ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET
Plaza
de San Pedro
Jueves 29 de Diciembre de 2013
Jueves 29 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En este primer domingo después de
Navidad, la Liturgia nos invita a
celebrar la fiesta de la Sagrada
Familia de Nazaret. En efecto, cada
belén nos muestra a Jesús junto a la
Virgen y a san José, en la cueva de
Belén. Dios quiso nacer en una
familia humana, quiso tener una
madre y un padre, como nosotros.
Y hoy el Evangelio nos presenta a
la Sagrada Familia por el camino
doloroso del destierro, en busca de
refugio en Egipto. José, María y
Jesús experimentan la condición
dramática de los refugiados, marcada
por miedo, incertidumbre,
incomodidades (cf. Mt 2,
13-15.19-23). Lamentablemente, en
nuestros días, millones de familias
pueden reconocerse en esta triste
realidad. Casi cada día la
televisión y los periódicos dan
noticias de refugiados que huyen del
hambre, de la guerra, de otros
peligros graves, en busca de
seguridad y de una vida digna para
sí mismos y para sus familias.
En tierras lejanas, incluso
cuando encuentran trabajo, no
siempre los refugiados y los
inmigrantes encuentran auténtica
acogida, respeto, aprecio por los
valores que llevan consigo. Sus
legítimas expectativas chocan con
situaciones complejas y dificultades
que a veces parecen insuperables.
Por ello, mientras fijamos la mirada
en la Sagrada Familia de Nazaret en
el momento en que se ve obligada a
huir, pensemos en el drama de los
inmigrantes y refugiados que son
víctimas del rechazo y de la
explotación, que son víctimas de la
trata de personas y del trabajo
esclavo. Pero pensemos también en
los demás «exiliados»: yo les
llamaría «exiliados ocultos», esos
exiliados que pueden encontrarse en
el seno de las familias mismas: los
ancianos, por ejemplo, que a veces
son tratados como presencias que
estorban. Muchas veces pienso que un
signo para saber cómo va una familia
es ver cómo se tratan en ella a los
niños y a los ancianos.
Jesús quiso pertenecer a una
familia que experimentó estas
dificultades, para que nadie se
sienta excluido de la cercanía
amorosa de Dios. La huida a Egipto
causada por las amenazas de Herodes
nos muestra que Dios está allí donde
el hombre está en peligro, allí
donde el hombre sufre, allí donde
huye, donde experimenta el rechazo y
el abandono; pero Dios está también
allí donde el hombre sueña, espera
volver a su patria en libertad,
proyecta y elige en favor de la vida
y la dignidad suya y de sus
familiares.
Hoy, nuestra mirada a la Sagrada
Familia se deja atraer también por
la sencillez de la vida que ella
lleva en Nazaret. Es un ejemplo que
hace mucho bien a nuestras familias,
les ayuda a convertirse cada vez más
en una comunidad de amor y de
reconciliación, donde se experimenta
la ternura, la ayuda mutua y el
perdón recíproco. Recordemos las
tres palabras clave para vivir en
paz y alegría en la familia:
permiso, gracias, perdón. Cuando en
una familia no se es entrometido y
se pide «permiso», cuando en una
familia no se es egoísta y se
aprende a decir «gracias», y cuando
en una familia uno se da cuenta que
hizo algo malo y sabe pedir
«perdón», en esa familia hay paz y
hay alegría. Recordemos estas tres
palabras. Pero las podemos repetir
todos juntos: permiso, gracias,
perdón. (Todos: permiso, gracias,
perdón) Desearía alentar también
a las familias a tomar conciencia de
la importancia que tienen en la
Iglesia y en la sociedad. El anuncio
del Evangelio, en efecto, pasa ante
todo a través de las familias, para
llegar luego a los diversos ámbitos
de la vida cotidiana.
Invoquemos con fervor a María
santísima, la Madre de Jesús y Madre
nuestra, y a san José, su esposo.
