martes, 7 de octubre de 2014

FRANCISCO: Discursos de septiembre (28, 27 [2], 26, 23, 20, 19, 18 [2 ],12, 6, 4 [2], 1°)

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SEPTIEMBRE 2014


ENCUENTRO DEL PAPA CON LOS ANCIANOS



Plaza de San Pedro
Domingo 28 de septiembre de 2014

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


¡Os agradezco haber venido en tan grande número! Y gracias por vuestra acogida festiva: hoy es vuestra fiesta, ¡nuestra fiesta! Doy las gracias a monseñor Paglia y a todos los que la prepararon. Agradezco especialmente al Papa Emérito Benedicto XVI por su presencia. Tantas veces he dicho que me gusta tanto que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en casa. ¡Gracias!


He escuchado los testimonios de algunos de vosotros, que presentan experiencias comunes a muchos ancianos y abuelos. Pero uno era diferente: el de los hermanos que vinieron de Kara Qosh, escapando de una violenta persecución. ¡A ellos todos juntos demos un «gracias» especial! Es muy hermoso que habéis venido hoy aquí: es un don para la Iglesia. Y nosotros os ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y la ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, como la realizada en los niños. Pero Dios no os abandona, ¡está con vosotros! Con su ayuda vosotros sois y seguiréis siendo memoria para vuestro pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias!


Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos, que tienen fe son como árboles que siguen dando fruto. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los demás testimonios.


La vejez, de modo particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de quien tiene necesidad... Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, es poderosa.


A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128, 6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! Dichosas esas familias que tienen a los abuelos cerca. El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces en esos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en esos países fueron los abuelos quienes llevaban a los niños a bautizarles a escondidas, quienes le dieron la fe. ¡Bien! ¡Fueron buenos en la persecución y salvaron la fe en esos países!


Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos, y no para los intereses de otro! No deben de haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidados. Me siento cercano a los numerosos ancianos que viven en estos Institutos, y pienso con gratitud en quienes les visitan y se preocupan por ellos. Las casas para ancianos deberían ser los «pulmones» de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser los «santuarios» de humanidad donde el viejo y el débil es cuidado y protegido como un hermano o hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Mirad a nuestros chicos: a veces les vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!


Pero existe también la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descartan a los ancianos con actitudes de abandono que son una auténtica eutanasia a escondidas! Es el efecto de esa cultura del descarte que hace mucho mal a nuestro mundo. Se descartan a los niños, se descartan a los jóvenes, porque no tienen trabajo, y se descartan a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico «equilibrado», en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta venenosa cultura del descarte!


Nosotros los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no tiene necesidad de descartar al débil de cuerpo y de mente, es más, una sociedad que mide su «paso» precisamente en estas personas.


Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este desafío. Un pueblo que no custodia a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que ¡no tiene futuro! ¿Por qué no tiene futuro? Porque pierde la memoria y se arranca de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡vosotros tenéis la responsabilidad de tener vivas estas raíces en vosotros mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que también en la vejez no dejan de dar fruto. Una de las cosas más bellas de la vida de familia, de nuestra vida humana de familia, es acariciar a un niño y dejarse acariciar por un abuelo y una abuela. ¡Gracias!


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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS Y TE DEUM
EN EL BICENTENARIO DE LA
RESTAURACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
 

Iglesia del "Gesù", Roma
Sábado 27 de septiembre de 2014




Queridos hermanos y amigos en el Señor:


La Compañía distinguida con el nombre de Jesús vivió tiempos difíciles, de persecución. Durante el generalato del padre Lorenzo Ricci «los enemigos de la Iglesia lograron obtener la supresión de la Compañía» (Juan Pablo II, Mensaje al padre Kolvenbach, 31 de julio de 1990) por parte de mi predecesor Clemente XIV. Hoy, recordando su reconstitución, estamos llamados a recuperar nuestra memoria, a hacer memoria, teniendo presentes los beneficios recibidos y los dones particulares (cf. Ejercicios Espirituales, 234). Y hoy quiero hacerlo con vosotros aquí.


En tiempos de tribulación y desconcierto se levanta siempre una polvareda de dudas y sufrimientos, y no es fácil ir adelante, proseguir el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis se dan tantas tentaciones: detenerse para discutir sobre ideas, dejarse llevar por la desolación, concentrarse en el hecho de ser perseguidos, y no ver otra cosa. Leyendo las cartas del padre Ricci, me ha impresionado mucho un aspecto: su capacidad de no caer en la trampa de estas tentaciones y proponer a los jesuitas, en tiempo de tribulación, una visión de las cosas que los arraigaba aún más en la espiritualidad de la Compañía.


El padre general Ricci, que escribía a los jesuitas de entonces viendo las nubes que ensombrecían el horizonte, fortalecía su pertenecía al cuerpo de la Compañía y su misión. Por tanto, hizo discernimiento en un tiempo de confusión y desconcierto. No perdió tiempo en discutir sobre ideas y en quejarse, sino que se hizo cargo de la vocación de la 
Compañía. Debía protegerla, y se hizo cargo de ella.


Y esta actitud llevó a los jesuitas a experimentar la muerte y la resurrección del Señor. Ante la pérdida de todo, incluso de su identidad pública, no se resistieron a la voluntad de Dios, no se resistieron al conflicto, tratando de salvarse a sí mismos. La Compañía —y esto es hermoso— vivió el conflicto hasta sus últimas consecuencias, sin reducirlo: vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Jamás uno se salva del conflicto con la astucia y las estratagemas para resistir. En la confusión y ante la humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de Dios, sin buscar un modo de salir del conflicto en una condición aparentemente tranquila. O, al menos, elegante: no lo hizo.


Jamás la aparente tranquilidad colma nuestro corazón, sino la verdadera paz que es don de Dios. No se debe buscar nunca la «componenda» fácil ni poner en práctica fáciles «irenismos». Solo el discernimiento nos salva del verdadero desarraigo, de la verdadera «supresión» del corazón, que es el egoísmo, la mundanidad, la pérdida de nuestro horizonte, de nuestra esperanza, que es Jesús, que es solo Jesús. Y así el padre Ricci y la Compañía, en fase de supresión, prefirieron la historia a una posible «historieta» gris, sabiendo que el amor juzga a la historia, y que la esperanza —incluso en la oscuridad— es más grande que nuestras expectativas.


El discernimiento debe hacerse con recta intención, con mirada sencilla. Por eso el padre Ricci, precisamente en aquella ocasión de confusión y extravío, habla de los pecados de los jesuitas. Parece hacer publicidad en contra. No se defiende sintiéndose víctima de la historia, sino que se reconoce pecador. Mirarse a sí mismo, reconociéndose pecador, evita la actitud de considerarse víctima ante un verdugo. Reconocerse pecador, reconocerse verdaderamente pecador, significa asumir la actitud justa para recibir el consuelo.


Podemos repasar brevemente este camino de discernimiento y de servicio que el padre general indicó a la Compañía. Cuando en 1759 los decretos de Pombal destruyeron las provincias portuguesas de la Compañía, el padre Ricci vivió el conflicto sin quejarse y sin abandonarse a la desolación; al contrario, invitó a rezar para pedir el espíritu bueno, el verdadero espíritu sobrenatural de la vocación, la docilidad perfecta a la gracia de Dios. Cuando en 1761 la tormenta avanzaba en Francia, el padre general pidió poner toda la confianza en Dios. Quería que se aprovecharan las pruebas soportadas para una mayor purificación interior: ellas nos conducen a Dios y pueden servir para su mayor gloria; además, recomienda la oración, la santidad de la vida, la humildad y el espíritu de obediencia. En 1767, después de la expulsión de los jesuitas españoles, sigue invitando a rezar. Y en fin, el 21 de febrero de 1773, apenas seis meses antes de la firma del Breve Dominus ac Redemptor, ante la falta total de ayuda humana, ve la mano de la misericordia de Dios que, a quienes pone a prueba, invita a no confiar en otros sino sólo en Él. La confianza debe aumentar precisamente cuando las circunstancias nos tiran por el suelo. Lo importante para el padre Ricci es que la Compañía sea fiel hasta las últimas consecuencias al espíritu de su vocación, que es la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.


La Compañía, incluso ante su mismo fin, permaneció fiel al fin por el cual había sido fundada. Por eso Ricci concluye con una exhortación a mantener vivo el espíritu de caridad, de unión, de obediencia, de paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera amistad con Dios. Todo lo demás es mundanidad. Que el fuego de la mayor gloria de Dios nos atraviese también hoy, quemando toda complacencia y envolviéndonos en una llama que tenemos dentro, que nos concentra y nos expande, nos engrandece y nos empequeñece.


Así, la Compañía vivió la prueba suprema del sacrificio que injustamente se le pedía haciendo suya la oración de Tobit, quien abatido por el dolor suspira, llora e implora: «Eres justo, Señor, y justas son tus obras; siempre actúas con misericordia y fidelidad, tú eres juez del universo. Acuérdate, Señor, de mí y mírame; no me castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido. Hemos pecado en tu presencia, hemos transgredido tus mandatos y tú nos has entregado al saqueo, al cautiverio y a la muerte, hasta convertirnos en burla y chismorreo, en irrisión para todas las naciones entre las que nos has dispersado». Y concluye con la petición más importante: «Señor, no me retires tu rostro» (Tb 3, 1-4.6d).


Y el Señor respondió mandando a Rafael a quitar las manchas blancas de los ojos de Tobit, para que volviera a ver la luz de Dios. Dios es misericordioso, Dios corona de misericordia. Dios nos quiere y nos salva. A veces el camino que conduce a la vida es estrecho, pero la tribulación, si la vivimos a la luz de la misericordia, nos purifica como el fuego, nos da tanto consuelo e inflama nuestro corazón, aficionándolo a la oración. Durante la supresión, nuestros hermanos jesuitas fueron fervorosos en el espíritu y en el servicio al Señor, gozosos en la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración (cf. Rm 12, 12). Y esto honró a la Compañía, no ciertamente el encomio de sus méritos. Así será siempre.


Recordemos nuestra historia: a la Compañía se le ha concedido, «gracias a Cristo, no sólo el don de creer en Él, sino también el de sufrir por Él» (Flp 1, 29). Nos hace bien recordar esto.


La nave de la Compañía fue sacudida por las olas, y esto no debe maravillarnos. También la barca de Pedro puede ser sacudida hoy. La noche y el poder de las tinieblas están siempre cerca. Es fatigoso remar. Los jesuitas deben ser «remeros expertos y valerosos» (Pío VII, Sollicitudo omnium ecclesiarum): ¡remad, pues! Remad, sed fuertes, incluso con el viento en contra. Rememos al servicio de la Iglesia. Rememos juntos. Pero, mientras remamos —todos remamos, también el Papa rema en la barca de Pedro—, debemos rezar mucho: «Señor, ¡sálvanos!», «Señor, ¡salva a tu pueblo!». El Señor, aunque somos hombres de poca fe y pecadores, nos salvará. Esperemos en el Señor. Esperemos siempre en el Señor.


