santas y buenas, tantas religiosas de clausura…– que rezaban por ellos. Y éste es el misterio de la Iglesia: cuando la Iglesia pide al Señor que consuele a su pueblo; y el Señor consuela humildemente, incluso a escondidas. Consuela en la intimidad del corazón y consuela con la fortaleza. Ellos –estoy seguro– no se enorgullecen de lo que han vivido, porque saben que ha sido el Señor quien los ha sostenido. Pero nos dicen algo. Nos dicen que para nosotros, que hemos sido llamados por el Señor a seguirlo de cerca, la única consolación viene de Él. Ay de nosotros si buscamos otro consuelo. Ay de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas, de las novicias, de los consagrados cuando buscan consuelo lejos del Señor. No quiero “fustigarlos”, hoy, no quiero convertirme en “verdugo”, pero tengan la certeza de que si buscan consuelo en otra parte no serán felices. 

Más aún: no podrás consolar a nadie porque tu corazón no se ha abierto al consuelo del Señor. Y acabarás, como dice el gran Elías al pueblo de Israel, “cojeando de dos piernas”. “Bendito sea Dios Padre, Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios”. Es lo que han hecho estos dos hoy. 
 
Humildemente, sin pretensiones, sin orgullo, haciéndonos un servicio: consolarnos. Nos dicen también: “Somos pecadores, pero el Señor ha estado con nosotros. Éste es el camino. No se desanimen”. Perdonen si les pongo hoy de ejemplo, pero todos debemos ser ejemplo para los demás. Vayamos a casa pensando: hoy hemos tocado a los mártires.



Discurso entregado:


Queridos hermanos y hermanas:


Me alegro de poder tener este encuentro con ustedes en su querida tierra; doy gracias al Señor y les agradezco a todos su acogida. Así les puedo expresar mejor mi apoyo a su tarea evangelizadora.


Cuando su país salió de la dictadura, las comunidades eclesiales se pusieron en marcha de nuevo y reorganizaron la acción pastoral, afrontando con esperanza el futuro. Quiero expresar especialmente mi reconocimiento a aquellos pastores que pagaron un alto precio por su fidelidad a Cristo y por su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro. Fueron valientes ante las dificultades y las pruebas. Todavía se encuentran entre nosotros sacerdotes y religiosos que sufrieron cárcel y persecución, como la hermana y el hermano que han compartido su propia experiencia. Los abrazo conmovido y alabo a Dios por su fiel testimonio, que estimula a toda la Iglesia a seguir anunciando el Evangelio con alegría.


A partir de esta experiencia, la Iglesia en Albania puede crecer en espíritu misionero y en entrega apostólica. Conozco y valoro cómo se oponen decididamente a las nuevas formas de “dictadura” que amenazan con esclavizar a los individuos y a las comunidades. Si el régimen ateo intentaba acabar con la fe, estas dictaduras, de forma más encubierta, pueden hacer desaparecer la caridad. Me refiero al individualismo, a la rivalidad y a los enfrentamientos exacerbados: es una mentalidad mundana que puede contagiar también a la comunidad cristiana. No se desanimen ante estas dificultades, no tengan miedo de mantenerse en el camino del Señor. Él está siempre a su lado y los asiste con su gracia para que se apoyen unos a otros, para que sean comprensivos y misericordiosos y acepten a cada uno como es, para que cultiven la comunión fraterna.


La evangelización es más eficaz cuando cuenta con iniciativas compartidas y con una sincera colaboración entre las diversas realidades eclesiales y entre los misioneros y el clero local: esto requiere determinación para no cejar en la búsqueda de formas de trabajo común y de ayuda recíproca en los campos de la catequesis, de la educación católica, así como en la promoción humana y en la caridad. En estos ámbitos, es valiosa también la aportación de los movimientos eclesiales, dispuestos a planificar y trabajar en comunión con sus Pastores y entre ellos. Es lo que veo aquí: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, una Iglesia que quiere caminar en fraternidad y en unidad.


Cuando el amor a Cristo está por encima de todo, incluso de las legítimas exigencias particulares, entonces es posible salir de uno mismo, de nuestras “minucias” personales y grupales, y salir al encuentro de Jesús en los hermanos; sus llagas son todavía visibles hoy en el cuerpo de tantos hombres y mujeres que tienen hambre y sed, que son humillados, que están en la cárcel o en los hospitales. Y precisamente tocando y sanando con ternura esas llegas, es posible vivir en profundidad el Evangelio y adorar a Dios vivo en medio de nosotros.