Pidámosle a ellos que iluminen,
conforten y guíen a cada familia del
mundo, para que puedan realizar con
dignidad y serenidad la misión que
Dios les ha confiado.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo Consistorio y el
próximo Sínodo de los obispos
afrontarán el tema de la familia, y
la fase preparatoria ya comenzó hace
tiempo. Por ello hoy, fiesta de la
Sagrada Familia, deseo encomendar a
Jesús, María y José este trabajo
sinodal, rezando por las familias de
todo el mundo. Os invito a uniros
espiritualmente a mí en la oración
que recito ahora.
Jesús, María y
José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
escuchad, acoged nuestra súplica.
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FIESTA DE SAN ESTEBAN
Plaza de San Pedro
Domingo 26 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Vosotros no tenéis miedo a la
lluvia, ¡sois buenos!
La liturgia prolonga la
solemnidad de la Navidad durante
ocho días: un tiempo de alegría para
todo el pueblo de Dios. Y en este
segundo día de la octava, en la
alegría de la Navidad, se introduce
la fiesta de san Esteban, el primer
mártir de la Iglesia. El libro de
los Hechos de los apóstoles
nos lo presenta como un «hombre
lleno de fe y de Espíritu Santo» (6,
5), elegido junto a otros seis para
la atención de las viudas y los
pobres en la primera comunidad de
Jerusalén. Y nos relata su martirio:
cuando, tras un discurso de fuego
que suscitó la ira de los miembros
del Sanedrín, fue arrastrado fuera
de las murallas de la ciudad y
lapidado. Esteban murió como Jesús,
pidiendo el perdón para sus asesinos
(7, 55-60).
En el clima gozoso de la Navidad,
esta conmemoración podría parecer
fuera de lugar. La Navidad, en
efecto, es la fiesta de la vida y
nos infunde sentimientos de
serenidad y de paz. ¿Por qué
enturbiarla con el recuerdo de una
violencia tan atroz? En realidad, en
la óptica de la fe, la fiesta de san
Esteban está en plena sintonía con
el significado profundo de la
Navidad. En el martirio, en efecto,
la violencia es vencida por el amor;
la muerte por la vida. La Iglesia ve
en el sacrificio de los mártires su
«nacimiento al cielo». Celebremos
hoy, por lo tanto, el «nacimiento»
de Esteban, que brota en profundidad
del Nacimiento de Cristo. Jesús
transforma la muerte de quienes le
aman en aurora de vida nueva.
En el martirio de Esteban se
reproduce la misma confrontación
entre el bien y el mal, entre el
odio y el perdón, entre la
mansedumbre y la violencia, que tuvo
su culmen en la Cruz de Cristo. La
memoria del primer mártir de este
modo disipa, inmediatamente, una
falsa imagen de la Navidad: la
imagen fantástica y empalagosa, que
en el Evangelio no existe. La
liturgia nos conduce al sentido
auténtico de la Encarnación,
vinculando Belén con el Calvario y
recordándonos que la salvación
divina implica la lucha con el
pecado, que pasa a través de la
puerta estrecha de la Cruz. Éste es
el camino que Jesús indicó
claramente a sus discípulos, como
atestigua el Evangelio de hoy:
«Seréis odiados por todos a causa de
mi nombre; pero el que persevere
hasta el final, se salvará» (Mt
10, 22).
Por ello hoy rezamos de modo
especial por los cristianos que
sufren discriminaciones a causa del
testimonio dado por Cristo y el
Evangelio. Estamos cercanos a estos
hermanos y hermanas que, como san
Esteban, son acusados injustamente y
convertidos en objeto de violencias
de todo tipo. Estoy seguro de que,
lamentablemente, son más numerosos
hoy que en los primeros tiempos de
la Iglesia. ¡Son muchos! Esto sucede
especialmente allí donde la libertad
religiosa aún no está garantizada o
no se realiza plenamente. Sin
embargo, sucede que en países y
ambientes que en papel tutelan la
libertad y los derechos humanos,
pero donde, de hecho, los creyentes,
y especialmente los cristianos,
encuentran limitaciones y
discriminaciones. Desearía pediros
que recéis un momento en silencio
por estos hermanos y hermanas [...]
