CARTA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL MINISTRO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS TRINITARIOS
CON OCASIÓN DEL VIII CENTENARIO DE LA MUERTE DE SU FUNDADOR
AL MINISTRO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS TRINITARIOS
CON OCASIÓN DEL VIII CENTENARIO DE LA MUERTE DE SU FUNDADOR
Al Reverendísimo Padre
Fray José Narlaly
Ministro General de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos
Fray José Narlaly
Ministro General de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos
Querido Hermano:
En este año en el que la Orden de Santa Trinidad
y de los Cautivos, y todos los que se unen a ella con lazos
espirituales, recuerdan el octavo centenario de la muerte de su Santo
Fundador, Juan de Mata, y los cuatrocientos años del feliz tránsito
de san Juan Bautista de la Concepción, Reformador de la misma Orden,
quiero unirme a ustedes en su acción de gracias a Dios Trinidad por
estas figuras señeras para la Iglesia, haciéndoles llegar este
sencillo mensaje de aliento y cercanía espiritual, con el deseo de
que les sirva de estímulo y compañía para avanzar con entusiasmo y
decisión por el camino espiritual que ellos trazaron para gloria del
que es tres veces Santo y bien de los que pasan por pruebas diversas.
El antiguo lema: Hicest
Ordo adprobatus, non a sanctis fabricatus, sed a solo summo Deo (San
Juan Bautista de la Concepción, Obras III, 45) que los religiosos
trinitarios proclaman desde siempre, parte de la conciencia
profundamente arraigada en ustedes de que este carisma es un don de
Dios, acogido por la Iglesia desde su inicio por medio de la
aprobación pontificia. Dios nos ha primereado, nos ha ganado la
mano, eligiendo a estos siervos suyos para manifestar en ellos sus
misericordias. Ellos supieron aceptar el reto, en docilidad a la
Iglesia que discierne los carismas. Así, si hoy celebramos los dies
natales de su Fundador y Reformador, lo hacemos precisamente porque
fueron capaces de negarse a sí mismos, tomar con sencillez y
docilidad la cruz de Cristo y ponerse por entero, sin condiciones, en
manos de Dios, para que Él construyera su Obra.
Todos estamos llamados a experimentar la alegría
que brota del encuentro con Jesús, para vencer nuestro egoísmo,
salir de nuestra propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las
periferias que necesitan la luz del Evangelio (cf. Evangelii gaudium,
20). Esto fue lo que hicieron con su vida y coraje apostólico san
Juan de Mata y san Juan Bautista de la Concepción. Ellos, que
llevaban unas existencias religiosas, respetables, aunque tal vez un
tanto acomodadas y seguras, recibieron de Dios una llamada, que los
volvió del revés y los empujó a gastarse y desgastarse en favor de
los más necesitados, de los que más padecían por proclamar su fe
en el Evangelio, de aquellos a los que se les quería robar esa
alegría. A través de los siglos, en perfecta sintonía con ese
espíritu fundacional, la Casa de la Santa Trinidad ha sido casa del
pobre y postergado, un lugar donde se curan las heridas del cuerpo y
del alma, y esto con la oración, que como bien decía su Santo
Reformador es mejor medicina que muchos remedios, y también con la
entrega incondicional y con el servicio desinteresado y amoroso. El
trabajo, el esfuerzo y la gratuidad están condensados en la Regla de
san Juan de Mata con las palabras Ministro y sine proprio (Regla
Trinitaria, n. 1). En efecto, los Trinitarios tienen claro, y de ello
debemos aprender todos, que en la Iglesia toda responsabilidad o
autoridad debe ser vivida como servicio. De ahí que nuestra acción
ha de estar despojada de cualquier deseo de lucro o promoción
personal y tiene que buscar siempre poner en común todos los
talentos recibidos de Dios, para dirigirlos, como buenos
administradores, al fin para el que se nos han concedido; esto es,
para aliviar a los más desfavorecidos. Ése es el interés de
Cristo, y por ello las casas de vuestra Familia tienen la «puerta
siempre abierta» para la acogida fraterna (Directorio primitivo de
las Hermanas Trinitarias 2, cf. Evangelii gaudium, 46).
Ahora, al unirme a vuestro canto de alabanza a la
Santísima Trinidad por estos grandes santos, quiero rogarles que,
siguiendo su ejemplo, no dejen nunca de imitar a Cristo y, con la
fuerza de su Espíritu, entréguense con humildad a servir al pobre y
al cautivo. Hoy hay muchos. Los vemos cada día y no podemos pasar de
largo, contentándonos con una buena palabra. Cristo no fue así. Es
condición de vida adquirir los sentimientos que tenía Cristo, a fin
de ver su rostro en el que sufre y darle el consuelo y la luz que
brota de su Corazón traspasado. Atrévanse también ustedes a
primerear (cf. Evangelii gaudium, 24), tal y como se lo proponía san
Juan Bautista de la Concepción a sus frailes con la simpática
imagen de un juego de cartas, tratando de hacerles entender que es en
este envite por el pobre que ganamos la vida auténtica y dichosa.
Para el Santo, es ése el desafío que Dios nos hace: sus pobres, y
si perdemos esta mano, nos dice, estamos totalmente perdidos (Obras
III, 79). No busquen, por tanto, para sus obras e iniciativas
apostólicas otro fundamento que no sea «la raíz de la caridad» y
«el interés de Cristo», que mi Predecesor, Inocencio III,
consideró como los quicios esenciales de este modo nuevo de vida que
aprobaba con su autoridad apostólica (Operante divinae dispositionis
clementia, Bula 17.12.1198).
Al despedirme de ustedes, mientras imparto la
Bendición Apostólica sobre todos los miembros de la Orden y de la
entera Familia Trinitaria, les ruego que, como es inmemorial
tradición entre ustedes, no dejen de rezar por el Papa. Sé que esta
intención es constante junto a la de los pobres, y que ustedes las
presentan al Señor todas las noches. Me agrada mucho pensar que
ustedes, en la oración, ponen al Obispo de Roma junto a los más
pobres, pues esto me recuerda que yo no puedo olvidarme de ellos,
como no se olvidó de ellos Jesús, que sintió en lo más hondo de
su Corazón que fue enviado a darles una buena noticia y que, con su
pobreza, nos enriqueció a todos (cf. Lc 4,18; 2 Cor 8,9). Que Él
los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
FRANCISCO PP.
Vaticano, 17 de Diciembre, Solemnidad de San Juan
de Mata, del año 2013, primero de mi Pontificado.
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