¡Son muchos los problemas que se presentan cada día! Todos ellos los estimulan a lanzarse con pasión a una generosa actividad apostólica. Sin embargo, sabemos que nosotros solos no podemos hacer nada: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1). Esta certeza nos invita a dar cada día el espacio debido al Señor, a dedicarle tiempo, a abrirle el corazón, para que actúe en nuestra vida y en nuestra misión. Lo que el Señor promete a la oración confiada y perseverante supera cuanto podamos imaginar (cf. Lc 11,11-12): además de lo que pedimos, nos da también el Espíritu Santo. La dimensión contemplativa es así indispensable en medio de los compromisos más urgentes e importantes. Cuanto más nos llama la misión a ir a las periferias existenciales, más siente nuestro corazón la íntima necesidad de estar unido al de Cristo, lleno de misericordia y de amor.


Y teniendo en cuenta que aún se necesitan más sacerdotes y consagrados, el Señor les repite también hoy a ustedes: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,37-38). No podemos olvidar que esta oración está precedida por una mirada: la mirada de Jesús que ve la abundancia de la cosecha. ¿Tenemos también nosotros esta mirada? ¿Sabemos reconocer la abundancia de los frutos que la gracia de Dios ha hecho crecer y la labor que hay que hacer en el campo del Señor? De esta mirada de fe sobre el campo de Dios, nace la oración, la petición cotidiana e insistente al Señor por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Ustedes, queridos seminaristas, y ustedes, queridos postulantes y novicios, son fruto de esta oración del pueblo de Dios, que siempre precede y acompaña su respuesta personal. La Iglesia de Albania tiene necesidad de su entusiasmo y de su generosidad. El tiempo que hoy dedican a una sólida formación espiritual, teológica, comunitaria y pastoral, dará fruto oportuno en su futuro servicio al pueblo de Dios. La gente, más que maestros, busca testigos: testigos humildes de la misericordia y de la ternura de Dios; sacerdotes y religiosos configurados con Cristo Buen Pastor, capaces de comunicar a todos la caridad de Cristo.


En este sentido, junto a ustedes y a todo el pueblo de Albania, quiero dar gracias a Dios por tantos misioneros y misioneras, cuya acción ha sido determinante para que la Iglesia resurja en Albania y todavía hoy sigue teniendo gran relevancia. Ellos han contribuido notablemente a consolidar el patrimonio espiritual que obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos albaneses conservaron en medio de durísimas pruebas y tribulaciones. Pensemos en el gran trabajo hecho por los institutos religiosos para el relanzamiento de la educación católica: este trabajo merece reconocimiento y apoyo.


Queridos hermanos y hermanas, no se desanimen ante las dificultades; siguiendo las huellas de sus antepasados, den testimonio de Cristo con perseverancia, caminando “juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda”. En este camino, siéntanse siempre acompañados y sostenidos por el afecto de toda la Iglesia. Les agradezco de corazón este encuentro y encomiendo a cada uno de ustedes y a sus comunidades, sus proyectos y esperanzas a la Santa Madre de Dios. Los bendigo afectuosamente y les pido, por favor, que recen por mí.


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ENCUENTRO CON LOS NIÑOS DEL CENTRO BETANIA
Y CON UNA REPRESENTACIÓN DE ASISTIDOS DE
OTROS CENTROS CARITATIVOS DE ALBANIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Iglesia del Centro Betania (Tirana)
Domingo 21 de septiembre de 2014





Queridos hermanos del Centro Betania:


Les agradezco de corazón su gozosa acogida. Y, sobre todo, les agradezco la hospitalidad que cada día dan a tantos niños y adolescentes necesitados de atención, de ternura, de un ambiente sereno y de personas amigas, que sean también verdaderos educadores, ejemplos de vida, y en las que encuentren apoyo.