Y los encomendamos a la Virgen [Avemaría...
]. Para el cristiano esto no
sorprende, porque Jesús lo anunció
como ocasión propicia para dar
testimonio. Sin embargo, a nivel
civil, la injusticia se debe
denunciar y eliminar. Que María,
Reina de los mártires, nos ayude a
vivir la Navidad con ese ardor de fe
y amor que resplandece en san
Esteban y en todos los mártires de
la Iglesia.
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Plaza
de San Pedro
IV Domingo de Adviento, Domingo 22 de Diciembre de 2013
IV Domingo de Adviento, Domingo 22 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En este cuarto domingo de
Adviento, el Evangelio nos relata
los hechos que precedieron el
nacimiento de Jesús, y el
evangelista Mateo los presenta desde
el punto de vista de san José, el
prometido esposo de la Virgen María.
José y María vivían en Nazaret;
aún no vivían juntos, porque el
matrimonio no se había realizado
todavía. Mientras tanto, María,
después de acoger el anuncio del
Ángel, quedó embarazada por obra del
Espíritu Santo. Cuando José se dio
cuenta del hecho, quedó
desconcertado. El Evangelio no
explica cuáles fueron sus
pensamientos, pero nos dice lo
esencial: él busca cumplir la
voluntad de Dios y está preparado
para la renuncia más radical. En
lugar de defenderse y hacer valer
sus derechos, José elige una
solución que para él representa un
enorme sacrificio. Y el Evangelio
dice: «Como era justo y no quería
difamarla, decidió repudiarla en
privado» (1, 19).
Esta breve frase resume un
verdadero drama interior, si
pensamos en el amor que José tenía
por María. Pero también en esa
circunstancia José quiere hacer la
voluntad de Dios y decide,
seguramente con gran dolor, repudiar
a María en privado. Hay que meditar
estas palabras para comprender cuál
fue la prueba que José tuvo que
afrontar los días anteriores al
nacimiento de Jesús. Una prueba
semejante a la del sacrificio de
Abrahán, cuando Dios le pidió el
hijo Isaac (cf. Gn 22):
renunciar a lo más precioso, a la
persona más amada.
Pero, como en el caso de Abrahán,
el Señor interviene: encontró la fe
que buscaba y abre una vía diversa,
una vía de amor y de felicidad:
«José —le dice— no temas acoger a
María, tu mujer, porque la criatura
que hay en ella viene del Espíritu
Santo» (Mt 1, 20).
Este Evangelio nos muestra toda
la grandeza del alma de san José. Él
estaba siguiendo un buen proyecto de
vida, pero Dios reservaba para él
otro designio, una misión más
grande. José era un hombre que
siempre dejaba espacio para escuchar
la voz de Dios, profundamente
sensible a su secreto querer, un
hombre atento a los mensajes que le
llegaban desde lo profundo del
corazón y desde lo alto. No se
obstinó en seguir su proyecto de
vida, no permitió que el rencor le
envenenase el alma, sino que estuvo
disponible para ponerse a
disposición de la novedad que se le
presentaba de modo desconcertante. Y
así, era un hombre bueno. No odiaba,
y no permitió que el rencor le
envenenase el alma. ¡Cuántas veces a
nosotros el odio, la antipatía, el
rencor nos envenenan el alma! Y esto
hace mal. No permitirlo jamás: él es
un ejemplo de esto. Y así, José
llegó a ser aún más libre y grande.
Aceptándose según el designio del
Señor, José se encuentra plenamente
a sí mismo, más allá de sí mismo.
Esta libertad de renunciar a lo que
es suyo, a la posesión de la propia
existencia, y esta plena
disponibilidad interior a la
voluntad de Dios, nos interpelan y
nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a
celebrar la Navidad contemplando a
María y a José: María, la mujer
llena de gracia que tuvo la valentía
de fiarse totalmente de la Palabra
de Dios; José, el hombre fiel y
justo que prefirió creer al Señor en
lugar de escuchar las voces de la
duda y del orgullo humano. Con
ellos, caminamos juntos hacia Belén.
