DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SEPTIEMBRE 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
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ENCUENTRO DEL PAPA CON LOS ANCIANOS
Plaza de San Pedro
Domingo 28 de septiembre de 2014
Domingo 28 de septiembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
¡Os agradezco haber venido en tan grande número! Y gracias por
vuestra acogida festiva: hoy es vuestra fiesta, ¡nuestra fiesta! Doy las
gracias a monseñor Paglia y a todos los que la prepararon. Agradezco
especialmente al Papa Emérito Benedicto XVI por su presencia. Tantas
veces he dicho que me gusta tanto que viva aquí en el Vaticano, porque
es como tener al abuelo sabio en casa. ¡Gracias!
He escuchado los testimonios de algunos de vosotros, que presentan
experiencias comunes a muchos ancianos y abuelos. Pero uno era
diferente: el de los hermanos que vinieron de Kara Qosh, escapando de
una violenta persecución. ¡A ellos todos juntos demos un «gracias»
especial! Es muy hermoso que habéis venido hoy aquí: es un don para la
Iglesia. Y nosotros os ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y la
ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, como la
realizada en los niños. Pero Dios no os abandona, ¡está con vosotros!
Con su ayuda vosotros sois y seguiréis siendo memoria para vuestro
pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia.
¡Gracias!
Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más
difíciles, los ancianos, que tienen fe son como árboles que siguen dando
fruto. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde,
sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de
discriminación. Hemos escuchado algunas en los demás testimonios.
La vejez, de modo particular, es un tiempo de gracia, en el que el
Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe,
nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de
quien tiene necesidad... Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad
para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y
cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, es poderosa.
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal
128, 6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia
de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo;
compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más
precioso! Dichosas esas familias que tienen a los abuelos cerca. El
abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces en esos países
donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en
Albania, donde estuve el domingo pasado; en esos países fueron los
abuelos quienes llevaban a los niños a bautizarles a escondidas, quienes
le dieron la fe. ¡Bien! ¡Fueron buenos en la persecución y salvaron la
fe en esos países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia
que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los
ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y
que sean para los ancianos, y no para los intereses de otro! No deben de
haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos,
descuidados. Me siento cercano a los numerosos ancianos que viven en
estos Institutos, y pienso con gratitud en quienes les visitan y se
preocupan por ellos. Las casas para ancianos deberían ser los «pulmones»
de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser
los «santuarios» de humanidad donde el viejo y el débil es cuidado y
protegido como un hermano o hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar
a un anciano! Mirad a nuestros chicos: a veces les vemos desganados y
tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!
Pero existe también la realidad del abandono de los ancianos:
¡cuántas veces se descartan a los ancianos con actitudes de abandono que
son una auténtica eutanasia a escondidas! Es el efecto de esa cultura
del descarte que hace mucho mal a nuestro mundo. Se descartan a los
niños, se descartan a los jóvenes, porque no tienen trabajo, y se
descartan a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema
económico «equilibrado», en cuyo centro no está la persona humana, sino
el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta venenosa cultura
del descarte!
Nosotros los cristianos, junto con todos los hombres de buena
voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad
diversa, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no tiene
necesidad de descartar al débil de cuerpo y de mente, es más, una
sociedad que mide su «paso» precisamente en estas personas.
Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con
fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este desafío. Un pueblo
que no custodia a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que ¡no
tiene futuro! ¿Por qué no tiene futuro? Porque pierde la memoria y se
arranca de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡vosotros tenéis la
responsabilidad de tener vivas estas raíces en vosotros mismos! Con la
oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así
permanecemos como árboles vivos, que también en la vejez no dejan de dar
fruto. Una de las cosas más bellas de la vida de familia, de nuestra
vida humana de familia, es acariciar a un niño y dejarse acariciar por
un abuelo y una abuela. ¡Gracias!
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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS Y TE DEUM
EN EL BICENTENARIO DE LA
RESTAURACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
EN EL BICENTENARIO DE LA
RESTAURACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Iglesia del "Gesù", Roma
Sábado 27 de septiembre de 2014
Sábado 27 de septiembre de 2014
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
La Compañía distinguida con el nombre de Jesús vivió tiempos
difíciles, de persecución. Durante el generalato del padre Lorenzo Ricci
«los enemigos de la Iglesia lograron obtener la supresión de la
Compañía» (Juan Pablo II, Mensaje al padre Kolvenbach, 31 de
julio de 1990) por parte de mi predecesor Clemente XIV. Hoy, recordando
su reconstitución, estamos llamados a recuperar nuestra memoria, a hacer
memoria, teniendo presentes los beneficios recibidos y los dones
particulares (cf. Ejercicios Espirituales, 234). Y hoy quiero hacerlo con vosotros aquí.
En tiempos de tribulación y desconcierto se levanta siempre una
polvareda de dudas y sufrimientos, y no es fácil ir adelante, proseguir
el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis se dan tantas
tentaciones: detenerse para discutir sobre ideas, dejarse llevar por la
desolación, concentrarse en el hecho de ser perseguidos, y no ver otra
cosa. Leyendo las cartas del padre Ricci, me ha impresionado mucho un
aspecto: su capacidad de no caer en la trampa de estas tentaciones y
proponer a los jesuitas, en tiempo de tribulación, una visión de las
cosas que los arraigaba aún más en la espiritualidad de la Compañía.
El padre general Ricci, que escribía a los jesuitas de entonces
viendo las nubes que ensombrecían el horizonte, fortalecía su pertenecía
al cuerpo de la Compañía y su misión. Por tanto, hizo discernimiento en
un tiempo de confusión y desconcierto. No perdió tiempo en discutir
sobre ideas y en quejarse, sino que se hizo cargo de la vocación de la
Compañía. Debía protegerla, y se hizo cargo de ella.
Y esta actitud llevó a los jesuitas a experimentar la muerte y la
resurrección del Señor. Ante la pérdida de todo, incluso de su identidad
pública, no se resistieron a la voluntad de Dios, no se resistieron al
conflicto, tratando de salvarse a sí mismos. La Compañía —y esto es
hermoso— vivió el conflicto hasta sus últimas consecuencias, sin
reducirlo: vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Jamás
uno se salva del conflicto con la astucia y las estratagemas para
resistir. En la confusión y ante la humillación, la Compañía prefirió
vivir el discernimiento de la voluntad de Dios, sin buscar un modo de
salir del conflicto en una condición aparentemente tranquila. O, al
menos, elegante: no lo hizo.
Jamás la aparente tranquilidad colma nuestro corazón, sino la
verdadera paz que es don de Dios. No se debe buscar nunca la
«componenda» fácil ni poner en práctica fáciles «irenismos». Solo el
discernimiento nos salva del verdadero desarraigo, de la verdadera
«supresión» del corazón, que es el egoísmo, la mundanidad, la pérdida de
nuestro horizonte, de nuestra esperanza, que es Jesús, que es solo
Jesús. Y así el padre Ricci y la Compañía, en fase de supresión,
prefirieron la historia a una posible «historieta» gris, sabiendo que el
amor juzga a la historia, y que la esperanza —incluso en la oscuridad—
es más grande que nuestras expectativas.
El discernimiento debe hacerse con recta intención, con mirada
sencilla. Por eso el padre Ricci, precisamente en aquella ocasión de
confusión y extravío, habla de los pecados de los jesuitas. Parece hacer
publicidad en contra. No se defiende sintiéndose víctima de la
historia, sino que se reconoce pecador. Mirarse a sí mismo,
reconociéndose pecador, evita la actitud de considerarse víctima ante un
verdugo. Reconocerse pecador, reconocerse verdaderamente pecador,
significa asumir la actitud justa para recibir el consuelo.
Podemos repasar brevemente este camino de discernimiento y de
servicio que el padre general indicó a la Compañía. Cuando en 1759 los
decretos de Pombal destruyeron las provincias portuguesas de la
Compañía, el padre Ricci vivió el conflicto sin quejarse y sin
abandonarse a la desolación; al contrario, invitó a rezar para pedir el
espíritu bueno, el verdadero espíritu sobrenatural de la vocación, la
docilidad perfecta a la gracia de Dios. Cuando en 1761 la tormenta
avanzaba en Francia, el padre general pidió poner toda la confianza en
Dios. Quería que se aprovecharan las pruebas soportadas para una mayor
purificación interior: ellas nos conducen a Dios y pueden servir para su
mayor gloria; además, recomienda la oración, la santidad de la vida, la
humildad y el espíritu de obediencia. En 1767, después de la expulsión
de los jesuitas españoles, sigue invitando a rezar. Y en fin, el 21 de
febrero de 1773, apenas seis meses antes de la firma del Breve Dominus ac Redemptor,
ante la falta total de ayuda humana, ve la mano de la misericordia de
Dios que, a quienes pone a prueba, invita a no confiar en otros sino
sólo en Él. La confianza debe aumentar precisamente cuando las
circunstancias nos tiran por el suelo. Lo importante para el padre Ricci
es que la Compañía sea fiel hasta las últimas consecuencias al espíritu
de su vocación, que es la mayor gloria de Dios y la salvación de las
almas.
La Compañía, incluso ante su mismo fin, permaneció fiel al fin por el
cual había sido fundada. Por eso Ricci concluye con una exhortación a
mantener vivo el espíritu de caridad, de unión, de obediencia, de
paciencia, de sencillez evangélica, de verdadera amistad con Dios. Todo
lo demás es mundanidad. Que el fuego de la mayor gloria de Dios nos
atraviese también hoy, quemando toda complacencia y envolviéndonos en
una llama que tenemos dentro, que nos concentra y nos expande, nos
engrandece y nos empequeñece.
Así, la Compañía vivió la prueba suprema del sacrificio que
injustamente se le pedía haciendo suya la oración de Tobit, quien
abatido por el dolor suspira, llora e implora: «Eres justo, Señor, y
justas son tus obras; siempre actúas con misericordia y fidelidad, tú
eres juez del universo. Acuérdate, Señor, de mí y mírame; no me
castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido.
Hemos pecado en tu presencia, hemos transgredido tus mandatos y tú nos
has entregado al saqueo, al cautiverio y a la muerte, hasta convertirnos
en burla y chismorreo, en irrisión para todas las naciones entre las
que nos has dispersado». Y concluye con la petición más importante:
«Señor, no me retires tu rostro» (Tb 3, 1-4.6d).
Y el Señor respondió mandando a Rafael a quitar las manchas blancas
de los ojos de Tobit, para que volviera a ver la luz de Dios. Dios es
misericordioso, Dios corona de misericordia. Dios nos quiere y nos
salva. A veces el camino que conduce a la vida es estrecho, pero la
tribulación, si la vivimos a la luz de la misericordia, nos purifica
como el fuego, nos da tanto consuelo e inflama nuestro corazón,
aficionándolo a la oración. Durante la supresión, nuestros hermanos
jesuitas fueron fervorosos en el espíritu y en el servicio al Señor,
gozosos en la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en
la oración (cf. Rm 12, 12). Y esto honró a la Compañía, no ciertamente el encomio de sus méritos. Así será siempre.
Recordemos nuestra historia: a la Compañía se le ha concedido,
«gracias a Cristo, no sólo el don de creer en Él, sino también el de
sufrir por Él» (Flp 1, 29). Nos hace bien recordar esto.
La nave de la Compañía fue sacudida por las olas, y esto no debe
maravillarnos. También la barca de Pedro puede ser sacudida hoy. La
noche y el poder de las tinieblas están siempre cerca. Es fatigoso
remar. Los jesuitas deben ser «remeros expertos y valerosos» (Pío VII, Sollicitudo omnium ecclesiarum):
¡remad, pues! Remad, sed fuertes, incluso con el viento en contra.
