CIUDAD
DE VATICANO, 2 octubre 2014 (VIS).- ''Nuestro encuentro está
marcado por el sufrimiento que compartimos, por las guerras que
atraviesan diversas regiones de Oriente Medio y en particular por la
violencia que padecen los cristianos y miembros de otras minorías
religiosas, especialmente en Irak y Siria''. Con estas palabras
el Papa FRANCISCO ha recibido esta mañana a Su Santidad Mar Dinkha
IV, Catholicos Patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente. ''Cuando
pensamos en su sufrimiento -ha añadido- es natural ir más
allá de las distinciones de rito o de confesión: en ellos es el
cuerpo de Cristo que, incluso hoy en día, es herido, golpeado,
humillado. No hay razones, religiosas, políticas o económicas que
justifiquen lo que está sucediendo a cientos de miles de hombres,
mujeres y niños inocentes. Nos sentimos profundamente unidos en la
oración de intercesión y en la acción de la caridad para los
miembros del cuerpo de Cristo que tanto sufren''.
''Su
visita -ha dicho después el Obispo de Roma- es un paso más
en el camino de un acercamiento cada vez mayor y de comunión
espiritual entre nosotros, después de las amargas incomprensiones de
los últimos siglos. Hace ya veinte años, la Declaración
cristológica común que firmó con mi predecesor, el Papa San Juan
Pablo II, representó un hito en nuestro camino hacia la plena
comunión. En ella reconocimos que confesábamos la única fe de los
apóstoles, la fe en la divinidad y la humanidad de nuestro Señor
Jesucristo, unidas en una sola persona, sin confusión ni cambio, sin
división ni separación''.
Por
último, el Papa se ha referido a los trabajos de la Comisión Mixta
para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia
asiria de Oriente, que acompaña con la oración ''con el fin de
que a través de él se acerque el día bendito en que celebremos en
el mismo altar el sacrificio de alabanza, que nos hará uno en
Cristo... Lo que nos une -ha reiterado- es ya mucho más que
lo que nos divide; por eso nos sentimos impulsados por el Espíritu
Santo a intercambiar desde ahora los tesoros espirituales de nuestras
tradiciones eclesiásticas, para vivir, como verdaderos hermanos,
compartiendo los dones que el Señor no deja de hacer a nuestras
iglesias como signo de su bondad y misericordia''.