Después del Ángelus
Leo allí, escrito en grande: «Los
pobres no pueden esperar». ¡Es
hermoso! Y esto me hace pensar que
Jesús nació en un establo, no en una
casa. Después tuvo que huir, ir a
Egipto para salvar la vida. Al
final, volvió a su casa, a Nazaret.
Hoy pienso, al leer ese cartel, en
tantas familias sin casa, sea porque
jamás la han tenido, sea porque la
han perdido por diversos motivos.
Familia y casa van unidos. Es muy
difícil llevar adelante una familia
sin habitar en una casa. En estos
días de Navidad, invito a todos
—personas, entidades sociales,
autoridades— a hacer todo lo posible
para que cada familia pueda tener
una casa.
Deseo a todos un feliz domingo y
una Navidad de esperanza, de
justicia y de fraternidad. ¡Buen
almuerzo y hasta la vista!
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Plaza
de San Pedro
III Domingo de Adviento "Gaudete", 15 de Diciembre de 2013
III Domingo de Adviento "Gaudete", 15 de Diciembre de 2013
¡Gracias! Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es el tercer domingo de
Adviento, llamado también domingo de
Gaudete, es decir, domingo de
la alegría. En la liturgia resuena
repetidas veces la invitación a
gozar, a alegrarse. ¿Por qué? Porque
el Señor está cerca. La Navidad está
cercana. El mensaje cristiano se
llama «Evangelio», es decir, «buena
noticia», un anuncio de alegría para
todo el pueblo; la Iglesia no es un
refugio para gente triste, la
Iglesia es la casa de la alegría. Y
quienes están tristes encuentran en
ella la alegría, encuentran en ella
la verdadera alegría.
Pero la alegría del Evangelio no
es una alegría cualquiera. Encuentra
su razón de ser en el saberse
acogidos y amados por Dios. Como nos
recuerda hoy el profeta Isaías (cf.
35, 1-6a.8a.10), Dios es Aquél que
viene a salvarnos, y socorre
especialmente a los extraviados de
corazón. Su venida en medio de
nosotros fortalece, da firmeza, dona
valor, hace exultar y florecer el
desierto y la estepa, es decir,
nuestra vida, cuando se vuelve
árida.
¿Cuándo llega a ser árida
nuestra vida? Cuando no tiene el
agua de la Palabra de Dios y de su
Espíritu de amor. Por más grandes
que sean nuestros límites y nuestros
extravíos, no se nos permite ser
débiles y vacilantes ante las
dificultades y ante nuestras
debilidades mismas. Al contrario,
estamos invitados a robustecer las
manos, a fortalecer las rodillas, a
tener valor y a no temer, porque
nuestro Dios nos muestra siempre la
grandeza de su misericordia. Él nos
da la fuerza para seguir adelante.
Él está siempre con nosotros para
ayudarnos a seguir adelante. Es un
Dios que nos quiere mucho, nos ama y
por ello está con nosotros, para
ayudarnos, para robustecernos y
seguir adelante. ¡Ánimo! ¡Siempre
adelante! Gracias a su ayuda podemos
siempre recomenzar de nuevo. ¿Cómo?
¿Recomenzar desde el inicio? Alguien
puede decirme: «No, Padre, yo he
hecho muchas cosas... Soy un gran
pecador, una gran pecadora... No
puedo recomenzar desde el inicio».
¡Te equivocas! Tú puedes recomenzar
de nuevo. ¿Por qué? Porque Él te
espera, Él está cerca de ti, Él te
ama, Él es misericordioso, Él te
perdona, Él te da la fuerza para
recomenzar de nuevo. ¡A todos!
Entonces somos capaces de volver a
abrir los ojos, de superar tristeza
y llanto y entonar un canto nuevo.
Esta alegría verdadera permanece
también en la prueba, incluso en el
sufrimiento, porque no es una
alegría superficial, sino que
desciende en lo profundo de la
persona que se fía de Dios y confía
en Él.