Rememos al servicio de la Iglesia. Rememos juntos. Pero, mientras
remamos —todos remamos, también el Papa rema en la barca de Pedro—,
debemos rezar mucho: «Señor, ¡sálvanos!», «Señor, ¡salva a tu pueblo!».
El Señor, aunque somos hombres de poca fe y pecadores, nos salvará.
Esperemos en el Señor. Esperemos siempre en el Señor.
La Compañía reconstituida por mi predecesor Pío VII estaba formada
por hombres valientes y humildes en su testimonio de esperanza, de amor y
de creatividad apostólica, la del Espíritu. Pío VII escribió que quería
reconstituir la Compañía para «proveer de manera adecuada a las
necesidades espirituales del mundo cristiano sin diferencia de pueblos
ni de naciones» (ibid.). Por eso dio la autorización a los
jesuitas que aun existían, acá y allá, gracias a un soberano luterano y a
una soberana ortodoxa, «para que permanecieran unidos en un solo
cuerpo». Que la Compañía permanezca unida en un solo cuerpo.
Y la Compañía fue inmediatamente misionera y se puso a disposición de
la Sede apostólica, comprometiéndose generosamente «bajo el estandarte
de la cruz por el Señor y su Vicario en la tierra» (Formula Instituti,
1). La Compañía retomó su actividad apostólica con la predicación y la
enseñanza, los ministerios espirituales, la investigación científica y
la acción social, las misiones y el cuidado de los pobres, de los que
sufren y de los marginados.
Hoy la Compañía afronta con inteligencia y laboriosidad también el
trágico problema de los refugiados y los prófugos; y se esfuerza con
discernimiento por integrar el servicio de la fe y la promoción de la
justicia, en conformidad con el Evangelio. Confirmo hoy lo que nos dijo
Pablo VI en nuestra trigésima segunda congregación general y que yo
mismo escuché con mis oídos: «Dondequiera en la Iglesia, incluso en los
campos más difíciles y en vanguardia, en las encrucijadas de las
ideologías, en las trincheras sociales, donde ha habido y hay
enfrentamiento entre las exigencias estimulantes del hombre y el mensaje
perenne del Evangelio, allí han estado y están los jesuitas» (Enseñanzas al Pueblo de Dios XII [1974], 1881). Son palabras proféticas del futuro beato Pablo VI.
En 1814, en el momento de la reconstitución, los jesuitas eran una
pequeña grey, una «Compañía mínima» que, sin embargo, después de la
prueba de la cruz, sabía que tenía la gran misión de llevar la luz del
Evangelio hasta los confines de la tierra. Por tanto, hoy debemos
sentirnos así: en salida, en misión. La identidad del jesuita es la de
un hombre que adora a Dios sólo y ama y sirve a sus hermanos, mostrando
con el ejemplo no sólo en qué cree, sino también en qué espera y quién
es Aquel en el que ha puesto su confianza (cf. 2 Tm 1, 12). El jesuita quiere ser un compañero de Jesús, uno que tiene los mismos sentimientos de Jesús.
La bula de Pío VII que reconstituía la Compañía fue firmada el 7 de
agosto de 1814 en la basílica de Santa María la Mayor, donde nuestro
santo padre Ignacio celebró su primera Eucaristía la noche de Navidad de
1538. María, nuestra Señora, Madre de la Compañía, se sentirá conmovida
por nuestros esfuerzos por estar al servicio de su Hijo. Que ella nos
guarde y nos proteja siempre.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL COMITÉ PONTIFICIO
PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 27 de septiembre de 2014
Sábado 27 de septiembre de 2014
Señores cardenales,
queridos hermanos obispos y sacerdotes,
hermanos y hermanas:
Me complace encontraros al final de los trabajos de vuestra asamblea;
y agradezco a monseñor Piero Marini las corteses palabras que me ha
dirigido en nombre de todos al inicio de este encuentro. Saludo a los
delegados nacionales designados por las Conferencias episcopales y, de
modo especial, a la delegación del comité filipino guiada por monseñor
Jose Palma, arzobispo de Cebú, ciudad en la que tendrá lugar el próximo
Congreso eucarístico internacional, en enero de 2016.
Durante esos días, el mundo católico tendrá fijos los ojos del
corazón en el sumo misterio de la Eucaristía para sacar de él un
renovado impulso apostólico y misionero. He aquí por qué es importante
prepararse bien, y os doy las gracias, queridos hermanos y hermanas, por
el trabajo que estáis desempeñando con el fin de ayudar a los fieles de
cada continente a comprender cada vez más y mejor el valor y la
importancia de la Eucaristía en nuestra vida.
La Eucaristía tiene el lugar central en la Iglesia porque es ella
quien «hace la Iglesia». Como afirma el Concilio Vaticano II, recordando
las palabras del gran Agustín, ella es «sacramentum pietatis, signum unitatis, vinculum caritatis» (Sacrosanctum Concilium, 47).
El tema escogido para el próximo Congreso eucarístico internacional es muy significativo: «Cristo en vosotros, esperanza de la gloria» (Col
1, 27). Esto da plena luz al vínculo entre la Eucaristía, la misión y
la esperanza cristiana. Hoy existe una falta de esperanza en el mundo,
por eso la humanidad tiene necesidad de escuchar el mensaje de nuestra
esperanza en Jesucristo. La Iglesia proclama este mensaje con ardor
renovado, utilizando nuevos métodos y nuevas expresiones. Con el
espíritu de la «nueva evangelización», la Iglesia lleva este mensaje a
todos y, de modo especial, a los que, incluso estando bautizados, se han
alejado de la Iglesia y viven sin hacer referencia a la vida cristiana.
El 51° Congreso eucarístico internacional ofrece la oportunidad de
experimentar y comprender la Eucaristía como un encuentro transformador
con el Señor en su palabra y en su sacrificio de amor, a fin de que
todos puedan tener vida, y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). El
Congreso es la ocasión propicia para redescubrir la fe como fuente de
Gracia que trae alegría y esperanza en la vida personal, familiar y
social.
El encuentro con Jesús en la Eucaristía será fuente de esperanza para
el mundo si, transformados por el poder del Espíritu Santo a imagen de
aquel que encontramos, aceptamos la misión de transformar el mundo
donando la plenitud de vida que nosotros mismos hemos recibido y
experimentado, llevando esperanza, perdón, sanación y amor a quienes
tienen necesidad, especialmente a los pobres, los desheredados y los
oprimidos, compartiendo con ellos la vida y las aspiraciones y caminando
con ellos en la búsqueda de una auténtica vida humana en Cristo Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, encomiendo desde ahora el próximo
Congreso eucarístico internacional a la Virgen María. Que la Virgen
proteja y acompañe a cada uno de vosotros, a vuestras comunidades, y
haga fecundo el trabajo que estáis realizando con vistas al importante
evento eclesial en Cebú. Os pido por favor que recéis por mí y a todos
os bendigo de corazón.
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GHANA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Martes 23 de septiembre de 2014
Queridos hermanos obispos:
Os doy mi bienvenida fraterna, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum.
Quiera Dios que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san
Pablo os confirme en la fe y en la entrega a vuestro ministerio, y
fortalezca los vínculos de comunión entre la Iglesia en Ghana y la Sede
de Pedro. Doy las gracias al obispo Osei-Bonsu por haber expresado el
amor y la devoción de vuestros sacerdotes, religiosos y laicos y, de
hecho, de todo el pueblo ghanés. Os pido que les aseguréis mi recuerdo
constante en mis oraciones.
Ghana ha sido bendecido con una población que expresa con naturalidad
y facilidad su fe en Dios y trata de honrarlo en la variedad de las
tradiciones religiosas presentes en vuestro país. Como pastores de la
Iglesia instituida por el Señor para que sea faro de las naciones,
ofrecéis a vuestro país a Jesucristo, «el camino, la verdad y la vida» (Jn
14, 6). Lo hacéis dando testimonio de la fuerza transformadora de su
gracia, predicando la buena nueva, celebrando los sacramentos y guiando
con humildad y entrega al pueblo de Dios. De este modo, la comunidad
católica en Ghana, fiel al mandamiento del Señor y bajo vuestra guía,
enriquece a la sociedad proclamando la dignidad de toda persona humana y
promoviendo su pleno desarrollo. En efecto, sólo en Jesucristo,
crucificado y resucitado, se puede ver la plenitud de nuestra dignidad y
de nuestro destino y, por tanto, abrazarla.
El Sínodo para África de 2009, entre sus principales preocupaciones,
destacó la necesidad de que los pastores de la Iglesia traten de «grabar
en el corazón de los africanos discípulos de Cristo la voluntad de
comprometerse efectivamente de vivir el Evangelio en su existencia. (…)
Cristo llama constantemente a la metánoia, a la conversión» (Africae munus,
32). Queridos hermanos, esto exige, en primer lugar, nuestra conversión
diaria, para que todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y
nuestras acciones estén inspirados y guiados por la palabra de Dios.
Debemos ser hombres profundamente transformados por la gracia de ser
cada vez más verdaderos hijos del Padre, hermanos del Hijo y padres de
la comunidad guiada por el Espíritu Santo. Solo entonces podremos dar un
testimonio creíble de la «extraordinaria grandeza de su poder para con
nosotros, los creyentes» (Ef 1, 19), viviendo con santidad, en
unidad y en paz. De la gracia de Cristo experimentada en nuestro corazón
convertido nace la fuerza espiritual que nos ayuda a promover la virtud
y la santidad en nuestros sacerdotes, en los religiosos, en las
religiosas y en los laicos.
La obra de conversión y de evangelización no es fácil, pero da frutos
valiosos para la Iglesia y para el mundo. De la vitalidad espiritual de
todos los fieles brotan las numerosas actividades caritativas, médicas y
educativas de la Iglesia, así como sus obras de justicia y de igualdad.
Los diversos servicios, prestados en nombre de Dios, especialmente en
favor de los pobres y los débiles, son responsabilidad de toda la
Iglesia local, bajo la supervisión orante de los obispos. De modo
particular, pienso en la importancia del apostolado de la salud de la
Iglesia, no sólo en Ghana sino en toda África occidental, que
actualmente está sufriendo por la epidemia del ébola. Rezo por el
descanso del alma de todos los que murieron por esta epidemia, entre los
cuales también hay sacerdotes, religiosos y religiosas, así como
agentes sanitarios que contrajeron esta terrible enfermedad mientras
cuidaban a los enfermos. ¡Que Dios fortalezca a todos los agentes
sanitarios y ponga fin a esta tragedia!
De manera particular, os pido que estéis cerca de vuestros
sacerdotes, apoyándolos como padres, aliviando su peso y guiándolos con
ternura. Os pido que les transmitáis mi sincera gratitud por su
sacrificio diario, a ellos y a todos los religiosos y las religiosas de
Ghana, de quienes depende mucho el trabajo necesario de evangelización.
Pido al Señor que los bendiga constantemente con entrega, celo y
fidelidad.
