MENSAJES DEL SANTO PADRE FRANCISCO
(SEPTIEMBRE 2014)
MENSAJE PAPALPARA LA JORNADA MUNDIAL
DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2015
«Una Iglesia sin fronteras, madre de todos»
DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2015
«Una Iglesia sin fronteras, madre de todos»
Queridos hermanos y hermanas:
Jesús es «el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona» (Exhort. ap. Evangelii gaudium,
209). Su solicitud especial por los más vulnerables y excluidos nos
invita a todos a cuidar a las personas más frágiles y a reconocer su
rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de
pobreza y esclavitud. El Señor dice: «Tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). Misión de la Iglesia, peregrina
en la tierra y madre de todos, es por tanto amar a Jesucristo, adorarlo
y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados; entre éstos,
están ciertamente los emigrantes y los refugiados, que intentan dejar
atrás difíciles condiciones de vida y todo tipo de peligros. Por eso, el
lema de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año
es: Una Iglesia sin fronteras, madre de todos.
En efecto, la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los
pueblos, sin discriminaciones y sin límites, y para anunciar a todos que
«Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Después de su muerte y
resurrección, Jesús confió a sus discípulos la misión de ser sus
testigos y de proclamar el Evangelio de la alegría y de la misericordia.
Ellos, el día de Pentecostés, salieron del Cenáculo con valentía y
entusiasmo; la fuerza del Espíritu Santo venció sus dudas y
vacilaciones, e hizo que cada uno escuchase su anuncio en su propia
lengua; así desde el comienzo, la Iglesia es madre con el corazón
abierto al mundo entero, sin fronteras. Este mandato abarca una historia
de dos milenios, pero ya desde los primeros siglos el anuncio misionero
hizo visible la maternidad universal de la Iglesia, explicitada después
en los escritos de los Padres y retomada por el Concilio Ecuménico
Vaticano II. Los Padres conciliares hablaron de Ecclesia mater para
explicar su naturaleza. Efectivamente, la Iglesia engendra hijos e
hijas y los incorpora y «los abraza con amor y solicitud como suyos»
(Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 14).
La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la
cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser
considerado inútil, fuera de lugar o descartable. Si vive realmente su
maternidad, la comunidad cristiana alimenta, orienta e indica el camino,
acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras
de misericordia.
Todo esto adquiere hoy un significado especial. De hecho, en una
época de tan vastas migraciones, un gran número de personas deja sus
lugares de origen y emprende el arriesgado viaje de la esperanza, con el
equipaje lleno de deseos y de temores, a la búsqueda de condiciones de
vida más humanas. No es extraño, sin embargo, que estos movimientos
migratorios susciten desconfianza y rechazo, también en las comunidades
eclesiales, antes incluso de conocer las circunstancias de persecución o
de miseria de las personas afectadas. Esos recelos y prejuicios se
oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al
extranjero necesitado.
Por una parte, oímos en el sagrario de la conciencia la llamada a
tocar la miseria humana y a poner en práctica el mandamiento del amor
que Jesús nos dejó cuando se identificó con el extranjero, con quien
sufre, con cuantos son víctimas inocentes de la violencia y la
explotación. Por otra parte, sin embargo, a causa de la debilidad de
nuestra naturaleza, “sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo
una prudente distancia de las llagas del Señor” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).
La fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad permite reducir
las distancias que nos separan de los dramas humanos. Jesucristo espera
siempre que lo reconozcamos en los emigrantes y en los desplazados, en
los refugiados y en los exiliados, y asimismo nos llama a compartir
nuestros recursos, y en ocasiones a renunciar a nuestro bienestar. Lo
recordaba el Papa Pablo VI, diciendo que «los más favorecidos deben
renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus
bienes al servicio de los demás» (Carta ap. Octogesima adveniens, 14 mayo 1971, 23).
Por lo demás, el carácter multicultural de las sociedades actuales
invita a la Iglesia a asumir nuevos compromisos de solidaridad, de
comunión y de evangelización. Los movimientos migratorios, de hecho,
requieren profundizar y reforzar los valores necesarios para garantizar
una convivencia armónica entre las personas y las culturas. Para ello no
basta la simple tolerancia, que hace posible el respeto de la
diversidad y da paso a diversas formas de solidaridad entre las personas
de procedencias y culturas diferentes. Aquí se sitúa la vocación de la
Iglesia a superar las fronteras y a favorecer «el paso de una actitud
defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que
ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de
construir un mundo más justo y fraterno» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).
