“La pandemia también ha golpeado a Mali -continúa la religiosa - la prevención y concienciación de la población continúa, aunque lamentablemente hay muchos negacionistas y se hace difícil llevarla a cabo con criterio. Los casos, en relación a la densidad de población, no son muchos. En nuestro pueblo de 200.000 habitantes se registran uno o dos al día. En el centro de mujeres que gestionamos aquí en Kati hicimos mascarillas. Después del cierre por los disturbios que azotaron el país y el Covid, las escuelas habían vuelto a abrir, pero a causa de la segunda ola de la pandemia se han vuelto a cerrar. Aquí la gente vive en la calle y no se queda encerrada en sus casas, las actividades comunes como mercados y comercios no han parado, por ese el apostolado continúa también, con mascarillas. Tuvimos que suspender las lecciones de catecismo vinculadas a la escuela. Con menos frecuencia seguimos yendo al pueblo para hacer catequesis y animación a mujeres cristianas y no cristianas. Realizamos las actividades de nuestro centro profesional, perforación de pozos y cría de animales”.
“La escuela católica es muy frecuentada, no solo por los niños cristianos sino también por los musulmanes - prosigue la hermana Myriam - no tenemos subsidios para dar a conocer contenidos cristianos y empiezan a llegar algunas sectas. Las iniciativas de solidaridad de las mujeres se llevan a cabo junto con quienes las aceptan. Para los desempleados se intenta crear iniciativas de empleo, pero la inestabilidad del país dificulta que sean duraderas. Vemos que la violencia y la caza furtiva han aumentado. En anticipación a este Año de la Familia, los encuentros y los gestos de solidaridad se multiplicarán a favor de todos”, concluye la religiosa.