Queridos hermanos, la iglesia en Ghana es respetada con razón por la
contribución que da al desarrollo integral de las personas y de toda la
nación. Al mismo tiempo, a menudo se encuentra privada de los recursos
materiales necesarios para cumplir su misión en el mundo. Al respecto,
deseo hacer dos reflexiones. Ante todo, es imprescindible que cualquier
medio temporal que la Iglesia tenga a disposición siga siendo
administrado con honradez y responsabilidad para dar un buen testimonio,
especialmente allí donde la corrupción ha obstaculizado el justo
progreso de la sociedad. Ciertamente, el Señor no dejará de bendecir y
multiplicar las obras de quienes son fieles a él. En segundo lugar, la
pobreza material puede ser una ocasión para prestar mayor atención a las
necesidades espirituales de la persona humana (cf. Mt 5, 3),
llevando, pues, a una confianza más profunda en el Señor, de quien
provienen todas las cosas buenas. Mientras vuestras comunidades realizan
justamente muchos esfuerzos para aliviar la pobreza extrema, también la
Iglesia, a ejemplo de Cristo, está llamada a trabajar con humildad y
honradez, usando los bienes a su disposición para abrir las mentes y los
corazones a las riquezas de la misericordia y de la gracia, que brotan
del Corazón de Cristo.
Rezo también por vuestros catequistas laicos, sin los cuales la obra
de evangelización sería muy reducida en Ghana. Os animo a mejorar y
ampliar la educación y la preparación que se les ofrece, para que su
esfuerzo pueda dar resultados concretos y duraderos. Han pasado casi
tres años desde que el Papa Benedicto XVI exhortó a los obispos y a los
sacerdotes de todo el continente africano a «cuidar de la formación
humana, intelectual, doctrinal, moral, espiritual y pastoral de los
catequistas» (Africae munus,
126). Así pues, es oportuno preguntarse si, y en qué medida, hemos
respondido a la invitación de alentar y formar a la próxima generación
de hombres y mujeres que transmitirán la fe y edificarán conforme a la
herencia de nuestros antepasados. La solicitud por los catequistas
también exige, por una cuestión de justicia natural, atención a la ayuda
material y a la recompensa necesaria para que puedan desarrollar su
tarea.
Por último, queridos hermanos, como san Pablo, deseo que vayáis a las
ciudades y a los campos, a los mercados y a las calles, dando
testimonio de Cristo y mostrando a todos su amor y su misericordia.
Estad cerca de los demás líderes cristianos y de los jefes de otras
comunidades religiosas. La cooperación ecuménica e interreligiosa,
cuando se realiza con respeto y corazón abierto, contribuye a la armonía
social de vuestro país y permite que aumente la comprensión de la
dignidad de cada persona y una mayor experiencia de vuestra humanidad
común. Por suerte, Ghana pudo evitar muchas de las divisiones tribales,
étnicas y religiosas que han afectado a tantas otras partes de África,
continente cuya promesa, en parte a causa de estas divisiones, todavía
debe cumplirse. Rezo para que seáis promotores cada vez más grandes de
unidad y líderes en el servicio al diálogo. Sed firmes en apoyar la
enseñanza y la disciplina de la Iglesia, e íntegros en vuestra caridad. Y
que vuestra generosidad al ofrecer a Cristo sea igual a vuestra
apertura humilde y paciente a los demás.
Con estas reflexiones, queridos hermanos obispos, os encomiendo a
todos vosotros a la intercesión de María, Madre del Verbo de Dios y
Nuestra Señora de África, y con gran afecto os imparto mi bendición
apostólica, que extiendo de buen grado a todos los amados sacerdotes,
religiosos y fieles laicos de vuestro país.
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A LOS PRELADOS PARTICIPANTES EN UN SEMINARIO
ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 20 de septiembre de 2014
Sábado 20 de septiembre de 2014
Queridos hermanos:
Os doy mi cordial bienvenida, junto a los responsables del dicasterio
misionero, guiados por el cardenal Fernando Filoni, a quien agradezco
sus palabras que introdujeron nuestro encuentro. Deseo que este
seminario de actualización sea fructuoso para cada uno tanto espiritual
como pastoralmente. Vosotros habéis respondido con fe y generosidad a la
llamada del Señor, que os ha elegido para ser pastores de su rebaño. No
os dejaistes asustar por las dificultades y los desafíos del mundo
actual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
52-75), que hacen hoy aún más ardua la misión de los obispos, pero
habéis puesto vuestra confianza en el Señor, a imitación de los primeros
discípulos y de san Pedro, quien exclamó: «¡Por tu palabra, echaré las
redes!» (Lc 5, 5). También vosotros estáis llamados, con todos
los pastores de la Iglesia, a poner en la base de vuestra misión la
Palabra de Jesús, para dar esperanza al mundo.
Durante estas dos semanas habéis visto las diversas dimensiones de la
vida y del ministerio episcopal, que responden a la misión fundamental
de la Iglesia: anunciar el Evangelio. Como puse de relieve en la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium,
se advierte hoy la imperiosa necesidad de una conversión misionera (cf.
19-49); una conversión que respecta a cada bautizado y a cada
parroquia, pero que naturalmente los pastores están llamados a vivir y
testimoniar en primer lugar, en cuanto guías de la Iglesia particular.
Por lo tanto, os aliento a ordenar vuestra vida y vuestro ministerio
episcopal hacia esta transformación misionera que interpela hoy al
Pueblo de Dios.
En el centro de esta conversión misionera de la Iglesia está el
servicio a la humanidad, a imitación de su Señor que lavó los pies a sus
discípulos. La Iglesia, en cuanto comunidad evangelizadora, está
llamada a crecer en la proximidad, a acortar las distancias, a abajarse
hasta la humillación si es necesario y asumir la vida humana, tocando la
carne sufriente de Cristo en el pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
24). En esta perspectiva, el Concilio Vaticano II, al tratar de la
obligación del obispo como guía de la familia de Dios, destaca que los
obispos en el ejercicio de su ministerio de padres y pastores en medio
de sus fieles deben comportarse como «quienes sirven», teniendo siempre
ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no para ser servido,
sino para servir y dar su vida por todos (cf. Exhort. ap. postsin. Pastores gregis,
16 de octubre de 2003, 42). Un ejemplo luminoso de este servicio
pastoral son los santos mártires coreanos, Andrés Kim Taegŏn, sacerdote,
Pablo Chŏng Hasang y compañeros, cuya memoria litúrgica celebramos
precisamente hoy. Anclados en Cristo, Buen Pastor, no dudaron en dar la
propia sangre por el Evangelio, del que eran fieles dispensadores y
testigos heroicos.
La Iglesia tiene necesidad de pastores, es decir servidores, de
obispos que saben ponerse de rodillas ante los demás para lavar sus
pies. Pastores cercanos a la gente, padres y hermanos mansos, pacientes y
misericordiosos; que aman la pobreza, ya como libertad para el Señor,
ya como sencillez y austeridad de vida. Vosotros estáis llamados a
vigilar incesantemente el rebaño encomendado a vosotros, para mantenerlo
unido y fiel al Evangelio y a la Iglesia. Esforzaos por dar un
auténtico impulso misionero a vuestras comunidades diocesanas, para que
crezcan cada vez más con nuevos miembros, gracias a vuestro testimonio
de vida y a vuestro ministerio episcopal realizado como servicio al
Pueblo de Dios. Sed cercanos a vuestros sacerdotes, atended la vida
religiosa, amad a los pobres.
Mientras me dirijo a vosotros, no puedo dejar de ir con mi
pensamiento a los hermanos que, por distintas razones, no están aquí con
nosotros. A todos envío un saludo fraterno y de bendición. Cómo
quisiera, por ejemplo, que los obispos chinos recientemente ordenados en
estos años estuvieran presentes en el encuentro de hoy. Sin embargo, en
lo hondo del corazón, deseo que ese día no esté lejos. Quisiera
asegurarles no sólo la mía y nuestra solidaridad, sino también la del
episcopado mundial para que, en la fe común, sientan que, si a veces
pueden tener la impresión de estar solos, más fuerte es la certeza de
que sus sufrimientos traerán frutos —¡y gran fruto!— por el bien de sus
fieles, de sus conciudadanos y de toda la Iglesia.
Queridos hermanos, estamos viviendo un tiempo de camino sinodal sobre
la familia. Mientras confío también a vuestras oraciones la próxima
asamblea del Sínodo, me gustaría destacar con vosotros que las familias
están en la base de la obra evangelizadora, con su misión educativa y
con la participación activa a la vida de las comunidades parroquiales.
Os aliento a promover la pastoral familiar, a fin de que las familias,
acompañadas y formadas, puedan dar siempre mejor su aportación a la vida
de la Iglesia y de la sociedad. Que la Virgen María, Estrella de la
Evangelización, os acompañe con su ternura maternal. Sobre todos
vosotros y sobre vuestras diócesis, invoco la bendición del Señor.
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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN
DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Viernes 19 de septiembre de 2014
Viernes 19 de septiembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Me alegra participar en vuestros trabajos y agradezco a monseñor Rino
Fisichella su introducción. También agradezco este marco de «vida»:
¡esta es vida! Gracias.
Trabajáis en la pastoral en diversas Iglesias del mundo, y os habéis
reunido para reflexionar juntos sobre el proyecto pastoral de la Evangelii gaudium.
En efecto, yo mismo escribí que este documento tiene un «sentido
programático y consecuencias importantes» (n. 25). Y no puede ser de
otro modo, cuando se trata de la misión principal de la Iglesia, es
decir, la evangelización. Pero hay momentos en los que esta misión se
vuelve más urgente y nuestra responsabilidad necesita ser reavivada.
Ante todo, me vienen a la memoria las palabras del Evangelio de san
Mateo en el que se dice que Jesús, «al ver a las muchedumbres, se
compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas
que no tienen pastor» (9, 36). ¡Cuántas personas, en las muchas
periferias existenciales de nuestros días, están «decaídas y
desanimadas» y esperan a la Iglesia, nos esperan a nosotros! ¿Cómo
llegar a ellas? ¿Cómo compartir con ellas la experiencia de la fe, el
amor de Dios, el encuentro con Jesús? Esta es la responsabilidad de
nuestras comunidades y de nuestra pastoral.
El Papa no tiene la función de «ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea» (Evangelii gaudium,
51), pero invita a toda la Iglesia a captar los signos de los tiempos
que el Señor nos ofrece continuamente. ¡Cuántos signos están presentes
en nuestras comunidades y cuántas posibilidades nos ofrece el Señor para
reconocer su presencia en el mundo de hoy! En medio de realidades
negativas, que como siempre tienen más repercusión, vemos también muchos
signos que infunden esperanza y dan arrojo. Estos signos, como dice la Gaudium et spes, deben releerse a la luz del Evangelio (cf. nn. 4 y 44): este es el «tiempo favorable» (cf. 2 Co
6, 2), es el momento del compromiso concreto, es el contexto en el que
estamos llamados a trabajar para que crezca el reino de Dios (cf. Jn
4, 35-36). ¡Cuánta pobreza y soledad, por desgracia, vemos en el mundo
de hoy! ¡Cuántas personas viven con gran sufrimiento y piden a la
Iglesia que sea signo de la cercanía, de la bondad, de la solidaridad y
de la misericordia del Señor! Esta es una tarea que, de modo particular,
incumbe a cuantos tienen la responsabilidad de la pastoral: al obispo
en su diócesis, al párroco en su parroquia, a los diáconos en su
servicio a la caridad, a los catequistas y a las catequistas en su
ministerio de transmitir la fe… En suma, cuantos están comprometidos en
los diferentes ámbitos de la pastoral están llamados a reconocer y leer
estos signos de los tiempos, para dar una respuesta sabia y generosa.
Ante tantas exigencias pastorales, ante tantos pedidos de hombres y
mujeres, corremos el riesgo de asustarnos y replegarnos en nosotros
mismos con una actitud de miedo y defensa. Y allí nace la tentación de
la suficiencia y del clericalismo, la codificación de la fe en reglas e
instrucciones, como hacían los escribas, los fariseos y los doctores de
la Ley del tiempo de Jesús. Tendremos todo claro, todo ordenado, pero el
pueblo creyente y en busca seguirá teniendo hambre y sed de Dios.
