martes, 7 de octubre de 2014

FRANCISCO: Ángelus de septiembre (28, 14 y 7)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
SEPTIEMBRE 2014


Plaza de San Pedro
Domingo 28 de septiembre de 2014

 


Antes de concluir esta celebración, deseo saludar a todos los peregrinos, especialmente a vosotros, ancianos, que habéis venido de tantos países. ¡Gracias de corazón!
Saludo cordialmente a los participantes en la asamblea-peregrinación «Cantar la fe», organizada con ocasión del trigésimo aniversario del coro de la diócesis de Roma. Gracias por vuestra presencia, y por animar con el canto esta celebración, acompañando a la Capilla Sixtina. Seguid prestando con alegría y generosidad el servicio litúrgico en vuestras comunidades.

Ayer, en Madrid, fue proclamado beato el obispo Álvaro del Portillo; que su ejemplar testimonio cristiano y sacerdotal suscite en muchos el deseo de abrazar cada vez más a Cristo y el Evangelio.

El próximo domingo iniciará la Asamblea sinodal sobre el tema de la familia. Está presente aquí su principal responsable, el cardenal Baldisseri: rezad por él. Invito a todos, personas y comunidades, a rezar por este importante acontecimiento, y encomiendo esta intención a la intercesión de María, Salus populi romani.

Ahora recemos juntos el Ángelus. Con esta oración invocamos la protección de María para los ancianos de todo el mundo, especialmente los que viven situaciones de mayor dificultad.


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Plaza de San Pedro
Domingo 14 de septiembre de 2014

  

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué «exaltar» la cruz? Podemos responder que no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la cruz de Jesús, porque en ella se reveló al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es lo que nos recuerda el evangelio de Juan en la liturgia de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito» (3, 16). El Padre «dio» al Hijo para salvarnos, y esto implicó la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué fue necesaria la cruz? A causa de la gravedad del mal que nos esclavizaba. La cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal y toda la omnipotencia mansa de la misericordia de Dios. La cruz parece determinar el fracaso de Jesús, pero en realidad manifiesta su victoria. En el Calvario, quienes se burlaban de Él, le decían: «si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz» (cf. Mt 27, 40). Pero era verdadero lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios estaba allí, en la cruz, fiel hasta el final al designio del amor del Padre. Y precisamente por eso Dios «exaltó» a Jesús (Flp 2, 9), confiriéndole una realeza universal.


Y cuando dirigimos la mirada a la cruz donde Jesús estuvo clavado, contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De esa cruz brota la misericordia del Padre, que abraza al mundo entero. Por medio de la cruz de Cristo ha sido vencido el maligno, ha sido derrotada la muerte, se nos ha dado la vida, devuelto la esperanza. La cruz de Jesús es nuestra única esperanza verdadera. Por eso la Iglesia «exalta» la Santa Cruz y también por eso nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz. En otras palabras, no exaltamos las cruces, sino la cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios, signo de nuestra salvación y camino hacia la Resurrección. Y esta es nuestra esperanza.


Mientras contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensamos con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa aún no está garantizada o plenamente realizada. Pero también sucede en países y ambientes que en principio protegen la libertad y los derechos humanos, pero donde concretamente los creyentes, y especialmente los cristianos, encuentran obstáculos y discriminación. Por eso hoy los recordamos y rezamos de modo particular por ellos.


En el Calvario, al pie de la cruz, estaba la Virgen María (cf. Jn 19, 25-27). Es la Virgen de los Dolores, a la que mañana celebraremos en la liturgia. A ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos siempre descubrir y acoger el mensaje de amor y de salvación de la cruz de Jesús. Le encomiendo, en particular, a las parejas de esposos a quienes tuve la alegría de unir en matrimonio esta mañana, en la basílica de San Pedro.




Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Mañana, en la República Centroafricana comenzará oficialmente la misión querida por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para favorecer la pacificación del país y proteger a la población civil, que está sufriendo gravemente las consecuencias del conflicto actual. Mientras aseguro el compromiso y la oración de la Iglesia católica, aliento el esfuerzo de la comunidad internacional, que acude en ayuda de los centroafricanos de buena voluntad. Que la violencia ceda cuanto antes el paso al diálogo; que las partes contrapuestas dejen de lado los intereses particulares y se esmeren para que cada ciudadano, independientemente de la etnia y de la religión a la que pertenece, colabore en la edificación del bien común. ¡Que el Señor acompañe este trabajo por la paz!
 

Ayer fui a Redipuglia, al cementerio austrohúngaro y al sagrario. Allí recé por los muertos a causa de la gran guerra. Los números son estremecedores: se habla de cerca de ocho millones de jóvenes soldados caídos y de cerca de siete millones de civiles. Esto nos permite comprender que la guerra es una locura. Una locura de la que la humanidad aún no ha aprendido la lección, porque después de ella ha habido una segunda guerra mundial y muchas otras que aún hoy se están librando. Pero, ¿cuándo aprenderemos esta lección? Invito a todos a contemplar a Jesús crucificado para comprender que el odio y el mal se vencen con el perdón y el bien, para comprender que la respuesta de la guerra solo aumenta el mal y la muerte.


Y ahora os saludo cordialmente a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos provenientes de Italia y de varios países.