En lugares como éste, todos confirmamos nuestra fe, se nos hace más fácil creer, porque vemos la fe hecha caridad concreta. La vemos dar luz y esperanza a situaciones de gran dificultad; vemos que se enciende de nuevo en el corazón de personas tocadas por el Espíritu de Jesús, que decía: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí» (Mc 9, 37). Esta fe que actúa en la caridad mueve las montañas de la indiferencia, de la incredulidad y de la indolencia, y abre los corazones y las manos para hacer el bien y difundirlo. La Buena Noticia de que Jesús ha resucitado y está vivo en medio de nosotros pasa a través de gestos humildes y simples de servicio a los pequeños.


Además, este Centro demuestra que es posible la convivencia pacífica y fraterna entre personas de distintas etnias y diversas confesiones religiosas. Aquí las diferencias no impiden la armonía, la alegría y la paz; es más, se convierten en ocasión para profundizar en el conocimiento y en la comprensión mutua. Las diversas experiencias religiosas se abren al amor respetuoso y operante con el prójimo; cada comunidad religiosa se expresa con el amor y no con la violencia, no se avergüenza de la bondad. Quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza.


El bien es premio en sí mismo y nos acerca a Dios, Sumo Bien. Nos hace pensar como Él, nos hace ver la realidad de nuestra vida a la luz de su proyecto de amor para cada uno de nosotros, nos permite disfrutar de las pequeñas alegrías de cada día y nos sostiene en las dificultades y en las pruebas. El bien paga infinitamente mejor que el dinero, que nos defrauda porque hemos sido creados para recibir y comunicar el amor de Dios, y no para medir las cosas por el dinero y el poder, que es el peligro que nos mata a todos.


Queridos amigos, en su saludo, la Directora ha recordado las etapas que ha recorrido su asociación y las obras que han nacido de la intuición de la fundadora, la Señora Antonietta Vitale –a la que saludo cordialmente y agradezco su acogida–, ha subrayado la ayuda de los bienhechores y el desarrollo de las diversas iniciativas. Ha hablado de la gran cantidad de niños amorosamente acogidos y atendidos. Mirjan, por su parte, ha dado testimonio de su experiencia personal, de su entusiasmo y gratitud por un encuentro que ha transformado su existencia y le ha abierto nuevos horizontes, con nuevos amigos y con un Amigo todavía más grande y mejor que los demás: Jesús. Ha dicho una cosa muy significativa a propósito de los voluntarios que colaboran aquí; ha dicho: «Desde hace 15 años se sacrifican con alegría por amor a Jesús y a nosotros». Es una frase que revela cómo entregarse por amor a Jesús produce alegría y esperanza, y cómo servir a los hermanos se transforma en reinar con Dios. Estas palabras de Mirjan-Paolo pueden resultar paradójicas para buena parte de nuestro mundo, que no acaba de comprenderlas y ansía encontrar la clave de la propia existencia en las riquezas terrenas, en el poder y en la pura diversión, donde sólo encuentra alienación y confusión.


El secreto de una existencia plena es amar y entregarse por amor. Ahí se encuentra la fuerza para “sacrificarse con alegría”, y el compromiso más exigente se convierte en fuente de mayor alegría. Así no asustan las opciones de vida definitivas, que aparecen, a su verdadera luz, como un modo de realizar plenamente la libertad personal.


Que el Señor Jesús y su Madre, la Virgen María, bendigan su Asociación, este Centro Betania y los otros centros que la caridad ha hecho surgir y la Providencia crecer. Que bendigan a todos los voluntarios, a los bienhechores y a todos los niños y adolescentes. Su patrón, san Antonio de Padua, los acompañe en el camino. Continúen con confianza sirviendo al Señor en los pobres y en los abandonados, y pidiéndole que los corazones y las mentes de todos se abran al bien, a la caridad operante, fuente de auténtica alegría. Les pido, por favor, que recen por mí y de corazón los bendigo.


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RUEDA DE PRENSA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA

Domingo 21 de septiembre de 2014



(Padre Lombardi) –Estamos muy agradecidos al Santo Padre por estar con nosotros al final de una jornada tan agotadora. Está dispuesto a contestar algunas preguntas, pero pocas y sobre el viaje. Y hemos decidido que las hagan nuestros tres colegas albaneses, que han realizado todo el viaje con nosotros: fueron a Roma precisamente para viajar con usted, y ahora regresan de nuevo Roma para concluir la experiencia con usted. Son de tres televisiones albanesas. Empezamos con la señora Mira Tuci, de la Televisión Nacional Albanesa.