También dije algunas veces que la Iglesia me parece un hospital de
campaña: tanta gente herida que nos pide cercanía, que nos pide a
nosotros lo que pedían a Jesús: cercanía, proximidad. Y con esta actitud
de los escribas, de los doctores de la Ley y de los fariseos, jamás
daremos un testimonio de cercanía.
Hay una segunda palabra que me hace reflexionar. Cuando Jesús habla
del propietario de una viña que, teniendo necesidad de obreros, salió de
casa en distintas horas del día a buscar trabajadores para su viña (cf.
Mt 20, 1-16). No salió una sola vez. En la parábola, Jesús dice
que salió al menos cinco veces: al amanecer, a las nueve, al mediodía, a
las tres y a las cinco de la tarde —¡todavía tenemos tiempo para que
venga a nosotros!—. Había mucha necesidad en la viña, y este señor pasó
casi todo el tiempo yendo por caminos y plazas de la aldea a buscar
obreros. Pensad en aquellos de la última hora: nadie los había llamado;
quién sabe cómo se sentirían, porque al final de la jornada no habría
llevado nada a casa para dar de comer a sus hijos. Pues bien, los
responsables de la pastoral pueden encontrar un hermoso ejemplo en esta
parábola. Salir en diversas horas del día para encontrar a cuantos están
en busca del Señor. Llegar a los más débiles y a los más necesitados,
para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque
sólo sea por una hora.
Otro aspecto: no escuchemos, por favor, el canto de las sirenas, que
llaman a hacer de la pastoral una serie convulsiva de iniciativas, sin
lograr captar lo esencial del compromiso de evangelización. A veces
parece que nos preocupa más multiplicar las actividades que estar
atentos a las personas y a su encuentro con Dios. Una pastoral que no
tiene esta atención, poco a poco se vuelve estéril. No nos olvidemos de
hacer como Jesús con sus discípulos: después de que habían ido a las
aldeas a llevar el anuncio del Evangelio, volvieron contentos por sus
éxitos; pero Jesús los lleva aparte, a un lugar solitario, para estar un
poco con ellos (cf. Mc 6, 31). Una pastoral sin oración y
contemplación jamás podrá llegar al corazón de las personas. Se detendrá
en la superficie y no dejará que la semilla de la palabra de Dios eche
raíces, brote, crezca y dé fruto (cf. Mt 13, 1-23).
Sé que todos vosotros trabajáis mucho, y por eso quiero deciros una
última palabra importante: paciencia. Paciencia y perseverancia. El
Verbo de Dios entró en «paciencia» en el momento de la Encarnación, y
así, hasta la muerte en la Cruz. Paciencia y perseverancia. No tenemos
la «varita mágica» para todo, pero tenemos confianza en el Señor, que
nos acompaña y no nos abandona nunca. En las dificultades como en las
desilusiones que están presentes a menudo en nuestro trabajo pastoral,
no debemos perder jamás la confianza en el Señor y en la oración, que la
sostiene. En cualquier caso, no olvidemos que la ayuda nos la dan, en
primer lugar, precisamente aquellos a quienes nos acercamos y
sostenemos. Hagamos el bien, pero sin esperar recompensa. Sembremos y
demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que
toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin testimonio no valen,
no sirven. El testimonio lleva y da validez a la palabra.
Gracias por vuestro compromiso. Os bendigo y, por favor, no os
olvidéis de rezar por mí, porque debo hablar tanto y también dar un poco
de testimonio cristiano. Gracias.
Invoquemos a la Virgen, Madre de la evangelización: Dios te salve, María…
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA DE MARFIL
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Palacio Apostólico Vaticano
Jueves 18 de septiembre de 2014
Queridos hermanos obispos:
Me alegra mucho encontrarme con vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina.
Saludo fraternalmente al cardenal Jean-Pierre Kutwa y a cada uno de
vosotros, y agradezco a monseñor Alexis Touabli Youlo, presidente de
vuestra Conferencia episcopal, las palabras que acaba de dirigirme.
También quiero recordar al cardenal Bernard Agré, a quien hace poco el
Padre llamó a sí. Deseo que encontréis en los santos Pedro y Pablo la
ayuda que necesitáis para ejercer vuestro ministerio pastoral, ya sea
mediante el ejemplo de amor ardiente a Cristo que dan, ya sea a través
de su poderosa intercesión ante Dios.
La peregrinación a las tumbas de los Apóstoles es siempre una hermosa
ocasión para fortalecer los vínculos de comunión con el Sucesor de
Pedro y con todo el Colegio episcopal. Esta unidad es indispensable para
la misión de la Iglesia: «Para que todos sean uno…, para que el mundo
crea» (Jn 17, 21), nos dice Jesús. Del mismo modo, la comunión
fraterna que reúne a los obispos de una misma nación en torno a Cristo
es indispensable para el crecimiento de la Iglesia, así como para el
progreso de toda la sociedad. Esto es mucho más evidente en un país que
sufrió graves divisiones y que necesita vuestro testimonio y vuestro
compromiso decidido para reconstruir la fraternidad. «¡No nos dejemos
robar el ideal del amor fraterno!» (Evangelii gaudium,
101). Comportándoos verdaderamente como hermanos entre vosotros,
abiertos al diálogo con confianza recíproca, a la escucha de todos
—incluso en la diversidad y en la contradicción— y dejando a cada uno su
lugar, en particular a los más jóvenes entre vosotros, daréis un nuevo
impulso evangelizador y transformaréis realmente la sociedad, para que
sea más conforme al ideal evangélico. Me alegra mucho saber que ya
estáis comprometidos resueltamente en este camino, y os aliento de todo
corazón.
Por tanto, no puedo dejar de invitaros a desempeñar plenamente el
papel que os corresponde en la obra de reconciliación nacional,
rechazando cualquier implicación personal en las disputas políticas, en
detrimento del bien común. Pero es importante que mantengáis relaciones
constructivas con las autoridades de vuestro país, así como con los
diversos componentes de la sociedad, de modo que se difunda un verdadero
espíritu evangélico de diálogo y de colaboración. El papel de la
Iglesia —que es apreciada y escuchada— puede ser determinante. Quiero
recordar aquí a monseñor Ambrose Madtha, celoso nuncio apostólico, que
se esmeró mucho por la reconciliación de la sociedad marfileña. Con ese
mismo espíritu, os animo a proseguir el diálogo con los musulmanes para
desalentar cualquier corriente violenta y cualquier interpretación
religiosa errada del conflicto que vivisteis.
Naturalmente, no estáis solos en la inmensa tarea de evangelización y
de conversión de los corazones que se abre ante vosotros, sino que os
ayuda un clero generoso y motivado, cuyo número está en continuo
aumento. Os pido que transmitáis a los sacerdotes de vuestras diócesis
todo mi afecto. Trabajan valientemente en el campo del Señor, a menudo
en condiciones muy difíciles. Para prevenir las dificultades y las
carencias que algunos de ellos experimentan, los instrumentos mejores
son ciertamente la cualidad de su formación, inicial y permanente, el
aliento de una fraternidad sacerdotal que trascienda las diferencias
étnicas y, sobre todo, la cercanía y la atención que como padres
amorosos y atentos debéis prestar a cada uno de ellos. Para despertar el
celo pastoral recurrid —si os es posible— más a la dulzura, a la
persuasión y al aliento que a sanciones apresuradas y severas. Os invito
a visitar con frecuencia a vuestros sacerdotes para escucharlos, a fin
de conocerlos cada vez mejor. Al formar un presbyterium fraterno y
unido en torno al obispo, los sacerdotes se sentirán ligados a su
diócesis e impulsados a servirla de modo prioritario, mientras que
muchos están tentados de partir hacia lugares recónditos, en detrimento
del pueblo de Dios que tiene necesidad de su ministerio.
Por lo demás, no solo los sacerdotes se benefician de la presencia
asidua del obispo en su diócesis, sino también las comunidades
cristianas en todos sus componentes; tienen necesidad de ser apoyadas y
de tener un vínculo personal y regular con el obispo. También pienso en
los Institutos religiosos, a los que debéis dedicar atención. Son «una
ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una
manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus,
118). Hay que dar sinceramente las gracias a los religiosos y a las
religiosas por el considerable trabajo que realizan, junto con los
laicos, en los ámbitos de la enseñanza, de la salud y del desarrollo.
Todos aprecian su trabajo; además, es absolutamente insustituible,
puesto que existe una íntima relación entre evangelización y promoción
humana (cf. Evangelii gaudium,
178). Os invito a hacer todo lo posible para favorecer el
establecimiento de relaciones constructivas y para resolver las
incomprensiones, a fin de que los religiosos y las religiosas trabajen
en armonía con los demás agentes de pastoral. Por otra parte, muchas
comunidades y asociaciones nuevas que se están formando tienen necesidad
de vuestro discernimiento atento y prudente —pero ya lo hacéis— para
garantizar una sólida formación a sus miembros y acompañar los cambios
que están llamados a vivir.
Estáis llamados a manifestar vuestra cercanía pastoral a todos los
fieles laicos, en especial a las familias. Estas últimas se han
debilitado mucho hoy día ya sea por el proceso de secularización que
afecta a la sociedad marfileña, ya sea por los movimientos de
poblaciones y las divisiones provocadas por los conflictos, y también
por las propuestas, menos exigentes en el plano moral, que surgen de
todas partes. Os animo a perseverar en los programas de formación para
el matrimonio que muchos de vosotros ya han comenzado, sin olvidar el
compromiso indispensable con los jóvenes, con vistas a su educación
espiritual y afectiva. En fin, que las personas ancianas no estén
ausentes de vuestras preocupaciones. Si bien es cierto que para la
mentalidad tradicional africana «gozan de una veneración especial» (Africae munus,
47), muchas de ellas hoy se encuentran solas o abandonas, porque la
cultura de «descarte» ya ha aparecido en vuestras sociedades. Pues bien,
su participación es indispensable para el equilibrio de un pueblo y
para la educación de la juventud (cf. Africae munus, 48).
Queridos hermanos obispos: tengo que expresaros mi alegría y mi
agradecimiento por el buen trabajo de evangelización que lleváis a cabo
en Costa de Marfil. Vuestras iglesias locales experimentan un dinamismo
real y manifiestan alegría y entusiasmo en el anuncio de Cristo muerto y
resucitado. Sin embargo, se percibe que la fe sigue siendo frágil y que
sopla un viento contrario. Muy a menudo —por desgracia los conflictos
recientes lo demostraron— el particularismo étnico predomina sobre la
fraternidad evangélica, muchos bautizados, cansados o desilusionados, se
alejan de la luz de la verdad y se adhieren a propuestas más fáciles,
otros no ponen en práctica en su vida las exigencias de la fe.
Ciertamente, la clave del futuro se encuentra en una raigambre más
profunda de la palabra de Dios en los corazones. Pero también es
necesario profundizar el diálogo con la realidad cultural y religiosa
tradicional para llegar a una auténtica inculturación de nuestra fe,
rechazando sin ambigüedad lo que es contrario a ella, pero acogiendo y
perfeccionando lo que es bueno. En consecuencia, os animo a perseverar
sin descanso en la obra de evangelización. La formación de los laicos en
todos los niveles, y en particular de los catequistas, cuyo trabajo
indispensable es considerable —y hay que agradecérselo— debe abrirlos al
«encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). Así, la Iglesia en Costa de Marfil podrá afrontar serenamente los desafíos del futuro.