Saludo, en particular, a «Los amigos de Santa Teresita y de Madre Elisabeth», de Colombia; a los fieles de Sotto il Monte Giovanni XXIII, Mesina, Génova, Collegno y Spoleto; y al coro juvenil de Trebaseleghe (Padua). Saludo a los representantes de los trabajadores del Grupo idi y a los miembros del Movimiento Arcobaleno Santa Maria Addolorata.


Os pido, por favor, que recéis por mí. Os deseo a todos un feliz domingo y un buen almuerzo. Hasta la vista.


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Plaza de San Pedro
Domingo 7 de septiembre de 2014

 
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes: es decir, cómo debo corregir a otro cristiano cuando hace algo que no está bien. Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una falta en contra de mí, me ofende, yo debo tener caridad hacia él y, ante todo, hablarle personalmente, explicándole que lo que dijo o hizo no es bueno. ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea mayormente consciente del error que cometió; si, con todo, no acoge la exhortación, hay que decirlo a la comunidad; y si no escucha ni siquiera a la comunidad, hay que hacerle notar la fractura y la separación que él mismo ha provocado, menoscabando la comunión con los hermanos en la fe.


Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, con el fin de que no se pierda. Es necesario, ante todo, evitar el clamor de la crónica y las habladurías de la comunidad —esto es lo primero, evitar esto—. «Repréndelo estando los dos a solas» (v. 15). La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad y atención respecto a quien ha cometido una falta, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Porque, vosotros lo sabéis, también las palabras matan. Cuando hablo mal, cuando hago una crítica injusta, cuando «le saco el cuero» a un hermano con mi lengua, esto es matar la fama del otro. También las palabras matan. Pongamos atención en esto. Al mismo tiempo, esta discreción de hablarle estando solo tiene el fin de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre dos, nadie se da cuenta de ello y todo se acaba. A la luz de esta exigencia es como se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé la participación de algunos testigos y luego nada menos que de la comunidad. El objetivo es ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ofendió no sólo a uno, sino a todos. Pero también de ayudarnos a nosotros a liberarnos de la ira o del resentimiento, que sólo hacen daño: esa amargura del corazón que lleva a la ira y al resentimiento y que nos conducen a insultar y agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo. ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano. ¿Entendido? Insultar no es cristiano.


En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, en efecto, nos dijo que no juzguemos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana, es un servicio mutuo que podemos y debemos prestarnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz sólo si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La conciencia misma que me hace reconocer el error del otro, antes aún me recuerda que yo mismo me equivoqué y me equivoco muchos veces.


Por ello, al inicio de cada misa, somos invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabra y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos: «Ten piedad de mí, Señor. Soy pecador. Confieso, Dios omnipotente, mis pecados». Y no decimos: «Señor, ten piedad de este que está a mi lado, o de esta, que son pecadores». ¡No! «¡Ten piedad de mí!». Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. Es el Espíritu Santo quien habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Es Jesús mismo que nos invita a todos a su mesa, santos y pecadores, recogiéndonos de las encrucijadas de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cf. Mt 22, 9-10). Y entre las condiciones que unen a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a misa: todos somos pecadores y a todos Dios da su misericordia. Son dos condiciones que abren de par en par la puerta para entrar bien en la misa. Debemos recordar siempre esto antes de ir al hermano para la corrección fraterna.


Pidamos esto por intercesión de la bienaventurada Virgen María, que mañana celebraremos en la conmemoración litúrgica de su Natividad.



 
Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


En estos últimos días se han dado pasos significativos en la búsqueda de una tregua en las regiones afectadas por el conflicto en Ucrania oriental, incluso habiendo escuchado hoy noticias poco consoladoras. Con todo, deseo que las mismas puedan llevar alivio a la población y contribuir a los esfuerzos para una paz duradera. Oremos a fin de que, en la lógica del encuentro, el diálogo iniciado pueda continuar y dar el fruto esperado. María, Reina de la paz, ruega por nosotros.


Uno mi voz, además, a la de los obispos de Lesotho, que dirigieron un llamamiento en favor 
de la paz en ese país. Condeno todo acto de violencia y oro al Señor para que en el Reino de Lesotho se restablezca la paz en la justicia y en la fraternidad.


Este domingo un equipo de casi 30 voluntario de la Cruz Roja italiana parte hacia Irak, a la zona de Dohuk, cerca de Erbil, donde se concentraron decenas de miles de desplazados iraquíes. Al expresar un sentido aprecio por esta obra generosa y concreta, imparto la bendición a todos ellos y a todas las personas que buscan concretamente ayudar a nuestros hermanos perseguidos y oprimidos. Que el Señor os bendiga.


Dirijo un cordial saludo al cardenal arzobispo de Lima y a sus diocesanos, que hoy inauguran el XX Sínodo de la arquidiócesis de Lima. Que el Señor os acompañe en este camino de fe, de comunidad y de crecimiento.


Y recordad que mañana —como he dicho— es la conmemoración litúrgica de la Natividad de la Virgen. Sería su cumpleaños. ¿Y qué se hace cuando mamá festeja el cumpleaños? Se la felicita, se la festeja... Mañana, recordadlo, desde la mañana temprano, desde vuestro corazón y desde vuestra boca, saludad a la Virgen y decidle: «¡Muchas felicidades!». Y rezad un Avemaría que nazca del corazón de hijo y de hija. ¡Recordadlo bien!


A todos vosotros os pido, por favor, que recéis por mí. Os deseo un feliz domingo y un buen almuerzo.


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