Sin embargo, los movimientos migratorios han asumido tales
dimensiones que sólo una colaboración sistemática y efectiva que
implique a los Estados y a las Organizaciones internacionales puede
regularlos eficazmente y hacerles frente. En efecto, las migraciones
interpelan a todos, no sólo por las dimensiones del fenómeno, sino
también «por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y
religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional» (Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 29 junio 2009, 62).
En la agenda internacional tienen lugar frecuentes debates sobre las
posibilidades, los métodos y las normativas para afrontar el fenómeno de
las migraciones. Hay organismos e instituciones, en el ámbito
internacional, nacional y local, que ponen su trabajo y sus energías al
servicio de cuantos emigran en busca de una vida mejor. A pesar de sus
generosos y laudables esfuerzos, es necesaria una acción más eficaz e
incisiva, que se sirva de una red universal de colaboración, fundada en
la protección de la dignidad y centralidad de la persona humana. De este
modo, será más efectiva la lucha contra el tráfico vergonzoso y
delictivo de seres humanos, contra la vulneración de los derechos
fundamentales, contra cualquier forma de violencia, vejación y
esclavitud. Trabajar juntos requiere reciprocidad y sinergia,
disponibilidad y confianza, sabiendo que «ningún país puede afrontar por
sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio,
afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento
de inmigración y emigración» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).
A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la
globalización de la caridad y de la cooperación, para que se humanicen
las condiciones de los emigrantes. Al mismo tiempo, es necesario
intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas para
garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a
pueblos enteros a dejar su patria a causa de guerras y carestías, que a
menudo se concatenan unas a otras.
A la solidaridad con los emigrantes y los refugiados es preciso
añadir la voluntad y la creatividad necesarias para desarrollar
mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo, junto
con un mayor compromiso por la paz, condición indispensable para un
auténtico progreso.
Queridos emigrantes y refugiados, ocupáis un lugar especial en el
corazón de la Iglesia, y la ayudáis a tener un corazón más grande para
manifestar su maternidad con la entera familia humana. No perdáis la
confianza ni la esperanza. Miremos a la Sagrada Familia exiliada en
Egipto: así como en el corazón materno de la Virgen María y en el
corazón solícito de san José se mantuvo la confianza en Dios que nunca
nos abandona, que no os falte esta misma confianza en el Señor. Os
encomiendo a su protección y os imparto de corazón la Bendición
Apostólica.
Vaticano, 3 de septiembre de 2014
FRANCISCO
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CON OCASIÓN DE LA FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LA CARIDAD DEL COBRE
Al Excmo. Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo metropolitano de Santiago de Cuba
Presidente de la Conferencia de Obispos católicos de Cuba
Arzobispo metropolitano de Santiago de Cuba
Presidente de la Conferencia de Obispos católicos de Cuba
Vaticano, 8 de septiembre de 2014
Querido Hermano:
Hace pocos días, la Venerada Imagen de la Virgen de la Caridad del
Cobre fue colocada en los Jardines Vaticanos. Su presencia constituye un
recuerdo evocador del afecto y la vitalidad de la Iglesia que peregrina
en esas luminosas tierras del Caribe, que, desde hace más de cuatro
siglos, se dirige a la Madre de Dios con ese hermoso título. Desde las
montañas de El Cobre, y ahora desde la Sede de Pedro, esa pequeña y
bendita figura de María, engrandece el alma de quienes la invocan con
devoción, pues Ella nos conduce a Jesús, su divino Hijo.
Hoy que se celebra con fervor la fiesta de María Santísima, la
Virgen Mambisa, me uno a todos los cubanos, que ponen sus ojos en su
Inmaculado Corazón, para pedirle favores, encomendarle a sus seres
queridos e imitarla en su humildad y entrega a Cristo, de quien fue la
primera y mejor de sus discípulos.
Cada vez que leo la Escritura Santa, en los pasajes en que se habla
de Nuestra Señora, me llaman la atención tres verbos. Quisiera detenerme
en ellos, con el propósito de invitar a los pastores y fieles de Cuba a
ponerlos en práctica.