Encomendándoos a todos vosotros, así como a los sacerdotes, a las
personas consagradas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de
vuestras diócesis a la intercesión de san Juan Pablo II y a la
protección de Nuestra Señora de la Paz, os imparto de todo corazón la
bendición apostólica.
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A LOS NUEVOS OBISPOS NOMBRADOS DURANTE EL AÑO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 18 de septiembre de 2014
Jueves 18 de septiembre de 2014
Queridos hermanos:
Me complace encontraros ahora personalmente, porque en verdad debo
decir que de algún modo ya os conocía. No hace mucho tiempo me fueron
presentados por la Congregación para los obispos o por aquella para las
Iglesias orientales. Sois frutos de un trabajo asiduo y de la incansable
oración de la Iglesia que, cuando tiene que elegir a sus pastores,
quiere actualizar esa noche entera que el Señor pasó en el monte, en
presencia de su Padre, antes de llamar a los que quiso para estar con Él
y para ser enviados al mundo.
Así que doy las gracias en las personas de los señores cardenales
Ouellet y Sandri a todos los que contribuyeron a preparar vuestra
elección como obispos y se entregaron por organizar estas jornadas de
encuentro, seguramente fecundas, en las que se experimenta la alegría de
ser obispos no aislados sino en comunión, sentir la corresponsabilidad
del ministerio episcopal y la solicitud por toda la Iglesia de Dios.
Conozco vuestro curriculum y alimento grandes esperanzas en
vuestras potencialidades. Ahora puedo finalmente asociar la primera
impresión que tuve de las listas a los rostros, y tras haber oído hablar
de vosotros, puedo personalmente escuchar el corazón de cada uno y
fijar la mirada en cada uno para percibir las numerosas esperanzas
pastorales que Cristo y su Iglesia depositan en vosotros. Es hermoso ver
reflejado en el rostro el misterio de cada uno y poder leer lo que
Cristo os ha escrito. Es consolador poder constatar que Dios no deja a
su esposa sin pastores según su corazón.
Queridos hermanos, nuestro encuentro tiene lugar al inicio de vuestro
camino episcopal. Ya pasó el estupor suscitado por vuestra elección; se
superaron los primeros temores, cuando vuestro nombre fue pronunciado
por el Señor; incluso las emociones vividas en la consagración ahora se
van depositando gradualmente en la memoria y el peso de la
responsabilidad se adapta, de alguna manera, a vuestros frágiles
hombros. El aceite del Espíritu Santo versado sobre vuestras cabezas aún
perfuma y al mismo tiempo va descendiendo sobre el cuerpo de la Iglesia
encomendada a vosotros por el Señor. Ya habéis experimentado que el
Evangelio abierto sobre vuestras cabezas se ha convertido en casa donde
se puede vivir con el Verbo de Dios; y el anillo en vuestra mano
derecha, que a veces aprieta mucho o algunas veces corre el riesgo de
deslizarse, posee de cualquier manera la fuerza de unir vuestra vida a
Cristo y a su Esposa.
Al encontraros por primera vez, os pido principalmente jamás dar por
descontado el misterio que se os ha conferido, no perder el estupor ante
el designio de Dios, ni el temor de caminar conscientemente en su
presencia y en presencia de la Iglesia que es antes que nada suya. En
algún lugar de sí mismo es necesario conservar protegido este don
recibido, evitando que se desgaste, impidiendo que haya sido en vano.
Ahora, permitidme hablaros con sencillez sobre algunos temas que me
interesan. Siento el deber de recordar a los pastores de la Iglesia el
vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el
crecimiento de su rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia de Cristo
comienza por la presencia, la de Cristo que nunca falta, pero también
la del pastor que gobierna en nombre de Cristo. Y esta no es una pía
recomendación. Cuando el pastor está ausente o no se le encuentra, están
en juego el cuidado pastoral y la salvación de las almas (decreto De reformatione del Concilio de Trento ix). Esto decía el Concilio de Trento, con mucha razón.
En efecto, en los pastores que Cristo concede a la Iglesia, Él mismo ama a su Esposa y da su vida por ella (cf. Ef
5, 25-27). El amor hace semejantes a quienes lo comparten, por ello
todo lo que es bello en la Iglesia viene de Cristo, pero también es
verdad que la humanidad glorificada del Esposo no ha despreciado
nuestros rasgos. Dicen que después de años de intensa comunión de vida y
fidelidad, también en las parejas humanas las huellas de la fisonomía
de los esposos gradualmente se comunican mutuamente y ambos terminan por
parecerse.
Vosotros estáis unidos por un anillo de fidelidad a la Iglesia que se
os ha encomendado o que estáis llamados a servir. El amor por la Esposa
de Cristo gradualmente os permite imprimir vuestra huella en su rostro y
al mismo tiempo llevar en vosotros los rasgos de su fisonomía. Por ello
es necesaria la intimidad, la asiduidad, la constancia, la paciencia.
No se necesitan obispos felices superficialmente; hay que excavar en
profundidad para encontrar lo que el Espíritu continúa inspirando a
vuestra Esposa. Por favor, no seáis obispos con fecha de caducidad, que
necesitan cambiar siempre de dirección, como medicinas que pierden la
capacidad de curar, o como los alimentos insípidos que hay que tirar
porque han perdido ya su utilidad (cf. Mt 5, 13). Es importante
no detener la fuerza sanadora que surge de lo íntimo del don que habéis
recibido, y esto os defiende de la tentación de ir y venir sin meta,
porque «no hay viento favorable para quien no sabe adónde va». Y nosotros hemos aprendido adónde vamos: vamos siempre a Jesús. Estamos en búsqueda de saber «dónde vive», porque jamás se agota su respuesta que dio a los primeros: «Venid y veréis» (Jn 1, 38-39).
Para vivir en plenitud en vuestras Iglesias es necesario vivir
siempre en Él y no escapar de Él: vivir en su Palabra, en su Eucaristía,
en las «cosas de su Padre» (cf. Lc 2, 49), y sobre todo
en su cruz. No detenerse de pasada, sino quedarse largamente, como
permanece inextinguible la lámpara encendida del Tabernáculo de vuestras
majestuosas catedrales o humildes capillas, para que así en vuestra
mirada el rebaño no deje de encontrar la llama del Resucitado. Por lo
tanto, no obispos apagados o pesimistas, que, apoyados sólo en sí mismos
y por lo tanto, rendidos ante la oscuridad del mundo o resignados a la
aparente derrota del bien, ya en vano gritan que el fortín es asaltado.
Vuestra vocación no es la de ser guardianes de un montón de derrotados,
sino custodios del Evangelii gaudium, y por lo tanto, no podéis
privaros de la única riqueza que verdaderamente tenemos para dar y que
el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios.
Os pido además, que no os dejéis engañar por la tentación de cambiar
de pueblo. Amad al pueblo que Dios os ha dado, incluso cuando hayan «cometido pecados grandes», sin cansaros de «acudir al Señor»
para obtener el perdón y un nuevo inicio, aun a costa de ver eliminadas
tantas falsas imágenes vuestras sobre el rostro divino o las fantasías
que habéis alimentado sobre el modo de suscitar su comunión con Dios
(cf. Ex 32, 30-31). Aprended el poder humilde pero irresistible de la sustitución vicaria, que es la única raíz de la redención.
También la misión, que ha llegado a ser tan urgente, nace de ese «ver dónde vive el Señor y permanecer con Él» (cf. Jn 1, 39). Sólo quien encuentra, permanece y vive, adquiere el atractivo y la autoridad para conducir el mundo a Cristo (cf. Jn 1, 40-42). Pienso en muchas personas que hay que llevar a Él. A vuestros sacerdotes, in primis.
Hay muchos que ya no buscan dónde vive, o que viven en otras latitudes
existenciales, algunos en los bajos fondos. Otros, olvidados de la
paternidad episcopal o quizá cansados de buscarla en vano, ahora viven
como si ya no existieran padres o se engañan de que no tienen necesidad
de padres. Os exhorto a cultivar en vosotros, padres y pastores, un
tiempo interior en el que se pueda encontrar espacio para vuestros
sacerdotes: recibirles, acogerles, escucharles, guiarles. Os quisiera
obispos fáciles de encontrar no por la cantidad de los medios de
comunicación de los que disponéis, sino por el espacio interior que
ofrecéis para acoger a las personas y sus necesidades concretas,
dándoles la totalidad y la amplitud de la enseñanza de la Iglesia, y no
un catálogo de añoranzas. Y que la acogida sea para todos sin
discriminación, ofreciendo la firmeza de la autoridad que hace crecer, y
la dulzura de la paternidad que engendra. Y, por favor, no caigáis en
la tentación de sacrificar vuestra libertad rodeándoos de séquitos y
cortes o coros de aprobación, puesto que en los labios del obispo la
Iglesia y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio
que hace libres.
Luego está el Pueblo de Dios encomendado a vosotros. Cuando, en el
momento de vuestra consagración, el nombre de vuestra Iglesia fue
proclamado, se reflejaba el rostro de los que Dios os estaba dando. Este
pueblo tiene necesidad de vuestra paciencia para curarlo, para hacerlo
crecer. Sé bien lo desierto que se ha hecho nuestro tiempo. Se necesita,
luego, imitar la paciencia de Moisés para guiar a vuestra gente, sin
miedo a morir como exiliados, pero gastando hasta vuestra última energía
no por vosotros sino para hacer que Dios entre en los que guiais. Nada
es más importante que introducir a las personas en Dios. Os confío,
sobre todo a los jóvenes y a los ancianos. Los primeros porque son
nuestras alas, y los segundos porque son nuestras raíces. Alas y raíces
sin las cuales no sabemos quiénes somos y ni siquiera adónde tenemos que
ir.
Al final de nuestro encuentro permitid al sucesor de Pedro que os
mire profundamente desde lo alto del misterio que nos une de modo
irrevocable. Hoy viendoos en vuestras diversas fisonomías, que reflejan
la inagotable riqueza de la Iglesia extendida en toda la tierra, el
obispo de Roma abraza la católica. No es necesario recordar las
singulares y dramáticas situaciones de nuestros días. Cuánto quisiera
que resonara, por medio de vosotros, en cada Iglesia un mensaje de
aliento. Al regresar a vuestras casas, donde estas se encuentren, llevad
por favor el saludo de afecto del Papa y asegurad a la gente que está
siempre en su corazón.
Veo en vosotros centinelas, capaces de despertar vuestras Iglesias,
levantándoos antes del alba o en medio de la noche para avivar la fe, la
esperanza, la caridad; sin dejaros adormecer o conformar con el lamento
nostálgico de un pasado fecundo pero ahora declinado. Excavad todavía
en vuestras fuentes, con la valentía de remover las incrustaciones que
han cubierto la belleza y el vigor de vuestros antepasados peregrinos y
misioneros que han erigido Iglesias y creado civilizaciones.
Veo en vosotros a hombres capaces de cultivar y de hacer madurar los
campos de Dios, en los que los nuevos sembradíos esperan manos
dispuestas a irrigar cotidianamente esperando cosechas generosas.
Veo finalmente en vosotros pastores capaces de reconstruir la unidad,
tejer redes, remendar, vencer la fragmentación. Dialogad con respeto
con las grandes tradiciones en las que estáis inmersos, sin miedo de
perderos y sin necesidad de defender vuestras fronteras, porque la
identidad de la Iglesia está definida por el amor de Cristo que no
conoce frontera. Incluso custodiando la pasión por la verdad, no gastéis
energías para contraponerse o enfrentarse sino para construir y amar.
Así, centinelas, hombres capaces de cuidar los campos de Dios,
pastores que caminan delante, en medio y detrás del rebaño, os despido,
os abrazo, deseando fecundidad, paciencia, humildad y mucha oración.