(Periodista) – Su Santidad llevaba una idea en su mente para los albaneses, para Albania: cómo el albanés ha sufrido, pero es también tolerante. ¿Ha encontrado alguna otra cualidad en los albaneses con los que ha entrado en contacto? ¿Son éstas las actitudes adecuadas para hacer volver el águila al nido?


(Papa Francisco) – Diría que he precisado un poco esas cosas que usted dice. El sufrimiento que ustedes los albaneses han pasado lo he visto más de cerca. En cuanto a lo de tolerante, cambio la palabra. El albanés no es tolerante; es hermano. Tiene la capacidad para la fraternidad, que es más. Y esto se ve en la convivencia, en la colaboración entre los musulmanes, los ortodoxos y los católicos. Colaboran, pero como hermanos, ¿no? Y, además, otra cosa que me ha llamado la atención desde el primer momento es la juventud del país. Cuando he hecho este comentario, me han dicho que es el país más joven de Europa. Albania tiene –se ve claramente– un desarrollo superior en la cultura y también en la gobernanza gracias a esta fraternidad.


(Periodista) – Su Santidad, recorriendo el bulevar central de Tirana, con las fotografías de los clérigos martirizados durante el régimen comunista, en un país al que le fue impuesto el ateísmo de Estado hasta hace 25 años, ¿ha tenido algún sentimiento particular?


(Papa Francisco) – Hace dos meses que vengo estudiando un poco ese período difícil de Albania para entenderlo. He estudiado también un poco sus orígenes. Ustedes tienen unas raíces culturales bellísimas y recias, de gran cultura desde el principio. He estudiado este período y sí fue un período cruel: el nivel de crueldad fue terrible. Cuando veía estas fotografías… –pero no sólo los católicos, también ortodoxos, también los musulmanes–, pensaba en las palabras que les decían: “No debes creer en Dios”. –“Sí, yo creo”. Pam, y acababan con él. Por eso digo que las tres religiones han dado testimonio de Dios y ahora dan testimonio de fraternidad.


(Periodista) – Su Santidad, usted ha visitado Albania, un país de mayoría musulmana. Pero la visita ha tenido lugar en un momento difícil de la situación global. Usted mismo ha dicho que la tercera guerra mundial ya ha comenzado. ¿El mensaje de su visita es sólo para los albaneses o va más allá?


(Papa Francisco) – No: va más allá. Va más allá. Albania ha hecho un camino de paz, de convivencia y de colaboración que va más allá, va a otros países que tienen igualmente varias raíces étnicas. Usted ha dicho: “un país de mayoría musulmana”; sí, pero no es un país musulmán. Es un país europeo. Para mí esto ha sido una sorpresa. Albania es un país europeo, precisamente por su cultura –la cultura de convivencia, también por la cultura histórica que ha tenido–.


(Periodista) – Acaba de hacer este viaje a Albania, que está en Europa, ¿cuáles serán los próximos?


(Papa Francisco) – Sí: no puedo cambiar la geografía. Los próximos viajes serán el 25 de noviembre a Estrasburgo, Consejo de Europa y Parlamento Europeo, los dos. Y luego, el 28 –quizás– a Turquía, para estar allí en la fiesta del día 30, San Andrés, con el Patriarca Bartolomé.


(Periodista) – Santidad, hemos percibido que usted tiene una visión de Albania un poco diversa de la que tienen los europeos, es decir: nosotros vemos a Europa casi como la Unión Europea; usted ha querido que el primer país europeo que visita sea un país de la periferia, que no pertenece a la Unión Europea. ¿Qué puede decir a los que miran sólo a la Europa de los “poderosos”?


(Papa Francisco) – Que es un mensaje, este viaje mío, es un signo: es un signo que quiero hacer.


(Periodista) – Creo que es la primera vez que lo hemos visto llorar; se conmovió en aquel encuentro: pienso que ha sido el momento más conmovedor de todo el viaje.


(Papa Francisco) – Oír hablar a un mártir de su propio martirio es duro. Creo que todos los que estábamos allí nos emocionamos: todos. Y esos testigos hablaban como si se tratase de otro, con una naturalidad, con una humildad… A mí me ha hecho bien esto. Muchas gracias y que tengan buena cena.


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