La alegría cristiana, al igual
que la esperanza, tiene su
fundamento en la fidelidad de Dios,
en la certeza de que Él mantiene
siempre sus promesas. El profeta
Isaías exhorta a quienes se
equivocaron de camino y están
desalentados a confiar en la
fidelidad del Señor, porque su
salvación no tardará en irrumpir en
su vida. Quienes han encontrado a
Jesús a lo largo del camino,
experimentan en el corazón una
serenidad y una alegría de la que
nada ni nadie puede privarles.
Nuestra alegría es Jesucristo, su
amor fiel e inagotable. Por ello,
cuando un cristiano llega a estar
triste, quiere decir que se ha
alejado de Jesús. Entonces, no hay
que dejarle solo. Debemos rezar por
él, y hacerle sentir el calor de la
comunidad.
Que la Virgen María nos ayude a
apresurar el paso hacia Belén, para
encontrar al Niño que nació por
nosotros, por la salvación y la
alegría de todos los hombres. A ella
le dice el Ángel: «Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo» (Lc
1, 28). Que ella nos conceda vivir
la alegría del Evangelio en la
familia, en el trabajo, en la
parroquia y en cada ambiente. Una
alegría íntima, hecha de asombro y
ternura. La alegría que experimenta
la mamá cuando contempla a su niño
recién nacido, y siente que es un
don de Dios, un milagro por el cual
sólo se puede agradecer.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, lo
siento por vosotros que estáis bajo
la lluvia. Pero yo estoy con
vosotros, desde aquí... ¡Sois
valientes! ¡Gracias!
Hoy el primer saludo está
reservado a los niños de Roma,
llegados para la tradicional
bendición de los «Bambinelli»,
organizada por el «Centro Oratori
Romani». Queridos niños, cuando
recéis ante vuestro belén, recordaos
también de mí, como yo me acuerdo de
vosotros. Os agradezco, y ¡feliz
Navidad!
Saludo a las familias, a los
grupos parroquiales, a las
asociaciones y a los peregrinos
procedentes de Roma, de Italia y de
muchas partes del mundo, en especial
de España y Estados Unidos. Con
afecto saludo a los muchachos de
Zambia, y les deseo que lleguen a
ser «piedras vivas» para construir
una sociedad más humana. Extiendo
este deseo a todos los jóvenes aquí
presentes, especialmente a los de
Piscopio y Gallipoli, y a los
universitarios de la Acción Católica
de Basilicata.
A todos vosotros os deseo un
feliz domingo y buen almuerzo.
¡Hasta la vista!
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SOLEMNIDAD
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE LA VIRGEN MARÍA
Plaza de San Pedro
II Domingo de Adviento, 8 de Diciembre de 2013
DE LA VIRGEN MARÍA
Plaza de San Pedro
II Domingo de Adviento, 8 de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Este segundo domingo de Adviento
cae en el día de la fiesta de la
Inmaculada Concepción de María, y
así nuestra mirada es atraída por la
belleza de la Madre de Jesús,
nuestra Madre. Con gran alegría la
Iglesia la contempla «llena de
gracia» (Lc 1, 28), y
comenzando con estas palabras la
saludamos todos juntos: «llena de
gracia». Digamos tres veces: «Llena
de gracia». Todos: ¡Llena de gracia!
¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia!
Así, Dios la miró desde el primer
instante en su designio de amor. La
miró bella, llena de gracia. ¡Es
hermosa nuestra madre! María nos
sostiene en nuestro camino hacia la
Navidad, porque nos enseña cómo
vivir este tiempo de Adviento en
espera del Señor. Porque este tiempo
de Adviento es una espera del Señor,
que nos visitará a todos en la
fiesta, pero también a cada uno en
nuestro corazón. ¡El Señor viene!
¡Esperémosle!
El Evangelio de san Lucas nos
presenta a María, una muchacha de
Nazaret, pequeña localidad de
Galilea, en la periferia del Imperio
romano y también en la periferia de
Israel. Un pueblito. Sin embargo en
ella, la muchacha de aquel pueblito
lejano, sobre ella, se posó la
mirada del Señor, que la eligió para
ser la madre de su Hijo. En vista de
esta maternidad, María fue
preservada del pecado original, o
sea de la fractura en la comunión
con Dios, con los demás y con la
creación que hiere profundamente a
todo ser humano. Pero esta fractura
fue sanada anticipadamente en la
Madre de Aquél que vino a liberarnos
de la esclavitud del pecado. La
Inmaculada está inscrita en el
designio de Dios; es fruto del amor
de Dios que salva al mundo.