Gracias.
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA
REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Viernes 12 de septiembre de 2014
Viernes 12 de septiembre de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
Con gran alegría dirijo mi saludo fraterno al cardenal Laurent
Monsengwo Pasinya, y a cada uno de vosotros, con ocasión de vuestra
visita ad limina Apostolorum. Doy las gracias a monseñor Nicolas
Djomo, presidente de vuestra Conferencia episcopal, quien, junto con
vuestros sentimientos de comunión fiel, ha presentado algunas
características de la vida de la Iglesia en la República democrática del
Congo. Vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y
Pablo, unida al testimonio de Cristo muerto y resucitado hasta el
sacrificio supremo, fortalece vuestros vínculos de comunión con la Sede
apostólica, pero también entre vosotros y con los obispos de todo el
mundo. Por mi parte, al expresaros mi profundo aprecio por vuestra
solicitud y vuestro celo en el anuncio del Evangelio, quiero saludar y
animar a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los demás
agentes de pastoral que colaboran con vosotros, así como a todos los
fieles laicos de vuestras diócesis.
Con vosotros, doy gracias al Señor por los múltiples dones que ha
concedido a la Iglesia en vuestro país. Familia de Dios en camino hacia
al Reino, está constituida por comunidades vivas, cuyos miembros
participan activamente en las celebraciones litúrgicas y dan un valiente
testimonio de caridad. Según la hermosa expresión del salmista, el
Señor concedió sus bienes y nuestra tierra ha dado sus frutos (cf. Sal 85, 13).
La fidelidad al Evangelio implica que el obispo guíe y gobierne con
sabiduría el rebaño que se le ha confiado. El buen pastor conoce a sus
ovejas y sus ovejas lo conocen a Él (cf. Jn 10, 4). La presencia,
la cercanía y la estabilidad del obispo en su diócesis son necesarias
para dar seguridad a los sacerdotes y a los candidatos al sacerdocio, y
para que todos los fieles se sientan acompañados, seguidos y amados.
Una característica importante de la Iglesia en vuestro país es que se
encuentra en una fase de pleno crecimiento. ¡Es tan hermoso constatar
que las comunidades cristianas crecen! Pero sabéis que lo esencial para
la Iglesia no es en primer lugar los números, sino la entrega total y
sin reservas al Dios revelado en Jesucristo. La cualidad de la fe en
Cristo muerto y resucitado, la comunión íntima con Él, es el fundamento
de la solidez de la Iglesia. En consecuencia, es de vital importancia
evangelizar en profundidad. La fidelidad al Evangelio, a la Tradición y
al Magisterio son puntos de referencia seguros, que garantizan la pureza
del manantial al que conducís al Pueblo de Dios (cf. Carta encíclica Lumen fidei, 36).
La Iglesia en la República democrática del Congo, donde algunas
diócesis celebraron recientemente el primer centenario de su
evangelización, es una Iglesia joven. Pero es también una Iglesia de
jóvenes. Los niños y los adolescentes, en particular, tienen necesidad
de la fuerza de Dios para resistir a las múltiples tentaciones,
consecuencia de la precariedad de su vida, de la imposibilidad de
proseguir los estudios o de encontrar trabajo. Soy sensible a su difícil
situación, y sé que compartís sus sufrimientos, sus alegrías y
esperanzas. En particular, pienso con horror en los niños, en los
jóvenes, reclutados por la fuerza en las milicias y obligados a matar a
sus mismos compatriotas. Por tanto, os aliento a profundizar en la
pastoral de los jóvenes. Ofreciéndoles toda la ayuda posible, sobre todo
a través de la creación de espacios de formación humana, espiritual y
profesional, podéis revelarles la vocación profunda que los predisponga a
encontrar al Señor.
El medio más eficaz para vencer la violencia, la desigualdad y
también las divisiones étnicas, consiste en dotar a los jóvenes de un
espíritu crítico y en proponerles un itinerario de maduración en los
valores evangélicos (cf. Evangelii gaudium,
64). También se necesitaría fortalecer la pastoral en las
universidades, así como en las escuelas católicas y públicas, conjugando
la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 132-134). Queridos hermanos en el episcopado: os invito a ser apóstoles de la juventud en vuestras diócesis.
Con el mismo espíritu, ante la disgregación familiar provocada, en
particular, por la guerra y la pobreza, es indispensable valorar y
promover todas las iniciativas destinadas a consolidar a la familia,
fuente de toda fraternidad, fundamento y camino primordial para la paz
(cf. Mensaje para la XLVII Jornada mundial de la paz, 2014, n. 1).
La fidelidad al Evangelio implica también que la Iglesia participe en
la construcción de la ciudad. Una de las contribuciones más valiosas
que la Iglesia local puede ofrecer a vuestro país consiste en ayudar a
las personas a redescubrir la pertinencia de la fe en la vida diaria y
la necesidad de promover el bien común. Del mismo modo, los responsables
de la nación, iluminados por los pastores y en el respeto de las
competencias, también pueden recibir apoyo para integrar la enseñanza
cristiana en su vida personal y en el ejercicio de sus funciones al
servicio del Estado y de la sociedad. En este sentido, el magisterio de
la Iglesia, en particular la encíclica Caritas in veritate y la exhortación apostólica postsinodal Africae munus, así como la reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium, constituyen una ayuda valiosa.
Queridos hermanos en el episcopado: os invito a trabajar sin descanso
por el establecimiento de una paz duradera y justa a través de una
pastoral del diálogo y de la reconciliación entre los diversos sectores
de la sociedad, apoyando el proceso de desarme y promoviendo una
colaboración eficaz con las demás confesiones religiosas. Mientras
vuestro país se dispone a vivir encuentros políticos importantes para su
futuro, es necesario que la Iglesia ofrezca su contribución, evitando
al mismo tiempo reemplazar a las instituciones políticas y las
realidades temporales que conservan su autonomía (cf. Constitución
pastoral Gaudium et spes,
36). En particular, los pastores deben evitar ocupar el lugar que
corresponde con pleno derecho a los fieles laicos, que tienen
precisamente la misión de testimoniar a Cristo y el Evangelio en la
política y en todos los otros ámbitos de su actividad (cf. Decreto
conciliar Apostolicam actuositatem,
4 y 7). Es fundamental, pues, que los fieles laicos se formen con esta
visión, y que vosotros no dejéis de apoyarlos, orientarlos y brindarles
criterios de discernimiento para iluminarlos. En este sentido, no tengo
dudas de que seguiréis trabajando para sensibilizar a las autoridades
públicas a fin de llevar a término la negociación para la firma de un
acuerdo con la Santa Sede.
Es de desear que, con espíritu de solidaridad y comunión, se
desarrolle una colaboración más estrecha con todos los agentes de
pastoral que actúan en los diferentes ámbitos del apostolado y de la
pastoral social, en particular, en la educación, la sanidad y la
asistencia caritativa. Muchos esperan de vosotros vigilancia y solicitud
en la defensa de los valores espirituales y sociales: estáis llamados a
proponer orientaciones y soluciones para la promoción de una sociedad
fundada en el respeto de la dignidad y de la persona humana. A propósito
de esto, la atención a los pobres y a cuantos tienen necesidades, como
los ancianos, los enfermos y las personas discapacitadas, debe
constituir el objeto de una pastoral adecuada, continuamente
reexaminada. De hecho, la Iglesia debe preocuparse por el bien común de
estas personas y a atraer la atención de la sociedad y de las
autoridades públicas hacia su situación. Felicito y aliento la obra de
todos los misioneros, de los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y
los demás agentes de pastoral que se entregan al servicio de los
heridos por la vida, por las víctimas de la violencia, sobre todo en las
regiones más aisladas y remotas del país. Al mencionar este tema,
dirijo un pensamiento especial a los refugiados internos y a los
numerosos refugiados que provienen de los países vecinos.
Queridos hermanos en el episcopado: por último, quiero confirmaros
todo mi afecto y mi aliento. Perseverad en vuestro generoso compromiso
al servicio del Evangelio. Sed hombres de esperanza para vuestro pueblo.
Que el testimonio luminoso de la beata María Clementina Anuarite
Nengapeta y del beato Isidoro Bakanja os inspire siempre. Encomendándoos
a la intercesión materna de la Virgen María, Reina de los Apóstoles, os
imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a
vuestros colaboradores, sacerdotes, religiosos y laicos, y a cada una
de vuestras diócesis.
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CAMERÚN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 6 de septiembre de 2014
Sábado 6 de septiembre de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
Os doy la bienvenida. Estoy muy contento de recibirlos con ocasión de vuestra visita ad limina.
Doy las gracias a monseñor Samuel Kleda, presidente de vuestra
Conferencia episcopal, por las palabras que me acaba de dirigir en
vuestro nombre. Os pido que transmitáis mis cordiales saludos a todos
vuestros diocesanos, en especial a los sacerdotes, a los religiosos y a
las religiosas, a los laicos comprometidos en el servicio pastoral, así
como a todos los habitantes de Camerún. Dirijo también un saludo
fraterno al cardenal Christian Tumi. Que vuestra oración ante la tumba
de los Apóstoles Pedro y Pablo os confirme en la fe y en la
perseverancia para el ejercicio de vuestra misión pastoral, al servicio
del pueblo que se os ha confiado. Son para nosotros los modelos que
debemos seguir en la entrega total que han hecho de sí mismos —hasta
derramar la propia sangre— a Cristo y a su Evangelio.
Vuestra visita me ofrece la ocasión de renovaros mi aliento y mi
confianza y de poner de relieve el espíritu de comunión que consideráis
importante mantener con la Sede apostólica. A fin de que el Evangelio
toque y convierta los corazones en lo profundo, debemos recordar que
solamente estando unidos en el amor es como podemos dar testimonio de
modo auténtico y eficaz. Unidad y diversidad son para vosotros
realidades que deben ir firmemente unidas para hacer justicia a la
riqueza humana y espiritual de vuestras diócesis, que se expresa en
múltiples formas. Además, deseo que la buena colaboración entre la
Iglesia, el Estado y la sociedad camerunesa en su conjunto, manifestada
recientemente por la firma de un Acuerdo marco entre la Santa Sede y la República de Camerún,
dé frutos abundantes. Os invito a poner concretamente en práctica este
Acuerdo, ya que el reconocimiento jurídico de muchas instituciones
eclesiales les dará un mayor alcance, a beneficio no sólo de la Iglesia,
sino también de toda la sociedad camerunesa.
Al respecto, acojo con agrado el considerable compromiso de vuestras
Iglesias locales en numerosas obras sociales. Este compromiso en los
ámbitos educativo, sanitario y caritativo es reconocido y apreciado por
las autoridades civiles; este debe ser el ámbito de una fecunda
colaboración entre Estado e Iglesia, en el respeto de la plena libertad
de esta última. El compromiso en las obras sociales es parte integrante
de la evangelización, ya que existe un nexo íntimo entre evangelización y
promoción humana. Esta última se debe expresar y desarrollar en toda la
acción evangelizadora (cf. Evangelii gaudium,
n. 178). Os aliento, por lo tanto, a perseverar en la atención que
tenéis hacia los más débiles, sosteniendo, material y espiritualmente, a
todos los que se dedican a ellos, en especial a los miembros de los
institutos religiosos y a los laicos asociados; les agradezco de todo
corazón por su entrega y por el testimonio auténtico que dan del amor de
Cristo por todos los hombres.