La Compañía reconstituida por mi predecesor Pío VII estaba formada por hombres valientes y humildes en su testimonio de esperanza, de amor y de creatividad apostólica, la del Espíritu. Pío VII escribió que quería reconstituir la Compañía para «proveer de manera adecuada a las necesidades espirituales del mundo cristiano sin diferencia de pueblos ni de naciones» (ibid.). Por eso dio la autorización a los jesuitas que aun existían, acá y allá, gracias a un soberano luterano y a una soberana ortodoxa, «para que permanecieran unidos en un solo cuerpo». Que la Compañía permanezca unida en un solo cuerpo.


Y la Compañía fue inmediatamente misionera y se puso a disposición de la Sede apostólica, comprometiéndose generosamente «bajo el estandarte de la cruz por el Señor y su Vicario en la tierra» (Formula Instituti, 1). La Compañía retomó su actividad apostólica con la predicación y la enseñanza, los ministerios espirituales, la investigación científica y la acción social, las misiones y el cuidado de los pobres, de los que sufren y de los marginados.


Hoy la Compañía afronta con inteligencia y laboriosidad también el trágico problema de los refugiados y los prófugos; y se esfuerza con discernimiento por integrar el servicio de la fe y la promoción de la justicia, en conformidad con el Evangelio. Confirmo hoy lo que nos dijo Pablo VI en nuestra trigésima segunda congregación general y que yo mismo escuché con mis oídos: «Dondequiera en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y en vanguardia, en las encrucijadas de las ideologías, en las trincheras sociales, donde ha habido y hay enfrentamiento entre las exigencias estimulantes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio, allí han estado y están los jesuitas» (Enseñanzas al Pueblo de Dios XII [1974], 1881). Son palabras proféticas del futuro beato Pablo VI.


En 1814, en el momento de la reconstitución, los jesuitas eran una pequeña grey, una «Compañía mínima» que, sin embargo, después de la prueba de la cruz, sabía que tenía la gran misión de llevar la luz del Evangelio hasta los confines de la tierra. Por tanto, hoy debemos sentirnos así: en salida, en misión. La identidad del jesuita es la de un hombre que adora a Dios sólo y ama y sirve a sus hermanos, mostrando con el ejemplo no sólo en qué cree, sino también en qué espera y quién es Aquel en el que ha puesto su confianza (cf. 2 Tm 1, 12). El jesuita quiere ser un compañero de Jesús, uno que tiene los mismos sentimientos de Jesús.


La bula de Pío VII que reconstituía la Compañía fue firmada el 7 de agosto de 1814 en la basílica de Santa María la Mayor, donde nuestro santo padre Ignacio celebró su primera Eucaristía la noche de Navidad de 1538. María, nuestra Señora, Madre de la Compañía, se sentirá conmovida por nuestros esfuerzos por estar al servicio de su Hijo. Que ella nos guarde y nos proteja siempre.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL COMITÉ PONTIFICIO
PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONAL
ES



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 27 de septiembre de 2014
 

Señores cardenales,
queridos hermanos obispos y sacerdotes,
hermanos y hermanas:


Me complace encontraros al final de los trabajos de vuestra asamblea; y agradezco a monseñor Piero Marini las corteses palabras que me ha dirigido en nombre de todos al inicio de este encuentro. Saludo a los delegados nacionales designados por las Conferencias episcopales y, de modo especial, a la delegación del comité filipino guiada por monseñor Jose Palma, arzobispo de Cebú, ciudad en la que tendrá lugar el próximo Congreso eucarístico internacional, en enero de 2016.


Durante esos días, el mundo católico tendrá fijos los ojos del corazón en el sumo misterio de la Eucaristía para sacar de él un renovado impulso apostólico y misionero. He aquí por qué es importante prepararse bien, y os doy las gracias, queridos hermanos y hermanas, por el trabajo que estáis desempeñando con el fin de ayudar a los fieles de cada continente a comprender cada vez más y mejor el valor y la importancia de la Eucaristía en nuestra vida.


La Eucaristía tiene el lugar central en la Iglesia porque es ella quien «hace la Iglesia». Como afirma el Concilio Vaticano II, recordando las palabras del gran Agustín, ella es «sacramentum pietatis, signum unitatis, vinculum caritatis» (Sacrosanctum Concilium, 47).
El tema escogido para el próximo Congreso eucarístico internacional es muy significativo: «Cristo en vosotros, esperanza de la gloria» (Col 1, 27). Esto da plena luz al vínculo entre la Eucaristía, la misión y la esperanza cristiana. Hoy existe una falta de esperanza en el mundo, por eso la humanidad tiene necesidad de escuchar el mensaje de nuestra esperanza en Jesucristo. La Iglesia proclama este mensaje con ardor renovado, utilizando nuevos métodos y nuevas expresiones. Con el espíritu de la «nueva evangelización», la Iglesia lleva este mensaje a todos y, de modo especial, a los que, incluso estando bautizados, se han alejado de la Iglesia y viven sin hacer referencia a la vida cristiana.


El 51° Congreso eucarístico internacional ofrece la oportunidad de experimentar y comprender la Eucaristía como un encuentro transformador con el Señor en su palabra y en su sacrificio de amor, a fin de que todos puedan tener vida, y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). El Congreso es la ocasión propicia para redescubrir la fe como fuente de Gracia que trae alegría y esperanza en la vida personal, familiar y social.


El encuentro con Jesús en la Eucaristía será fuente de esperanza para el mundo si, transformados por el poder del Espíritu Santo a imagen de aquel que encontramos, aceptamos la misión de transformar el mundo donando la plenitud de vida que nosotros mismos hemos recibido y experimentado, llevando esperanza, perdón, sanación y amor a quienes tienen necesidad, especialmente a los pobres, los desheredados y los oprimidos, compartiendo con ellos la vida y las aspiraciones y caminando con ellos en la búsqueda de una auténtica vida humana en Cristo Jesús.


Queridos hermanos y hermanas, encomiendo desde ahora el próximo Congreso eucarístico internacional a la Virgen María. Que la Virgen proteja y acompañe a cada uno de vosotros, a vuestras comunidades, y haga fecundo el trabajo que estáis realizando con vistas al importante evento eclesial en Cebú. Os pido por favor que recéis por mí y a todos os bendigo de corazón.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GHANA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"



Martes 23 de septiembre de 2014



Queridos hermanos obispos:


Os doy mi bienvenida fraterna, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Quiera Dios que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe y en la entrega a vuestro ministerio, y fortalezca los vínculos de comunión entre la Iglesia en Ghana y la Sede de Pedro. Doy las gracias al obispo Osei-Bonsu por haber expresado el amor y la devoción de vuestros sacerdotes, religiosos y laicos y, de hecho, de todo el pueblo ghanés. Os pido que les aseguréis mi recuerdo constante en mis oraciones.


Ghana ha sido bendecido con una población que expresa con naturalidad y facilidad su fe en Dios y trata de honrarlo en la variedad de las tradiciones religiosas presentes en vuestro país. Como pastores de la Iglesia instituida por el Señor para que sea faro de las naciones, ofrecéis a vuestro país a Jesucristo, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Lo hacéis dando testimonio de la fuerza transformadora de su gracia, predicando la buena nueva, celebrando los sacramentos y guiando con humildad y entrega al pueblo de Dios. De este modo, la comunidad católica en Ghana, fiel al mandamiento del Señor y bajo vuestra guía, enriquece a la sociedad proclamando la dignidad de toda persona humana y promoviendo su pleno desarrollo. En efecto, sólo en Jesucristo, crucificado y resucitado, se puede ver la plenitud de nuestra dignidad y de nuestro destino y, por tanto, abrazarla.


El Sínodo para África de 2009, entre sus principales preocupaciones, destacó la necesidad de que los pastores de la Iglesia traten de «grabar en el corazón de los africanos discípulos de Cristo la voluntad de comprometerse efectivamente de vivir el Evangelio en su existencia. (…) Cristo llama constantemente a la metánoia, a la conversión» (Africae munus, 32). Queridos hermanos, esto exige, en primer lugar, nuestra conversión diaria, para que todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones estén inspirados y guiados por la palabra de Dios. Debemos ser hombres profundamente transformados por la gracia de ser cada vez más verdaderos hijos del Padre, hermanos del Hijo y padres de la comunidad guiada por el Espíritu Santo. Solo entonces podremos dar un testimonio creíble de la «extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes» (Ef 1, 19), viviendo con santidad, en unidad y en paz. De la gracia de Cristo experimentada en nuestro corazón convertido nace la fuerza espiritual que nos ayuda a promover la virtud y la santidad en nuestros sacerdotes, en los religiosos, en las religiosas y en los laicos.


La obra de conversión y de evangelización no es fácil, pero da frutos valiosos para la Iglesia y para el mundo. De la vitalidad espiritual de todos los fieles brotan las numerosas actividades caritativas, médicas y educativas de la Iglesia, así como sus obras de justicia y de igualdad. Los diversos servicios, prestados en nombre de Dios, especialmente en favor de los pobres y los débiles, son responsabilidad de toda la Iglesia local, bajo la supervisión orante de los obispos. De modo particular, pienso en la importancia del apostolado de la salud de la Iglesia, no sólo en Ghana sino en toda África occidental, que actualmente está sufriendo por la epidemia del ébola. Rezo por el descanso del alma de todos los que murieron por esta epidemia, entre los cuales también hay sacerdotes, religiosos y religiosas, así como agentes sanitarios que contrajeron esta terrible enfermedad mientras cuidaban a los enfermos. ¡Que Dios fortalezca a todos los agentes sanitarios y ponga fin a esta tragedia!


De manera particular, os pido que estéis cerca de vuestros sacerdotes, apoyándolos como padres, aliviando su peso y guiándolos con ternura. Os pido que les transmitáis mi sincera gratitud por su sacrificio diario, a ellos y a todos los religiosos y las religiosas de Ghana, de quienes depende mucho el trabajo necesario de evangelización. Pido al Señor que los bendiga constantemente con entrega, celo y fidelidad.


Queridos hermanos, la iglesia en Ghana es respetada con razón por la contribución que da al desarrollo integral de las personas y de toda la nación. Al mismo tiempo, a menudo se encuentra privada de los recursos materiales necesarios para cumplir su misión en el mundo. Al respecto, deseo hacer dos reflexiones. Ante todo, es imprescindible que cualquier medio temporal que la Iglesia tenga a disposición siga siendo administrado con honradez y responsabilidad para dar un buen testimonio, especialmente allí donde la corrupción ha obstaculizado el justo progreso de la sociedad. Ciertamente, el Señor no dejará de bendecir y multiplicar las obras de quienes son fieles a él. En segundo lugar, la pobreza material puede ser una ocasión para prestar mayor atención a las necesidades espirituales de la persona humana (cf. Mt 5, 3), llevando, pues, a una confianza más profunda en el Señor, de quien provienen todas las cosas buenas. Mientras vuestras comunidades realizan justamente muchos esfuerzos para aliviar la pobreza extrema, también la Iglesia, a ejemplo de Cristo, está llamada a trabajar con humildad y honradez, usando los bienes a su disposición para abrir las mentes y los corazones a las riquezas de la misericordia y de la gracia, que brotan del Corazón de Cristo.


