CIUDAD DEL VATICANO
(http://catolicidad.blogspot.com
– Diciembre 8 de 2014). A las 12.00 horas de ayer domingo,
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el Santo
Padre FRANCISCO desde la ventana de su estudio en el Palacio
Apostólico Vaticano rezó el Ángelus dominical con los fieles y
peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas fueron sus
palabras antes de la oración Mariana:
El mensaje de hoy fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros. El Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» (Lc 1, 28): en ella no hay espacio para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús, y la ha preservado de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona a ella diciendo al Ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (v. 38). No dijo: «Yo haré según tu palabra». No, sino: «Hágase en mí…». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide escuchar a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! ¡que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre!.
La actitud de María
de Nazaret
nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario
dejar hacer a Dios
para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él el que hace en
nosotros tantas maravillas.
María es receptiva, pero no pasiva. Así como, a nivel
físico, recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y
sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, así, en el plano
espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe. Por esto
San Agustín afirma que la Virgen «ha concebido primero en su
corazón antes que en su seno» (Discursos, 215, 4). Ha concebido
primero la fe y después al Señor. Este
misterio
de la acogida de la gracia,
que en María, por un privilegio único, estaba sin el obstáculo del
pecado, es una posibilidad para todos. San Pablo, en efecto, inicia
su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en
Cristo» (1, 3). Como María es saludada por Santa Isabel como
«bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), así del mismo
modo también nosotros hemos sido desde siempre “bendecidos”, es
decir amados y, por tanto, «elegidos antes de la creación del mundo
para ser santos e inmaculados» (Ef 1, 4). María ha sido
preservada, mientras nosotros hemos sido salvados gracias al Bautismo
y a la fe. Pero todos, tanto ella como nosotros, por medio de Cristo,
«en alabanza del esplendor de su gracia» (v. 6), esa gracia de la
cual la Inmaculada ha sido colmada en plenitud.
De frente al amor, de frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. ¡Ninguno de nosotros puede comprar la salvación! La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros y habita en nosotros. Como hemos recibido gratuitamente, así gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque, si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. Y el Esíritu es un don para nosotros y nosostros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los otros y abandonarnos para que el Espíritu Santo nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, instrumentos de reconciliación, instrumentos de perdón. Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor, porque la gracia del Señor nos transforma, no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en su Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se asemeja al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel".
(Traducido del
original italiano por: http://catolicidad.blogspot.com)