Vuestra acción evangelizadora será mucho más eficaz si el Evangelio
es realmente vivido por quienes lo han recibido y lo profesan. Es este
el modo para atraer hacia Cristo a quienes aún no lo conocen,
mostrándoles el poder de su amor capaz de transformar e iluminar la vida
de los hombres. Sólo así podemos hacer frente, vigilando pero con
serenidad, al desarrollo de múltiples propuestas nuevas que seducen las
mentes sin renovar profundamente los corazones. Por lo demás, la
presencia importante de musulmanes en algunas de vuestras diócesis es
una invitación urgente a testimoniar valiente y gozosamente la fe en
Cristo Resucitado. Desarrollar el diálogo de la vida con los musulmanes,
con un espíritu de confianza recíproca, es hoy indispensable para
mantener un clima de convivencia pacífica y frenar el desarrollo de la
violencia de la cual los cristianos son víctimas en ciertas regiones del
continente.
Me parece esencial, por lo tanto, como prioridad, continuar vuestra
acción orientada a sembrar y reforzar la fe en el corazón de los fieles.
La formación es un elemento esencial en el desarrollo del pueblo de
Dios, especialmente en estos tiempos en los que el relativismo y la
secularización están comenzando a entrar en auge en África. Muchos
laicos están implicados en sus parroquias y en los movimientos, y son,
con certeza, fundamentales para la transmisión de la fe. Su formación
debe ser sólida y permanente. Os pido que transmitáis a estos fieles
laicos y a todas las personas implicadas en el trabajo de formación mi
aprecio y mi más caluroso aliento.
También las familias deben seguir estando en el centro de vuestra
particular atención, especialmente hoy mientras experimentan graves
dificultades —tanto la pobreza, el desplazamiento de pueblos, la falta
de seguridad, la tentación de volver a prácticas ancestrales
incompatibles con la fe cristiana o incluso los nuevos estilos de vida
propuestos por un mundo secularizado. Os invito a sacar todo el provecho
de la décima Asamblea plenaria de la Asociación de las Conferencias
episcopales de África central celebrada en el Congo, en cuyos trabajos
habéis participado y que —no tengo ninguna duda— dará frutos abundantes.
Es fundamental, además, que el clero dé testimonio de una vida en la
que esté presente el Señor, coherente con las exigencias y los
principios del Evangelio. Quiero expresar a todos los sacerdotes mi
agradecimiento por el celo apostólico que demuestran, a menudo en
condiciones difíciles y precarias, y les aseguro mi cercanía y mi
oración. Sin embargo, es conveniente permanecer vigilantes en el
discernimiento y en el acompañamiento de las vocaciones sacerdotales
—gracias a Dios numerosas en Camerún— y sostener también la formación
permanente y la vida espiritual de los sacerdotes para los cuales
vosotros sois padres atentos, ya que las tentaciones del mundo son
muchas, en especial las del poder, los honores y el dinero. Sobre este
último punto, en particular, el antitestimonio que se podría dar por una
mala gestión de los bienes, por el enriquecimiento personal y el
derroche sería especialmente escandaloso en una región donde a muchas
personas les falta lo necesario para vivir.
Por otro lado, la unidad del clero es un elemento indispensable del
testimonio que se da de Cristo resucitado: «para que todos sean uno
[...] para que el mundo crea» (Jn 17, 21); sea ello la unidad de
los obispos, quienes a menudo deben afrontar los mismos desafíos y están
llamados a dar soluciones comunes y acordadas, o de la unidad del presbyterium que el Señor invita a construir cada día superando los prejuicios, en especial los étnicos.
Por último, también la vida consagrada tiene que ser acompañada, a
fin de que, arraigada en Cristo al servicio del Reino, sea siempre un
testimonio profético y un modelo en materia de reconciliación, de
justicia y de paz (cf. Evangelii gaudium,
n. 117). Os invito a ofrecer vuestro apoyo a los institutos religiosos
en sus esfuerzos de formación humana y espiritual, y a acoger y
acompañar, con prudente discernimiento, las nuevas iniciativas.
Queridos hermanos, los valientes esfuerzos de evangelización que
realizáis en vuestro ministerio pastoral dan numerosos frutos de
conversión. Os invito a dar incesantemente gracias por ellos y a renovar
el don de vosotros mismos a Cristo y al pueblo que se os ha confiado.
Sin temer a las dificultades, iréis valientemente adelante, con un
espíritu misionero renovado, con el fin de llevar la Buena Noticia a
todos aquellos que aún la esperan o que tienen más necesidad de ella. Os
encomiendo a todos vosotros, así como a vuestras diócesis, a la
intercesión de san Juan Pablo IIque visitó vuestro país en dos
ocasiones, y a la protección maternal de la Virgen María. Que Dios os
bendiga.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MUNDIAL
DE LOS DIRECTORES DE "SCHOLAS OCCURRENTES"
Palacio Apostólico Vaticano
Aula del Sínodo
Jueves 4 de septiembre de 2014
Jueves 4 de septiembre de 2014
Estoy como aquel que le dijeron: “Diga algo”. Y entonces dice: “Bueno, voy a improvisar”. Y saca lo que tenía hecho.
Son los puntos que más o menos quería decirles, a los cuales incorporo los que he visto aquí.
Primero de todo, muchas gracias. La presencia aquí es algo raro. Yo le decía al Presidente de la Academia Pontificia, Mons. Sánchez Sorondo, que se estaba haciendo movimiento. Es algo raro por el movimiento, por el trabajo, por la intensidad, por la gente que va y que viene, por la creatividad del protocolo… en el marco de estas III Jornadas de la Red Mundial de Escuelas para el Encuentro. Entonces, la idea es el encuentro. Esta cultura del encuentro que es el desafío. Hoy ya nadie duda que el mundo está en guerra. Y nadie duda, por supuesto, que el mundo está en desencuentro. Y hay que proponer una cultura del encuentro de alguna manera. Una cultura de la integración, del encuentro, de los puentes, ¿no es cierto? Y este trabajo, lo están haciendo ustedes. Yo le agradezco a la Pontificia Academia de las Ciencias, a Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, que haya facilitado todo esto. Se ha movido mucha gente. Yo sé que estos dos cuando se juntan son un peligro. Mueven mucho. Pero recuerdo ese refrán africano: “Para educar a un hijo hace falta una aldea”. Para educar a una persona, hace falta todo esto.
No podemos dejar solos a los chicos, por favor. Ya se ha incorporado a nuestro lenguaje hablar de los chicos de la calle, “i bambini di strada”, como si un chico pudiera estar solo, abandonado de todo lo que es entorno cultural, de todo lo que es entorno familiar. Sí, está la familia, está la escuela, está la cultura, pero el chico está solo. ¿Por qué? Porque el pacto educativo está roto y hay que recomponer el pacto educativo. Una vez, en cuarto grado, le falté al respeto a la maestra, y la maestra mandó llamar a mi mamá. Vino mi mamá, yo me quedé en la clase, la maestra salió. Y después me llamaron, y mi mamá muy tranquila –yo temía lo peor, ¿no?– me dijo: –¿Vos hiciste esto y esto y esto? ¿Le dijiste esto a la maestra? –Sí. –Pedile perdón. Y me hizo pedirle perdón delante de ella. Yo quedé feliz. Me salió fácil. El segundo acto fue cuando llegué a casa. Hoy día, al menos en tantas escuelas de mi patria, una maestra pone una observación en el cuaderno del chico y al día siguiente tiene al padre o a la madre denunciando a la maestra. Está roto el pacto educativo. No es todos juntos por el chico. Y así hablemos de la sociedad también. O sea, recomponer el pacto educativo, recomponer esta aldea para educar a un chico. No los podemos dejar solos, no los podemos dejar en la calle, ni desprotegidos, y a merced de un mundo en el que prevalece el culto al dinero, a la violencia y al descarte. Me repito mucho en esto, pero evidentemente que se ha instalado la cultura del descarte. Lo que no sirve se tira. Se descartan los chicos porque no se los educa o no se los quiere.
Los niveles de natalidad de algunas naciones desarrolladas son alarmantes. Se descartan los ancianos –y acuérdense de lo que dije de chicos y ancianos en el futuro–, porque se ha instalado este sistema de eutanasia encubierta. Es decir, las obras sociales te cubren hasta aquí, y después morite. Descartan los chicos, los ancianos y ahora el nuevo descarte, toda una generación de jóvenes sin trabajo en países desarrollados. Se habla de 75 millones de jóvenes en países desarrollados, de 25 años para abajo, sin trabajo. Se descarta una generación de jóvenes. Esto nos obliga a salir y no dejar a los chicos solos, por lo menos eso. Y ése es nuestro trabajo. Ellos y los ancianos ciertamente son las personas más expuestas en esta cultura en la que predomina este descarte, pero también los jóvenes. Les tocó el turno a ellos también, para mantener un sistema de finanzas equilibrado donde en el centro ya no está la persona humana sino el dinero.
En este sentido, es muy importante fortalecer los vínculos: los vínculos sociales, los familiares, los personales. Todos, pero especialmente los niños y los más jóvenes, tienen necesidad de un entorno adecuado, de un hábitat verdaderamente humano, en el que se den las condiciones para su desarrollo personal armónico y para su integración en el hábitat más grande de la sociedad. Qué importante resulta entonces el empeño por crear una “red” extensa y fuerte de lazos verdaderamente humanos, que sostenga a los niños, que los abra confiada y serenamente a la realidad, que sea un auténtico lugar de encuentro, en el que lo verdadero, lo bueno y lo bello se den en su justa armonía. Si el chico no tiene esto, solamente le queda el camino de la delincuencia y de las adicciones. Los animo a que sigan trabajando para crear esta aldea humana, cada vez más humana, que ofrezca a los niños un presente de paz y un futuro de esperanza.
En ustedes veo, en estos momentos, el rostro de tantos chicos y jóvenes a los que llevo en el corazón, porque sé que son material de descarte, y por los que vale la pena trabajar sin descanso. Gracias por lo que hacen por esta iniciativa, donde también los vínculos entre ustedes tienen que prevalecer para no dar lugar a las internas: –No, ésta me la llevo yo. Acá meto la mano yo. Esto es para mi sector. No, no, no. O sea, voy a crear vínculos de unidad si soy capaz de vivirlos en una iniciativa donde cada uno resigne las ganas de mandar y haga crecer las ganas de servir. Les pido que recen por mí, que lo necesito. Y que Dios los bendiga.
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VIDEOCONFERENCIA DEL PAPA FRANCISCO
CON CHICOS DEL MUNDO POR EL LANZAMIENTO DE LA PLATAFORMA DE SCHOLAS
CON CHICOS DEL MUNDO POR EL LANZAMIENTO DE LA PLATAFORMA DE SCHOLAS
Palacio Apostólico Vaticano
Aula del Sínodo
Jueves 4 de septiembre de 2014
Jueves 4 de septiembre de 2014
Saludo del Papa
Buenas tardes, me dicen que están cerrando, que están terminando. Deseo que hayan sembrado lindo para que el fruto sea bueno. Y gracias por todo el esfuerzo que han hecho. Gracias.
Primera Pregunta: Australia
Hello and Good Day from Australia. Our message to you is that St. Joseph’s… College is a Catholic School in the… tradition. We follow in the footsteps of Scholas and in several campaigns advocating peace internationally and within our own community: an example of such is that we held an interreligious soccer month last month for peace between our school and refugees of the local Vietnamese community. So because of this we’d like to thank you personally for the Scholas programme. It allows us to have direct communication with yourself. As youths of diverse religions and because of this we’re all incredibly humbled to have this opportunity to speak with you. It is certainly a leap in the right direction in terms of developing a global network of peace and it’s quite amazing how we can use technology to have dialogue to learn from each other. So, what we’d really like to know from you is specifically how the Scholas programme will help us bridge gaps between the youths of various countries today?