Rezo también por vuestros catequistas laicos, sin los cuales la obra de evangelización sería muy reducida en Ghana. Os animo a mejorar y ampliar la educación y la preparación que se les ofrece, para que su esfuerzo pueda dar resultados concretos y duraderos. Han pasado casi tres años desde que el Papa Benedicto XVI exhortó a los obispos y a los sacerdotes de todo el continente africano a «cuidar de la formación humana, intelectual, doctrinal, moral, espiritual y pastoral de los catequistas» (Africae munus, 126). Así pues, es oportuno preguntarse si, y en qué medida, hemos respondido a la invitación de alentar y formar a la próxima generación de hombres y mujeres que transmitirán la fe y edificarán conforme a la herencia de nuestros antepasados. La solicitud por los catequistas también exige, por una cuestión de justicia natural, atención a la ayuda material y a la recompensa necesaria para que puedan desarrollar su tarea.


Por último, queridos hermanos, como san Pablo, deseo que vayáis a las ciudades y a los campos, a los mercados y a las calles, dando testimonio de Cristo y mostrando a todos su amor y su misericordia. Estad cerca de los demás líderes cristianos y de los jefes de otras comunidades religiosas. La cooperación ecuménica e interreligiosa, cuando se realiza con respeto y corazón abierto, contribuye a la armonía social de vuestro país y permite que aumente la comprensión de la dignidad de cada persona y una mayor experiencia de vuestra humanidad común. Por suerte, Ghana pudo evitar muchas de las divisiones tribales, étnicas y religiosas que han afectado a tantas otras partes de África, continente cuya promesa, en parte a causa de estas divisiones, todavía debe cumplirse. Rezo para que seáis promotores cada vez más grandes de unidad y líderes en el servicio al diálogo. Sed firmes en apoyar la enseñanza y la disciplina de la Iglesia, e íntegros en vuestra caridad. Y que vuestra generosidad al ofrecer a Cristo sea igual a vuestra apertura humilde y paciente a los demás.


Con estas reflexiones, queridos hermanos obispos, os encomiendo a todos vosotros a la intercesión de María, Madre del Verbo de Dios y Nuestra Señora de África, y con gran afecto os imparto mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a todos los amados sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestro país.


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A LOS PRELADOS PARTICIPANTES EN UN SEMINARIO
ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Sábado 20 de septiembre de 2014




Queridos hermanos:


Os doy mi cordial bienvenida, junto a los responsables del dicasterio misionero, guiados por el cardenal Fernando Filoni, a quien agradezco sus palabras que introdujeron nuestro encuentro. Deseo que este seminario de actualización sea fructuoso para cada uno tanto espiritual como pastoralmente. Vosotros habéis respondido con fe y generosidad a la llamada del Señor, que os ha elegido para ser pastores de su rebaño. No os dejaistes asustar por las dificultades y los desafíos del mundo actual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52-75), que hacen hoy aún más ardua la misión de los obispos, pero habéis puesto vuestra confianza en el Señor, a imitación de los primeros discípulos y de san Pedro, quien exclamó: «¡Por tu palabra, echaré las redes!» (Lc 5, 5). También vosotros estáis llamados, con todos los pastores de la Iglesia, a poner en la base de vuestra misión la Palabra de Jesús, para dar esperanza al mundo.


Durante estas dos semanas habéis visto las diversas dimensiones de la vida y del ministerio episcopal, que responden a la misión fundamental de la Iglesia: anunciar el Evangelio. Como puse de relieve en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, se advierte hoy la imperiosa necesidad de una conversión misionera (cf. 19-49); una conversión que respecta a cada bautizado y a cada parroquia, pero que naturalmente los pastores están llamados a vivir y testimoniar en primer lugar, en cuanto guías de la Iglesia particular. Por lo tanto, os aliento a ordenar vuestra vida y vuestro ministerio episcopal hacia esta transformación misionera que interpela hoy al Pueblo de Dios.


En el centro de esta conversión misionera de la Iglesia está el servicio a la humanidad, a imitación de su Señor que lavó los pies a sus discípulos. La Iglesia, en cuanto comunidad evangelizadora, está llamada a crecer en la proximidad, a acortar las distancias, a abajarse hasta la humillación si es necesario y asumir la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). En esta perspectiva, el Concilio Vaticano II, al tratar de la obligación del obispo como guía de la familia de Dios, destaca que los obispos en el ejercicio de su ministerio de padres y pastores en medio de sus fieles deben comportarse como «quienes sirven», teniendo siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos (cf. Exhort. ap. postsin. Pastores gregis, 16 de octubre de 2003, 42). Un ejemplo luminoso de este servicio pastoral son los santos mártires coreanos, Andrés Kim Taegŏn, sacerdote, Pablo Chŏng Hasang y compañeros, cuya memoria litúrgica celebramos precisamente hoy. Anclados en Cristo, Buen Pastor, no dudaron en dar la propia sangre por el Evangelio, del que eran fieles dispensadores y testigos heroicos.


La Iglesia tiene necesidad de pastores, es decir servidores, de obispos que saben ponerse de rodillas ante los demás para lavar sus pies. Pastores cercanos a la gente, padres y hermanos mansos, pacientes y misericordiosos; que aman la pobreza, ya como libertad para el Señor, ya como sencillez y austeridad de vida. Vosotros estáis llamados a vigilar incesantemente el rebaño encomendado a vosotros, para mantenerlo unido y fiel al Evangelio y a la Iglesia. Esforzaos por dar un auténtico impulso misionero a vuestras comunidades diocesanas, para que crezcan cada vez más con nuevos miembros, gracias a vuestro testimonio de vida y a vuestro ministerio episcopal realizado como servicio al Pueblo de Dios. Sed cercanos a vuestros sacerdotes, atended la vida religiosa, amad a los pobres.


Mientras me dirijo a vosotros, no puedo dejar de ir con mi pensamiento a los hermanos que, por distintas razones, no están aquí con nosotros. A todos envío un saludo fraterno y de bendición. Cómo quisiera, por ejemplo, que los obispos chinos recientemente ordenados en estos años estuvieran presentes en el encuentro de hoy. Sin embargo, en lo hondo del corazón, deseo que ese día no esté lejos. Quisiera asegurarles no sólo la mía y nuestra solidaridad, sino también la del episcopado mundial para que, en la fe común, sientan que, si a veces pueden tener la impresión de estar solos, más fuerte es la certeza de que sus sufrimientos traerán frutos —¡y gran fruto!— por el bien de sus fieles, de sus conciudadanos y de toda la Iglesia.


Queridos hermanos, estamos viviendo un tiempo de camino sinodal sobre la familia. Mientras confío también a vuestras oraciones la próxima asamblea del Sínodo, me gustaría destacar con vosotros que las familias están en la base de la obra evangelizadora, con su misión educativa y con la participación activa a la vida de las comunidades parroquiales. Os aliento a promover la pastoral familiar, a fin de que las familias, acompañadas y formadas, puedan dar siempre mejor su aportación a la vida de la Iglesia y de la sociedad. Que la Virgen María, Estrella de la Evangelización, os acompañe con su ternura maternal. Sobre todos vosotros y sobre vuestras diócesis, invoco la bendición del Señor.
 

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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN
DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Pablo VI
Viernes 19 de septiembre de 2014





Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.


Me alegra participar en vuestros trabajos y agradezco a monseñor Rino Fisichella su introducción. También agradezco este marco de «vida»: ¡esta es vida! Gracias.


Trabajáis en la pastoral en diversas Iglesias del mundo, y os habéis reunido para reflexionar juntos sobre el proyecto pastoral de la Evangelii gaudium. En efecto, yo mismo escribí que este documento tiene un «sentido programático y consecuencias importantes» (n. 25). Y no puede ser de otro modo, cuando se trata de la misión principal de la Iglesia, es decir, la evangelización. Pero hay momentos en los que esta misión se vuelve más urgente y nuestra responsabilidad necesita ser reavivada.


Ante todo, me vienen a la memoria las palabras del Evangelio de san Mateo en el que se dice que Jesús, «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor» (9, 36). ¡Cuántas personas, en las muchas periferias existenciales de nuestros días, están «decaídas y desanimadas» y esperan a la Iglesia, nos esperan a nosotros! ¿Cómo llegar a ellas? ¿Cómo compartir con ellas la experiencia de la fe, el amor de Dios, el encuentro con Jesús? Esta es la responsabilidad de nuestras comunidades y de nuestra pastoral.


El Papa no tiene la función de «ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea» (Evangelii gaudium, 51), pero invita a toda la Iglesia a captar los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece continuamente. ¡Cuántos signos están presentes en nuestras comunidades y cuántas posibilidades nos ofrece el Señor para reconocer su presencia en el mundo de hoy! En medio de realidades negativas, que como siempre tienen más repercusión, vemos también muchos signos que infunden esperanza y dan arrojo. Estos signos, como dice la Gaudium et spes, deben releerse a la luz del Evangelio (cf. nn. 4 y 44): este es el «tiempo favorable» (cf. 2 Co 6, 2), es el momento del compromiso concreto, es el contexto en el que estamos llamados a trabajar para que crezca el reino de Dios (cf. Jn 4, 35-36). ¡Cuánta pobreza y soledad, por desgracia, vemos en el mundo de hoy! ¡Cuántas personas viven con gran sufrimiento y piden a la Iglesia que sea signo de la cercanía, de la bondad, de la solidaridad y de la misericordia del Señor! Esta es una tarea que, de modo particular, incumbe a cuantos tienen la responsabilidad de la pastoral: al obispo en su diócesis, al párroco en su parroquia, a los diáconos en su servicio a la caridad, a los catequistas y a las catequistas en su ministerio de transmitir la fe… En suma, cuantos están comprometidos en los diferentes ámbitos de la pastoral están llamados a reconocer y leer estos signos de los tiempos, para dar una respuesta sabia y generosa. Ante tantas exigencias pastorales, ante tantos pedidos de hombres y mujeres, corremos el riesgo de asustarnos y replegarnos en nosotros mismos con una actitud de miedo y defensa. Y allí nace la tentación de la suficiencia y del clericalismo, la codificación de la fe en reglas e instrucciones, como hacían los escribas, los fariseos y los doctores de la Ley del tiempo de Jesús. Tendremos todo claro, todo ordenado, pero el pueblo creyente y en busca seguirá teniendo hambre y sed de Dios. También dije algunas veces que la Iglesia me parece un hospital de campaña: tanta gente herida que nos pide cercanía, que nos pide a nosotros lo que pedían a Jesús: cercanía, proximidad. Y con esta actitud de los escribas, de los doctores de la Ley y de los fariseos, jamás daremos un testimonio de cercanía.