El primero es alegrarse. Fue la primera palabra que el arcángel Gabriel dirigió a la Virgen: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc
1,28). La vida del que ha descubierto a Jesús se llena de un gozo
interior tan grande, que nada ni nadie puede robárselo. Cristo da a los
suyos la fuerza necesaria para no estar tristes ni agobiarse, pensando
que los problemas no tienen solución. Apoyado en esta verdad, el
cristiano no duda que aquello que se hace con amor, engendra una serena
alegría, hermana de esa esperanza que rompe la barrera del miedo y abre
las puertas a un futuro prometedor. «Yo soy la Virgen de la Caridad»,
fue lo que leyeron lo tres Juanes en la tablilla que flotaba en la Bahía
de Nipe. Qué lindo sería si todo cubano, especialmente la gente joven,
pudiera decir lo mismo: «Yo soy un hombre de la caridad»: vivo para amar
de veras, y así no quedar atrapado en la espiral nociva del ojo por
ojo, diente por diente. Qué alegría siente el que ama auténticamente,
con hechos diarios, y no es de los que abunda en palabras vacías, que se
lleva el viento.
El segundo verbo es levantarse. Con Jesús en su seno, dice san
Lucas que María se levantó y con prontitud fue a servir a su prima
Isabel, que en su ancianidad iba a ser madre (cf. Lc 1,39-45).
Ella cumplió la voluntad de Dios poniéndose a disposición de quien lo
necesitaba. No pensó en sí misma, se sobrepuso a las contrariedades y se
dio a los demás. La victoria es de aquellos que se levantan una y otra
vez, sin desanimarse. Si imitamos a María, no podemos quedarnos de
brazos caídos, lamentándonos solamente, o tal vez escurriendo el bulto
para que otros hagan lo que es responsabilidad propia. No se trata de
grandes cosas, sino de hacerlo todo con ternura y misericordia. María
siempre estuvo con su pueblo en favor de los pequeños. Ella conoció la
soledad, la pobreza y el exilio, y aprendió a crear fraternidad y hacer
de cualquier lugar en donde germine el bien la propia casa. A Ella le
suplicamos que nos dé un alma de pobre que no tenga soberbia, un corazón
puro que vea a Dios en el rostro de los desfavorecidos, una paciencia
fuerte que no se arredre ante las dificultades de la vida.
El tercer verbo es perseverar. María, que había experimentado la bondad de Dios, proclamó las grandezas que él había hecho con Ella (cf. Lc
1,46-55). Ella no confió en sus propias fuerzas, sino en Dios, cuyo
amor no tiene fin. Por eso permaneció junto a su Hijo, al que todos
habían abandonado; rezó sin desfallecer junto a los apóstoles y demás
discípulos, para que no perdieran el ánimo (cf. Hch 1,14).
También nosotros estamos llamados a permanecer en el amor de Dios y a
permanecer amando a los demás. En este mundo, en el que se desechan los
valores imperecederos y todo es mudable, en donde triunfa el usar y
tirar, en el que parece que se tiene miedo a los compromisos de por
vida, la Virgen nos alienta a ser hombres y mujeres constantes en el
buen obrar, que mantienen su palabra, que son siempre fieles. Y esto
porque confiamos en Dios y ponemos en Él el centro de nuestra vida y la
de aquellos a quienes queremos.
Tener alegría y compartirla con los que nos rodean. Levantar el
corazón y no sucumbir ante las adversidades, permanecer en el camino del
bien, ayudando infatigablemente a los que están oprimidos por penas y
aflicciones: he aquí las lecciones importantes que nos enseña la Virgen
de la Caridad del Cobre, útiles para el hoy y el mañana. En sus maternas
manos pongo a los pastores, comunidades religiosas y fieles de Cuba,
para que Ella aliente su compromiso evangelizador y su voluntad de hacer
del amor el cimiento de la sociedad. Así no faltará alegría para vivir,
ánimo para servir y perseverancia en las buenas obras.
A los hijos de la Iglesia en Cuba les pido, por favor, que recen por mí pues lo necesito.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide siempre.
Fraternalmente,
FRANCISCO PP.
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Roma, lunes 1° de septiembre de 2014
Buenas noches, y me alegra que estén reunidos para
este partido que es tan simbólico. Es un partido donde se resalta la
unión de los equipos, la unión de los que están participando como
espectadores, el deseo de todos que es la paz. Un partido donde nadie
juega la propia sino la del otro. Tampoco: la de todos. Y ahí cada uno
se multiplica y al jugar en equipo cada uno es más persona, más gente,
se engrandece más. Y al jugar en equipo la competencia en vez de ser
guerra es semilla de paz. Por eso el símbolo de este partido es el
olivo. Saludo especialmente a los integrantes de “Scholas”, que están
en la organización de este partido y que van a plantar el olivo de la
paz. Les invito a que todos lo plantemos juntos con “Scholas”. Les pido
disculpas por hablarles en castellano pero es el idioma de mi corazón, y
hoy les quiero hablar desde el corazón. Gracias por esto.
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