R. Gracias. Y gracias también por lo que me dices que haces y lo que hacen ustedes. Procuro responder tu pregunta. ¿Cómo puede Scholas avanzar en esta comunicación y tender puentes? Antes de responderte, tomo una palabra que dijiste: “tender puentes”. En la vida vos podés hacer dos cosas contrarias: o tender puentes o levantar muros. Los muros separan, dividen. Los puentes acercan. Respondiendo a tu pregunta: ¿qué pueden hacer?, seguir comunicándose, comunicar las experiencias, las experiencias que ustedes hacen. Ustedes tienen mucho en el corazón. Ustedes pueden realizar muchas cosas. Esto mismo que dijiste al presentarte, comunicarlo para que otros se inspiren y escuchar de los otros lo que te digan, y con esta comunicación nadie manda, pero todo funciona. Es la espontaneidad de la vida, es decirle un sí a la vida. Comunicarse es dar, comunicarse es generosidad, comunicarse es respeto, comunicarse es evitar todo tipo de discriminación. Sigan adelante chicos. Y me gusta lo que dijeron que hacen. Que Dios los bendiga.
Segunda pregunta: Israel
P. Hola Papa. Buenas tardes, Su Santidad. Le quiero contar sobre nuestro colegio. Nuestro colegio, La Salle, se sitúa al sur de Tel Aviv; están reunidas las tres religiones: cristianos, judaísmo y musulmán. Y estamos todos junticos, y hablamos casi el mismo idioma: el inglés, el francés, el español, el árabe, el hebreo. Hacemos mucho deporte, ciencias, arte, nos comunicamos mucho, tenemos muchos amigos. Y quiero agradecerle a usted por este proyecto Scholas.
R. Gracias. Y veo que ustedes se mueven bien, y saben comunicarse en diversos idiomas y desde la identidad de la propia religión. Y eso es lindo. ¿Qué me querías preguntar?
P. ¿Cuándo quieres venir acá, a Tierra Santa, a Israel?
R. Me gustaría volver. Estuve hace unos meses y vine muy contento… vine muy contento. El ejemplo que ustedes dan [interrupción del presentador]…
Tercera pregunta: Estambul
P. Hi Pope… Hello Pope… I’m joining from Istanbul. First of all, I want to say thank you for everything – that you haven’t only brought some people or schools and students together, but also our beliefs and hearts. We hope you will increase the number of projects, which supports peace and interfaith dialogue. We as students don’t want a world full of worse crimes and poverty. People from all nationalities that contain different religions and ethnic groups must learn how to live in peace. We must forget about racism and discrimination. The last thing is that I want to learn your thoughts about the future. Would it be better or worse than present?
R. Gracias por la pregunta, y gracias por la reflexión que hiciste, que ustedes los jóvenes no quieren guerra, que quieren paz. Y eso lo tienen que gritar desde el corazón, desde adentro: ¡Queremos paz!, desde adentro.
La pregunta tuya: ¿El futuro será mejor o será peor? Yo no tengo esa bola de cristal que tienen la brujas para mirar el futuro. Pero te quiero decir una cosa: ¿Sabes dónde está el futuro? Está en tu corazón, está en tu mente y está en tus manos. Si vos sentís bien, si vos pensás bien y si vos con tus manos llevás adelante ese pensamiento bueno y ese sentimiento bueno, el futuro será mejor. El futuro lo tienen los jóvenes. Pero cuidado, jóvenes con dos cualidades: jóvenes con alas y jóvenes con raíces. Jóvenes que tengan alas para volar, para soñar, para crear, y que tengan raíces para recibir de los mayores la sabiduría que nos dan los mayores. Por eso el futuro está en las manos de ustedes si tienen alas y raíces. Animate a tener alas a soñar cosas buenas, a soñar un mundo mejor, a protestar contra las guerras. Y, por otro lado, respetar la sabiduría que recibiste de tus mayores, de tus padres, de tus abuelos, de los mayores de tu pueblo. El futuro está en las manos de ustedes. Aprovechen para que sea mejor.
Cuarta pregunta: Sudáfrica
P. Gracias, Su Santidad, por tomarse el tiempo para conversar con nosotros. Me llamo Christian Sakapa, y yo voy a hacer unas preguntas. No se ponga nervioso… Estoy de acuerdo con el concepto de la plataforma escolar y los valores que representa. ¿Cómo se formó la idea de la plataforma escolar?
R. Scholas surgió… iba a decir de casualidad, pero no, no fue de casualidad. Surgió de una idea de este señor que está aquí, José María del Corral, y lo acompañó Enrique Palmeiro. Así surgió Scholas, formando una escuela de vecinos, en la Diócesis de Buenos Aires. Además de las escuelas, una red de escuelas de vecinos, para tender puentes entre las escuelas de Buenos Aires. Y tendió muchos puentes, muchos puentes, hasta puentes transoceánicos. Empezó como una cosa chiquita, como una ilusión, como algo que no sabíamos si se iba a lograr, y hoy podemos comunicarnos. ¿Por qué? Porque estamos convencidos de que la juventud necesita comunicarse, necesita mostrar sus valores y compartir sus valores. La juventud, hoy, necesita tres pilares claves: educación, deporte y cultura. Por eso Scholas junta todo. Tuvimos un partido de fútbol. Lo hacen las escuelas y también se hacen actos de cultura. Educación, deporte y cultura. Adelante, para que los Estados puedan preparar salidas laborales para estos chicos que son acompañados por educación, el deporte y la cultura. Y el deporte es importante porque enseña a jugar en equipo. El deporte salva del egoísmo, ayuda a no ser egoísta. Por eso es importante trabajar en equipo y estudiar en equipo y andar el camino de la vida en equipo. Como ves, no me asusté de la pregunta. Te la agradezco mucho. Y sigan adelante ustedes en este camino de la comunicación, de tender puentes, buscar la paz, por la educación, el deporte y la cultura. Gracias.
Quinta pregunta: América Latina. El Salvador. Ernesto
P. Bueno, yo le quiero decir que… agradecerle desde aquí, desde El Salvador y aquí de toda Latinoamérica, y decirle que… y también decirle que le haga un llamado a todas las universidades…, o a las empresas privadas…
R. Te agradezco el saludo desde tu barrio, desde tu pueblo con tus amigos. Yo sé todo el trabajo que están haciendo ustedes en El Salvador. José María me lo contó. Sé que están avanzando bastante y que están trabajando fuerte en educación, pero acordate lo que le dije a tu compañero de Sudáfrica: educación, deporte y cultura. Y cuidado con las “maras” porque, así como existen puentes que los unen a ustedes, también existen comunicaciones para destruir. Estén bien alerta cuando hay grupos que buscan la destrucción, que buscan la guerra, que no saben trabajar en equipo. Defiéndanse entre ustedes, como equipo, como grupo, y trabajen fuerte allí. Sé que están trabajando muy bien, y muy bien apoyados. Y el Ministerio de Educación, sé que los apoya. Sigan adelante por este camino de trabajar en equipo y defenderse de aquellos que quieren atomizarlos y quitarles esa fuerza del grupo. Que Dios los bendiga.
PALABRAS IMPROVISADAS
Pregunta del presentador: ¿Qué mensaje le quiere decir Francisco a estos cinco chicos que lo escucharon y a todos los miles de niños de todo el mundo que están siguiendo ahora ésta comunicación? ¿Qué mensaje les quieres dar a todos?
R. Una cosa que no es mía –Jesús la decía muchas veces–: “No tengan miedo”. Nosotros en mi país tenemos una expresión que no sé cómo la traducirán en inglés: “No se arruguen”. No tengan miedo, vayan adelante, tiendan puentes de paz, jueguen en equipo y hagan el futuro mejor porque acuérdense que el futuro está en las manos de ustedes. Sueñen el futuro volando, pero no olviden la herencia cultural, sapiencial y religiosa que les dejaron sus mayores. Adelante y con valentía. Hagan el futuro.
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A LOS DEPORTISTAS Y A LOS ORGANIZADORES
DEL PARTIDO DE FÚTBOL POR LA PAZ
DEL PARTIDO DE FÚTBOL POR LA PAZ
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Lunes 1 de septiembre de 2014
Lunes 1 de septiembre de 2014
Queridos amigos, ¡buenas tardes!
Estoy contento de reunirme con vosotros con ocasión del partido interreligioso por la paz, que jugaréis esta noche en el Estadio olímpico de Roma. Os doy las gracias porque os habéis sumado con prontitud a mi deseo de ver campeones y entrenadores de diversos países y de diversas religiones jugando en un encuentro deportivo, para testimoniar sentimientos de fraternidad y amistad. Mi reconocimiento se dirige en especial a las personas y a las realidades que han dado su aportación para la realización de este evento. Pienso especialmente en la «Scholas occurrentes», que tiene su sede en la Academia pontificia de ciencias, y en la «Fundación Pupi Onlus».
El partido de esta noche será ciertamente una ocasión para recaudar fondos de ayuda para los proyectos de solidaridad, pero sobre todo para reflexionar sobre los valores universales que el fútbol y el deporte en general pueden favorecer: la lealtad, el compartir, la acogida, el diálogo, la confianza en el otro. Se trata de valores que invitan a cada persona a prescindir de la raza, la cultura y el credo religioso. Es más, el evento deportivo de esta noche es un gesto altamente simbólico para hacer comprender que es posible construir la cultura del encuentro y un mundo de paz, donde creyentes de religiones distintas, conservando su identidad —porque cuando he dicho «a prescindir» esto no quiere decir «dejar a un lado», no— creyentes de distintas religiones, conservando su propia identidad, pueden convivir en armonía y en el respeto mutuo.
Todos sabemos que el deporte, en especial el fútbol, es un fenómeno humano y social que tiene mucha importancia e incidencia en las costumbres y en la mentalidad contemporánea. La gente, especialmente los jóvenes, os mira con admiración por vuestras capacidades atléticas: es importante dar un buen ejemplo tanto en el campo como fuera del campo. En las competiciones deportivas estáis llamados a mostrar que el deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe ser valorizado mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad de estrechar vínculos de amistad y la apertura de unos hacia otros. También con vuestras actitudes cotidianas, llenas de fe y de espiritualidad, de humanidad y de altruismo, podéis dar un testimonio en favor de los ideales de pacífica convivencia civil y social, para la edificación de una civilización fundada en el amor, en la solidaridad y en la paz. Esta es la cultura del encuentro: trabajar así.
Que el encuentro futbolístico de esta noche reavive en quienes participarán la consciencia de la necesidad de comprometerse para que el deporte contribuya en dar una aportación válida y fecunda a la pacífica coexistencia de todos los pueblos, excluyendo toda discriminación de raza, lengua y religión. Vosotros sabéis que discriminar puede ser sinónimo de despreciar. La discriminación es un desprecio, y vosotros con este partido de hoy, diréis «no» a toda discriminación. Las religiones, en especial, están llamadas a convertirse en canales de paz y nunca de odio, porque en nombre de Dios hay que llevar siempre y solamente el amor. Religión y deporte, entendidos de este modo auténtico, pueden colaborar y ofrecer a toda la sociedad las señales elocuentes de esos tiempos nuevos en el que los pueblos «ya no alzarán la espada los unos contra los otros» (cf. Is 2, 4).
En esta ocasión tan especial y significativa, como es el partido de fútbol de esta noche, deseo entregar a todos vosotros este mensaje: ¡ensanchad vuestro corazón de hermanos a hermanos! Este es uno de los secretos de la vida: ensanchar el corazón de hermanos a hermanos, y es también la dimensión más profunda y auténtica del deporte. Gracias.
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