Hay una segunda palabra que me hace reflexionar. Cuando Jesús habla del propietario de una viña que, teniendo necesidad de obreros, salió de casa en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña (cf. Mt 20, 1-16). No salió una sola vez. En la parábola, Jesús dice que salió al menos cinco veces: al amanecer, a las nueve, al mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde —¡todavía tenemos tiempo para que venga a nosotros!—. Había mucha necesidad en la viña, y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por caminos y plazas de la aldea a buscar obreros. Pensad en aquellos de la última hora: nadie los había llamado; quién sabe cómo se sentirían, porque al final de la jornada no habría llevado nada a casa para dar de comer a sus hijos. Pues bien, los responsables de la pastoral pueden encontrar un hermoso ejemplo en esta parábola. Salir en diversas horas del día para encontrar a cuantos están en busca del Señor. Llegar a los más débiles y a los más necesitados, para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque sólo sea por una hora.


Otro aspecto: no escuchemos, por favor, el canto de las sirenas, que llaman a hacer de la pastoral una serie convulsiva de iniciativas, sin lograr captar lo esencial del compromiso de evangelización. A veces parece que nos preocupa más multiplicar las actividades que estar atentos a las personas y a su encuentro con Dios. Una pastoral que no tiene esta atención, poco a poco se vuelve estéril. No nos olvidemos de hacer como Jesús con sus discípulos: después de que habían ido a las aldeas a llevar el anuncio del Evangelio, volvieron contentos por sus éxitos; pero Jesús los lleva aparte, a un lugar solitario, para estar un poco con ellos (cf. Mc 6, 31). Una pastoral sin oración y contemplación jamás podrá llegar al corazón de las personas. Se detendrá en la superficie y no dejará que la semilla de la palabra de Dios eche raíces, brote, crezca y dé fruto (cf. Mt 13, 1-23).


Sé que todos vosotros trabajáis mucho, y por eso quiero deciros una última palabra importante: paciencia. Paciencia y perseverancia. El Verbo de Dios entró en «paciencia» en el momento de la Encarnación, y así, hasta la muerte en la Cruz. Paciencia y perseverancia. No tenemos la «varita mágica» para todo, pero tenemos confianza en el Señor, que nos acompaña y no nos abandona nunca. En las dificultades como en las desilusiones que están presentes a menudo en nuestro trabajo pastoral, no debemos perder jamás la confianza en el Señor y en la oración, que la sostiene. En cualquier caso, no olvidemos que la ayuda nos la dan, en primer lugar, precisamente aquellos a quienes nos acercamos y sostenemos. Hagamos el bien, pero sin esperar recompensa. Sembremos y demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin testimonio no valen, no sirven. El testimonio lleva y da validez a la palabra.


Gracias por vuestro compromiso. Os bendigo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, porque debo hablar tanto y también dar un poco de testimonio cristiano. Gracias.


Invoquemos a la Virgen, Madre de la evangelización: Dios te salve, María…


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA DE MARFIL
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM" 



 Palacio Apostólico Vaticano
 Jueves 18 de septiembre de 2014




Queridos hermanos obispos:


Me alegra mucho encontrarme con vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina. Saludo fraternalmente al cardenal Jean-Pierre Kutwa y a cada uno de vosotros, y agradezco a monseñor Alexis Touabli Youlo, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que acaba de dirigirme. También quiero recordar al cardenal Bernard Agré, a quien hace poco el Padre llamó a sí. Deseo que encontréis en los santos Pedro y Pablo la ayuda que necesitáis para ejercer vuestro ministerio pastoral, ya sea mediante el ejemplo de amor ardiente a Cristo que dan, ya sea a través de su poderosa intercesión ante Dios.


La peregrinación a las tumbas de los Apóstoles es siempre una hermosa ocasión para fortalecer los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y con todo el Colegio episcopal. Esta unidad es indispensable para la misión de la Iglesia: «Para que todos sean uno…, para que el mundo crea» (Jn 17, 21), nos dice Jesús. Del mismo modo, la comunión fraterna que reúne a los obispos de una misma nación en torno a Cristo es indispensable para el crecimiento de la Iglesia, así como para el progreso de toda la sociedad. Esto es mucho más evidente en un país que sufrió graves divisiones y que necesita vuestro testimonio y vuestro compromiso decidido para reconstruir la fraternidad. «¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (Evangelii gaudium, 101). Comportándoos verdaderamente como hermanos entre vosotros, abiertos al diálogo con confianza recíproca, a la escucha de todos —incluso en la diversidad y en la contradicción— y dejando a cada uno su lugar, en particular a los más jóvenes entre vosotros, daréis un nuevo impulso evangelizador y transformaréis realmente la sociedad, para que sea más conforme al ideal evangélico. Me alegra mucho saber que ya estáis comprometidos resueltamente en este camino, y os aliento de todo corazón.


Por tanto, no puedo dejar de invitaros a desempeñar plenamente el papel que os corresponde en la obra de reconciliación nacional, rechazando cualquier implicación personal en las disputas políticas, en detrimento del bien común. Pero es importante que mantengáis relaciones constructivas con las autoridades de vuestro país, así como con los diversos componentes de la sociedad, de modo que se difunda un verdadero espíritu evangélico de diálogo y de colaboración. El papel de la Iglesia —que es apreciada y escuchada— puede ser determinante. Quiero recordar aquí a monseñor Ambrose Madtha, celoso nuncio apostólico, que se esmeró mucho por la reconciliación de la sociedad marfileña. Con ese mismo espíritu, os animo a proseguir el diálogo con los musulmanes para desalentar cualquier corriente violenta y cualquier interpretación religiosa errada del conflicto que vivisteis.


Naturalmente, no estáis solos en la inmensa tarea de evangelización y de conversión de los corazones que se abre ante vosotros, sino que os ayuda un clero generoso y motivado, cuyo número está en continuo aumento. Os pido que transmitáis a los sacerdotes de vuestras diócesis todo mi afecto. Trabajan valientemente en el campo del Señor, a menudo en condiciones muy difíciles. Para prevenir las dificultades y las carencias que algunos de ellos experimentan, los instrumentos mejores son ciertamente la cualidad de su formación, inicial y permanente, el aliento de una fraternidad sacerdotal que trascienda las diferencias étnicas y, sobre todo, la cercanía y la atención que como padres amorosos y atentos debéis prestar a cada uno de ellos. Para despertar el celo pastoral recurrid —si os es posible— más a la dulzura, a la persuasión y al aliento que a sanciones apresuradas y severas. Os invito a visitar con frecuencia a vuestros sacerdotes para escucharlos, a fin de conocerlos cada vez mejor. Al formar un presbyterium fraterno y unido en torno al obispo, los sacerdotes se sentirán ligados a su diócesis e impulsados a servirla de modo prioritario, mientras que muchos están tentados de partir hacia lugares recónditos, en detrimento del pueblo de Dios que tiene necesidad de su ministerio.


Por lo demás, no solo los sacerdotes se benefician de la presencia asidua del obispo en su diócesis, sino también las comunidades cristianas en todos sus componentes; tienen necesidad de ser apoyadas y de tener un vínculo personal y regular con el obispo. También pienso en los Institutos religiosos, a los que debéis dedicar atención. Son «una ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus, 118). Hay que dar sinceramente las gracias a los religiosos y a las religiosas por el considerable trabajo que realizan, junto con los laicos, en los ámbitos de la enseñanza, de la salud y del desarrollo. Todos aprecian su trabajo; además, es absolutamente insustituible, puesto que existe una íntima relación entre evangelización y promoción humana (cf. Evangelii gaudium, 178). Os invito a hacer todo lo posible para favorecer el establecimiento de relaciones constructivas y para resolver las incomprensiones, a fin de que los religiosos y las religiosas trabajen en armonía con los demás agentes de pastoral. Por otra parte, muchas comunidades y asociaciones nuevas que se están formando tienen necesidad de vuestro discernimiento atento y prudente —pero ya lo hacéis— para garantizar una sólida formación a sus miembros y acompañar los cambios que están llamados a vivir.


Estáis llamados a manifestar vuestra cercanía pastoral a todos los fieles laicos, en especial a las familias. Estas últimas se han debilitado mucho hoy día ya sea por el proceso de secularización que afecta a la sociedad marfileña, ya sea por los movimientos de poblaciones y las divisiones provocadas por los conflictos, y también por las propuestas, menos exigentes en el plano moral, que surgen de todas partes. Os animo a perseverar en los programas de formación para el matrimonio que muchos de vosotros ya han comenzado, sin olvidar el compromiso indispensable con los jóvenes, con vistas a su educación espiritual y afectiva. En fin, que las personas ancianas no estén ausentes de vuestras preocupaciones. Si bien es cierto que para la mentalidad tradicional africana «gozan de una veneración especial» (Africae munus, 47), muchas de ellas hoy se encuentran solas o abandonas, porque la cultura de «descarte» ya ha aparecido en vuestras sociedades. Pues bien, su participación es indispensable para el equilibrio de un pueblo y para la educación de la juventud (cf. Africae munus, 48).


Queridos hermanos obispos: tengo que expresaros mi alegría y mi agradecimiento por el buen trabajo de evangelización que lleváis a cabo en Costa de Marfil. Vuestras iglesias locales experimentan un dinamismo real y manifiestan alegría y entusiasmo en el anuncio de Cristo muerto y resucitado. Sin embargo, se percibe que la fe sigue siendo frágil y que sopla un viento contrario. Muy a menudo —por desgracia los conflictos recientes lo demostraron— el particularismo étnico predomina sobre la fraternidad evangélica, muchos bautizados, cansados o desilusionados, se alejan de la luz de la verdad y se adhieren a propuestas más fáciles, otros no ponen en práctica en su vida las exigencias de la fe. 
Ciertamente, la clave del futuro se encuentra en una raigambre más profunda de la palabra de Dios en los corazones. Pero también es necesario profundizar el diálogo con la realidad cultural y religiosa tradicional para llegar a una auténtica inculturación de nuestra fe, rechazando sin ambigüedad lo que es contrario a ella, pero acogiendo y perfeccionando lo que es bueno. En consecuencia, os animo a perseverar sin descanso en la obra de evangelización. La formación de los laicos en todos los niveles, y en particular de los catequistas, cuyo trabajo indispensable es considerable —y hay que agradecérselo— debe abrirlos al «encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). Así, la Iglesia en Costa de Marfil podrá afrontar serenamente los desafíos del futuro.
Encomendándoos a todos vosotros, así como a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis a la intercesión de san Juan Pablo II y a la protección de Nuestra Señora de la Paz, os imparto de todo corazón la bendición apostólica. 


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A LOS NUEVOS OBISPOS NOMBRADOS DURANTE EL AÑO


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Jueves 18 de septiembre de 2014



Queridos hermanos:


Me complace encontraros ahora personalmente, porque en verdad debo decir que de algún modo ya os conocía. No hace mucho tiempo me fueron presentados por la Congregación para los obispos o por aquella para las Iglesias orientales. Sois frutos de un trabajo asiduo y de la incansable oración de la Iglesia que, cuando tiene que elegir a sus pastores, quiere actualizar esa noche entera que el Señor pasó en el monte, en presencia de su Padre, antes de llamar a los que quiso para estar con Él y para ser enviados al mundo.