La Virgen no se alejó jamás de
ese amor: toda su vida, todo su ser
es un «sí» a ese amor, es un «sí» a
Dios. Ciertamente, no fue fácil para
ella. Cuando el Ángel la llamó
«llena de gracia» (Lc 1, 28),
ella «se turbó grandemente», porque
en su humildad se sintió nada ante
Dios. El Ángel la consoló: «No
temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús» (vv.
30-31). Este anuncio la confunde aún
más, también porque todavía no se
había casado con José; pero el Ángel
añade: «El Espíritu Santo vendrá
sobre ti y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra. Por eso el
Santo que va a nacer será llamado
Hijo de Dios» (v. 35). María
escucha, obedece interiormente y
responde: «He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu
palabra» (v. 38).
El misterio de esta muchacha de
Nazaret, que está en el corazón de
Dios, no nos es extraño. No está
ella allá y nosotros aquí. No,
estamos conectados. De hecho, Dios
posa su mirada de amor sobre cada
hombre y cada mujer, con nombre y
apellido. Su mirada de amor está
sobre cada uno de nosotros. El
apóstol Pablo afirma que Dios «nos
eligió en Cristo antes de la
fundación del mundo, para que
fuéramos santos e intachables» (Ef
1, 4). También nosotros, desde
siempre, hemos sido elegidos por
Dios para vivir una vida santa,
libre del pecado. Es un proyecto de
amor que Dios renueva cada vez que
nosotros nos acercamos a Él,
especialmente en los Sacramentos.
En esta fiesta, entonces,
contemplando a nuestra Madre
Inmaculada, bella, reconozcamos
también nuestro destino verdadero,
nuestra vocación más profunda: ser
amados, ser transformados por el
amor, ser transformados por la
belleza de Dios. Mirémosla a ella,
nuestra Madre, y dejémonos mirar por
ella, porque es nuestra Madre y nos
quiere mucho; dejémonos mirar por
ella para aprender a ser más
humildes, y también más valientes en
el seguimiento de la Palabra de
Dios; para acoger el tierno abrazo
de su Hijo Jesús, un abrazo que nos
da vida, esperanza y paz.
Después del Ángelus
Nos unimos espiritualmente a la
Iglesia que vive en América del
Norte, que hoy recuerda la fundación
de su primera parroquia, hace 350
años: Nuestra Señora de Quebec.
Damos gracias por el camino
realizado desde entonces,
especialmente por los santos y
mártires que fecundaron esas
tierras. Bendigo de corazón a todos
los fieles que celebran este
jubileo.
Hoy por la tarde, siguiendo una
antigua tradición, iré a la Plaza de
España, para rezar junto al
monumento de la Inmaculada. Os pido
que os unáis espiritualmente a mí en
esta peregrinación, que es un acto
de devoción filial a María, para
confiarle la ciudad de Roma, la
Iglesia y toda la humanidad. De
regreso iré un momento a Santa María
la Mayor para saludar con la oración
a la «Salus Populi Romani» y rezar
por todos vosotros, por todos los
romanos.
A todos deseo un feliz domingo y
feliz fiesta de nuestra Madre. ¡Buen
almuerzo y hasta pronto!
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Plaza
de San Pedro
Domingo 1° de Diciembre de 2013
Domingo 1° de Diciembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es la Jornada mundial de lucha contra el hiv/sida. Expresamos nuestra cercanía a las personas afectadas, en especial a los niños. Una cercanía que es muy concreta por el compromiso silencioso de tantos misioneros y agentes. Recemos por todos, también por los médicos e investigadores. Que cada enfermo, sin exclusión alguna, pueda acceder a los cuidados que necesita.
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