Así que doy las gracias en las personas de los señores cardenales Ouellet y Sandri a todos los que contribuyeron a preparar vuestra elección como obispos y se entregaron por organizar estas jornadas de encuentro, seguramente fecundas, en las que se experimenta la alegría de ser obispos no aislados sino en comunión, sentir la corresponsabilidad del ministerio episcopal y la solicitud por toda la Iglesia de Dios.


Conozco vuestro curriculum y alimento grandes esperanzas en vuestras potencialidades. Ahora puedo finalmente asociar la primera impresión que tuve de las listas a los rostros, y tras haber oído hablar de vosotros, puedo personalmente escuchar el corazón de cada uno y fijar la mirada en cada uno para percibir las numerosas esperanzas pastorales que Cristo y su Iglesia depositan en vosotros. Es hermoso ver reflejado en el rostro el misterio de cada uno y poder leer lo que Cristo os ha escrito. Es consolador poder constatar que Dios no deja a su esposa sin pastores según su corazón.


Queridos hermanos, nuestro encuentro tiene lugar al inicio de vuestro camino episcopal. Ya pasó el estupor suscitado por vuestra elección; se superaron los primeros temores, cuando vuestro nombre fue pronunciado por el Señor; incluso las emociones vividas en la consagración ahora se van depositando gradualmente en la memoria y el peso de la responsabilidad se adapta, de alguna manera, a vuestros frágiles hombros. El aceite del Espíritu Santo versado sobre vuestras cabezas aún perfuma y al mismo tiempo va descendiendo sobre el cuerpo de la Iglesia encomendada a vosotros por el Señor. Ya habéis experimentado que el Evangelio abierto sobre vuestras cabezas se ha convertido en casa donde se puede vivir con el Verbo de Dios; y el anillo en vuestra mano derecha, que a veces aprieta mucho o algunas veces corre el riesgo de deslizarse, posee de cualquier manera la fuerza de unir vuestra vida a Cristo y a su Esposa.


Al encontraros por primera vez, os pido principalmente jamás dar por descontado el misterio que se os ha conferido, no perder el estupor ante el designio de Dios, ni el temor de caminar conscientemente en su presencia y en presencia de la Iglesia que es antes que nada suya. En algún lugar de sí mismo es necesario conservar protegido este don recibido, evitando que se desgaste, impidiendo que haya sido en vano.


Ahora, permitidme hablaros con sencillez sobre algunos temas que me interesan. Siento el deber de recordar a los pastores de la Iglesia el vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de su rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia de Cristo comienza por la presencia, la de Cristo que nunca falta, pero también la del pastor que gobierna en nombre de Cristo. Y esta no es una pía recomendación. Cuando el pastor está ausente o no se le encuentra, están en juego el cuidado pastoral y la salvación de las almas (decreto De reformatione del Concilio de Trento ix). Esto decía el Concilio de Trento, con mucha razón.


En efecto, en los pastores que Cristo concede a la Iglesia, Él mismo ama a su Esposa y da su vida por ella (cf. Ef 5, 25-27). El amor hace semejantes a quienes lo comparten, por ello todo lo que es bello en la Iglesia viene de Cristo, pero también es verdad que la humanidad glorificada del Esposo no ha despreciado nuestros rasgos. Dicen que después de años de intensa comunión de vida y fidelidad, también en las parejas humanas las huellas de la fisonomía de los esposos gradualmente se comunican mutuamente y ambos terminan por parecerse.


Vosotros estáis unidos por un anillo de fidelidad a la Iglesia que se os ha encomendado o que estáis llamados a servir. El amor por la Esposa de Cristo gradualmente os permite imprimir vuestra huella en su rostro y al mismo tiempo llevar en vosotros los rasgos de su fisonomía. Por ello es necesaria la intimidad, la asiduidad, la constancia, la paciencia.


No se necesitan obispos felices superficialmente; hay que excavar en profundidad para encontrar lo que el Espíritu continúa inspirando a vuestra Esposa. Por favor, no seáis obispos con fecha de caducidad, que necesitan cambiar siempre de dirección, como medicinas que pierden la capacidad de curar, o como los alimentos insípidos que hay que tirar porque han perdido ya su utilidad (cf. Mt 5, 13). Es importante no detener la fuerza sanadora que surge de lo íntimo del don que habéis recibido, y esto os defiende de la tentación de ir y venir sin meta, porque «no hay viento favorable para quien no sabe adónde va». Y nosotros hemos aprendido adónde vamos: vamos siempre a Jesús. Estamos en búsqueda de saber «dónde vive», porque jamás se agota su respuesta que dio a los primeros: «Venid y veréis» (Jn 1, 38-39).


Para vivir en plenitud en vuestras Iglesias es necesario vivir siempre en Él y no escapar de Él: vivir en su Palabra, en su Eucaristía, en las «cosas de su Padre» (cf. Lc 2, 49), y sobre todo en su cruz. No detenerse de pasada, sino quedarse largamente, como permanece inextinguible la lámpara encendida del Tabernáculo de vuestras majestuosas catedrales o humildes capillas, para que así en vuestra mirada el rebaño no deje de encontrar la llama del Resucitado. Por lo tanto, no obispos apagados o pesimistas, que, apoyados sólo en sí mismos y por lo tanto, rendidos ante la oscuridad del mundo o resignados a la aparente derrota del bien, ya en vano gritan que el fortín es asaltado. Vuestra vocación no es la de ser guardianes de un montón de derrotados, sino custodios del Evangelii gaudium, y por lo tanto, no podéis privaros de la única riqueza que verdaderamente tenemos para dar y que el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios.


Os pido además, que no os dejéis engañar por la tentación de cambiar de pueblo. Amad al pueblo que Dios os ha dado, incluso cuando hayan «cometido pecados grandes», sin cansaros de «acudir al Señor» para obtener el perdón y un nuevo inicio, aun a costa de ver eliminadas tantas falsas imágenes vuestras sobre el rostro divino o las fantasías que habéis alimentado sobre el modo de suscitar su comunión con Dios (cf. Ex 32, 30-31). Aprended el poder humilde pero irresistible de la sustitución vicaria, que es la única raíz de la redención.


También la misión, que ha llegado a ser tan urgente, nace de ese «ver dónde vive el Señor y permanecer con Él» (cf. Jn 1, 39). Sólo quien encuentra, permanece y vive, adquiere el atractivo y la autoridad para conducir el mundo a Cristo (cf. Jn 1, 40-42). Pienso en muchas personas que hay que llevar a Él. A vuestros sacerdotes, in primis. Hay muchos que ya no buscan dónde vive, o que viven en otras latitudes existenciales, algunos en los bajos fondos. Otros, olvidados de la paternidad episcopal o quizá cansados de buscarla en vano, ahora viven como si ya no existieran padres o se engañan de que no tienen necesidad de padres. Os exhorto a cultivar en vosotros, padres y pastores, un tiempo interior en el que se pueda encontrar espacio para vuestros sacerdotes: recibirles, acogerles, escucharles, guiarles. Os quisiera obispos fáciles de encontrar no por la cantidad de los medios de comunicación de los que disponéis, sino por el espacio interior que ofrecéis para acoger a las personas y sus necesidades concretas, dándoles la totalidad y la amplitud de la enseñanza de la Iglesia, y no un catálogo de añoranzas. Y que la acogida sea para todos sin discriminación, ofreciendo la firmeza de la autoridad que hace crecer, y la dulzura de la paternidad que engendra. Y, por favor, no caigáis en la tentación de sacrificar vuestra libertad rodeándoos de séquitos y cortes o coros de aprobación, puesto que en los labios del obispo la Iglesia y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio que hace libres.


Luego está el Pueblo de Dios encomendado a vosotros. Cuando, en el momento de vuestra consagración, el nombre de vuestra Iglesia fue proclamado, se reflejaba el rostro de los que Dios os estaba dando. Este pueblo tiene necesidad de vuestra paciencia para curarlo, para hacerlo crecer. Sé bien lo desierto que se ha hecho nuestro tiempo. Se necesita, luego, imitar la paciencia de Moisés para guiar a vuestra gente, sin miedo a morir como exiliados, pero gastando hasta vuestra última energía no por vosotros sino para hacer que Dios entre en los que guiais. Nada es más importante que introducir a las personas en Dios. Os confío, sobre todo a los jóvenes y a los ancianos. Los primeros porque son nuestras alas, y los segundos porque son nuestras raíces. Alas y raíces sin las cuales no sabemos quiénes somos y ni siquiera adónde tenemos que ir.


Al final de nuestro encuentro permitid al sucesor de Pedro que os mire profundamente desde lo alto del misterio que nos une de modo irrevocable. Hoy viendoos en vuestras diversas fisonomías, que reflejan la inagotable riqueza de la Iglesia extendida en toda la tierra, el obispo de Roma abraza la católica. No es necesario recordar las singulares y dramáticas situaciones de nuestros días. Cuánto quisiera que resonara, por medio de vosotros, en cada Iglesia un mensaje de aliento. Al regresar a vuestras casas, donde estas se encuentren, llevad por favor el saludo de afecto del Papa y asegurad a la gente que está siempre en su corazón.


Veo en vosotros centinelas, capaces de despertar vuestras Iglesias, levantándoos antes del alba o en medio de la noche para avivar la fe, la esperanza, la caridad; sin dejaros adormecer o conformar con el lamento nostálgico de un pasado fecundo pero ahora declinado. Excavad todavía en vuestras fuentes, con la valentía de remover las incrustaciones que han cubierto la belleza y el vigor de vuestros antepasados peregrinos y misioneros que han erigido Iglesias y creado civilizaciones.


Veo en vosotros a hombres capaces de cultivar y de hacer madurar los campos de Dios, en los que los nuevos sembradíos esperan manos dispuestas a irrigar cotidianamente esperando cosechas generosas.


Veo finalmente en vosotros pastores capaces de reconstruir la unidad, tejer redes, remendar, vencer la fragmentación. Dialogad con respeto con las grandes tradiciones en las que estáis inmersos, sin miedo de perderos y sin necesidad de defender vuestras fronteras, porque la identidad de la Iglesia está definida por el amor de Cristo que no conoce frontera. Incluso custodiando la pasión por la verdad, no gastéis energías para contraponerse o enfrentarse sino para construir y amar.


Así, centinelas, hombres capaces de cuidar los campos de Dios, pastores que caminan delante, en medio y detrás del rebaño, os despido, os abrazo, deseando fecundidad, paciencia, humildad y mucha oración. Gracias.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA
REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala del Consistorio
Viernes 12 de septiembre de 2014




Queridos hermanos en el episcopado:


Con gran alegría dirijo mi saludo fraterno al cardenal Laurent Monsengwo Pasinya, y a cada uno de vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Doy las gracias a monseñor Nicolas Djomo, presidente de vuestra Conferencia episcopal, quien, junto con vuestros sentimientos de comunión fiel, ha presentado algunas características de la vida de la Iglesia en la República democrática del Congo. Vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, unida al testimonio de Cristo muerto y resucitado hasta el sacrificio supremo, fortalece vuestros vínculos de comunión con la Sede apostólica, pero también entre vosotros y con los obispos de todo el mundo. Por mi parte, al expresaros mi profundo aprecio por vuestra solicitud y vuestro celo en el anuncio del Evangelio, quiero saludar y animar a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los demás agentes de pastoral que colaboran con vosotros, así como a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.


Con vosotros, doy gracias al Señor por los múltiples dones que ha concedido a la Iglesia en vuestro país. Familia de Dios en camino hacia al Reino, está constituida por comunidades vivas, cuyos miembros participan activamente en las celebraciones litúrgicas y dan un valiente testimonio de caridad. Según la hermosa expresión del salmista, el Señor concedió sus bienes y nuestra tierra ha dado sus frutos (cf. Sal 85, 13).


La fidelidad al Evangelio implica que el obispo guíe y gobierne con sabiduría el rebaño que se le ha confiado. El buen pastor conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a Él (cf. Jn 10, 4). La presencia, la cercanía y la estabilidad del obispo en su diócesis son necesarias para dar seguridad a los sacerdotes y a los candidatos al sacerdocio, y para que todos los fieles se sientan acompañados, seguidos y amados.


Una característica importante de la Iglesia en vuestro país es que se encuentra en una fase de pleno crecimiento. ¡Es tan hermoso constatar que las comunidades cristianas crecen! Pero sabéis que lo esencial para la Iglesia no es en primer lugar los números, sino la entrega total y sin reservas al Dios revelado en Jesucristo. La cualidad de la fe en Cristo muerto y resucitado, la comunión íntima con Él, es el fundamento de la solidez de la Iglesia. En consecuencia, es de vital importancia evangelizar en profundidad. La fidelidad al Evangelio, a la Tradición y al Magisterio son puntos de referencia seguros, que garantizan la pureza del manantial al que conducís al Pueblo de Dios (cf. Carta encíclica Lumen fidei, 36).


La Iglesia en la República democrática del Congo, donde algunas diócesis celebraron recientemente el primer centenario de su evangelización, es una Iglesia joven. Pero es también una Iglesia de jóvenes. Los niños y los adolescentes, en particular, tienen necesidad de la fuerza de Dios para resistir a las múltiples tentaciones, consecuencia de la precariedad de su vida, de la imposibilidad de proseguir los estudios o de encontrar trabajo. Soy sensible a su difícil situación, y sé que compartís sus sufrimientos, sus alegrías y esperanzas. En particular, pienso con horror en los niños, en los jóvenes, reclutados por la fuerza en las milicias y obligados a matar a sus mismos compatriotas. Por tanto, os aliento a profundizar en la pastoral de los jóvenes. Ofreciéndoles toda la ayuda posible, sobre todo a través de la creación de espacios de formación humana, espiritual y profesional, podéis revelarles la vocación profunda que los predisponga a encontrar al Señor.


El medio más eficaz para vencer la violencia, la desigualdad y también las divisiones étnicas, consiste en dotar a los jóvenes de un espíritu crítico y en proponerles un itinerario de maduración en los valores evangélicos (cf. Evangelii gaudium, 64). También se necesitaría fortalecer la pastoral en las universidades, así como en las escuelas católicas y públicas, conjugando la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 132-134). Queridos hermanos en el episcopado: os invito a ser apóstoles de la juventud en vuestras diócesis.


Con el mismo espíritu, ante la disgregación familiar provocada, en particular, por la guerra y la pobreza, es indispensable valorar y promover todas las iniciativas destinadas a consolidar a la familia, fuente de toda fraternidad, fundamento y camino primordial para la paz (cf. Mensaje para la XLVII Jornada mundial de la paz, 2014, n. 1).


La fidelidad al Evangelio implica también que la Iglesia participe en la construcción de la ciudad. Una de las contribuciones más valiosas que la Iglesia local puede ofrecer a vuestro país consiste en ayudar a las personas a redescubrir la pertinencia de la fe en la vida diaria y la necesidad de promover el bien común. Del mismo modo, los responsables de la nación, iluminados por los pastores y en el respeto de las competencias, también pueden recibir apoyo para integrar la enseñanza cristiana en su vida personal y en el ejercicio de sus funciones al servicio del Estado y de la sociedad. En este sentido, el magisterio de la Iglesia, en particular la encíclica Caritas in veritate y la exhortación apostólica postsinodal Africae munus, así como la reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium, constituyen una ayuda valiosa.


Queridos hermanos en el episcopado: os invito a trabajar sin descanso por el establecimiento de una paz duradera y justa a través de una pastoral del diálogo y de la reconciliación entre los diversos sectores de la sociedad, apoyando el proceso de desarme y promoviendo una colaboración eficaz con las demás confesiones religiosas. Mientras vuestro país se dispone a vivir encuentros políticos importantes para su futuro, es necesario que la Iglesia ofrezca su contribución, evitando al mismo tiempo reemplazar a las instituciones políticas y las realidades temporales que conservan su autonomía (cf. Constitución pastoral Gaudium et spes, 36). En particular, los pastores deben evitar ocupar el lugar que corresponde con pleno derecho a los fieles laicos, que tienen precisamente la misión de testimoniar a Cristo y el Evangelio en la política y en todos los otros ámbitos de su actividad (cf. Decreto conciliar Apostolicam actuositatem, 4 y 7). Es fundamental, pues, que los fieles laicos se formen con esta visión, y que vosotros no dejéis de apoyarlos, orientarlos y brindarles criterios de discernimiento para iluminarlos. En este sentido, no tengo dudas de que seguiréis trabajando para sensibilizar a las autoridades públicas a fin de llevar a término la negociación para la firma de un acuerdo con la Santa Sede.


Es de desear que, con espíritu de solidaridad y comunión, se desarrolle una colaboración más estrecha con todos los agentes de pastoral que actúan en los diferentes ámbitos del apostolado y de la pastoral social, en particular, en la educación, la sanidad y la asistencia caritativa. Muchos esperan de vosotros vigilancia y solicitud en la defensa de los valores espirituales y sociales: estáis llamados a proponer orientaciones y soluciones para la promoción de una sociedad fundada en el respeto de la dignidad y de la persona humana. A propósito de esto, la atención a los pobres y a cuantos tienen necesidades, como los ancianos, los enfermos y las personas discapacitadas, debe constituir el objeto de una pastoral adecuada, continuamente reexaminada. De hecho, la Iglesia debe preocuparse por el bien común de estas personas y a atraer la atención de la sociedad y de las autoridades públicas hacia su situación. Felicito y aliento la obra de todos los misioneros, de los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los demás agentes de pastoral que se entregan al servicio de los heridos por la vida, por las víctimas de la violencia, sobre todo en las regiones más aisladas y remotas del país. Al mencionar este tema, dirijo un pensamiento especial a los refugiados internos y a los numerosos refugiados que provienen de los países vecinos.


Queridos hermanos en el episcopado: por último, quiero confirmaros todo mi afecto y mi aliento. Perseverad en vuestro generoso compromiso al servicio del Evangelio. Sed hombres de esperanza para vuestro pueblo. Que el testimonio luminoso de la beata María Clementina Anuarite Nengapeta y del beato Isidoro Bakanja os inspire siempre. Encomendándoos a la intercesión materna de la Virgen María, Reina de los Apóstoles, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestros colaboradores, sacerdotes, religiosos y laicos, y a cada una de vuestras diócesis.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CAMERÚN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 6 de septiembre de 2014




Queridos hermanos en el episcopado:


Os doy la bienvenida. Estoy muy contento de recibirlos con ocasión de vuestra visita ad limina. Doy las gracias a monseñor Samuel Kleda, presidente de vuestra Conferencia episcopal, por las palabras que me acaba de dirigir en vuestro nombre. Os pido que transmitáis mis cordiales saludos a todos vuestros diocesanos, en especial a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos comprometidos en el servicio pastoral, así como a todos los habitantes de Camerún. Dirijo también un saludo fraterno al cardenal Christian Tumi. Que vuestra oración ante la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo os confirme en la fe y en la perseverancia para el ejercicio de vuestra misión pastoral, al servicio del pueblo que se os ha confiado. Son para nosotros los modelos que debemos seguir en la entrega total que han hecho de sí mismos —hasta derramar la propia sangre— a Cristo y a su Evangelio.


Vuestra visita me ofrece la ocasión de renovaros mi aliento y mi confianza y de poner de relieve el espíritu de comunión que consideráis importante mantener con la Sede apostólica. A fin de que el Evangelio toque y convierta los corazones en lo profundo, debemos recordar que solamente estando unidos en el amor es como podemos dar testimonio de modo auténtico y eficaz. Unidad y diversidad son para vosotros realidades que deben ir firmemente unidas para hacer justicia a la riqueza humana y espiritual de vuestras diócesis, que se expresa en múltiples formas. Además, deseo que la buena colaboración entre la Iglesia, el Estado y la sociedad camerunesa en su conjunto, manifestada recientemente por la firma de un Acuerdo marco entre la Santa Sede y la República de Camerún, dé frutos abundantes. Os invito a poner concretamente en práctica este Acuerdo, ya que el reconocimiento jurídico de muchas instituciones eclesiales les dará un mayor alcance, a beneficio no sólo de la Iglesia, sino también de toda la sociedad camerunesa.


Al respecto, acojo con agrado el considerable compromiso de vuestras Iglesias locales en numerosas obras sociales. Este compromiso en los ámbitos educativo, sanitario y caritativo es reconocido y apreciado por las autoridades civiles; este debe ser el ámbito de una fecunda colaboración entre Estado e Iglesia, en el respeto de la plena libertad de esta última. El compromiso en las obras sociales es parte integrante de la evangelización, ya que existe un nexo íntimo entre evangelización y promoción humana. Esta última se debe expresar y desarrollar en toda la acción evangelizadora (cf. Evangelii gaudium, n. 178). Os aliento, por lo tanto, a perseverar en la atención que tenéis hacia los más débiles, sosteniendo, material y espiritualmente, a todos los que se dedican a ellos, en especial a los miembros de los institutos religiosos y a los laicos asociados; les agradezco de todo corazón por su entrega y por el testimonio auténtico que dan del amor de Cristo por todos los hombres.


Vuestra acción evangelizadora será mucho más eficaz si el Evangelio es realmente vivido por quienes lo han recibido y lo profesan. Es este el modo para atraer hacia Cristo a quienes aún no lo conocen, mostrándoles el poder de su amor capaz de transformar e iluminar la vida de los hombres. Sólo así podemos hacer frente, vigilando pero con serenidad, al desarrollo de múltiples propuestas nuevas que seducen las mentes sin renovar profundamente los corazones. Por lo demás, la presencia importante de musulmanes en algunas de vuestras diócesis es una invitación urgente a testimoniar valiente y gozosamente la fe en Cristo Resucitado. Desarrollar el diálogo de la vida con los musulmanes, con un espíritu de confianza recíproca, es hoy indispensable para mantener un clima de convivencia pacífica y frenar el desarrollo de la violencia de la cual los cristianos son víctimas en ciertas regiones del continente.


Me parece esencial, por lo tanto, como prioridad, continuar vuestra acción orientada a sembrar y reforzar la fe en el corazón de los fieles. La formación es un elemento esencial en el desarrollo del pueblo de Dios, especialmente en estos tiempos en los que el relativismo y la secularización están comenzando a entrar en auge en África. Muchos laicos están implicados en sus parroquias y en los movimientos, y son, con certeza, fundamentales para la transmisión de la fe. Su formación debe ser sólida y permanente. Os pido que transmitáis a estos fieles laicos y a todas las personas implicadas en el trabajo de formación mi aprecio y mi más caluroso aliento.


También las familias deben seguir estando en el centro de vuestra particular atención, especialmente hoy mientras experimentan graves dificultades —tanto la pobreza, el desplazamiento de pueblos, la falta de seguridad, la tentación de volver a prácticas ancestrales incompatibles con la fe cristiana o incluso los nuevos estilos de vida propuestos por un mundo secularizado. Os invito a sacar todo el provecho de la décima Asamblea plenaria de la Asociación de las Conferencias episcopales de África central celebrada en el Congo, en cuyos trabajos habéis participado y que —no tengo ninguna duda— dará frutos abundantes.


Es fundamental, además, que el clero dé testimonio de una vida en la que esté presente el Señor, coherente con las exigencias y los principios del Evangelio. Quiero expresar a todos los sacerdotes mi agradecimiento por el celo apostólico que demuestran, a menudo en condiciones difíciles y precarias, y les aseguro mi cercanía y mi oración. Sin embargo, es conveniente permanecer vigilantes en el discernimiento y en el acompañamiento de las vocaciones sacerdotales —gracias a Dios numerosas en Camerún— y sostener también la formación permanente y la vida espiritual de los sacerdotes para los cuales vosotros sois padres atentos, ya que las tentaciones del mundo son muchas, en especial las del poder, los honores y el dinero. Sobre este último punto, en particular, el antitestimonio que se podría dar por una mala gestión de los bienes, por el enriquecimiento personal y el derroche sería especialmente escandaloso en una región donde a muchas personas les falta lo necesario para vivir.


Por otro lado, la unidad del clero es un elemento indispensable del testimonio que se da de Cristo resucitado: «para que todos sean uno [...] para que el mundo crea» (Jn 17, 21); sea ello la unidad de los obispos, quienes a menudo deben afrontar los mismos desafíos y están llamados a dar soluciones comunes y acordadas, o de la unidad del presbyterium que el Señor invita a construir cada día superando los prejuicios, en especial los étnicos.


Por último, también la vida consagrada tiene que ser acompañada, a fin de que, arraigada en Cristo al servicio del Reino, sea siempre un testimonio profético y un modelo en materia de reconciliación, de justicia y de paz (cf. Evangelii gaudium, n. 117). Os invito a ofrecer vuestro apoyo a los institutos religiosos en sus esfuerzos de formación humana y espiritual, y a acoger y acompañar, con prudente discernimiento, las nuevas iniciativas.


Queridos hermanos, los valientes esfuerzos de evangelización que realizáis en vuestro ministerio pastoral dan numerosos frutos de conversión. Os invito a dar incesantemente gracias por ellos y a renovar el don de vosotros mismos a Cristo y al pueblo que se os ha confiado. Sin temer a las dificultades, iréis valientemente adelante, con un espíritu misionero renovado, con el fin de llevar la Buena Noticia a todos aquellos que aún la esperan o que tienen más necesidad de ella. Os encomiendo a todos vosotros, así como a vuestras diócesis, a la intercesión de san Juan Pablo IIque visitó vuestro país en dos ocasiones, y a la protección maternal de la Virgen María. Que Dios os bendiga.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MUNDIAL
DE LOS DIRECTORES DE "SCHOLAS OCCURRENTES"



Palacio Apostólico Vaticano
Aula del Sínodo
Jueves 4 de septiembre de 2014
 
 
Estoy como aquel que le dijeron: “Diga algo”. Y entonces dice: “Bueno, voy a improvisar”. Y saca lo que tenía hecho.


Son los puntos que más o menos quería decirles, a los cuales incorporo los que he visto aquí.


Primero de todo, muchas gracias. La presencia aquí es algo raro. Yo le decía al Presidente de la Academia Pontificia, Mons. Sánchez Sorondo, que se estaba haciendo movimiento. Es algo raro por el movimiento, por el trabajo, por la intensidad, por la gente que va y que viene, por la creatividad del protocolo… en el marco de estas III Jornadas de la Red Mundial de Escuelas para el Encuentro. Entonces, la idea es el encuentro. Esta cultura del encuentro que es el desafío. Hoy ya nadie duda que el mundo está en guerra. Y nadie duda, por supuesto, que el mundo está en desencuentro. Y hay que proponer una cultura del encuentro de alguna manera. Una cultura de la integración, del encuentro, de los puentes, ¿no es cierto? Y este trabajo, lo están haciendo ustedes. Yo le agradezco a la Pontificia Academia de las Ciencias, a Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, que haya facilitado todo esto. Se ha movido mucha gente. Yo sé que estos dos cuando se juntan son un peligro. Mueven mucho. Pero recuerdo ese refrán africano: “Para educar a un hijo hace falta una aldea”. Para educar a una persona, hace falta todo esto.


No podemos dejar solos a los chicos, por favor. Ya se ha incorporado a nuestro lenguaje hablar de los chicos de la calle, “i bambini di strada”, como si un chico pudiera estar solo, abandonado de todo lo que es entorno cultural, de todo lo que es entorno familiar. Sí, está la familia, está la escuela, está la cultura, pero el chico está solo. ¿Por qué? Porque el pacto educativo está roto y hay que recomponer el pacto educativo. Una vez, en cuarto grado, le falté al respeto a la maestra, y la maestra mandó llamar a mi mamá. Vino mi mamá, yo me quedé en la clase, la maestra salió. Y después me llamaron, y mi mamá muy tranquila –yo temía lo peor, ¿no?– me dijo: –¿Vos hiciste esto y esto y esto? ¿Le dijiste esto a la maestra? –Sí. –Pedile perdón. Y me hizo pedirle perdón delante de ella. Yo quedé feliz. Me salió fácil. El segundo acto fue cuando llegué a casa. Hoy día, al menos en tantas escuelas de mi patria, una maestra pone una observación en el cuaderno del chico y al día siguiente tiene al padre o a la madre denunciando a la maestra. Está roto el pacto educativo. No es todos juntos por el chico. Y así hablemos de la sociedad también. O sea, recomponer el pacto educativo, recomponer esta aldea para educar a un chico. No los podemos dejar solos, no los podemos dejar en la calle, ni desprotegidos, y a merced de un mundo en el que prevalece el culto al dinero, a la violencia y al descarte. Me repito mucho en esto, pero evidentemente que se ha instalado la cultura del descarte. Lo que no sirve se tira. Se descartan los chicos porque no se los educa o no se los quiere. 

Los niveles de natalidad de algunas naciones desarrolladas son alarmantes. Se descartan los ancianos –y acuérdense de lo que dije de chicos y ancianos en el futuro–, porque se ha instalado este sistema de eutanasia encubierta. Es decir, las obras sociales te cubren hasta aquí, y después morite. Descartan los chicos, los ancianos y ahora el nuevo descarte, toda una generación de jóvenes sin trabajo en países desarrollados. Se habla de 75 millones de jóvenes en países desarrollados, de 25 años para abajo, sin trabajo. Se descarta una generación de jóvenes. Esto nos obliga a salir y no dejar a los chicos solos, por lo menos eso. Y ése es nuestro trabajo. Ellos y los ancianos ciertamente son las personas más expuestas en esta cultura en la que predomina este descarte, pero también los jóvenes. Les tocó el turno a ellos también, para mantener un sistema de finanzas equilibrado donde en el centro ya no está la persona humana sino el dinero.


En este sentido, es muy importante fortalecer los vínculos: los vínculos sociales, los familiares, los personales. Todos, pero especialmente los niños y los más jóvenes, tienen necesidad de un entorno adecuado, de un hábitat verdaderamente humano, en el que se den las condiciones para su desarrollo personal armónico y para su integración en el hábitat más grande de la sociedad. Qué importante resulta entonces el empeño por crear una “red” extensa y fuerte de lazos verdaderamente humanos, que sostenga a los niños, que los abra confiada y serenamente a la realidad, que sea un auténtico lugar de encuentro, en el que lo verdadero, lo bueno y lo bello se den en su justa armonía. Si el chico no tiene esto, solamente le queda el camino de la delincuencia y de las adicciones. Los animo a que sigan trabajando para crear esta aldea humana, cada vez más humana, que ofrezca a los niños un presente de paz y un futuro de esperanza.


En ustedes veo, en estos momentos, el rostro de tantos chicos y jóvenes a los que llevo en el corazón, porque sé que son material de descarte, y por los que vale la pena trabajar sin descanso. Gracias por lo que hacen por esta iniciativa, donde también los vínculos entre ustedes tienen que prevalecer para no dar lugar a las internas: –No, ésta me la llevo yo. Acá meto la mano yo. Esto es para mi sector. No, no, no. O sea, voy a crear vínculos de unidad si soy capaz de vivirlos en una iniciativa donde cada uno resigne las ganas de mandar y haga crecer las ganas de servir. Les pido que recen por mí, que lo necesito. Y que Dios los bendiga.


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VIDEOCONFERENCIA DEL PAPA FRANCISCO
CON CHICOS DEL MUNDO POR EL LANZAMIENTO DE LA PLATAFORMA DE SCHOLAS



Palacio Apostólico Vaticano
Aula del Sínodo
Jueves 4 de septiembre de 2014

 

Saludo del Papa


Buenas tardes, me dicen que están cerrando, que están terminando. Deseo que hayan sembrado lindo para que el fruto sea bueno. Y gracias por todo el esfuerzo que han hecho. Gracias.



Primera Pregunta: Australia
Hello and Good Day from Australia.  Our message to you is that St. Joseph’s… College is a Catholic School in the… tradition.  We follow in the footsteps of Scholas and in several campaigns advocating peace internationally and within our own community: an example of such is that we held an interreligious soccer month last month for peace between our school and refugees of the local Vietnamese community.  So because of this we’d like to thank you personally for the Scholas programme.  It allows us to have direct communication with yourself.  As youths of diverse religions and because of this we’re all incredibly humbled to have this opportunity to speak with you.  It is certainly a leap in the right direction in terms of developing a global network of peace and it’s quite amazing how we can use technology to have dialogue to learn from each other.  So, what we’d really like to know from you is specifically how the Scholas programme will help us bridge gaps between the youths of various countries today?


R. Gracias. Y gracias también por lo que me dices que haces y lo que hacen ustedes. Procuro responder tu pregunta. ¿Cómo puede Scholas avanzar en esta comunicación y tender puentes? Antes de responderte, tomo una palabra que dijiste: “tender puentes”. En la vida vos podés hacer dos cosas contrarias: o tender puentes o levantar muros. Los muros separan, dividen. Los puentes acercan. Respondiendo a tu pregunta: ¿qué pueden hacer?, seguir comunicándose, comunicar las experiencias, las experiencias que ustedes hacen. Ustedes tienen mucho en el corazón. Ustedes pueden realizar muchas cosas. Esto mismo que dijiste al presentarte, comunicarlo para que otros se inspiren y escuchar de los otros lo que te digan, y con esta comunicación nadie manda, pero todo funciona. Es la espontaneidad de la vida, es decirle un sí a la vida. Comunicarse es dar, comunicarse es generosidad, comunicarse es respeto, comunicarse es evitar todo tipo de discriminación. Sigan adelante chicos. Y me gusta lo que dijeron que hacen. Que Dios los bendiga.


Segunda pregunta: Israel
P. Hola Papa. Buenas tardes, Su Santidad. Le quiero contar sobre nuestro colegio. Nuestro colegio, La Salle, se sitúa al sur de Tel Aviv; están reunidas las tres religiones: cristianos, judaísmo y musulmán. Y estamos todos junticos, y hablamos casi el mismo idioma: el inglés, el francés, el español, el árabe, el hebreo. Hacemos mucho deporte, ciencias, arte, nos comunicamos mucho, tenemos muchos amigos. Y quiero agradecerle a usted por este proyecto Scholas.


R. Gracias. Y veo que ustedes se mueven bien, y saben comunicarse en diversos idiomas y desde la identidad de la propia religión. Y eso es lindo. ¿Qué me querías preguntar?


P. ¿Cuándo quieres venir acá, a Tierra Santa, a Israel?


R. Me gustaría volver. Estuve hace unos meses y vine muy contento… vine muy contento. El ejemplo que ustedes dan [interrupción del presentador]…


Tercera pregunta: Estambul
P. Hi Pope… Hello Pope… I’m joining from Istanbul. First of all, I want to say thank you for everything – that you haven’t only brought some people or schools and students together, but also our beliefs and hearts. We hope you will increase the number of projects, which supports peace and interfaith dialogue. We as students don’t want a world full of worse crimes and poverty. People from all nationalities that contain different religions and ethnic groups must learn how to live in peace. We must forget about racism and discrimination. The last thing is that I want to learn your thoughts about the future. Would it be better or worse than present?


R. Gracias por la pregunta, y gracias por la reflexión que hiciste, que ustedes los jóvenes no quieren guerra, que quieren paz. Y eso lo tienen que gritar desde el corazón, desde adentro: ¡Queremos paz!, desde adentro.


La pregunta tuya: ¿El futuro será mejor o será peor? Yo no tengo esa bola de cristal que tienen la brujas para mirar el futuro. Pero te quiero decir una cosa: ¿Sabes dónde está el futuro? Está en tu corazón, está en tu mente y está en tus manos. Si vos sentís bien, si vos pensás bien y si vos con tus manos llevás adelante ese pensamiento bueno y ese sentimiento bueno, el futuro será mejor. El futuro lo tienen los jóvenes. Pero cuidado, jóvenes con dos cualidades: jóvenes con alas y jóvenes con raíces. Jóvenes que tengan alas para volar, para soñar, para crear, y que tengan raíces para recibir de los mayores la sabiduría que nos dan los mayores. Por eso el futuro está en las manos de ustedes si tienen alas y raíces. Animate a tener alas a soñar cosas buenas, a soñar un mundo mejor, a protestar contra las guerras. Y, por otro lado, respetar la sabiduría que recibiste de tus mayores, de tus padres, de tus abuelos, de los mayores de tu pueblo. El futuro está en las manos de ustedes. Aprovechen para que sea mejor.


Cuarta pregunta: Sudáfrica
P. Gracias, Su Santidad, por tomarse el tiempo para conversar con nosotros. Me llamo Christian Sakapa, y yo voy a hacer unas preguntas. No se ponga nervioso… Estoy de acuerdo con el concepto de la plataforma escolar y los valores que representa. ¿Cómo se formó la idea de la plataforma escolar?


R. Scholas surgió… iba a decir de casualidad, pero no, no fue de casualidad. Surgió de una idea de este señor que está aquí, José María del Corral, y lo acompañó Enrique Palmeiro. Así surgió Scholas, formando una escuela de vecinos, en la Diócesis de Buenos Aires. Además de las escuelas, una red de escuelas de vecinos, para tender puentes entre las escuelas de Buenos Aires. Y tendió muchos puentes, muchos puentes, hasta puentes transoceánicos. Empezó como una cosa chiquita, como una ilusión, como algo que no sabíamos si se iba a lograr, y hoy podemos comunicarnos. ¿Por qué? Porque estamos convencidos de que la juventud necesita comunicarse, necesita mostrar sus valores y compartir sus valores. La juventud, hoy, necesita tres pilares claves: educación, deporte y cultura. Por eso Scholas junta todo. Tuvimos un partido de fútbol. Lo hacen las escuelas y también se hacen actos de cultura. Educación, deporte y cultura. Adelante, para que los Estados puedan preparar salidas laborales para estos chicos que son acompañados por educación, el deporte y la cultura. Y el deporte es importante porque enseña a jugar en equipo. El deporte salva del egoísmo, ayuda a no ser egoísta. Por eso es importante trabajar en equipo y estudiar en equipo y andar el camino de la vida en equipo. Como ves, no me asusté de la pregunta. Te la agradezco mucho. Y sigan adelante ustedes en este camino de la comunicación, de tender puentes, buscar la paz, por la educación, el deporte y la cultura. Gracias.


Quinta pregunta: América Latina. El Salvador. Ernesto
P. Bueno, yo le quiero decir que… agradecerle desde aquí, desde El Salvador y aquí de toda Latinoamérica, y decirle que… y también decirle que le haga un llamado a todas las universidades…, o a las empresas privadas…


R. Te agradezco el saludo desde tu barrio, desde tu pueblo con tus amigos. Yo sé todo el trabajo que están haciendo ustedes en El Salvador. José María me lo contó. Sé que están avanzando bastante y que están trabajando fuerte en educación, pero acordate lo que le dije a tu compañero de Sudáfrica: educación, deporte y cultura. Y cuidado con las “maras” porque, así como existen puentes que los unen a ustedes, también existen comunicaciones para destruir. Estén bien alerta cuando hay grupos que buscan la destrucción, que buscan la guerra, que no saben trabajar en equipo. Defiéndanse entre ustedes, como equipo, como grupo, y trabajen fuerte allí. Sé que están trabajando muy bien, y muy bien apoyados. Y el Ministerio de Educación, sé que los apoya. Sigan adelante por este camino de trabajar en equipo y defenderse de aquellos que quieren atomizarlos y quitarles esa fuerza del grupo. Que Dios los bendiga.

PALABRAS IMPROVISADAS

Pregunta del presentador: ¿Qué mensaje le quiere decir Francisco a estos cinco chicos que lo escucharon y a todos los miles de niños de todo el mundo que están siguiendo ahora ésta comunicación? ¿Qué mensaje les quieres dar a todos?
 

R. Una cosa que no es mía –Jesús la decía muchas veces–: “No tengan miedo”. Nosotros en mi país tenemos una expresión que no sé cómo la traducirán en inglés: “No se arruguen”. No tengan miedo, vayan adelante, tiendan puentes de paz, jueguen en equipo y hagan el futuro mejor porque acuérdense que el futuro está en las manos de ustedes. Sueñen el futuro volando, pero no olviden la herencia cultural, sapiencial y religiosa que les dejaron sus mayores. Adelante y con valentía. Hagan el futuro.


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 A LOS DEPORTISTAS Y A LOS ORGANIZADORES
DEL PARTIDO DE FÚTBOL POR LA PA
Z


Palacio Apostólico Vaticano
 Aula Pablo VI
Lunes 1 de septiembre de 2014

 

Queridos amigos, ¡buenas tardes!


Estoy contento de reunirme con vosotros con ocasión del partido interreligioso por la paz, que jugaréis esta noche en el Estadio olímpico de Roma. Os doy las gracias porque os habéis sumado con prontitud a mi deseo de ver campeones y entrenadores de diversos países y de diversas religiones jugando en un encuentro deportivo, para testimoniar sentimientos de fraternidad y amistad. Mi reconocimiento se dirige en especial a las personas y a las realidades que han dado su aportación para la realización de este evento. Pienso especialmente en la «Scholas occurrentes», que tiene su sede en la Academia pontificia de ciencias, y en la «Fundación Pupi Onlus».


El partido de esta noche será ciertamente una ocasión para recaudar fondos de ayuda para los proyectos de solidaridad, pero sobre todo para reflexionar sobre los valores universales que el fútbol y el deporte en general pueden favorecer: la lealtad, el compartir, la acogida, el diálogo, la confianza en el otro. Se trata de valores que invitan a cada persona a prescindir de la raza, la cultura y el credo religioso. Es más, el evento deportivo de esta noche es un gesto altamente simbólico para hacer comprender que es posible construir la cultura del encuentro y un mundo de paz, donde creyentes de religiones distintas, conservando su identidad —porque cuando he dicho «a prescindir» esto no quiere decir «dejar a un lado», no— creyentes de distintas religiones, conservando su propia identidad, pueden convivir en armonía y en el respeto mutuo.


Todos sabemos que el deporte, en especial el fútbol, es un fenómeno humano y social que tiene mucha importancia e incidencia en las costumbres y en la mentalidad contemporánea. La gente, especialmente los jóvenes, os mira con admiración por vuestras capacidades atléticas: es importante dar un buen ejemplo tanto en el campo como fuera del campo. En las competiciones deportivas estáis llamados a mostrar que el deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe ser valorizado mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad de estrechar vínculos de amistad y la apertura de unos hacia otros. También con vuestras actitudes cotidianas, llenas de fe y de espiritualidad, de humanidad y de altruismo, podéis dar un testimonio en favor de los ideales de pacífica convivencia civil y social, para la edificación de una civilización fundada en el amor, en la solidaridad y en la paz. Esta es la cultura del encuentro: trabajar así.


Que el encuentro futbolístico de esta noche reavive en quienes participarán la consciencia de la necesidad de comprometerse para que el deporte contribuya en dar una aportación válida y fecunda a la pacífica coexistencia de todos los pueblos, excluyendo toda discriminación de raza, lengua y religión. Vosotros sabéis que discriminar puede ser sinónimo de despreciar. La discriminación es un desprecio, y vosotros con este partido de hoy, diréis «no» a toda discriminación. Las religiones, en especial, están llamadas a convertirse en canales de paz y nunca de odio, porque en nombre de Dios hay que llevar siempre y solamente el amor. Religión y deporte, entendidos de este modo auténtico, pueden colaborar y ofrecer a toda la sociedad las señales elocuentes de esos tiempos nuevos en el que los pueblos «ya no alzarán la espada los unos contra los otros» (cf. Is 2, 4).


En esta ocasión tan especial y significativa, como es el partido de fútbol de esta noche, deseo entregar a todos vosotros este mensaje: ¡ensanchad vuestro corazón de hermanos a hermanos! Este es uno de los secretos de la vida: ensanchar el corazón de hermanos a hermanos, y es también la dimensión más profunda y auténtica del deporte. Gracias.


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